Capítulo 31

Paso por delante de los aseos, por el bar atestado y por el restaurante rápidamente. No quiero ver ni a Kate ni a ninguno de los demás. Como vea a Sarah lo más probable es que acabe en la cárcel, porque no pienso dejar de sacudirla con ese látigo hasta dejarla hecha puré. De todas formas, Jesse no tardará en venir en mi busca, así que he de darme prisa.

Llego hasta el vestíbulo y subo los escalones de dos en dos, recorro el descansillo apresuradamente e ignoro a las mujeres y sus frías miradas. Pero entonces la veo. Sé que debería continuar. Sé que debería resistir la tentación de estrangularla, pero es superior a mis fuerzas.

Me aproximo. Está charlando con algunas socias, probablemente informándolas sobre lo sucedido durante la última hora. Sigue vestida de látex con el látigo en la mano. Me detengo detrás de ella y las otras mujeres guardan silencio de inmediato. Con evidente curiosidad por saber qué es lo que las ha hecho callar, se vuelve para mirarme. Su expresión es de superioridad con un tinte de ligera satisfacción. Me hierve la sangre al tenerla ahí delante de mí, tan relajada, haciendo girar el látigo en la mano.

—Me has mandado un mensaje de texto desde el teléfono de John —la acuso con calma.

Casi se echa a reír.

—No sé de qué me estás hablando.

—Claro que no. —No me lo puedo creer—. También fuiste tú quien me dejó entrar en La Mansión el día que descubrí el salón comunitario.

—¿Y por qué iba a hacer yo eso? —pregunta con tono arrogante.

—Porque lo deseas. —Mantengo el tono sorprendentemente pausado teniendo en cuenta que me hierve la sangre y que estoy temblando físicamente. Las demás mujeres me atraviesan con los ojos. Las miro a todas ellas—. Todas lo deseáis.

Ninguna de ellas dice ni una palabra. Permanecen ahí, observándome, probablemente anticipando mi próximo movimiento.

Sarah, en cambio, es incapaz de mantener la boca cerrada.

—No, pequeña, todas lo hemos tenido.

Salto.

Cierro el puño y lo lanzo contra su rostro hinchado de bótox. El impacto la empuja hacia atrás, se tambalea y cae de culo al suelo. No me detengo. La agarro de los pelos en un gesto muy poco femenino y la arrastro. La empotro contra la pared y la sostengo de la garganta. Gritos ahogados de estupefacción inundan el aire. Se hace de nuevo el silencio y lo único que se oye es el sonido de la respiración entrecortada de Sarah.

—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, te lo pida él o no, no pararé hasta romperte todos los putos huesos del cuerpo. ¿Entendido?

Abre los ojos de par en par. Intenta asentir bajo mi mano.

—¡¿ENTENDIDO?! —le grito en toda la cara. He perdido los estribos.

—Sí —rechina como puede a través de su garganta estrangulada. Apenas la dejo respirar.

La suelto y cae al suelo hecha un guiñapo, jadeando y agarrándose la garganta. Temblando de ira, me vuelvo y absorbo la expresión de estupefacción de los muchos testigos, que observan pasmados y en absoluto silencio. No necesito decir nada más. Le he dejado las cosas bastante claras a Sarah y a todas las demás personas que han presenciado mi ataque de ira. Los dejo ahí plantados y continúo hacia mi destino original, temblando y respirando violentamente. Cuando llego al pie de la escalera que conduce al salón comunitario, vacilo unos segundos, pero en cuanto recuerdo las palabras de Jesse, corro hacia arriba sin nada más que adrenalina y determinación en las venas.

Entro en la sala de tenue iluminación y hago caso omiso de las escenas que se están desarrollando delante de mí al tiempo que trato de bloquear la música erótica que invade mis oídos. No he venido a excitarme. Pongo rumbo a la derecha y llego a donde quería llegar.

Dos hombres a los que no conozco charlan tranquilamente mientras una mujer vuelve a ponerse la ropa interior. Me acerco a la escena y todos se dan la vuelta para mirarme. La conversación cesa cuando me aproximo. Uno de los hombres me mira con cautela mientras que el otro lo hace con aprobación y en su rostro se dibuja una oscura sonrisa. Me desprendo de los zapatos, me quito la camiseta por la cabeza, la tiro al suelo y me desabrocho los vaqueros.

—¿Has venido a jugar, guapa? —pregunta uno de los hombres caminando hacia mí.

—Steve, déjala —le advierte el otro tipo. Sin duda sabe quién soy. Le lanzo una mirada asesina y él sacude la cabeza—. Steve, tienes que dejarla estar.

—Pero ella quiere jugar, ¿verdad, guapa? —Su mirada es oscura pero centellea al mirarme.

—Es la chica de Jesse, Steve. No merece la pena. —Su amigo intenta razonar con él, pero parece que Steve tiene un objetivo y no le gusta que le digan lo que debe hacer, que es justo lo que necesito en estos momentos.

—En La Mansión y en el sexo todo vale —responde Steve con una sonrisa maliciosa—. ¿Qué puedo ofrecerte, guapa?

—En serio, Steve, ella es especial para él.

—¿Sí, eh? Bueno, puede ser especial para mí también. Ward nunca ha tenido problemas en compartir a nadie.

Sus palabras revuelven la bilis que me cubre la garganta, y observo cómo el hombre sensato agarra a la mujer del brazo y se la lleva de allí con una expresión de cautela en el rostro. Steve, en cambio, es presuntuoso y parece estar muy seguro de sí mismo, aunque no de una manera que me resulte atractiva. Sin embargo, eso da igual: no tengo intención de besarlo.

Me acerco al estante que hay junto a la pared y escojo el látigo que me parece más atroz. Me vuelvo y se lo entrego con manos firmes. La más mínima vacilación delatará mis planes, y ésta es la única manera que tengo de demostrarle a Jesse lo absurda que es toda esta mierda. En su rostro se forma una amplia sonrisa. Acepta el látigo y repasa con la mirada mi cuerpo semidesnudo. Me quito los vaqueros y me acerco para colocarme bajo la estructura dorada que está suspendida al tiempo que coloco las manos sobre mi cabeza.

—Nada de contacto físico. Sólo el látigo. Fuerte —digo con voz clara y totalmente decidida. Estoy decidida. No tengo miedo ni dudas.

—¿Fuerte? —pregunta.

—Muy fuerte.

—¿Y el sujetador? —dice con la mirada fija en mi pecho.

—El sujetador se queda puesto.

—Como quieras. —Asiente y se acerca metiéndose el mango del látigo en el bolsillo trasero. Luego estira los brazos para encadenarme a los grilletes de la estructura dorada suspendida.

—Steve, déjalo.

—Esto no es asunto tuyo —mascullo entre dientes.

—Ya la has oído, quiere hacerlo. —Steve me mira con los ojos cargados de lujuria y empieza a pasearse por detrás de mí.

Mi corazón se acelera y palpita con fuerza en mi pecho, y cierro los ojos repitiendo las palabras de Jesse mentalmente: «Es imposible. Es imposible. Es imposible. Es imposible».

Dejo la mente en blanco a excepción de esa frase. La música desaparece y me preparo para mi propio castigo: mi castigo por haber reducido a Jesse a un despojo de hombre, por haber hecho que necesitara el alcohol, no sólo querer tomarlo, por haber hecho que se convirtiera en un neurótico histérico… y por haberlo llevado a hacerse esto a sí mismo.

Lo oigo antes de que llegue. Un latigazo rápido atraviesa el aire antes de impactar contra mi espalda. Lanzo un alarido.

«¡Joder!»

El azote me provoca una continua punzada de dolor que hace que me tiemblen el cuerpo y las piernas. ¿La gente se presta voluntaria para hacer esto? ¿Yo me he prestado voluntaria para hacerlo? Mantengo los ojos cerrados con fuerza. Entonces me doy cuenta de que no hemos pactado ningún número de golpes. Contengo la respiración y aprieto los dientes y en seguida un segundo latigazo azota mi espalda. Rezo para mis adentros para conseguir mantenerme callada y aceptar la paliza.

Me pongo tensa y espero a que llegue el siguiente impacto y, cuando lo hace, dejo caer el cuerpo y me quedo colgando con impotencia de la estructura. Estoy a merced de este extraño. Los siguientes tres golpes se suceden a intervalos regulares hasta que sé cuándo esperarlos y se me ha olvidado qué estoy haciendo. Estoy completamente loca. Soy ajena a todo lo que me rodea, la música es un zumbido distante y apenas oigo las voces a mi alrededor. De lo único que soy consciente es del tiempo que transcurre entre cada latigazo y del silbido en el aire que se genera antes de que el cuero impacte contra mi piel. Puede que esté inconsciente, no estoy segura. Ni siquiera me tenso ya.

Recibo otro impacto y vuelvo a sacudirme. Arqueo la espalda y lanzo la cabeza hacia atrás.

—¡NOOOOOOOOO!

Conozco tan bien ese rugido que me devuelve al instante a la realidad justo cuando otra ardiente mordedura me golpea la espalda. Me sacudo, atónita. Los grilletes de metal suenan con fuerza encima de mí. Soy incapaz de abrir los ojos. Me pesa la cabeza, mi cuerpo cae exánime y apenas siento los brazos.

—¡Joder! ¡Ava, no! —grita con la voz rota. Empiezo a balancearme ligeramente y siento sus cálidas manos por todo mi cuerpo—. ¡John, suéltale las manos! ¡Joder! ¡No, no, no, no, no, no!

—¡Hijo de puta!

—¡John, joder, bájala de ahí! —exclama, aterrado.

Me agarran y me acarician todo el cuerpo, al tiempo que siento la seguridad de unas manos grandes y torpes sobre las mías atadas por encima de mi cabeza. Mis brazos caen pesados y me desplomo en los suyos.

—¿Ava? ¡No, por favor! ¿Ava?

Soy vagamente consciente de que me están moviendo.

Y entonces comienzo a sentir el dolor.

«¡Joder!»

La piel me arde y el sufrimiento emana desde todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi espalda y del resto del cuerpo. Me está arrastrando y ni siquiera puedo hablar para decirle que pare. Jamás había sentido tanto dolor.

—¡No lo dejes salir de aquí! —Oigo la voz de Jesse amortiguada pero, a pesar de mi aturdimiento, sé a quién se refiere, y entonces soy consciente de que probablemente acabe de sentenciar a Steve a muerte.

Tengo que detener esto. Yo le he pedido que lo hiciera, aunque ahora mismo me pregunto por qué. Estoy completamente loca, pero entonces recuerdo mis motivos. Puede que ya no esté tan dispuesto a hacerse esto a sí mismo si sabe que yo lo haré después. Pero ¿será capaz de beber o de hacerse azotar de nuevo de todos modos? Joder, espero que no. No creo que yo pueda volver a pasar por esto. A través de mi ensimismamiento, soy consciente de que acabo de iniciar un tremendo círculo vicioso de castigos. ¿He hecho bien?

Mi parte perturbada y mi parte cuerda discuten en mi cerebro, y entonces oigo las fuertes y rápidas pisadas de Jesse y muchos gritos ahogados de sorpresa conforme me acarrea por La Mansión.

—Pero ¿qué coño…? —oigo decir a Kate en la distancia—. ¿Jesse?

Él no contesta. Lo único que oigo son los graves rugidos de John, que se funden con el murmullo de fondo debido a la conmoción que he causado. Me da igual. Una puerta se cierra de golpe y, unos momentos después, siento el sofá debajo de sus muslos y que él me acuna en su regazo.

—Eres una estúpida —solloza con la voz rota. Hunde la cabeza en mi cuello y absorbe el olor de mi cabello mientras me acaricia la cabeza frenéticamente—. Estás loca.

Me obligo a abrir los ojos y miro al vacío a través de su pecho. Siento mucho dolor, pero no tengo intención de moverme o de expresar mi amargura. Estoy como sedada, como si flotara y observando esta escena desde fuera. ¿Y si mis intentos de hacer que Jesse me entienda fracasan? ¿Y si vuelve a castigarse? No podría soportar pasar por eso otra vez, y tampoco por el tremendo sufrimiento físico. No podría soportar ver a Jesse arrodillado, aceptando los latigazos de Sarah o de quien fuera. Jamás podré borrar esa imagen de mi mente. Se quedará grabada en mi cerebro durante el resto de mi vida. Nada conseguirá eliminarla. Nada.

No sé cuánto tiempo permanecemos sentados en silencio; yo mirando a la distancia, totalmente ajena a las circunstancias, y Jesse sollozando contra mi pelo. Parecen horas, puede que más. He perdido la noción del tiempo y de la realidad.

Alguien llama a la puerta.

—¿Qué? —pregunta Jesse con la voz rota. Después sorbe unas cuantas veces.

La puerta se abre, pero no sé quién es. Llevo tanto tiempo mirando al vacío que creo que se me han bloqueado los ojos. Oigo movimiento cerca y que dejan algo en la mesa que tenemos delante, pero quienquiera que sea no dice nada. Nos deja igual de silenciosamente y la puerta del despacho se cierra casi sin hacer ruido también.

Jesse se mueve ligeramente debajo de mí, y yo inhalo con un silbido de dolor agudo. Se detiene.

—Joder —dice, azorado—. Nena, tengo que moverte, tengo que verte la espalda.

Niego suavemente con la cabeza y hundo el rostro en su pecho desnudo. Me va a doler una barbaridad cuando me mueva. Quiero retrasarlo todo lo posible. Soy consciente de que su propia espalda está hecha polvo, y está recostado sobre el sofá, conmigo encima haciendo presión. Él también debe de estar pasando un tormento. Menudo par de gilipollas chalados estamos hechos.

Suspira y apoya la barbilla sobre mi cabeza.

—¿Por qué? —grazna, y me besa la cabeza—. No lo entiendo.

Si pudiera hablar, le haría la misma pregunta. ¿Por qué exactamente?

—Ava, tengo que verte la espalda. —Hace ademán de moverme de nuevo y el dolor vuelve a atravesarme. Aprieto los ojos con fuerza y dejo que me mueva hasta que estoy sentada sobre sus piernas.

La gravedad azota mi estómago y de repente siento angustia, el estómago se me revuelve y empiezo a tener arcadas, lo que no hace sino aumentar todavía más el dolor. Me inclino sobre su regazo.

—¡Joder! —Por acto reflejo, me coloca la mano sobre la espalda para aliviarme mientras mi estómago decide si le queda algo por vomitar. El ardiente contacto me obliga a saltar hacia adelante lanzando un alarido, y entonces mi estómago decide que sí, que aún me queda algo dentro.

Vomito en el suelo.

—¡Mierda! Ava, lo siento. ¡Joder! —Me aparta el pelo de la cara y se mueve con cuidado para poder acceder mejor a mí—. ¡Joder! Joder, joder, joder. Ava, ¿qué has hecho? —Su voz traumatizada me indica que acaba de echarle un vistazo a mi espalda. Debe de tener muy mal aspecto. Intento desesperadamente controlar la angustia para minimizar el dolor—. Voy a moverte ahora, ¿vale? —Me agarra por debajo de los brazos y se pone de pie. Lanzo un grito—. No puedo levantarte sin tocarte… —Maldice repetidas veces con frustración e intenta llevarme hasta el otro sillón sin rozarme la espalda.

Todavía me tiemblan las piernas. No me extrañaría que no quisiera volver a verme por mi debilidad. Jamás lo habría imaginado, pero no ha habido ninguna conversación cuando le he entregado el látigo a Steve. Sólo le he dicho que no quería contacto físico con él y que me azotara con fuerza. Prácticamente le he dado carta blanca.

—Ponte boca abajo. —Me deja en el sofá y me coloca los brazos debajo de la cabeza a modo de almohada—. Ava, no me puedo creer que hayas hecho esto. —Se arrodilla junto al sofá y coge un cuenco de cristal lleno de agua y una botella con un líquido morado en el interior. Aprieta la botella, vierte un poco de líquido en el agua y coge el rollo de algodón. Arranca un trozo, lo sumerge en la disolución y escurre el exceso de agua—. Esto te va a doler, nena. Tendré cuidado, ¿vale? —Acerca la cara a mi campo de visión. Levanto la vista con esfuerzo y veo dos pozos verdes cargados de angustia.

Lo miro sin expresión. Todos mis músculos se niegan a funcionar.

—Estoy furioso contigo —dice suavemente. Se inclina y me besa con ternura, y es la primera vez que no tengo que esforzarme por replicarle, y no porque no quiera hacerlo.

Sacude la cabeza y vuelve a atender mi espalda. Contengo la respiración cuando me desabrocha despacio el sujetador y deja caer los tirantes hacia los lados. Entonces siento los leves toques del suave algodón sobre mi piel. Es como si me estuviera pasando un alambre de espino por toda la espalda. Sollozo.

—Lo siento —dice—. Lo siento mucho.

Hundo el rostro entre los brazos y aprieto los dientes mientras intenta limpiar mis heridas con la disolución, mojando varias veces el algodón en la cálida mezcla y escurriéndolo después para volver a pasarlo. Maldice cada vez que me encojo.

Cuando oigo que empuja el cuenco sobre la mesa, dejo escapar una larga exhalación de alivio. Me vuelvo otra vez y veo que el agua teñida de morado se ha tornado roja, y que todas las bolas de algodón usadas están amontonadas dentro, absorbiendo el líquido. Jesse se levanta, se aparta de mi lado y regresa al instante con una botella de agua.

Se agacha delante de mí.

—¿Puedes sentarte?

Asiento e inicio el doloroso proceso de incorporarme para sentarme en el sofá. Él revolotea a mi alrededor sin dejar de maldecir. El sujetador se me cae sobre las piernas e intento con poco entusiasmo volver a colocármelo en su sitio.

—Déjalo. —Me aparta las manos y me da el agua—. Abre la boca —ordena con suavidad. Obedezco sin pensar. Dejo caer la mandíbula y acepto las dos pastillas que me coloca en la lengua—. Bebe.

La botella me parece una mancuerna de hierro cuando la levanto para acercármela a la boca. Jesse apoya la mano en el culo para aligerar un poco el peso. Agradezco el agua fría en la boca. Se acerca a su mesa y coge sus llaves, el teléfono y la camiseta. Se mete los objetos en distintos bolsillos, se pone la camiseta y vuelve junto a mí. ¿A él no le duele la espalda? ¿Me estoy comportando como una niña mimada?

Recoge mi ropa del respaldo del sofá y luego se acuclilla delante de mí.

—Voy a llevarte a casa —dice. Me mete los vaqueros por los pies, me da un golpecito en el tobillo y lo levanto. Después repite el proceso con el otro pie y me ayuda a incorporarme para subirme los pantalones por las piernas.

Mira la camiseta, después mis senos descubiertos y después a mí con el ceño ligeramente fruncido. La idea de que algo descanse sobre mi piel me produce ganas de vomitar otra vez, pero no puedo salir de aquí y llegar al Lusso desnuda de cintura para arriba.

—¿Lo intentamos? —Estira el cuello de mi camiseta y retira el sujetador que tengo colgando en los brazos antes de pasármela por la cabeza.

Trato de levantar los brazos para facilitarle la faena, pero las dolorosas punzadas hacen que las lágrimas empiecen a inundar mis ojos. Sacudo la cabeza frenéticamente. Me va a doler demasiado.

—Ava, no sé qué hacer. —Sostiene la camiseta en el aire para que no toque mi cuerpo—. No puedes salir de aquí desnuda. —Se inclina y me mira—. No llores, por favor. —Me besa la frente y torrentes de lágrimas descienden por mi rostro—. ¡A la mierda! —Vuelve a sacarme la camiseta por la cabeza y la tira sobre el sofá—. Ven aquí. —Se inclina, me pasa un brazo por debajo del culo y me levanta—. Cógete a mi cintura con las piernas y a mi cuello con los brazos. Ten cuidado. —Obedezco lentamente—. ¿Estás bien? —pregunta.

Asiento contra su hombro y cruzo los tobillos alrededor de sus lumbares. Me coloca el pelo por encima del hombro y apoya la mano en mi cuello para sostenerme todo lo posible sin hacerme más daño. Mis tetas quedan aplastadas contra su pecho y tengo la espalda totalmente descubierta, pero me da igual. Se dirige a la puerta, me suelta el cuello para abrirla y vuelve a cogérmelo.

—¿Estás bien, nena? —pregunta mientras avanza por el pasillo en dirección al salón de verano. Asiento contra su cuello. No estoy nada bien. Me siento como si me hubiera quedado dormida al sol con toda la piel quemada—. ¡John! —grita. Oigo una sucesión de exclamaciones de estupefacción ahogadas. Parecen aún más alarmados que cuando me llevaban hacia el despacho.

—¿Cómo está la muchacha? —La voz grave de John está cerca.

—¿A ti qué coño te parece? Coge una sábana de algodón del cuarto de la limpieza.

John no responde a la brusquedad de Jesse.

—Jesse, ¿hay algo que pueda hacer?

Es una voz femenina muy asustada, y sus tacones golpean el suelo del salón de verano mientras intenta seguir el ritmo apresurado de Jesse.

—No, Natasha —responde secamente. Ni siquiera tengo fuerzas para levantar la cabeza y mirarla mal. ¿Cómo que si hay algo que pueda hacer? ¿Como qué? ¿Follárselo otra vez?

—¿Ava? —El tono asustado de Kate inunda mis oídos—. ¡Joder! Pero ¿qué has hecho, inconsciente?

—Voy a llevarla a casa. —Jesse no se detiene por nadie, ni siquiera por Kate—. Está bien. Te llamaré.

—¡Jesse, está sangrando!

—¡Joder, Kate, ya lo sé! —Siento que su pecho se eleva debajo de mí—. Te llamaré —la tranquiliza, y ya no vuelvo a oírla, pero sí que oigo cómo Sam intenta calmarla con su tono alegre de siempre teñido de preocupación.

Sé que estamos cerca del vestíbulo porque el aire fresco empieza a rozarme la espalda. Es agradable.

—Jesse, tío, no lo sabía.

Jesse se detiene de golpe y se hace el silencio. Todos los susurros de preocupación se detienen cuando oigo la voz de Steve. Aprieto el cuerpo de Jesse con las pocas fuerzas que me quedan y él me acaricia el cuello.

—Steve, ya puedes dar gracias a todos los santos de que tenga a mi chica en brazos porque, de no ser así, el servicio de limpieza tendría que pasarse un año entero recogiendo tus putos restos —lo amenaza Jesse con voz ácida. Su corazón bombea a un ritmo frenético.

—Yo… yo… —tartamudea—. No lo sabía.

—¿Nadie te dijo que era mía? —pregunta Jesse, claramente sorprendido.

—Yo… creía que…

—¡Es MÍA! —ruge, y me sacude entre sus brazos. Gimoteo ante las punzadas de dolor abrasador que me instigan sus movimientos y él se pone tenso. Hunde el rostro en el hueco de mi cuello—. Lo siento —susurra. Noto cómo le tiembla la mandíbula—. Eres hombre muerto, Steve —añade. Se queda quieto durante unos instantes más y sé que está mirando al tipo con cara de querer matarlo. Me siento responsable.

—¿Jesse? —El rugido de John interrumpe el ensordecedor silencio—. Relájate. Lo primero es lo primero, ¿de acuerdo?

—Sí. —Jesse echa a andar de nuevo y el suave aire fresco del edificio de repente se torna intenso y me golpea la espalda. Baja lentamente los escalones.

—Os abro la puerta —dice Kate, y oigo cómo sus tacones descienden por la escalera.

—Tranquila, Kate, no es necesario.

—¡Jesse, deja de comportarte como un capullo testarudo y acepta la puta ayuda! ¡No eres el único que se preocupa por ella!

Me aprieta contra sí.

—Las llaves están en mi bolsillo.

Kate me roza los pantalones mientras intenta sacar las llaves del bolsillo de Jesse, y yo sonrío para mis adentros al ver a mi fogosa amiga haciendo honor a su reputación. Abro los ojos y la miro.

—Ay, Ava. —Sacude la cabeza y pulsa el botón del mando para abrir la puerta del coche de Jesse.

Él se vuelve entonces hacia La Mansión.

—Regresad todos adentro. —No quiere que nadie me vea. Oigo el crujido de la gravilla bajo las pisadas mientras Jesse aguarda conmigo en brazos. Cuando comprueba que todo el mundo se ha marchado, me aparta de su cuerpo—. Ava, voy a meterte en el coche, tienes que ponerte de lado, de cara al asiento del conductor, ¿podrás hacerlo? —pregunta con dulzura. Aflojo las manos en su cuello para indicarle que estoy preparada y empieza a introducirme muy despacio en el vehículo—. No te apoyes hacia atrás.

Me vuelvo lentamente hasta que mi hombro descansa contra la piel suave y estoy de cara al asiento del conductor. Joder, qué dolor. Después me coloca una sábana por encima y cierra la puerta despacio sin intentar siquiera ponerme el cinturón. Apoyo la cabeza contra el respaldo con los ojos cerrados y, en un santiamén, la puerta del conductor se cierra y la esencia de Jesse inunda mis fosas nasales. Abro los ojos y adapto la visión hasta que veo los suyos, verdes y compasivos. Siento que soy una lastimera, una debilucha desesperada que ha provocado todo este caos, dolor y sufrimiento porque intentaba demostrar algo, algo que espero que haya conseguido demostrar, porque como haya pasado por todo este calvario y haya hecho que Jesse pase también por él para que ahora siga sin entenderlo, esta relación se habrá acabado. No podemos continuar haciéndonos daño el uno al otro. La sola idea hace que se me detenga el corazón.

Acerca la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos.

—Para —ordena mientras me seca otra lágrima. Pero ya no lloro de dolor, sino de desesperación.

Arranca el motor y conduce lentamente por el camino. En lugar del rugido de la velocidad al que ya me he acostumbrado, ahora lo que oigo es el ronroneo sensato del motor del DBS. Toma las curvas con cuidado, acelera y frena con suavidad y me mira a intervalos regulares. No llevo cinturón, estoy medio desnuda y con un montón de heridas feas en la espalda. Si la policía nos para, no sé cómo vamos a explicar esto.

Permanezco quieta y observo con la mirada perdida el perfil de mi hombre atractivo y conflictivo y me pregunto si se me puede calificar a mí de conflictiva también ahora. Mi cordura es, sin duda, cuestionable, pero estoy lo bastante cuerda como para admitirlo. Era una chica normal y sensata. Pero ya no.

Sólo el ronroneo del coche y Run, de Snow Patrol, sonando de fondo interrumpen el silencio del viaje de regreso a casa.

Jesse detiene el Aston Martin al llegar al Lusso y se acerca a mi lado del coche. Me ayuda a salir mientras intenta mantenerme tapada.

—A saber lo que va a pensar Clive —masculla mientras me coloca contra su pecho de nuevo. De repente me entra el pánico—. Ava, lo siento, pero a menos que me dejes cubrirte la espalda con la sábana no puedo hacer otra cosa.

Mete la sábana entre ambos y hace todo lo posible por sostenerla por un lado, protegiéndome de las miradas antes de entrar en el vestíbulo.

—¿Señor Ward? —Clive está perplejo. El pobre hombre ha visto cómo me llevaba borracha, cómo me llevaba mientras me resistía, cómo me llevaba enferma y también cómo me llevaba agotada. Debe de resultar evidente que ahora no estoy de ninguna de esas formas.

—Tranquilo, Clive. —Jesse hace todo lo posible por sonar relajado, pero no estoy segura de que haya colado.

Entramos en el ascensor y los espejos que nos rodean reflejan nuestra imagen en todas las direcciones. Allá adonde miro, veo el rostro pesaroso de Jesse y mi cuerpo frágil que lo envuelve. Cierro los ojos y apoyo la cabeza con fuerza sobre su hombro. Siento los movimientos de sus largas pisadas mientras me saca del ascensor en dirección al ático y a la suite principal.

—Despacito. —Me coloca sobre la cama boca abajo.

Deslizo los brazos bajo la almohada y hundo la cabeza en su suavidad, reconfortándome ligeramente mientras respiro la esencia de Jesse. Noto que me quita los vaqueros y, unos instantes después, está tumbado a mi lado, en la misma postura que yo. Estira la mano libre y me pasa la palma por la mejilla, sin duda para obtener el contacto que siempre necesita. Es lo único que puede hacer. No podrá ponerme boca arriba ni empotrarme contra la pared durante una buena temporada.

Permanecemos así mucho tiempo, mirándonos el uno al otro. Es agradable. No es necesario decir nada. Dejo que me acaricie la cara y me resisto contra la pesadez de mis párpados durante un rato hasta que me pasa los pulgares por ellos y ya no vuelven a abrirse.