Capítulo 23

Cuando la habitación entera aparece ante mi vista, me concentro en mantener estable la respiración. Me resulta difícil. La música de fondo que inunda mis oídos es la esencia absoluta del sexo y no hace sino aumentar el ritmo de mis latidos.

La enorme sala es tan hermosa como la recordaba, con todas esas vigas expuestas y los candelabros dorados tenuemente iluminados. Las cortinas austríacas están echadas sobre las ventanas de guillotina georgianas, y eso, unido a la escasa luz de los candelabros, proporciona el elemento clave; es sensual y erótico, pero no de una manera sórdida. No sabría decir exactamente por qué. Me encuentro rodeada de gente semi o completamente desnuda e, irónicamente, yo estoy admirando la decoración.

«Joder. ¡Hay gente desnuda por todas partes!»

Jesse saluda a muchas personas conforme avanzamos por la habitación. Las mujeres se embelesan y se ponen derechas al advertir su presencia, a pesar de que él me agarra de la mano con fuerza. Me siento fuera de lugar, principalmente porque estoy totalmente vestida. Lo miro y veo lo poco que le afecta encontrarse en este entorno. ¿Por qué iba a afectarle? Él está acostumbrado a esto. Ante mi vista se están desarrollando varias escenas, y todas ellas me confunden, pero a la vez me cautivan por completo. Es difícil no mirar.

Jesse me sonríe y me da un pequeño apretón en la mano.

—¿Estás bien? —pregunta tras detenerse y volverse para mirarme.

Asiento y le ofrezco una leve sonrisa. Al sentir que me acaricia el pulgar con el suyo, bajo la vista hacia nuestras manos unidas. Ha eliminado literalmente toda la ansiedad que sentía con su tacto. Vuelvo a mirarlo a la cara. Él también observa nuestras manos. Continúa acariciándome y se vuelve hacia una mujer joven, que no llegará a los treinta años, amarrada a una pesada estructura de madera, como la de la ampliación. Tiene los ojos vendados con un paño de seda negro y la boca ligeramente abierta.

Delante de ella se encuentra un hombre desnudo de cintura para arriba con las piernas ligeramente separadas que sostiene una fusta. Sus ojos reflejan lujuria y apreciación conforme recorre lentamente las curvas de sus senos con la punta. Ella se estremece ante su tacto.

Jesse mueve un poco la mano y lo miro, pero tiene la vista fija en la escena que acontece ante nosotros. Vuelvo a centrarme en la mujer atada mientras el hombre le pasa la fusta por la parte delantera, entre sus pechos y hacia su abdomen. Le rodea el ombligo con la punta con movimientos estudiados y meticulosos. Ella está gimiendo.

Cambio de postura y Jesse me mira con curiosidad. No le hago caso y observo cómo el hombre continúa con su práctica hasta que la fusta alcanza el punto en el que se unen los muslos. Ella exhala un fuerte gemido. Él pega la boca contra la suya para absorber sus sonidos. Deja la fusta y la sustituye por sus dedos. Le separa los labios e inicia una lenta fricción, arriba y abajo, aumentando su placer y sus gemidos. La joven arquea el cuerpo y tira de las ataduras que la retienen sujeta a la estructura indicando que ya está cerca.

Estoy sudando, siento algo de claustrofobia y el ritmo de mi corazón se ha acelerado aún más. Su compañero responde a sus sonidos acelerando sus caricias y besándola con más fuerza. El sonido de sus lenguas combatiendo se vuelve desesperado y, con un grito ahogado, ella alcanza el clímax y su cuerpo tensa las ataduras mientras él continúa acariciándola lentamente para agotar hasta la última chispa de placer. Ella se desploma y deja caer la barbilla sobre el pecho. Suelta un leve grito de sorpresa y Jesse me aprieta la mano en consonancia. Ha sido muy intenso, y estoy totalmente asombrada. No somos los únicos que observan la erótica escena que se desarrolla ante nosotros, pues ha atraído el interés de bastante gente, que se ha reunido alrededor de la pareja. Miro a mi alrededor y reconozco a varias personas que estaban en el bar y en la cena, sólo que ahora están desnudos o en paños menores. Hay que tener mucha seguridad en uno mismo para frecuentar el salón comunitario.

Jesse tira de mi mano para captar mi atención y lo miro, pero sólo me señala la escena con la cabeza. Ahora el hombre besa a la joven con agradecimiento. Recoge la fusta del suelo y se acerca lentamente a la espalda de la mujer arrastrando el artefacto por el suelo. Ella no puede verlo, pero su cuerpo se tensa de nuevo y levanta la cabeza, jadeando, al intuir sus intenciones. Él empieza a acariciarle la espalda pasándole las puntas de los dedos arriba y abajo por la columna y después por las nalgas de su trasero. Ella murmura de satisfacción, y creo que yo también lo he hecho. Jesse me mira. Me ha oído.

«¡Joder!»

El hombre acaricia sus nalgas firmes y perfectas, las frota y las amasa con la palma de la mano, y gruñe al ver cómo ella arquea la espalda y la relaja de nuevo. Tras unos cuantos minutos manipulando y frotando su culo firme, retira la mano y la mujer se pone tensa.

Sabe lo que va a pasar. Yo sé lo que va a pasar, y el aumento en la presión con la que Jesse me sostiene la mano confirma que él también lo sabe, pero no puedo apartar la vista. El hombre levanta la fusta y, con un rápido movimiento, azota una de sus nalgas. Ella grita. Me estremezco ante el alarido, aparto la mirada de la escena y hundo el rostro en la inmensidad del pecho de Jesse. Antes de que me dé cuenta, su mano sujeta mi cabeza y la aprieta contra su hombro para pegarme más todavía a su cuerpo. La presión de su mano alrededor de la mía se intensifica y oigo otro golpe. Me suelta la mano y me envuelve la espalda. Mis brazos quedan aprisionados entre nuestros torsos. Su cuerpo me protege por completo y, a pesar del ambiente que me rodea y de lo que está sucediendo, éste es el lugar más reconfortante en el que he estado jamás.

—Esto no va contigo, continuemos —me susurra al oído.

¿Continuar, adónde? ¿Y eso sí que irá conmigo? Siento tristeza cuando separa su enorme cuerpo del mío, pero dejo que me tome de la mano y me guíe. Oigo el golpe de la fusta de nuevo, una y otra vez, mientras abandonamos la zona, y cierro los ojos con fuerza con cada golpe, conteniendo el aliento. Soy incapaz de asimilar lo que acabo de presenciar. ¿Placer y dolor? ¡Sólo placer, por favor! Esa parte no estaba mal, pero entonces recuerdo la vez que Jesse me esposó y las fuertes palmadas que me daba en el culo mientras se hundía en mí. No voy a fingir que no disfruté de aquel polvo de castigo.

—¿Qué es esa música? —pregunto cuando doblamos una esquina y nos acercamos a un grupo de personas.

Me mira con una sonrisa.

—Enigma. ¿Por qué? ¿Te pone cachonda?

—No —bufo. ¡Aunque lo cierto es que sí!

En realidad me está excitando todo esto, pero no voy a admitirlo, aunque mi dedo, que juguetea frenéticamente con mi pelo, me delata. Jesse se echa a reír, me baja la mano y me coloca delante de una mujer y de tres hombres.

Se agacha hasta estar a mi altura.

—Para que quede claro. Nosotros no vamos a hacer esto nunca.

Lo miro y él me guiña un ojo. Es amargamente adorable, y agradezco la aclaración, porque no pienso compartirlo con nadie.

—¿Y lo otro? —digo con fingido desinterés, intentando no sonar esperanzada. Y creo que cuela.

Me mira directamente a los ojos.

—No voy a compartirte con nadie, Ava. Ni siquiera con sus miradas.

Parece ofendido, y sonrío, pero no me refería a hacerlo aquí en concreto. Hay suites privadas. Joder, pero ¿qué me pasa? Centro la atención de nuevo en la escena que tenemos delante.

Hay una mujer tumbada sobre una mullida colcha de pieles. Tiene las manos atadas holgadamente con una tira de cuero suave. Al mirar a Jesse, se pasa la lengua por los labios. Dejo escapar una carcajada ante su descaro. ¿Otra más? Está totalmente desnuda y sus ojos están cargados de deseo cuando desvía la mirada de Jesse a los tres hombres desnudos que se ciernen sobre ella. Es obvio que desea que él también participe, y estoy convencida de que lo que estoy a punto de ver está dedicado a él.

Los tres hombres adoptan posiciones, se arrodillan en distintos lugares alrededor de su cuerpo echado y le ponen las manos encima en diferentes lugares. Ninguno de ellos va a la misma zona. Todos saben el lugar de su cuerpo que les corresponde.

Uno desciende la cabeza hasta su pecho y empieza a rodearle el pezón con la lengua hasta endurecérselo. Después sella la aureola con la boca y absorbe mientras masajea el montículo de debajo con las manos.

Otro hombre está realizando la misma práctica sensual en el otro pecho, trabajando al unísono con el otro miembro, como si supieran perfectamente cómo complacerla. Los suspiros y las exhalaciones de la mujer indican que su empeño funciona. Mis propios pezones se erizan y se endurecen, y me aparto un poco al darme cuenta de que Jesse me está observando. Lo miro y él desvía la mirada, pero en su rostro se atisba una sonrisa maliciosa. Sabe que estoy excitada. Siento vergüenza y vuelvo a centrarme en la escena, esperando que mi cuerpo se comporte. El tercer hombre se ha unido y la está acariciando entre los muslos.

«¡Joder!»

Su propia humedad permite que los dedos se deslicen por la entrada de su cuerpo con facilidad. El hombre retira la mano, estira el brazo y le pasa los dedos mojados por el labio inferior. La lengua de la mujer sale disparada para lamerlos. Después desliza los dedos hasta su barbilla y empieza a descender por el centro de su cuerpo hasta llegar a su sexo. Ella eleva la pelvis en respuesta y lanza un grito de frustración cuando él retira la mano. El hombre apoya el brazo libre sobre su vientre para evitar sus movimientos y hunde dos dedos en su cuerpo, sonriendo ante sus intentos de liberarse.

Observo la escena totalmente hipnotizada mientras ella capta la atención del público con unos gemidos intermitentes que indican a los hombres que la están haciendo una mujer muy feliz, y me sorprendo al sentirme tremendamente excitada. Esos hombres la están colmando de atenciones, y el único placer que reciben es el que ella obtiene.

Sé que Jesse me está observando de nuevo y soy incapaz de mirarlo a la cara.

Justo entonces, el tipo que está entre sus muslos hace un gesto, una señal silenciosa, a los hombres que trabajan en sus pechos, y todos dejan de tocarla a la vez. Ella grita ante la pérdida de contacto, pero lanza un alarido de placer cuando le levantan las piernas, le separan las rodillas y una boca se hunde en sus pliegues hinchados. Instintivamente, cruzo las piernas y siento que Jesse relaja un poco la mano antes de volver a apretármela con fuerza.

Otro de los hombres reclama entonces su boca con avaricia, y el tercero vuelve a centrarse en sus pechos. Recoge con las manos ambos montículos, juguetea con ellos y los pellizca. Su lengua traza una línea entre ellos y finalmente divide la atención entre los dos a intervalos constantes. Los tres la miran con frecuencia a la cara y ella los recompensa con una mirada de pura satisfacción, lo que parece estimularlos todavía más. Está siendo adorada por tres hombres magníficos y, a no ser que seas una monja, es inevitable excitarse.

De pronto, su cuerpo se tensa visiblemente, señal de que está a punto de tener un orgasmo. Yo me tenso al instante también. La tensión aumenta cuando ellos advierten que está cerca y de repente todo se acelera. El hombre que está en su boca atrapa sus gemidos con un beso intenso, y el otro le separa aún más las rodillas para acceder mejor a ella. Trabajan en equipo con la intención de hacerla estallar.

Y entonces ella se deshace en un sonoro alarido, amortiguado ligeramente por la boca de uno de los hombres. Siguen trabajando durante su orgasmo, ralentizando la fricción y la velocidad de sus caricias y lametones. Ella se relaja y se queda en silencio mientras los hombres vuelven a acariciar su cuerpo con la boca y las manos. El que está a la altura de su boca deja sus labios, le desata la tira de cuero, le libera las manos y sonríe al ver que ella se frota las muñecas ligeramente. Al cabo de unos minutos, se tumba sobre la colcha de pieles. Sus acciones simbolizan la satisfacción personificada, y su mirada vuelve a posarse en Jesse.

Sacudo la cabeza con incredulidad. ¿Por qué no se levanta y saluda al público? A pesar de su engreimiento, ha sido bastante increíble y la escena me ha hechizado, aunque ahora me siento bastante violenta. Jesse ha estado ahí, ha hecho esas cosas, y lo ha hecho con muchas mujeres. Algunas de ellas están en esta habitación. ¿Con cuántas y hasta dónde ha llegado? Jesse dobla la muñeca y me doy cuenta de que le estoy agarrando la mano con fuerza. Lo miro a la cara y relajo la presión.

Él me observa atentamente, como adivinando mis pensamientos. Se vuelve por completo hacia mí y me coge de la otra mano.

—Tú no eres exhibicionista, Ava, y eso hace que te quiera más si cabe. Eres mía, y sólo mía, y yo soy sólo tuyo. ¿Entendido? —dice con una voz cargada de preocupación. Sabía lo que estaba pensando.

De repente me deshago, mi corazón se detiene durante un instante demasiado largo y me tambaleo ligeramente hacia adelante. Jesse me estrecha contra sí y apoyo la frente en su hombro. Su cuerpo es firme, cálido, y es mío.

—Joder —susurra mientras su pecho se hincha con una respiración profunda—. No tienes ni idea de cuánto te quiero. —Me besa la cabeza—. Vamos, quiero bailar contigo. —Se aparta y me cobija bajo su brazo para dirigirnos hacia la puerta. Después de ver todo esto, ¿quiere bailar conmigo? Se inclina hacia mí—. Me apuesto lo que sea a que estás mojada —dice suavemente. Me quedo sin aliento y él se ríe para sus adentros—. Sólo para mí —me recuerda. Ni que fuera necesario.

Miro por encima del hombro y me quedo pasmada. La mujer se ha puesto de rodillas, y uno de los hombres se inclina sobre su espalda y la penetra por detrás mientras que otro se arrodilla delante de ella y le introduce el pene en la boca silenciando sus aullidos. Abro los ojos como platos ante ese cambio tan radical. Los dos la percuten, cada uno desde un extremo de su cuerpo, y el tercero empieza a rondar el amasijo de cuerpos postrados. ¿Qué diablos se dispone a hacer?

«¡No puede ser!»

Observo sobrecogida cómo coge algo de un mueble cercano y se arrodilla detrás de ella. El otro hombre sale de su cuerpo y le separa las nalgas para proporcionarle acceso a su culo. Tengo que irme de aquí. He de marcharme ahora mismo, pero me quedo paralizada al ver que le introduce algo. No tengo ni idea de qué es, pero es grande y sólo se lo mete hasta la mitad. No puedo apartar la vista. Después se retira y deja que el otro hombre vuelva a penetrarla lanzando un grito antes de colocarse boca arriba debajo de la mujer. Le agarra un pecho con una mano, levanta la cabeza, le toma el otro con la boca y se lleva la mano libre a la polla.

Madre mía. Jesse tira de mi mano. Lo miro y veo una expresión de cautela en su rostro. Mi cara debe de ser un poema. Por favor, no puede ser que él también haya hecho eso.

—Vamos, ya has visto suficiente —dice, y tira de mí hacia la puerta que me alejará de todo esto. Joder, mi pobre e inocente cerebro acaba de ver la realidad de este lugar.

—¿Jesse?

—Calla, Ava. —Sacude la cabeza sin mirarme. Sabe lo que estoy pensando. Vuelvo a sentirme violenta, más que antes si cabe—. Sólo te necesito a ti —dice, negándose todavía a mirarme a los ojos.

—¿Tú has…?

—Te he dicho que te calles. —Continúa arrastrándome, y decido no insistir. Dudo que me diera una respuesta. No quiero ni imaginármelo así.

Cuando llegamos a la puerta, Natasha interrumpe nuestra huida. Está desnuda, excepto por un par de bragas de seda microscópicas. Se acerca a nosotros con las tetas bamboleando. No sé adónde mirar.

—Llevas demasiada ropa, Jesse —ronronea.

¿Qué? Después de lo que acabo de soportar, sin duda pretende llevarme al límite. Siento ganas de abofetearla. Mi mano forma un puño y se me tensa la mandíbula, pero Jesse desvía nuestro camino y la sortea.

—Haz el favor de tener un poco de respeto, Natasha —le suelta.

Mi ira se torna complacencia con la tajante respuesta de Jesse ante la impertinencia de Natasha conforme salimos del salón comunitario dejándola ahí plantada.

—Yo también quiero enviar una nota recordatoria —digo de forma sarcástica mientras me guía de vuelta al piso inferior por la escalera. Alguien tiene que poner a esas mujeres en su sitio. Son una panda de perdedoras maliciosas y desesperadas.

Él se echa a reír.

—Como quieras, Ava.

¿En serio? Eso nos ahorraría tener que abordarlas a todas y cada una de ellas por separado lanzándoles advertencias. Puede que le tome la palabra, y también puede que elabore otra nota recordatoria para los empleados con el mismo asunto. Aunque de ésas sólo necesitaría una copia. ¿Cuántas copias necesitaría para las socias femeninas?

—¿Quieres tomar algo? —pregunta Jesse cuando nos acercamos a la barra.

—Sí, por favor. —Intento que no se note que estoy herida, pero fracaso estrepitosamente.

Me mira con su expresión pensativa y empieza a morderse el labio. Se arrepiente de haberme llevado arriba. Y yo también me arrepiento de haber subido. Eso no me ha ayudado en mi intento de superar el pasado de Jesse.

—¿Por qué me has llevado allí? —pregunto. Él sabía lo que iba a ver. Yo no sé qué era lo que esperaba, pero desde luego eso no.

—Quieres que sea más abierto contigo.

Tiene razón. Y también me arrepiento de eso. Nunca podré borrar esas imágenes de mi mente, aunque no veo a unos extraños arrodillados o dando placer. Sólo veo a Jesse. Siento náuseas, pero me lo he buscado.

—No quiero volver ahí jamás.

—Entonces no lo harás —responde inmediatamente.

—Y tampoco quiero que vuelvas tú. —Estoy siendo poco razonable pidiéndole que evite el epicentro de su negocio.

Él me observa con detenimiento.

—No tengo ninguna necesidad de subir ahí. Lo único que necesito lo tengo en estos momentos al alcance de la mano, y quiero que siga siendo así.

Asiento y recorro su cuerpo con la mirada.

—Gracias —digo en voz baja sintiéndome culpable por exigirle esto, y más culpable todavía por el hecho de que haya accedido sin ofrecer ningún tipo de resistencia.

Me aparta el pelo de la cara con suavidad.

—Ve a buscar a Kate y yo iré a encargar las bebidas.

—Vale.

—Vamos. —Me da la vuelta y me insta a marcharme.

Atravieso el salón de verano y evito pasar por el aseo, aunque tengo ganas de orinar. La pista de baile está llena, y veo a Kate al instante. Su pelo rojo destaca entre la multitud. Entro en la pista justo cuando empieza a sonar Love man, de Otis Redding, y Kate chilla, entusiasmada por mi llegada y por la canción.

—¡¿Dónde estabas?! —grita por encima de la música.

—Visitando el salón comunitario —digo encogiéndome de hombros, pero entonces la terrible imagen de Kate participando en alguna de las escenas que se desarrollan en esa estancia invade mi mente. ¡No, por favor!

Sus grandes ojos azules se abren de par en par a causa del asombro, y en su rostro pálido se forma una enorme sonrisa. Eso no ayuda a borrar de mi mente esos pensamientos espantosamente insoportables. Me coge de la mano y yo me agarro el vestido para unirme a ella. Sam y Drew están muy borrachos y bailan dándolo todo y atrayendo la atención de muchas mujeres en la pista de baile. A Kate no parece importarle. Sigue cogiéndome de la mano y pone los ojos en blanco al ver a su compañero descarriado con su descarada sonrisa de siempre. Está tan tranquila y tan segura como de costumbre, pero Sam, por lo visto, no tanto. Pronto se aproxima y la aparta de un hombre que baila demasiado cerca de ella para su gusto.

De repente doy un brinco y casi me da un ataque de pánico cuando una espalda se pega contra la mía, pero entonces me invade su olor y vuelvo la cara hacia la barbilla que descansa sobre mi hombro.

—Hola, preciosa mía.

—Me has asustado.

—¿Cómo has sabido que era yo? —pregunta.

—Por instinto —respondo sonriéndole.

Él me devuelve la sonrisa.

—Vamos a bailar.

Se agacha y me levanta ligeramente el vestido. Después se pega a mi espalda y me lleva consigo. Empieza a mover las caderas lentamente, con la palma de la mano pegada a mi vientre, y me guía por la pista. Muevo las caderas yo también y bailamos sincronizados y al ritmo de la banda, que está haciendo una versión increíble de la famosa canción. Echo la cabeza hacia atrás y me río al ver su brazo suspendido en el aire, subiendo y bajando mientras aprieta las caderas contra mí. Nuestros movimientos circulares se aceleran y deceleran al ritmo de la música, y yo me balanceo de un lado a otro y hacia adelante y hacia atrás.

Kate y Sam están pegados como lapas, y Drew agarra a una mujer que lo estaba pidiendo a gritos.

Coloco la mano sobre la que Jesse tiene pegada a mi estómago y dejo que haga lo que quiera, sin reservas y sin preocuparme por las decenas de mujeres que nos rodean, quienes, conscientes de pronto de la presencia de Jesse en la pista, han empezado a dar lo mejor de sí en cuestiones de baile. Sus intentos por llamar su atención son totalmente en vano. Su barbilla descansa con firmeza sobre mi hombro mientras sigue golpeándome con sus gloriosos movimientos rotatorios y sin importarle lo más mínimo quién nos esté mirando. Está centrado en mí.

—Joder, te quiero —me dice al oído. Entonces me besa la sien, me agarra de la mano y me hace dar una vuelta para atraerme de nuevo contra su pecho.

Los bailarines aplauden y la banda empieza a tocar Superstition de Stevie Wonder. Kate suelta un alarido detrás de mí.

—¿Seguimos bailando? —Jesse enarca una ceja con una sonrisa segura y empieza a moverme de un lado a otro.

—Vamos a beber —ruego.

—No puedes seguirle el ritmo a tu dios, dulce seductora —dice con voz grave.

Somos los únicos que estamos abrazados. Todo el mundo a nuestro alrededor está entregado a la última oferta de la banda. Jesse tiene razón: son muy, muy buenos.

Me pasa la nariz por un lado de la cara y empieza a trazar lentos círculos con ella.

—¿Eres feliz?

—Hasta la locura —respondo sin vacilar. Es la pregunta más fácil que jamás haya tenido que responder. Lo pego aún más contra mí. Hay demasiado espacio entre nosotros.

—Entonces, mi misión aquí ha terminado.

Hunde el rostro en mi cuello e inspira profundamente. Yo sonrío de pura dicha mientras me abraza con fuerza, cobijándome entre sus brazos. Jamás había sido tan feliz, y sé que no podría serlo con nadie más. Puedo superar lo de su pasado.

—Tu dulce seductora se muere de sed —digo tranquilamente.

Siento cómo ríe contra mi cuello.

—Dios no lo quiera —dice, y me suelta por obligación—. Vamos, no quiero que me acusen de desatenderte. —Me da la vuelta entre sus brazos y empieza a guiarme fuera de la pista de baile.

Cuando llegamos al final, de repente soy consciente de que la cálida palma de Jesse se ha despegado de mi zona lumbar y me vuelvo para buscarlo. Al instante veo el rostro alarmado de mi hombre cuando cuatro mujeres (dos de las cuales son la voz número uno y número tres del baño) lo agarran y lo acarician mientras lo arrastran de nuevo hacia la pista de baile. Esas furcias no tienen ningún tipo de respeto. Kate, Sam y Drew observan la escena con la incredulidad reflejada en sus ebrios rostros mientras las mujeres se coordinan para retener a su presa. Jesse está atrapado y, como no empiece a abofetearlas, no irá a ninguna parte. Su cara de agobio es el resultado de la ansiedad que siente por el hecho de que yo esté viendo cómo pelea contra esa manada de lobas que intenta secuestrarlo. Y después de nuestro reciente encuentro en su despacho, sabe que no es el único que tiene instintos homicidas. A saber lo que haría él si la situación fuese al revés. La pista de baile se convertiría en un mar de sangre.

Me acerco tranquilamente a ellos, y Jesse me observa y deja de resistirse. Su repentina sumisión hace que las mujeres cesen en su sediento frenesí. Le tiendo la mano y él la toma inmediatamente. A continuación, todas apartan las manos del cuerpo de mi hombre y observan cómo reclamo con calma lo que es mío. Tiro de él y las miro a todas ellas con desdén. Se han quedado mudas. No digo nada, aunque su descaro hace que me hierva la sangre. Me doy la vuelta y saco a Jesse de la pista. Oigo unos cuantos gritos de sorpresa y un chillido de júbilo de Kate, pero no vuelvo la mirada. Estoy disfrutando el hecho de que, por primera vez, soy yo la que está dirigiendo a Jesse. Esto no había pasado jamás, y tampoco dura mucho. De repente me coge y me lleva en brazos el resto del camino hasta la barra.

—Me encanta cuando te pones posesiva —dice, satisfecho—. Dame un beso.

Quiero dejar claro que sólo me peleo con alguien cuando es necesario, pero sé que sería absurdo hacerlo si se diera la situación. Enrosco los brazos alrededor de su cuello y me ahogo en su boca mientras siento que un montón de ojos nos miran. Puede que, después de todo, no haga falta enviar ninguna nota recordatoria.

Me coloca sobre mi taburete de siempre y llama a Mario, que saca mi bebida al instante de debajo de la barra junto con dos botellas de agua.

Cojo una de las botellas y empiezo a beberme el agua antes de que Jesse tenga ocasión de ordenármelo.

Se apoya en el taburete de al lado y me ofrece una sonrisa de aprobación.

—Mario, ¿cómo vamos de existencias? —pregunta mientras vuelve a levantarse y se inclina sobre la barra para mirar una larga fila de interminables puertas de cristal. Echo una ojeada y veo que las estanterías están cada vez más vacías.

—Bueno, señor Ward, al parecer, esta noche los socios tienen mucha sed. —Ríe y quita algunas botellas vacías de los dispensadores—. Mañana haré inventario. Nos llega un pedido el domingo.

—Buen chico —dice Jesse, y vuelve a sentarse en el taburete con los pies apoyados en el reposapiés del mío—. ¿Estás bien? —Estira el brazo y me coloca bien el diamante.

Bostezo y asiento.

—Sí.

Sonríe.

—Te llevaré a casa. Ha sido un día largo.

Recibo de buen grado su sugerencia. Ha sido un día larguísimo. Marcar el terreno es agotador.

John entra en el bar, coge a Jesse del hombro y me saluda con una inclinación de la cabeza.

—¿Todo bien, muchacha? —ruge, y yo asiento.

De repente he perdido la capacidad de hablar. Estoy exhausta.

—Voy a llevarla a casa. ¿Todo bien arriba?

—Sí, todo bien —confirma John. Vuelve a saludarme con la cabeza y yo bostezo otra vez—. Pediré tu coche. Llévala a casa. —Saca el teléfono y da unas cuantas instrucciones breves y precisas y luego asiente en dirección a Jesse.

—Tengo que despedirme de Kate —consigo musitar a pesar de mi agotamiento. Me dispongo a bajarme del taburete, pero Jesse me pone la mano en la rodilla para detenerme.

Y entonces John suelta una de sus profundas risas de barítono, que te hace temblar de pies a cabeza.

—Creo que acabo de ver cómo desaparecía con Sam en el piso de arriba —anuncia.

«¿Qué?»

Jesse se contagia del humor de John.

—¿Quieres subir a despedirte?

—¡No! —Sé que mi cara refleja una repulsión absoluta, y ambos ríen aún con más ganas.

¿Presenciar cómo Kate y Sam copulan? No, gracias. Joder, ¿se les unirá alguien más? ¿Dónde está Drew? Me obligo a bloquear esos pensamientos tan desagradables.

—Llévame a casa —digo.

Me entra un escalofrío y me apoyo sobre mis pies cansados. A pesar de todo, estos zapatos son tremendamente cómodos, teniendo en cuenta que los llevo puestos desde hace más de siete horas.

Jesse y John intercambian unas cuantas palabras, pero mi cerebro impide que mis oídos escuchen. Sin embargo, sí que oigo que le dice a John que no lo espere mañana, lo que significa que voy a quedarme a dormir hasta las tantas en su casa, y pienso montar una escenita digna de un Oscar como me despierte con las primeras luces del alba con mi equipo de footing.

Me despido de Mario y de John y apoyo la cabeza sobre el hombro de Jesse. Él me dirige al exterior de La Mansión, me mete en su coche y se sienta al volante.

—Ha sido un día fantástico —farfullo medio dormida mientras mi cuerpo se acomoda contra la piel suave y fresca. Y es verdad, si dejamos a un lado lo de esas zorras desesperadas.

Me apoya la palma en el muslo y me lo acaricia suavemente.

—Para mí también, nena, gracias.

—¿Por qué me das las gracias? —digo bostezando y sintiendo los párpados pesados. Me he comportado como una niña malcriada ávida de atención.

—Por dejar que te lo recordara —responde tranquilamente.

Lo miro con mis ojos cansados y sonrío mientras él arranca el coche y empieza a acelerar. Cierro los ojos y cedo ante mi extenuación. Sí, me lo ha recordado, y me alegro de haber dejado que lo hiciera.

—Buenas noches, Clive. —Siento las vibraciones de la voz de Jesse en mi cuerpo, que está pegado con firmeza contra su pecho. Estoy cansadísima.

—Señor Ward, ¿quiere que le llame el ascensor?

—No, tranquilo. Gracias.

En mi estado comatoso, me pregunto si Clive vive aquí. Se supone que hay dos conserjes, pero nunca he visto al otro. Oigo cómo se cierra la puerta del ático de una patada y, antes de que me dé cuenta, estoy tumbada sobre la cama. Creo que ni siquiera voy a quitarme el vestido. Me acurruco de lado.

—Venga, vamos a quitarte ese vestido. —Me pone boca arriba.

—Déjalo —gruño medio dormida. No tengo energía.

Se echa a reír.

—No voy a acostarme contigo vestida, señorita. Jamás. Ven aquí. —Me incorpora tirando de mis manos y me quedo con las piernas colgando fuera de la cama para que me quite los zapatos—. Arriba. —Tira de mí suavemente para levantarme y me da la vuelta—. ¿Cómo se quita esto? —pregunta pasándome las manos por la espalda y por los costados.

Levanto la mano por encima del hombro y señalo la cremallera escondida. La coge y la baja lentamente a lo largo de mi espalda y después me quita los tirantes. Una vez libre del vestido, me dejo caer contra su pecho.

—Creo que esto sí que te lo voy a dejar puesto. —Su tono sugerente me espabila un poco mientras me pasa las manos por los laterales del corsé de encaje fino y por las caderas—. ¿Te cepillo los dientes?

—Por favor. —Empiezo a avanzar hacia el cuarto de baño con sus manos en mi cintura.

Me sienta sobre el mueble del lavabo, echa pasta de dientes en mi cepillo y lo pasa por debajo del grifo.

—Abre —me ordena, y abro la boca para que tenga acceso a mis dientes.

Empieza a cepillármelos con cuidado, trazando círculos lentamente y con paciencia, mientras me sostiene la mandíbula. En su frente se dibuja su arruga de concentración y sus ojos brillan de contento, y sé que es porque está realizando una de las tareas del trabajo que se ha autoasignado: cuidar de mí.

—Escupe —me ordena tras sacarme el cepillo.

Vacío la boca y dejo que me limpie los restos de pasta de los labios con el dedo. Me mira mientras se mete el pulgar en la boca y se lo chupa. Estoy cansada, pero no tanto. Me abro de piernas, lo agarro de la camisa, tiro de él y lo pego contra mí con todas mis fuerzas.

Él me sonríe.

—Parece que te has despertado. —Me coge la cara con las dos manos y me planta un beso tierno en los labios.

No me he espabilado del todo, pero me ha puesto una de las manos en el lugar adecuado y sé que voy a hacerlo.

—Eres tú. Es instintivo. —Todavía sueno medio dormida.

—Pensaba que nunca diría esto, pero esta noche no voy a tomarte.

Me rodea la nariz con la suya y yo muevo las caderas hacia adelante para estimularlo. Ahora soy yo la que se está comportando como una zorra desesperada.

Se aparta y me lanza una mirada severa con una ceja enarcada.

—No —dice, y me aparta las manos de su rostro—. ¿Quieres quitarte el maquillaje?

No me lo puedo creer.

—¿Me estás rechazando? —pregunto, desconcertada. ¿Acaso hay unas reglas para él y otras para mí? Su rechazo ha acabado de despertarme del todo.

Empieza a morderse el labio y me mira con curiosidad.

—Supongo. ¿Quién iba a decirlo, eh? —Se encoge de hombros y moja una toalla con agua caliente—. A ver esa preciosa cara. —Lo miro y él pasa el paño húmedo por mi expresión ceñuda.

—Creía que íbamos a hacer las paces como era debido. —Me siento despreciada, y se refleja en mi tono.

Se detiene y sus labios se curvan hacia arriba.

—¿No somos amigos ya?

—No.

—¿Ah, no? —Arruga la frente—. ¿Te acurrucarías contra alguien que no fuera amigo tuyo?

Aprieto los labios, planto las manos sobre su firme trasero y lo acerco hacia mí.

—Puede que lo hiciera, si mi no amigo me promete que haremos las paces por la mañana.

Él ríe ligeramente.

—Trato hecho. Vamos a acurrucarnos. —Me levanta del mueble del lavabo—. Me encanta verte con encaje, pero me gustas todavía más desnuda y encima de mí. Vamos a quitártelo.

Me lleva al dormitorio, me deja en el suelo, me desabrocha todos los corchetes en el centro de mi espalda y deja que el corsé caiga al suelo antes de deslizarme las bragas por las piernas.

Da un paso atrás, empieza a desnudarse también y me señala la cama con la cabeza. Me meto y me acomodo. El cansancio previo vuelve a apoderarse de mí en cuanto apoyo la cabeza en la almohada. Jesse se mete también y deja que me acurruque contra su pecho, que es mi lugar favorito en este mundo. Sus brazos rodean mi cuerpo y empiezo a dormirme así, sin más.

—Mañana iremos a casa de Kate a por tus cosas. —Se revuelve un poco y me pega todavía más a su cuerpo—. El lunes hablaremos con Patrick, y creo que deberías decirles a tus padres que soy más que un amigo.

Asiento entre murmullos ininteligibles. Mudarme aquí oficialmente no me parece ningún problema, pero me preocupa la reacción de Patrick y de mis padres. En realidad, lo de Patrick tampoco me preocupa demasiado, a pesar de la situación con Mikael, que aún no sé cómo voy a solucionar. La opinión de mis padres, en cambio, sí que es un problema. Para el resto del mundo, Jesse podría parecer un tirano controlador, y en cierta medida lo es, pero también es muchas otras cosas. No estoy segura de si mi madre y mi padre serán capaces de ver más allá de su evidente necesidad de dominarme y controlarme. No lo verían muy sano, pero ¿acaso no lo es si es consentido? Y no lo acepto por estar asustada ni por sentirme vulnerable, sino porque lo amo sin medida y porque las veces en las que me dan ganas de gritar de frustración, o incluso de estrangularlo, quedan totalmente eclipsadas con momentos como éste. Es verdad que resulta imposible, y me enfrento a él hasta cierto punto, pero no soy tan ilusa como para pensar que soy yo la que lleva los pantalones en esta relación. Sé perfectamente por qué se comporta de esta manera conmigo. Sé que teme que desaparezca de su vida, pero yo vivo con el mismo miedo. Y no tengo claro si los temores de Jesse son infundados, no después de que haya descubierto su pasado.