Capítulo 3
—Te quiero.
Soy vagamente consciente de que su palma me sostiene la nuca y de que me está pasando los dedos por el pelo. Es una sensación muy reconfortante… y maravillosa. Abro los ojos y me encuentro con una versión algo apagada de los ojos verdes que tan bien conozco.
Me pongo de pie y me golpeo el tobillo con la mesita de café.
—¡Mierda! —maldigo.
—¡Esa boca! —me reprende con voz ronca.
Me agarro el tobillo, pero entonces me despierto del todo y recuerdo dónde estoy. Bajo el pie y desvío la mirada hacia el sofá, donde encuentro a Jesse semiincorporado y con un aspecto espantoso; pero al menos está consciente.
—¡Te has despertado! —exclamo.
Hace una mueca de dolor y se agarra la cabeza con la mano buena.
«Ay, mierda».
Debe de tener una resaca monumental, y aquí estoy yo, dando gritos. Reculo unos pocos pasos hasta dar con la silla que tengo detrás y me siento. No sé qué decirle. No voy a preguntarle cómo se encuentra, es bastante evidente, y no voy a darle una charla sobre seguridad personal ni sobre cuestiones de salud. Lo que realmente quiero preguntarle es si recuerda nuestra discusión. ¿Qué debería hacer?
No lo sé, así que decido sentarme con las manos sobre el regazo y mantener la boca cerrada.
Observo cómo me mira y mi mente se inunda de cosas que anhelo expresar pero no puedo. Deseo decirle que lo quiero, para empezar. Y quiero preguntarle por qué no me había contado que regenta un club de sexo, o que tiene un problema con la bebida. ¿Se estará preguntando qué hago aquí? ¿Querrá que me marche? Joder, ¿necesita un trago? El silencio me está matando.
—¿Cómo te encuentras? —suelto, deseando al instante haber mantenido la boca cerrada.
Él suspira y se inspecciona la mano herida.
—Fatal —sentencia.
Ah, vale. ¿Y ahora qué digo? No parece en absoluto contento de verme, así que quizá debería irme antes de empujarlo a abrir otra botella. Aunque en ese caso tendrá que salir a comprarla, y eso probablemente le dé aún más motivos para cabrearse conmigo.
Concluyo que debe de necesitar tomar líquidos, así que me levanto y me dirijo a la cocina. Le llevaré un poco de agua y me marcharé.
—¿Adónde vas? —pregunta algo nervioso, incorporándose en el sofá.
—He pensado que necesitas beber agua —lo tranquilizo, un poco más animada.
No quiere que me vaya. He visto esa expresión en su rostro muchas veces. Normalmente tras ella suele aparecer el controlador dominante, después de inmovilizarme en alguna parte, pero no voy a emocionarme en exceso. No tiene fuerzas para perseguirme, inmovilizarme o dominarme en estos momentos. Ese pensamiento me decepciona.
Mi respuesta lo tranquiliza. Sigo hacia la cocina y miro el reloj del horno mientras cojo un vaso. Son las ocho en punto. He dormido diez horas seguidas. No lo había hecho desde…, bueno, desde la última vez que estuve con Jesse.
Saco la botella de agua de la nevera y lleno el vaso antes de regresar al inmenso espacio diáfano, donde me encuentro a Jesse sentado en el sofá con la cabeza entre las manos y la manta arrugada sobre su regazo.
Cuando llego donde está él, levanta los ojos y nuestras miradas se encuentran. Le doy el agua. Coge el vaso con la mano sana y me roza con los dedos. Retiro los míos rápidamente y el agua se derrama del vaso. No sé por qué ha pasado eso, y la expresión de su rostro me parte el alma al instante. Está temblando violentamente, y me pregunto si será el síndrome de abstinencia. Estoy convencida de haber leído que los temblores son un síntoma, junto con una larga lista de otros indicios.
Sigue mi mirada hasta su mano y niega con la cabeza. Es extraño. Nunca nos había pasado esto. Ninguno de los dos sabe qué decir.
—¿Cuándo fue la última vez que bebiste? —pregunto. Sé que estoy entrando en un terreno pantanoso, pero tengo que decir algo.
Bebe un trago de agua y se deja caer de nuevo en el sofá. Sus abdominales se ven más perfilados con la ligera pérdida de peso.
—No lo sé; ¿qué día es hoy?
—Sábado.
—¿Sábado? —pregunta, claramente estupefacto—. Mierda.
Imagino que eso significa que ha perdido mucho tiempo, pero no es posible que haya estado encerrado en este ático bebiendo durante cinco días seguidos. Habría acabado muerto, ¿no?
Y entonces vuelve a hacerse el silencio y yo me siento de nuevo en el sillón que está justo enfrente de él, buscando algo adecuado que decir. Detesto esto. Normalmente me abalanzaría sobre él, lo rodearía con mis brazos y dejaría que me ahogara a besos sin pensarlo dos veces, pero se encuentra muy débil (cosa difícil de asumir, teniendo en cuenta su constitución alta y atlética). Mi hombre fuerte y duro está hecho un despojo tembloroso, y eso me está matando. Y, para colmo de males, ni siquiera sé si querría que lo hiciera. Ni si quiero hacerlo yo. Este hombre no es el tipo del que me enamoré. ¿Es éste el auténtico Jesse?
Se sienta y juguetea con el vaso pensativamente; la sensación familiar de verlo cavilar me resulta reconfortante, es una pequeña parte de él que reconozco, pero no soporto este silencio.
—Jesse, ¿puedo hacer algo? —pregunto, desesperada, rogando para mis adentros que me diga algo, lo que sea.
Suspira.
—Hay muchas cosas que puedes hacer, Ava. Pero no voy a pedirte que hagas ninguna de ellas —dice sin mirarme.
Quiero gritarle, decirle todo lo que me ha hecho. Verlo ahí, desaliñado y pasando el dedo por el borde del vaso, no hace sino reforzar la parte sensata de mi cerebro que me insta a huir.
—¿Quieres ducharte? —pregunto. No puedo seguir aquí sentada en silencio o acabaré tirándome de los pelos.
Se inclina hacia adelante y hace una mueca de dolor.
—Claro —masculla.
Le cuesta ponerse de pie y me siento como una auténtica zorra por no ayudarlo, pero no sé si quiere que lo haga ni tampoco si soy capaz de hacerlo. El ambiente entre nosotros es muy tenso.
Al levantarse, las frazadas le caen a los pies; mira hacia abajo y ve que está desnudo.
—Mierda —maldice, y se agacha para coger una de las mantas. Se la envuelve alrededor de la cintura y se vuelve hacia mí—. Lo siento —dice encogiéndose de hombros.
¿Lo siente?
Como si no lo hubiera visto desnudo antes. De hecho, lo he visto muchas veces. Según sus propias palabras, no hay ni un solo milímetro de mi cuerpo que no lo haya tenido dentro o encima.
Dejo caer los hombros y suspiro mientras empiezo a subir con él la escalera hasta la suite principal. Nos lleva un tiempo, y lo pasamos en un incómodo silencio, pero lo conseguimos. No sé cuánto más puedo permanecer aquí. Esto es muy diferente de lo que estoy acostumbrada con este hombre.
—¿Te apetece más un baño? —pregunto adelantándome de camino al lavabo. Parece exhausto tras el esfuerzo, así que no creo que consiga mantenerse de pie en la ducha. Un buen baño le relajará los músculos y le hará bien.
Él se encoge de hombros de nuevo.
—Bueno.
Vale, le doy un baño y me marcho. No puedo hacer esto. Éste es el hombre al que empezaba a creer que conocía, a quien deseaba desesperadamente conocer, pero me tortura haber descubierto que no lo conozco en absoluto, ni siquiera un poco. Llamaré a John para ver qué me aconseja que haga. No estoy hecha para esto. Está callado, encerrado en sí mismo, y todas las cosas dolorosas que me gritó durante nuestra discusión parecen más altas y más claras cuanto más tiempo paso aquí. ¿Por qué me metí en ese ascensor?
Abro el enorme grifo y coloco la mano debajo hasta que el agua sale a la temperatura adecuada mientras hago todo lo posible por no pensar en conversaciones de bañera y en el hecho de que el propio Jesse proclamó que ahora era un hombre de baño (pero sólo cuando yo estoy con él). Pongo el tapón y dejo que corra el agua, consciente de que la inmensa tina tardará una eternidad en llenarse.
Me vuelvo y me encuentro frente al mueble del lavabo. Ahí es donde tuvimos nuestro primer encuentro sexual. En este baño nos hemos duchado juntos, nos hemos bañado juntos y hemos tenido muchas sesiones de sexo vaporoso juntos. Y también aquí es donde lo vi por última vez.
«¡Basta!»
Bloqueo esos pensamientos y me mantengo ocupada buscando sales de baño y entreteniéndome con otras tonterías mientras Jesse permanece apoyado contra la pared en silencio. Efectivamente, la bañera tarda una vida en llenarse, y empiezo a desear haberme limitado a meterlo en la ducha.
Por fin parece que se ha llenado lo suficiente.
—Ya puedes entrar —digo brevemente mientras salgo del baño. Nunca me había sentido tan obligada a huir de su presencia. Me he largado con pataletas y he evitado que me tocara por miedo a perder la cabeza, pero jamás había querido marcharme realmente. Ahora sí.
—Actúas como una extraña —apunta con voz suave cuando llego a la puerta.
Me detengo en seco. Esta situación me resulta muy dolorosa.
—Me siento como una extraña —respondo sin volverme, tragando saliva e intentando evitar los temblores que amenazan con invadir mi cuerpo.
Vuelve a hacerse el silencio y mi cerebro es un caos de instrucciones contradictorias. La verdad es que no sé qué hacer. Pensaba que el dolor ya no podía empeorar más. Creía que ya me encontraba en el peor de los infiernos. Pero me equivocaba. Verlo así me está matando. Tengo que irme y continuar con mi lucha por superar esta relación. Siento que ahora que lo he visto de nuevo he retrocedido varios pasos, pero la verdad es que no había hecho ningún avance en mi recuperación. En todo caso, esto hará que todo el doloroso proceso resulte más sencillo.
—Por favor, mírame, Ava.
Sus palabras, más una súplica que sus típicas órdenes, hacen que el corazón se me desboque. Incluso su voz suena diferente. No es el rugido grave, ronco y sexy al que estoy acostumbrada. Ahora es afónica.
Me vuelvo lentamente para mirar a ese hombre extraño y veo que se está mordiendo el labio inferior y me observa a través de unos ojos verdes hundidos.
—No puedo hacer esto. —Doy media vuelta y me marcho. Mi corazón palpita con fuerza, aunque cada vez más despacio. Sin duda, no tardará en detenerse.
—¡Ava!
Oigo que viene tras de mí, pero no me doy la vuelta. Apenas tiene fuerzas, así que quizá esta vez consiga escapar de él. ¿Cómo se me ocurrió venir aquí? Las imágenes del domingo pasado inundan mi cabeza mientras desciendo a toda prisa, con la vista borrosa y las piernas entumecidas.
Cuando llego al pie de la escalera, siento el tacto familiar de su mano agarrándome de la muñeca. Presa del pánico, me vuelvo y lo aparto de un empujón.
—¡No! —grito frenéticamente intentando liberarme de su firme sujeción—. ¡No me toques!
—Ava, no hagas esto —me ruega, y me agarra de la otra muñeca sosteniéndome delante de él—. ¡Para!
Me desmorono en el suelo, sintiéndome frágil e impotente. Ya estoy herida, pero puede asestarme el golpe mortal que acabará conmigo.
—Por favor, no —gimoteo—. No me hagas esto más difícil.
Él se deja caer al suelo conmigo, me coloca sobre su regazo y me aprieta contra su pecho. Yo sollozo sin parar contra su torso. No puedo evitarlo.
Hunde su rostro en mi pelo.
—Lo siento —susurra—. Lo siento muchísimo. No me lo merezco, pero dame una oportunidad. —Me aprieta con fuerza—. Necesito otra oportunidad.
—No sé qué hacer —digo con sinceridad.
De verdad que no sé qué hacer. Siento la necesidad de escapar de él, aunque al mismo tiempo siento la necesidad de quedarme y dejar que haga mejor las cosas. Pero si me quedo, ¿me asestará ese golpe de gracia? Y si me marcho, ¿estaré dándonos yo el golpe de gracia a ambos?
Lo único que sé es que éste no es el Jesse asertivo, firme y fuerte, el Jesse que cavila cuando lo desafío, y el que me agarra con fuerza cuando amenazo con dejarlo y me folla hasta que pierdo el sentido. Éste no es ese hombre.
—No vuelvas a alejarte de mí —me suplica abrazándome con firmeza, y noto que ha aflojado los grilletes.
Me aparto, me seco el rostro empapado de lágrimas con el dorso de la mano y la mirada fija en su estómago. Su enorme cicatriz resalta ahora más que nunca. No puedo mirarlo a los ojos. Ya no me resultan familiares. No están oscuros de ira ni brillantes de placer; ni entornados con furia, ni cargados de deseo por mí. Son fosas vacías que no me ofrecen ningún consuelo. No obstante, a pesar de ello, sé que si salgo por esa puerta será mi fin. Mi única esperanza es quedarme aquí y hallar las respuestas que necesito, y rezar para que no acaben conmigo. Él tiene el poder de destruirme.
Desliza su mano fría bajo mi barbilla y levanta mi cara hacia la suya.
—Voy a hacer esto bien. Voy a conseguir que lo recuerdes, Ava.
Lo miro a los ojos y veo determinación reflejada en la bruma verde de sus ojos. La determinación es buena, pero ¿borra el dolor y la locura que la preceden?
—¿Puedes hacer que lo recuerde de una manera convencional? —le pregunto en serio. No es ninguna broma, pero él sonríe ligeramente.
—Desde ahora ése será mi objetivo. Haré lo que haga falta.
Pronuncia esas palabras, las mismas que dijo la noche de la inauguración del Lusso, con idéntica convicción que entonces. Cumplió su promesa de demostrar que yo lo deseaba. Una pequeña chispa de esperanza ilumina mi apesadumbrado corazón. Vuelvo a hundir el rostro en su pecho y me aferro a él. Lo creo.
Un suspiro silencioso escapa de sus labios mientras me estrecha con fuerza y permanece así como si su vida dependiera de ello.
Seguramente así sea. Y la mía también.
—Se te va a enfriar el agua —murmuro contra su pecho desnudo.
Un rato después, todavía seguimos tirados en el suelo abrazados con fuerza.
—Estoy a gusto —protesta, y percibo algo de familiaridad en su tono.
—También necesitas comer —le informo. Se me hace raro darle órdenes—. Y deberían verte esa mano. ¿Te duele?
—Mucho —confirma.
No me extraña. Tiene un aspecto horrible. Espero que no se la haya roto, porque después de cinco días sin tratamiento médico los huesos podrían habérsele soldado mal.
—Vamos. —Me despego de su abrazo. Él gruñe, pero finalmente me suelta. Una vez de pie, le tiendo la mano, y él me mira con una leve sonrisa antes de aceptarla y levantarse también.
Subimos en silencio y nos dirigimos de nuevo a la suite principal.
—Adentro —lo insto señalando la bañera.
—¿Ahora eres tú quien da las órdenes? —dice arqueando las cejas. Él también encuentra extraña esta vuelta de tuerca.
—Eso parece —respondo haciendo un gesto con la cabeza hacia la tina.
Él empieza a morderse el labio, sin hacer ademán de meterse en el agua.
—¿Te metes conmigo? —pregunta con voz tranquila.
De repente me siento incómoda y fuera de lugar.
—No puedo. —Niego con la cabeza y retrocedo ligeramente. Esto va en contra de todos mis impulsos, pero sé que en cuanto me rinda a sus afectos y a su tacto, me desviaré de mi objetivo de aclararme las ideas y obtener respuestas.
—Ava, me estás pidiendo que no te toque. Eso va en contra de todos mis instintos.
—Jesse, por favor. Necesito tiempo.
—Ava, no tocarte es antinatural. No está bien.
Tiene razón, pero no debo dejarme absorber por él. He de mantener la cabeza fría, porque en cuanto me pone las manos encima olvido mi propósito.
No le contesto. Vuelvo a mirar la bañera y después a él, que sacude la cabeza, se quita la manta de la cintura, se mete en el agua y se sienta a regañadientes. Cojo un recipiente del mueble del lavabo y me agacho a su lado para lavarle el pelo.
—No es lo mismo si no te metes dentro conmigo —gruñe. Se inclina hacia atrás y cierra los ojos.
Hago caso omiso de sus protestas y empiezo a lavarle el pelo y a enjabonar su cuerpo esbelto de la cabeza a los pies, luchando contra las inevitables chispas que saltan en mi interior al contacto con su piel.
Me entretengo un poco más alrededor de la cicatriz de su abdomen esperando para mis adentros que esto lo invite a explicarme cómo se la hizo, pero no me lo dice. Mantiene los ojos y la boca cerrados. Tengo la sensación de que va a ser una ardua tarea. Nunca me cuenta nada, y evita mis preguntas con una advertencia severa o usando tácticas de distracción. No puedo dejar que vuelva a pasar, y para ello necesitaré toda mi determinación y mi fuerza de voluntad. No me sale de manera natural resistirme a él.
Le paso la mano por el rostro hirsuto.
—Tienes que afeitarte.
Abre los ojos, se lleva la mano buena a la barbilla y se acaricia la barba.
—¿No te gusta?
—Tú me gustas de todas formas.
«¡Excepto borracho!»
Por la expresión que cruza su rostro, estoy casi convencida de que me ha leído la mente, aunque lo más probable es que él haya pensado exactamente lo mismo.
—No pienso beber ni una gota más —afirma con rotundidad mirándome directamente a los ojos mientras pronuncia su voto.
—Pareces muy seguro —respondo tranquilamente.
—Lo estoy. —Se incorpora en el baño y se vuelve para mirarme. Levanta la mano maltrecha para cogerme la cara y compone una mueca de dolor al ver que no puede hacerlo—. Lo digo en serio, nunca jamás. Te lo prometo. —Parece sincero—. No soy un alcohólico empedernido, Ava. Admito que se me va un poco de las manos cuando me tomo un trago, y que me cuesta parar, pero puedo elegir si bebo o no. Me encontraba muy mal cuando me dejaste. Sólo quería aliviar mi dolor.
Se me encoge el corazón y siento una mezcla de alivio y duda. Todo el mundo se descontrola cuando bebe, ¿no?
—Pero volví —digo apartando la mirada e intentando dar forma a lo que necesito decir. Miles de palabras han estado oprimiéndome la mente desde hace días, pero ahora no me viene ninguna a la cabeza—. ¿Por qué no me lo habías contado? ¿Es a eso a lo que te referías cuando dijiste que el daño sería mayor si te dejaba?
Agacha la cabeza.
—No debería haber dicho eso.
—No, no deberías.
Vuelve a mirarme a los ojos.
—Sólo quería que te quedaras. Me quedé sorprendido cuando me dijiste que tenía un hotel encantador. —Sonríe ligeramente y yo me siento idiota—. Todo fue muy intenso y muy de prisa. No sabía cómo contártelo. No quería que salieras corriendo de nuevo. No parabas de huir. —Se detiene en cada una de estas últimas palabras como deletreándolas. Todavía se siente frustrado por mis constantes evasiones. Aunque tenía motivos. Todo ese tiempo sabía que debía escapar de él.
—Pero no iba muy lejos, ¿verdad? No me dejabas.
—Iba a contártelo. No esperaba que vinieras a La Mansión así. No estaba preparado, Ava.
No hace falta que lo jure. Todas las demás veces que había visitado el supuesto hotel, me escoltaban o me encerraban en el despacho de Jesse. Estoy segura de que el personal estaba advertido de que no debía hablar conmigo y de que nadie debía acercarse a Jesse cuando yo estaba con él. Y, es verdad, todo fue muy intenso y muy de prisa, pero yo no tuve nada que ver con eso. Joder, tenemos mucho de que hablar. Necesito que me cuente algunas cosas. Aquel ser pequeño y despreciable al que Jesse golpeó en La Mansión tenía cosas muy interesantes que decir. ¿Tenía Jesse una aventura con su mujer?
Son tantas las preguntas…
Suspiro.
—Venga, te estás arrugando. —Le paso una toalla y él también suspira antes de impulsarse hacia arriba agarrándose a un lado de la bañera con la mano sana. Sale de la tina y le paso la toalla por todo el cuerpo mientras me observa detenidamente.
Sus labios se curvan hacia arriba formando lo que parece ser una sonrisa cuando le seco el cuello.
—Hace algunas semanas era yo el que aliviaba tu resaca —dice tranquilamente.
—Seguro que a ti te duele la cabeza bastante más que a mí entonces —replico restándole importancia a aquel recuerdo y colocándole la toalla alrededor de la cintura—. Ahora, a comer, y después al hospital.
—¿Al hospital? —espeta, azorado—. No necesito ningún hospital, Ava.
—Tu mano, sí —le aclaro. Probablemente crea que quiero ingresarlo en una clínica de desintoxicación.
Al ver a lo que me refería, levanta la mano y se la inspecciona. La sangre ha desaparecido, pero sigue teniendo mal aspecto.
—Está bien —gruñe.
—Yo creo que no —protesto con ternura.
—Ava, no necesito ir al hospital.
—Pues no vayas. —Doy media vuelta y me dirijo a la habitación.
Él me sigue, se sienta a los pies de la cama y observa cómo desaparezco en el inmenso vestidor. Rebusco entre su ropa y cojo un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca. Necesita estar cómodo. Saco unos bóxeres de la cómoda y, al volver al cuarto, me lo encuentro tirado de nuevo sobre la cama. Subir la escalera y darse un baño lo han dejado molido. Me resulta difícil imaginar lo que debe de ser sufrir una resaca de semejante magnitud.
—Ponte esto. —Dejo la ropa en la cama a su lado, él se vuelve para inspeccionar lo que he seleccionado y exhala un suspiro de cansancio.
Al ver que no tiene intención de vestirse, cojo los calzoncillos, me arrodillo delante de él y los sostengo ante sus pies. Me ha hecho esto muchas veces. Le doy un golpecito en el tobillo y él se incorpora en la cama, me mira, y un pequeño brillo se enciende en sus ojos. Otro rasgo familiar.
Sin decir nada, mete los pies por las perneras y se levanta para que pueda subirle la prenda interior pero, cuando estoy a medio camino, la toalla se le cae y me encuentro ante su enorme erección.
Suelto los calzoncillos y me alejo de él como si fuera a quemarme o algo así. Parece ser que algunas partes de su cuerpo siguen siendo funcionales, pienso para mis adentros mientras intento fingir que esa prolongación dura como el acero que se encuentra al alcance de mi mano no está ahí. Lo miro a la cara y, por primera vez, sus ojos brillan plenamente, pero no es buena señal. He visto esa mirada en más de una ocasión, muchas, de hecho, y no es lo que necesito en estos momentos, aunque mi cuerpo no está en absoluto de acuerdo con mi cerebro. Me esfuerzo por controlar el impulso de empujarlo encima de la cama y montarme a horcajadas sobre él. No pienso permitir que nos desviemos del objetivo con el sexo. Tenemos mucho de que hablar.
Se agacha y se sube los calzoncillos del todo.
—Iré al hospital —dice finalmente—. Si quieres que vaya, iré.
Lo miro con el ceño fruncido.
—El hecho de que accedas a que te miren la mano no va a hacer que caiga rendida a tus pies de gratitud —respondo con sequedad.
Él también frunce el ceño ante mi tono brusco.
—Voy a dejar pasar eso.
—Tienes que comer algo —murmuro. Doy media vuelta y salgo de la habitación, dejando que Jesse termine de ponerse los pantalones y la camiseta.
Necesito que quiera estar bien, no que lo haga únicamente porque crea que eso lo acercará más a mí. Eso no funcionará. Sólo sería otra forma de manipulación, y he de evitar todo lo que influya en esa pequeña parte de mi cerebro que funciona correctamente.