Es increíble, de un pantalón puede salir cualquier cosa, pelusas, relojes, recortes, aspirinas carcomidas, en una de ésas metés la mano para sacar el pañuelo y por la cola sacás una rata muerta, son cosas perfectamente posibles. Mientras iba a buscar a Étienne, todavía perjudicado por el sueño del pan y otro recuerdo de sueño que de golpe se le presentaba como se presenta un accidente callejero, de golpe zás, nada que hacerle, Oliveira había metido la mano en el bolsillo de su pantalón de pana marrón, justo en la esquina del Boulevard Raspad y Montparnasse, medio mirando al mismo tiempo el sapo gigantesco retorcido en su robe de chambre, Balzac Rodin[1] o Rodin Balzac, mezcla inextricable de dos relámpagos en su broncosa helicoide, y la mano había salido con un recorte de farmacias de turno en Buenos Aires y otro que resultó una lista de anuncios de videntes y cartománticas. Era divertido enterarse de que la señora Colomier, vidente húngara (que a lo mejor era una de las madres de Gregorovius) vivía en la rue des Abbesses[2] y que poseía secrets des bobémes pour retour d’affections perdues. De ahí se podía pasar gallardamente a la gran promesa:Désenvoûtements, tras de lo cual la referencia a la voyance sur photo parecía ligeramente irrisoria. A Étienne, orientalista amateur, le hubiera interesado saber que el profesor Mihn vs offre le vérit. Talisman de l’Arbre Sacré de l’Inde. Broch. c. 1 NF timb. B.F.27, Cannes. Cómo no asombrarse de la existencia de Mme Sanson,Medium-Tarots, prédict. étonnantes, 23 rue Hermel[3] (sobre todo porque Hermel, que a lo mejor había sido un zoólogo, tenía nombre de alquimista), y descubrir con orgullo sudamericano la rotunda proclama de Anita, caries, dates précises, de Joana-Jopez (sic), secrets indiens, tarots espagnols, y de Mme Juanita, voyante par domino, coquillage, fleur. Había que ir sin falta con la Maga a ver a Mme Juanita. Coquillage, fleur! Pero no con la Maga, ya no. A la Maga le hubiera gustado conocer el destino por las flores. Seule MARZAK prouve retour affection. ¿Pero qué necesidad de probar nada? Eso se sabe en seguida. Mejor el tono científico de Jane de Nys,reprend ses VISIONS exactes sur photogr. cheveux, écrit. Tour magnétiste intégral. A la altura del cementerio de Montparnasse, después de hacer una bolita, Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con Baudelaire del otro lado de la tapia, con Devéria, con Aloysius Bertrand[4], con gentes dignas de que las videntes les miraran las manos, que Mme Frédérika, la voyante de l’élite parisienne et internationale, célèbre par ses prédictions dans la presse et la radio mondiales, de retour de Cannes. Che, y con Barbey d’Aurevilly, que las hubiera hecho quemar a todas si hubiera podido, y también, claro que sí, también Maupassant[5], ojalá que la bolita de papel hubiera caído sobre la tumba de Maupassant o de Aloysius Bertrand, pero eran cosas que no podían saberse desde afuera.

A Étienne le parecía estúpido que Oliveira fuera a jorobarlo a esa hora de la mañana, aunque lo mismo lo esperó con tres cuadros nuevos que tenía ganas de mostrarle, pero Oliveira dijo inmediatamente que lo mejor era que aprovecharan el sol fabuloso que colgaba sobre el Boulevard de Montparnasse, y que bajaran hasta el hospital Necker para visitar al viejito. Étienne juró en voz baja y cerró el taller. La portera, que los quería mucho, les dijo que los dos tenían cara de desenterrados, de hombres del espacio, y por esto último descubrieron que madame Bobet leía science-fiction y les pareció enorme. Al llegar al Chien qui Fume se tomaron dos vinos blancos, discutiendo los sueños y la pintura como posibles recursos contra la OTAN y otros incordios del momento. A Étienne no le parecía excesivamente raro que Oliveira fuese a visitar a un tipo que no conocía, estuvieron de acuerdo en que resultaba más cómodo, etcétera. En el mostrador una señora hacía una vehemente descripción del atardecer en Nantes, donde según dijo vivía su hija. Étienne y Oliveira escuchaban atentamente palabras tales como sol, brisa, césped, luna, urracas, paz, la renga, Dios, seis mil quinientos francos, la niebla, rododendros, vejez, tu tía, celeste, ojalá no se olvide, macetas. Después admiraron la noble placa: DANS CET HÔPITAL, LAENNEC DÉCOUVRIT L’AUSCULTATION, y los dos pensaron (y se lo dijeron) que la auscultación debía ser una especie de serpiente o salamandra escondidísima en el hospital Necker[6], perseguida vaya a saber por qué extraños corredores y sótanos hasta rendirse jadeante al joven sabio. Oliveira hizo averiguaciones, y los encaminaron hacia la sala Chauffard, segundo piso a la derecha.

—A lo mejor no viene nadie a verlo —dijo Oliveira—. Y mirá si no es coincidencia que se llame Morelli.

—Andá a saber si no se ha muerto —dijo Étienne, mirando la fuente con peces rojos del patio abierto.

—Me lo hubieran dicho. El tipo me miró, nomás. No quise preguntarle si nadie había venido antes.

—Lo mismo pueden visitarlo sin pasar por la oficina de guardia.

Etcétera. Hay momentos en que por asco, por miedo o porque hay que subir dos pisos y huele a fenol, el diálogo se vuelve prolijísimo, como cuando hay que consolar a alguien al que se le ha muerto un hijo y se inventan las conversaciones más estúpidas, sentado junto a la madre se le abotona la bata que estaba un poco suelta, y se dice: «Ahí está, no tenés que tomar frío». La madre suspira: «Gracias». Uno dice: «Parece que no, pero en esta época empieza a refrescar temprano». La madre dice: «Sí, es verdad». Uno dice: «¿No querrías una pañoleta?». No. Capítulo abrigo exterior, terminado. Se ataca el capítulo abrigo interior: «Te voy a hacer un té». Pero no, no tiene ganas. «Sí, tenés que tomar algo. No es posible que pasen tantas horas sin que tomés nada.» Ella no sabe qué hora es. «Más de las ocho. Desde las cuatro y media no tomás nada. Y esta mañana apenas quisiste probar bocado. Tenés que comer algo, aunque sea una tostada con dulce.» No tiene ganas. «Hacelo por mí, ya vas a ver que todo es empezar.» Un suspiro, ni sí ni no. «Ves, claro que tenés ganas. Yo te voy a hacer el té ahora mismo.» Si eso falla, quedan los asientos. «Estás tan incómoda ahí, te vas a acalambrar.» No, está bien. «Pero no, si debés tener la espalda envarada, toda la tarde en ese sillón tan duro. Mejor re acostás un rato.» Ah, no, eso no. Misteriosamente, la cama es como una traición. «Pero sí, a lo mejor te dormís un rato.» Doble traición. «Te hace falta, ya vas a ver que descansás. Yo me quedo con vos.» No, está muy bien así. «Bueno, pero entonces te traigo una almohada para la espalda.» Bueno. «Se te van a hinchar las piernas, te voy a poner un taburete para que tengas los pies más altos.» Gracias. «Y dentro de un rato, a la cama. Me lo vas a prometer.» Suspiro. «Sí, sí, nada de hacerse la mimosa. Si te lo dijera el doctor, tendrías que obedecer.» En fin. «Hay que dormir, querida.» Variantes ad libitum.

—Perchance to dream[7] —murmuró Étienne, que había rumiado las variantes a razón de una por peldaño.

—Le debíamos haber comprado una botella de coñac —dijo Oliveira—. Vos, que tenés plata.

—Si no lo conocemos. Y a lo mejor está realmente muerto. Mirá esa pelirroja, yo me dejaría masajear con un gusto. A veces tengo fantasías de enfermedad y enfermeras. ¿Vos no?

—A los quince años, che. Algo terrible. Eros armado de una inyección intramuscular a modo de flecha, chicas maravillosas que me lavaban de arriba abajo, yo me iba muriendo en sus brazos.

—Masturbador, en una palabra.

—¿Y qué? ¿Por qué tener vergüenza de masturbarse? Un arte menor al lado del otro, pero de todos modos con su divina proporción, sus unidades de tiempo, acción y lugar, y demás retóricas. A los nueve años yo me masturbaba debajo de un ombú, era realmente patriótico.

—¿Un ombú?

—Como una especie de baobab —dijo Oliveira— pero te voy a confiar un secreto, si jurás no decírselo a ningún otro francés. El ombú no es un árbol: es un yuyo.

—Ah, bueno, entonces no era tan grave.

—¿Cómo se masturban los chicos franceses, che?

—No me acuerdo.

—Te acordás perfectamente. Nosotros allá tenemos sistemas formidables. Martillito, paragüita… ¿Captás? No puedo oír ciertos tangos sin acordarme cómo los tocaba mi tía, che.

—No veo la relación —dijo Étienne.

—Porque no ves el piano. Había un hueco entre el piano y la pared, y yo me escondía ahí para hacerme la paja. Mi tía tocaba Milonguita o Flores negras, algo tan triste, me ayudaba en mis sueños de muerte y sacrificio. La primera vez que salpiqué el parquet fue horrible, pensé que la mancha no iba a salir. Ni siquiera tenía un pañuelo. Me saqué rápido una media y froté como un loco. Mi tía tocaba La Payanca, si querés te lo silbo, es de una tristeza…

—No se silba en el hospital. Pero la tristeza se te siente lo mismo. Estás hecho un asco, Horacio.

—Yo me las busco, ñato. A rey muerto rey puesto. Si te creés que por una mujer… Ombú o mujer, todos son yuyos en el fondo, che.

—Barato —dijo Étienne—. Demasiado barato. Mal cine, diálogos pagados por centímetro, ya se sabe lo que es eso. Segundo piso, stop. Madame…

—Par là —dijo la enfermera.

—Todavía no hemos encontrado la auscultación —le informó Oliveira.

—No sea estúpido —dijo la enfermera.

—Aprendé —dijo Étienne—. Mucho soñar con un pan que se queja, mucho joder a todo el mundo, y después ni siquiera te salen los chistes. ¿Por qué no te vas al campo un tiempo? De verdad tenés una cara para Soutine[8], hermano.

—En el fondo —dijo Oliveira— a vos lo que te revienta es que te haya ido a sacar de entre tus pajas cromáticas, tu cincuenta puntos cotidiano, y que la solidaridad te obligue a vagar conmigo por París al otro día del entierro. Amigo triste, hay que distraerlo. Amigo telefonea, hay que resignarse. Amigo habla de hospital, y bueno, vamos.

—Para decirte la verdad —dijo Étienne— cada vez se me importa menos de vos. Con quien yo debería estar paseando es con la pobre Lucía. Ésa sí lo necesita.

—Error —dijo Oliveira, sentándose en un banco—. La Maga tiene a Ossip, tiene distracciones, Hugo Wolf, esas cosas. En el fondo la Maga tiene una vida personal, aunque me haya llevado tiempo darme cuenta. En cambio yo estoy vacío, una libertad enorme para soñar y andar por ahí, todos los juguetes rotos, ningún problema. Dame fuego.

—No se puede fumar en el hospital.

—We are the makers of manners, che. Es muy bueno para la auscultación.

—La sala Chauffard está ahí —dijo Étienne—. No nos vamos a quedar todo el día en este banco.

—Esperá que termine el pitillo.

(-123)

Rayuela
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
intro.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
TableroDeDireccion.xhtml
000.xhtml
00.xhtml
DelLadoDeAlla.xhtml
1.xhtml
2.xhtml
3.xhtml
4.xhtml
5.xhtml
6.xhtml
7.xhtml
8.xhtml
9.xhtml
10.xhtml
11.xhtml
12.xhtml
13.xhtml
14.xhtml
15.xhtml
16.xhtml
17.xhtml
18.xhtml
19.xhtml
20.xhtml
21.xhtml
22.xhtml
23.xhtml
24.xhtml
25.xhtml
26.xhtml
27.xhtml
28.xhtml
29.xhtml
30.xhtml
31.xhtml
32.xhtml
33.xhtml
34.xhtml
35.xhtml
36.xhtml
DelLadoDeAca.xhtml
37.xhtml
38.xhtml
39.xhtml
40.xhtml
41.xhtml
42.xhtml
43.xhtml
44.xhtml
45.xhtml
46.xhtml
47.xhtml
48.xhtml
49.xhtml
50.xhtml
51.xhtml
52.xhtml
53.xhtml
54.xhtml
55.xhtml
56.xhtml
DeOtrosLados.xhtml
57.xhtml
58.xhtml
59.xhtml
60.xhtml
61.xhtml
62.xhtml
63.xhtml
64.xhtml
65.xhtml
66.xhtml
67.xhtml
68.xhtml
69.xhtml
70.xhtml
71.xhtml
72.xhtml
73.xhtml
74.xhtml
75.xhtml
76.xhtml
77.xhtml
78.xhtml
79.xhtml
80.xhtml
81.xhtml
82.xhtml
83.xhtml
84.xhtml
85.xhtml
86.xhtml
87.xhtml
88.xhtml
89.xhtml
90.xhtml
91.xhtml
92.xhtml
93.xhtml
94.xhtml
95.xhtml
96.xhtml
97.xhtml
98.xhtml
99.xhtml
100.xhtml
101.xhtml
102.xhtml
103.xhtml
104.xhtml
105.xhtml
106.xhtml
107.xhtml
108.xhtml
109.xhtml
110.xhtml
111.xhtml
112.xhtml
113.xhtml
114.xhtml
115.xhtml
116.xhtml
117.xhtml
118.xhtml
119.xhtml
120.xhtml
121.xhtml
122.xhtml
123.xhtml
124.xhtml
125.xhtml
126.xhtml
127.xhtml
128.xhtml
129.xhtml
130.xhtml
131.xhtml
132.xhtml
133.xhtml
134.xhtml
135.xhtml
136.xhtml
137.xhtml
138.xhtml
139.xhtml
140.xhtml
141.xhtml
142.xhtml
143.xhtml
144.xhtml
145.xhtml
146.xhtml
147.xhtml
148.xhtml
149.xhtml
150.xhtml
151.xhtml
152.xhtml
153.xhtml
154.xhtml
155.xhtml
cartas1.xhtml
cartas2.xhtml
notas.xhtml
notas2.xhtml