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¡Acojonante! –exclamó Monfort.

–¿No se te ocurre otra cosa?

–No.

Silvia dejó a Monfort y a Romerales en el despacho. El hombre lo contó todo otra vez. Monfort estaba perplejo, más que nada porque la población de sus padres se convirtiera casualmente en protagonista del caso.

Silvia acompañó al testigo hasta otro despacho para tomarle los datos y registrar su declaración.

Dejarían que se marchara, no podían retenerlo por haber acudido tarde a la Policía. Argumentó que no era un hombre interesado en las noticias y que simplemente no se había enterado. Les extrañó que en la pequeña población de Vilafranca del Cid no hubieran reconocido a alguna de las dos víctimas, aunque era usual, el temor y la desconfianza no ayudaban.

Monfort pensó con ironía que podría enviar a una dotación de agentes hasta allí y poner el pueblo patas arriba en busca de respuestas. Eso o meter a todos sus habitantes en la plaza de toros y no dejarlos salir hasta que hablaran.

A estas alturas sería como buscar una aguja en un pajar. No había tiempo que perder preguntando aquí y allá. Cada hora que pasaba resultaba vital para encontrar con vida a Alba. La hija de Pedro Casas era la clave. La cuestión era encontrarla, y en ello Romerales ya tenía trabajando a todos sus efectivos.

Terreros y García daban instrucciones a un grupo de policías para emprender una nueva acción de búsqueda diseñada por Silvia y el comisario.

Leo, la madre de Alba, seguía en el hospital. Los médicos aconsejaban no molestarla con preguntas. Juana, su hermana, no se separaba de su lado.

Monfort aprovechó que todos estaban ocupados para acercarse hasta su hotel. Tenía la cabeza llena de información que poco a poco iba asimilando y ordenando. Había una pequeña luz al final del túnel, muy pequeña, casi insignificante y poco creíble, pero no la quería compartir con nadie por miedo a que se diluyera.

Todavía no había podido digerir su encuentro con Encarna Querol y la emotividad de este. No sabía si Trini lo había visto llorar delante de la anciana, no creyó que fuera tan importante, aunque no dejó de darle vueltas en el corto trayecto desde la comisaría de la ronda de la Magdalena hasta el Hotel Mindoro.

Habían remodelado las habitaciones desde la última vez que estuvo allí. Era un gran detalle por parte de la dirección del establecimiento haber dispuesto un pequeño equipo de música con cargador de CD en cada habitación. A Monfort le era de gran ayuda para pasar las noches sentado en la butaca, contemplando la rojiza fachada posterior del Teatro Principal. A veces encendía el televisor, sin volumen, y de fondo ponía alguno de sus discos favoritos que siempre llevaba en el equipaje.

Sacó una botella que escondía en el fondo de la maleta: Highland Dream of Scotland. Posiblemente el mejor whisky de malta que había probado nunca. A Elvira Figueroa le gustaría, seguro. Desenroscó el tapón, acercó la nariz y olisqueó el licor. Tradujo lo que ponía en la etiqueta: «La malta se deja sentir en el paladar de forma elegante. En boca se aprecia una combinación de avellanas, nueces y un ligero toque de miel. El final es largo, seco, cálido, con notas de naranja amarga». Quizá se pudieran apreciar todos los sabores, olores y sensaciones descritas. Desde luego era complicado, pero lo iba a comprobar.

Trató de ordenar las ideas y apartar lo innecesario. Lo que despistaba debía desaparecer. No había tiempo para divagaciones. Se sentó en la butaca con el vaso en la mano. Pensó en Trini, en su amabilidad, en el trato delicado que le dispensaba a Encarna Querol, pero también pensaba en ella como la mujer que era. Había tenido una vida amarga compartida con un maltratador del que había tenido que huir y tuvo que comenzar una nueva vida en otro lugar con una nueva identidad. Luego llevó sus pensamientos hasta Silvia. Había puesto patas arriba la comisaría de Castellón, incluyendo a Romerales. Si no aparecía Alba Casas, no sería porque no había trabajado. Él sabía el gran trabajo que estaba haciendo y tenía remordimientos por no habérselo dicho. ¿Se quedaría en Castellón tras la petición del jefe? Quizá fuera lo más acertado.

Ella creía que no sabía que había vuelto con Jaume Ribes, pero él era perro viejo y no se le escapaba ni una. El agente de guardia la vio marcharse con un hombre en un coche del que tomó nota de la marca, el color y la matrícula. Al día siguiente, cuando preguntó por ella, el agente le dio un trozo de papel con aquellos datos. Monfort sonrió al caer en la cuenta de a quién pertenecía el coche, no estaba mal que uno de ellos fuera feliz y se divirtiera. Era una mujer atractiva, joven y con mucho futuro. Silvia y el doctor Ribes habían vivido el lado bueno y el lado malo del enamoramiento. Si ahora habían vuelto, él se alegraba por ello y no iba a decir ni una sola palabra al respecto. Debía llamarla. Contarle lo que pensaba del caso, lo que a él le parecía que podía llevarles directamente al desenlace y también a la persona que sabía dónde estaba Alba Casas.

Tenía el teléfono en la mano, estaba a punto de llamar a Silvia, pero empezó a sonar y en la pantalla apareció un número de teléfono fijo que no tenía memorizado.

–¿Dígame?

–Soy Trini.

Monfort retrocedió unas horas en el tiempo y se vio enjuagándose las lágrimas con disimulo para que ella no lo viera llorar.

–¿Cómo está? ¿Ocurre algo?

–Usted siempre está alerta –dijo Trini con aquella suave voz.

–Lo siento –se disculpó él–. Estaba pensando en otras cosas. La escucho.

–¿Recuerda que le dije que una mujer de Vilafranca del Cid había visitado a la señora Querol? Una mujer que fue una vez a verla y que ha sido la única visita que ha tenido hasta la fecha.

–Sí, lo recuerdo.

Monfort levantó las cejas. Recordaba perfectamente aquella visita misteriosa, pero era la primera vez que Trini mencionaba que era de Vilafranca del Cid. Desde luego era algo más que probable, puesto que parecía que Encarna Querol no se había movido del pueblo, pero pensó que quizá debería volver a Vilafranca para investigar aquella coincidencia. Si una mujer de allí había visitado a Encarna Querol, no tardaría mucho en encontrarla. Le vino a la cabeza la vecina de la anciana, pero la voz de Trini lo sacó de sus pensamientos.

–Le he preguntado por ella cuando usted se ha marchado. He pensado que está muy sola, que sería buena idea que alguien la visitara de vez en cuando. Le he preguntado quién era esa mujer y por qué no ha vuelto a verla.

–¿Y? –Monfort estaba impaciente. El vaso aún en su mano.

–Me ha dicho que no tenía importancia. Ha hecho un gesto con la mano como si le diera igual. No he querido insistir. Creo que realmente no tiene a nadie. Era una posibilidad, pero no vale la pena insistir. Lo siento. Es mejor olvidarse de ello.

–No se preocupe –dijo Monfort fingiendo normalidad–. Gracias por intentarlo.