30
La capacidad de amar
Por algún motivo nunca he sido capaz de alejarme de aquellos a quienes en algún momento he querido, por mucho daño que me hayan hecho. Por supuesto, para que una relación se termine han debido existir desacuerdos y momentos difíciles, pero eso no borra todo el tiempo compartido, ni los días felices. Cambia el trato y cambian los sentimientos, su figura se aleja, se difumina en el pasado… pero por mi parte intento evitar que desaparezca totalmente.
Han sido cuatro los hombres que realmente han dejado huella en mi vida, y con todos sigo manteniendo más o menos relación.
Entré al «mundo gay» de la mejor mano posible, la de Ricardo. Podemos pasar años sin vernos, como así ha sido, pero nunca hemos dejado de «pensarnos» el uno al otro. Es un amigo al que respeto y quiero, y me consta que es recíproco. Según me dice, le despierto un sentimiento de ternura que le provoca querer protegerme. Quizás ha sido de todos mis ex novios el mejor testigo de mi «transformación», y por ello su incansable deseo de ayudarme a recuperar a aquel chaval que era cuando nos conocimos.
Lástima que Ricardo soltase mi mano, pues tras él me agarré a la mano equivocada de Álex.
A estas alturas es absurdo pensar qué hubiese sido de mí de no haberlo conocido. Y es injusto cargarle la culpa de todos mis errores. El fallo fue únicamente mío, por no saber asumir lo que había ocurrido. De cualquier manera, ambos fuimos victimas de una enfermedad que nos cambió la vida en muchos aspectos, y que gestionamos de manera distinta: mientras que yo me hundí, Álex prefirió, una vez más, negar la realidad.
Nunca investigué demasiado su responsabilidad en no evitar el contagio. Los resultados de su primera analítica descubrieron que era portador del virus desde hacía bastante tiempo, ya que sus defensas estaban muy castigas y su carga viral descontrolada, síntoma de que llevaba años portando el virus.
Fue mi error confiar y no pedirle ver las analíticas. Es duro, pero sigo creyendo que si prefirió no someterse a esa prueba fue por temor al resultado, lo que denota que sospechaba esa posibilidad.
Probablemente, considerando el tiempo que ha pasado, y que seguimos manteniendo cierto trato, algún día me atreva a pedirle que me descubra la verdad. En cualquier caso, ya no hay marcha atrás posible, con lo que sea cual sea su respuesta simplemente la aceptaré y continuaré adelante.
Irónicamente quien más huella ha dejado en mí ha sido aquel a quien no amé. Y no me refiero sólo a la enfermedad, sino también a que fue Álex quien me presentó al hombre más importante que ha pasado por mi vida a día de hoy: Cristian.
Imposible separarse de él. Después de los últimos años en que hemos mantenido una gran amistad, sólo he hecho que reafirmar mi convicción de que existen pocas personas como Cristian. Tenía que estar en mi vida, de una manera o de otra. Y hoy, que no podría verle nada más que como a un amigo, soy feliz de conocer su día a día, sus proyectos, sus amores… Y sé que por muchos años que pasen seguirá siendo así.
Estoy convencido que es una de esas personas que el destino puso en mi camino por alguna razón. Y no sólo para sacarme de más de un lío, como últimamente acostumbra a ser.
Ya hace cerca de dos años de mi última relación. Me resulta curioso que este último tiempo, cuando más hombres he conocido, cuando más me he movido por lugares de ambiente y más me he rodeado de «candidatos», haya sido mi periodo más largo de soltería. Curioso pero bastante lógico, atendiendo a que mi imagen no ha sido precisamente la del marido ideal.
Como digo, han transcurrido bastantes meses desde el romance con Aitor. Él se encargo de demostrarme que podía sentir amor después de Cristian, pero nadie aun me ha asegurado que pueda sentirlo después de él. No hablo de que siga enamorado, sino simplemente que no ha vuelto a pasar… y ya dudo de mi capacidad para ello.
A pesar del poco tiempo que duró, y lo limitada que estaba nuestra relación por el alcohol y la falta de compenetración, con Aitor tardé en pasar página. Más que por él mismo, hoy pienso que lo que me impidió dejarlo ir sin más fue el malestar que me provocaba su rechazo. No seguía enamorado, lo que sufría era la no-aceptación de un nuevo fracaso del que me sabía culpable.
Tuvimos varios encuentros tras nuestra ruptura, a los que yo me entregué completamente, pues el recuerdo de lo que hubo permanecía inalterado para mí, pese al tiempo que había transcurrido. Pero él no respondió de la misma manera. Tal vez eso sea lo único que a día de hoy pueda reprocharle, ya que me hizo sentir que jugaba conmigo.
Esos últimos encuentros me hicieron entender que lo que me impedía olvidarle no era él, pues ni sus miradas ni sus abrazos ni sus besos eran los del chico que yo soñaba. Volvía a ser un hombre más, sin aquello tan especial que me enamoró. Aquel Aitor del principio sigue representando esa debilidad que todos tenemos. El problema es que ya no existe, o no en la figura del Aitor real.
Hago este repaso de mi vida sentimental mientras me alejo por un tiempo de todo y de todos. En el tren, camino del que será mi refugio los próximos meses, pienso en el amor como algo inalcanzable para mí.
Sólo el tiempo dirá si existe ese alguien capaz de devolverme la capacidad de amar.