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El Mario que quiero,
o el Mario que odio
Fui yo mismo quien finalmente le aconsejé que lo mejor era dejar la relación. Lo notaba en su cara y en su actitud desde hacía meses, pero por lástima y también por cariño, Cristian no se habría atrevido nunca a dejarme en ese estado.
—Lo mejor es que nos tomemos un tiempo para ver si de verdad nos necesitamos —le comenté, mientras seguía bebiendo una cerveza tras otra.
Sabía que su deseo era ese, pero sinceramente no esperaba la respuesta que recibí:
—Yo también creo que es lo mejor.
Como digo sabía que era su deseo, pero era la primera vez que se pronunciaba al respecto. La primera vez que, más allá de su gesto o sus ausencias, reconocía que no aguantaba más junto a mí.
A pesar de haber sido yo quien lo propuso, su afirmación, y por supuesto los litros de alcohol que había consumido, me hicieron emprender uno de esos dramáticos ataques a los que últimamente le tenía acostumbrado. Le llamé cobarde por no atreverse a ser sincero y esperar que yo tomase la iniciativa. Se puso a llorar desconsolado, y me golpeó con la mayor y más dolorosa verdad, surgida de la desesperación a la que le estaba empujando:
—No puedo seguir así… No quiero seguir evitando llegar pronto a casa, porque no sé si me voy a encontrar al Mario que quiero, o al Mario que odio.
No debía explicarme más. Lo amaba con toda mi alma, pero comprendía perfectamente lo que quería decir, y lo que debía hacer.
Por la mañana llené el coche con mis cosas y volví a casa de mi madre, acumulando un nuevo y, esta vez, merecido fracaso.