29
Solicitud de incapacidad absoluta

No fue fácil de enfrentar, con 31 años, el saberme obligado a solicitar una pensión por incapacidad. En ese momento pensé que mi vida «ya estaba hecha», y que desde ese punto todo iría en descenso, sin posibilidad alguna de auto-realizarme. Ya sólo me restaba ver pasar los días.

Desde que mis defensas cayeron, hacía algo más de un año, mi salud no había vuelto a ser nunca la de antes. Sentía como si hubiese envejecido 20 años por dentro, y también varios por fuera. Los CD4 iban subiendo muy lentamente, y no terminaban de crear una barrera suficiente contra las infecciones. Además la medicación me provocaba algunos síntomas incómodos, como ictericia, que aparecía y desaparecía intermitentemente, y algún que otro cambio en la grasa corporal bastante leve pero que, obviamente, me generaba mucha preocupación.

Más severo era el trastorno depresivo que había estado arrastrando, junto a la adicción al alcohol, durante los últimos seis años, y que en ese punto llegó a limitarme en cualquier tarea imaginable.

Y lo peor es que nadie podía ayudarme, si yo mismo no deseaba hacerlo.

Por entonces no bebía a diario, y no suponía ningún esfuerzo. Simplemente ya no pensaba en ello. Llegó a tal punto la desmotivación que incluso el alcohol dejó de interesarme. Pero eso significaba «cargarme» de ansiedad hasta que explotaba y necesitaba desahogarme, recuperando en esas fiestas las cervezas perdidas.

Las salidas se volvieron cada vez más descontroladas, más «crudas». Podría hablar de decenas de noches caminando solo por las calles de Barcelona, sin ni siquiera saber dónde estaba o hacia dónde me dirigía. Simplemente paseaba, al igual que en mi vida, sin control y sin meta alguna.

Debes encontrar alguna motivación, por pequeña que sea. Costará mucho, pero ese será el comienzo de tu vuelta a la vida —repetía la psiquiatra una sesión tras otra.

Tardé bastante en encontrarla, hasta que un día, tras una de las cada vez más habituales crisis de pánico, supe que quería apartarme a un lugar tranquilo, rodearme de naturaleza y de vida sana. Necesitaba desintoxicarme, de los vicios, del ambiente por el que me movía e incluso, excepcionalmente, de mi familia.

Ya nadie podía hacer nada por mí, nadie sabía como hacerme entender sus consejos; y quedarme junto a ellos nos mantenía en una posición injusta para las dos partes, pues dependía mucho de su ayuda, pero esta no daba ya resultado.

Esa era mi única motivación. Existía el peligro de que la soledad se volviera en mi contra, pero a esas alturas no tenía nada que perder, y todo que ganar.