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Llorar a su lado
No recuerdo especialmente dura mi infancia, a pesar de la situación que había en casa. De hecho prácticamente sólo conservo recuerdos felices, y los pocos malos de los que llegué a ser consciente, mi madre y hermanos se encargaron de hacerlos más llevaderos. También para mi padre tengo pensamientos bonitos.
Si puedo recalcar algo de la personalidad de cuando era niño es la timidez. Pienso que ese es un rasgo que ya nos viene «de serie», pero son la educación y las experiencias que vivimos lo que agravan o suavizan esta característica.
En mi caso, asumo que todo lo que se sucedía alrededor resaltó mi sensibilidad, y me hizo más vulnerable a la hora de «enfrentarme» a los demás, y a la vida en general.
En los años de adolescencia, en la escuela y más tarde en el instituto, fui tremendamente tímido, y algo afeminado. O lo que se conoce como el «niño raro». A pesar de eso, no fueron años especialmente traumáticos, pues no sufrí ningún tipo de acoso o insultos, ni me sentí apartado… Simplemente no me sentía del todo cómodo estando en grandes grupos, y pasaba el tiempo «a mi rollo».
Además no era muy agraciado físicamente… recuerdo una votación de esas que suelen hacer las niñas en la edad «del pavo» en la que me nombraron el segundo mas feo de clase, sólo por detrás del pobre niño con gafas «culo-botella» y ortodoncia.
Fue a partir de los 15 o 16 años que empecé a arreglarme un poco. A esa edad me pasé a las clases del turno de noche, con chicos mayores que yo, con quienes me sentía más identificado.
Algo tarde, pero ese año me interesé por primera vez en alguien. Fue de un compañero de clase que tendría 25 o 26 años. Pasé ese curso y el siguiente mirándole embobado, y soñando con que algún día tendríamos un romance. No sólo no lo hubo, sino que ni siquiera me dirigió la palabra, ni yo me atreví a hacerlo tampoco, en esos dos años compartiendo aula…
A los 17 años tuve mi primera «novia», entre comillas porque hubo mucho de ir al cine y muchos besos, pero no tuvimos sexo en los seis o siete meses que estuvimos juntos.
No fue hasta los 19 años, que conocí a Carol, cuando tuve mi primera relación sexual. Ella era una compañera de trabajo, diez años mayor que yo. Salíamos en el mismo grupo de amigos, y después de unos meses en los que no existió entre nosotros una especial afinidad, una noche me «acorraló», y prácticamente me violó. Alrededor de dos años estuve a su lado. Digo estuve, en singular, porque ella nunca me tomó en serio ni me consideró su pareja. Si sufrir por alguien es señal de amor, yo debí querer mucho a Carol…
Volviendo al tema de la educación, si hay algo que valoro por encima de todo es lo unidos que siempre hemos estado en mi familia.
Con mis hermanos he compartido absolutamente todas las etapas de mi vida, y son una compañía imprescindible para continuar y hacer este mundo, como dice la canción, menos raro.
Ahora ya de adultos además me han «regalado» lo más preciado: ese «motor» por el que deseo tener un largo futuro, que son mis sobrinos.
Con mi madre, ¿cómo podría explicarlo? Quizás la mejor manera sea contar que ya al nacer (por cierto lo hice de pie, o de culo, como lo explica ella) lloré sin consuelo durante bastante tiempo, hasta que mi madre despertó de la anestesia y sentí su olor al ponerme sobre ella. Sólo en ese instante dejé de «berrear», y le miré.
Puede que sea un hecho muy común, no lo sé, pero aunque así fuera, cuando mi madre me habla de ello, me impresiona ver que aun hoy día, cuando algo me hace llorar, lo único que consigue relajarme es estar a su lado y oír su voz, aunque sea para abroncarme.
A mi padre, sólo voy a decir que lo he entendido con los años, y con los daños…
Puede que esos lazos tan fuertes con mi familia me hayan limitado más de una vez; seguro que es así. Pero no me importa. No cambiaría eso por ninguna otra experiencia que pueda ofrecerme la vida.