IV
Ulver tiró de las riendas de Bravo. El gran animal soltó un bufido y se detuvo en lo alto del risco. Soltó las riendas para dejar que bajara la cabeza y pastara junto a las rocas. Más allá, la tierra subía y bajaba hasta el horizonte. El risco se elevaba sobre un bosque y un río que serpenteaba entre unas colinas salpicadas de casas y pequeñas arboledas. Sobre ella, uno de los lagos más grandes de Phage resplandecía a la luz del sol.
Ulver volvió la mirada hacia atrás y vio que los demás la seguían: Otiel, Peis, Klatsi y su hermano, y los demás. Se echó a reír. Sus monturas estaban subiendo delicadamente por la ladera. Bravo lo había hecho a galope.
El ave negra, Gravious, se posó en una roca cercana. Ulver le sonrió.
–¿Ves? –dijo mientras aspiraba profunda y alegremente y recorría todo el paisaje con un ademán–. ¿A que es precioso? ¿No te lo dije? ¿A que te alegras de haber venido?
–Supongo que no está mal –le concedió Gravious.
Ulver se echó a reír.
El dron, Churt Lyne, que también había regresado a Roca Phage, a veces se preguntaba si había tomado la decisión correcta.