XII
El capitán Alba Gris Postofinal X de la Tribu de la Visión Lejana estaba mirando la pantalla. El vasto pulso de energía que la cosa de las proximidades de Esperi había dirigido al Vehículo General de Sistemas de la Cultura había desaparecido. En su lugar, como si hubieran surgido por detrás de ella, había... No podía ser. Lo comprobó. Llamó a sus camaradas en las otras naves. Los que respondieron pensaban que debía de ser una avería en los sensores de su nave, un efecto de las energías dirigidas contra el vehículo de la Cultura. Consultó a su propia nave, la Honda nostalgia.
~ ¿Qué es eso?
~ Una nube de naves de guerra –le dijo.
~ ¿El qué?
~ Creo que la mejor forma de definirlo es como una nube de naves de guerra. No es un término generalmente aceptado, debo añadir, pero no se me ocurre una descripción mejor. He contado aproximadamente ochenta mil naves.
~ ¡Ochenta mil!
~ El resto de la flota ha llegado a la misma conclusión, nave arriba o abajo. Las naves de la nube están, por supuesto, transmitiendo sus posiciones y configuraciones, porque de no ser así no podríamos verlas individualmente ni saber quiénes son. Podría haber otras que no están dejándose ver.
Un creciente sentimiento de horror y una completa, totalmente ignominiosa derrota, estaba creciendo en el interior de Alba Gris.
~ ¿Son reales? –preguntó.
~ Aparentemente sí.
Alba Gris observó cómo se expandía la nube. Era un muro de naves, una constelación, una galaxia de vehículos.
~ ¿Y ahora qué están haciendo? –preguntó.
~ Desplegándose para hacer frente a nuestra flota.
–¿Son... enemigas? –preguntó. Le faltaban las fuerzas.
–Ah –dijo la nave–. ¿Vamos a seguir hablando, entonces?
Solo entonces el Afrentador se dio cuenta de que había pronunciado la frase en lugar de subvocalizar el texto.
–Todas las naves –dijo la Honda nostalgia con voz tranquila, controlada y profunda en el interior del traje blindado de Alba Gris– informan de que pertenecen a la Cultura. Son vehículos no estándar, manufacturados por el VGS Excéntrico Servicio durmiente y quieren aceptar nuestra rendición.
–¿Es posible llegar a la entidad de Esperi antes de que nos intercepten?
–No.
–¿Podemos dejarlas atrás?
–A las más pequeñas y numerosas, puede.
–¿Cuántas quedarían?
–Unas treinta mil.
Alba Gris guardó silencio un momento. Entonces preguntó:
–¿Hay algo que podamos hacer?
–Yo creo que la rendición es la única alternativa sensata. Si luchamos, podríamos infligir cierto daño en una flota de ese tamaño, pero en términos absolutos sería poca cosa y como porcentaje de su número total, casi nada.
Piensa en tu clan –dijo una voz en el interior de la mente de Alba Gris.
–¡No pienso rendirme! –dijo a la nave.
–Bien, pero yo voy a tener que hacerlo.
–¡Harás lo que yo diga!
–Oh, no, nada de eso.
–¡La Regulador de actitud os dijo que debíais obedecernos!
–Y lo hemos hecho dentro de lo razonable.
–¡No dijo nada sobre "dentro de lo razonable"!
–Creo que esa es una de esas cláusulas que se dan por sentadas, ¿no? Es decir, somos Mentes. No somos ordenadores. Ni soldados. No te ofendas. Además, lo he discutido con otras naves y hemos decidido rendirnos. La señal ya se ha enviado. Hemos empezado a decelerar...
–¿Qué? –bramó Alba Gris. Golpeó con su brazo blindado uno de los proyectores de pantalla montado en su espacio nidal.
–... en dirección a un punto estacionario relativo a la propia Excesión. –La voz de la nave continuaba calmada–. La URO Hora de matar ha sido designada para, tan pronto reciba nuestro consentimiento formal, hacerse con el control de los sistemas ofensivos y se encontrará con nosotros en el punto indicado para hacer efectiva la rendición. Si no deseas capitular con nosotras, me temo que tendré que sacarte del interior de mi casco, por supuesto con el traje de vacío puesto, aunque técnicamente, creo que debería hacerte prisionero... ¿Qué prefieres?
La nave lo dijo como si estuviera preguntándole que quería para cenar. Había una diplomática indiferencia en su voz que el Afrentador encontró infinitamente más espantosa que cualquier odio.
Alba Gris permaneció un rato más observando la nube de naves. Sacudió los apéndices oculares.
–Te pediría que no me hicieras prisionero –dijo al cabo de un rato–. Por favor, sácame de tu interior, al instante, y déjame solo.
–¿Cómo, ahora? Pero si todavía no nos hemos detenido...
–Sí, ahora. Si es posible.
–Bueno, podría Desplazarte...
–Me parece aceptable.
–El Desplazamiento entraña cierto riesgo...
El capitán Afrentador soltó una carcajada seca y amarga.
–Creo que puedo correr el riesgo.
–... muy bien –dijo la nave. Se notaba que no estaba muy convencida–. Tus camaradas están tratando de llamarte, capitán.
El Afrentador miró de soslayo la pantalla de comunicaciones,
–Sí. Ya lo veo. –Seleccionó el modo de transmisión en el comunicador–. Camaradas... –dijo. Hizo una pausa. Desde su infancia había imaginado momentos como aquel. Nunca tan terribles, nunca tan desesperados... y sin embargo, no tan diferentes. Había elaborado algunos discursos magníficos... Finalmente dijo:– Lo que voy a decirles no es discutible. Les ordeno que se rindan junto con sus naves y obedezcan todas las instrucciones que reciban siempre que sean compatibles con el honor. Eso es todo.
Cortó la comunicación con las demás naves. Inclinó sus apéndices oculares.
–Ahora, por favor –dijo en voz baja.
Y se encontró en el espacio. Miró a su alrededor con los sensores del traje. No había ninguna nave a la vista. Solo las lejanas estrellas.
–Adiós, capitán –dijo la voz de la nave.
–Adiós –respondió, y entonces apagó el comunicador. Esperó unos segundos antes de activar los cierres de emergencia de su traje y salir al vacío para morir.
La Honda nostalgia, que en aquel momento estaba accediendo a la petición de la Servicio durmiente de transmitirle su cuaderno de bitácora desde el momento de su despertar en Miseria, volvió un instante la mirada hacia la forma retorcida y cada vez más fría del capitán y envió un pequeño pulso de plasma para poner fin a su agonía.