V

–Me gusta viajar contigo, Genar-Hofoen –bramó Cinco Mareas, y entrechocaron sus miembros; el hombre se había preparado ya echando hacia atrás una de sus piernas y el traje de gelcampo absorbió la mayor parte del impacto, de modo que no fue derribado.

Se encontraban en el área de Control de Entidades de los muelles del Nivel Ocho, sección de la Afrenta, rodeados de Afrentadores, sus drones esclavos y otras máquinas, algunos individuos de otras especies, capaces de tolerar las mismas condiciones ambientales que la Afrenta y numerosos sintrincados de Grada –flotando alrededor de ellos como oscuras bolitas espinosas–, todos yendo y viniendo, entrando y saliendo de desliza tubos, coches giratorios, ascensores y carruajes de transporte ínter-secciones.

–¿No te quedas a descansar y divertirte un poco? –preguntó Genar-Hofoen al Afrentador. Grada contaba con una reserva de caza para Afrentadores famosa por su excelencia.

–¡Ja! Tal vez cuando volvamos –dijo Cinco Mareas–. Por ahora, el deber me llama en otro sitio. –Soltó una risilla.

Genar-Hofoen tuvo la impresión de que no había cogido el chiste. Lo pensó un momento y entonces se encogió de hombros y se echó a reír.

–Bueno, ya nos veremos en God'shole, entonces.

–¡Sin duda! –dijo Cinco Mareas–. ¡Que disfrutes, humano! –El Afrentador giró sobre las puntas de sus tentáculos y se alejó flotando en dirección al crucero pesado Besa la hoja. Genar-Hofoen lo siguió con la mirada y, mientras las compuertas del deslizatubo se cerraban, frunció el ceño.

~ ¿Qué te preocupa?, le preguntó el traje.

El humano sacudió la cabeza.

~ Ah, nada –dijo. Se inclinó y recogió su guardatodo.

–¿Humano macho Byr Genar-Hofoen más traje de gelcampo? –dijo un sintrincado mientras se le acercaba flotando. Parecía, pensó Genar-Hofoen, la explosión de una esfera de tinta negra, congelada un instante después de haberse producido.

Hizo una pequeña reverencia.

–Exacto.

–Lo escoltaré a Control de Entidades, sección humana. Sígame, por favor.

–Cómo no.

Subieron a un coche giratorio, poco más que una plataforma con varios asientos, puntales y una red de protección. Genar-Hofoen subió de un salto, seguido por el sintrincado, y el coche aceleró con suavidad por un túnel transparente que discurría por el reverso de la piel exterior del hábitat. Avanzaban en el mismo sentido que la rotación, de modo que a medida que el coche ganaba velocidad ellos parecían perder peso. Un campo que despedía un brillo trémulo y parecía ajustarse al techo curvado del túnel rodeaba el coche. Se oía el siseo de los gases. Pasaron por debajo de la enorme mole suspendida de una de las naves de la Afrenta, toda hojas y oscuridad. Mientras Genar-Hofoen la estaba observando, se desprendió del hábitat y empezó a caer, colosal y en silencio, hacia el espacio y las estrellas. Otra nave y luego otra y otra, emprendieron la marcha tras ella. Desaparecieron.

~ ¿Cuál era la cuarta nave? –preguntó el hombre.

~ El crucero ligero de clase Cometa Propósito furioso –dijo el traje.

~ Hmmm. Me pregunto adónde se dirigen.

El traje no contestó.

El coche estaba llenándose de niebla. Genar-Hofoen prestó atención al siseo de los gases a su alrededor. La temperatura estaba aumentando, en respuesta al cambio de una atmósfera Afrentadora a otra humana. El coche empezó a ascender hacia los pisos superiores, donde la gravedad era menos intensa, y Genar-Hofoen, acostumbrado a la gravedad Afrentadora desde hacía dos años, tuvo la impresión de estar flotando.

~ ¿Cuánto falta para que nos encontremos con la Follacarne? –preguntó.

~ Tres días –le dijo el traje.

~ Por supuesto, no te dejarán entrar en el hábitat propiamente dicho, ¿verdad? –dijo el hombre, como si estuviera dándose cuenta de ello por primera vez.

~ No –dijo el traje.

~ ¿Qué vas a hacer mientras yo ando por ahí pasándomelo en grande?

~ Lo mismo. He estado investigando y ya he quedado con un dron PG de una nave de Contacto que está de visita. Así que estaré muy ocupado.

Esta vez fue Genar-Hofoen quien no dijo nada. Encontraba la idea del sexo entre drones –aunque fuera una cosa enteramente mental, sin ningún componente físico– del todo insólita. Ah, bueno, cada oveja con su pareja, pensó.

–¿El señor Genar-Hofoen? –preguntó una mujer de asombrosa, descorazonadora belleza en la zona de salida del Área de Recepción de Entidades, sección Humana. Era alta, perfectamente proporcionada, tenía el pelo rojo muy largo y tan rizado que casi resultaba extravagante y sus ojos eran de un verde luminoso que habría resultado antinatural de ser un poco más intenso. El tabardo que llevaba dejaba a la vista una tez musculosa y de un moreno lustroso–. Bienvenido a Grada. Me llamo Verlioef Schung. –Le tendió la mano y se la estrechó con firmeza.

Piel contra piel. Sin traje, al fin. Era una sensación agradable. Él vestía un traje casi formal de pantalones sueltos y camisa larga y estaba disfrutando con la exuberantemente sensual sensación del contacto de los suaves tejidos sobre la piel.

–Contacto me ha enviado a buscarlo –dijo Verlioef Schung con cierto tono de vergüenza–. Estoy seguro de que no lo necesita, pero en caso contrario estoy aquí. Yo... ah... confío en que no le importe. –Su voz... su voz era algo en lo que uno podía sumergirse.

Genar-Hofoen esbozó una gran sonrisa y se inclinó.

–¿Cómo iba a importarme? –dijo.

Ella se echó a reír, llevándose una mano a la boca... y, por supuesto, su dentadura era perfecta.

–Es usted muy amable. –Extendió el brazo–. ¿Me permite el equipaje?

–No, está bien.

La chica levantó los hombros y los dejó caer.

–Bueno –dijo–. Se ha perdido el Festival, claro, pero lo mismo nos ha pasado a muchos de nosotros, así que hemos decidido celebrar nuestra propia fiesta los próximos días y, francamente, necesitamos toda la ayuda posible. Lo único que puedo prometerle es un alojamiento de lujo, compañía estupenda y los platos más exquisitos que pueda imaginar, pero si está dispuesto a hacer el esfuerzo, le prometo que entre todos trataremos de compensarlo. –Flexionó las cejas y a continuación adoptó una expresión de falsa congoja, bajando las comisuras de su suculentamente perfecta boca.

Genar-Hofoen dejó que permaneciera así un momento y entonces le dio unas palmaditas en el antebrazo.

–No, gracias –dijo con sinceridad.

La expresión de la chica se tornó de dolida tristeza.

–Oh... ¿está seguro? –dijo con una vocecilla suave y vulnerable.

–Me temo que sí. Ya había hecho planes –dijo con genuino pero decidido pesar–. Pero si hubiera alguien aquí que pudiera tentarme a cancelarlos sería usted. –Le guiñó un ojo–. Me halaga su generosa oferta y le diré a Circunstancias Especiales que aprecio las molestias que se han tomado, pero esta es mi oportunidad de desconectar un poco durante unos días, ¿sabe? –Se echó a reír–. No se preocupe. Me divertiré y estaré preparado para partir cuando llegue el momento. –Sacó una pequeña pluma terminal de uno de sus bolsillos y la agitó frente a la cara de la chica–. Y llevaré siempre conmigo mi terminal. Se lo prometo.

Volvió a guardársela en el bolsillo.

Ella lo miró intensamente a los ojos durante un momento y entonces apartó la mirada y se encogió de hombros. Cuando la levantó, había una expresión irónica en su rostro. Y cuando habló, su voz había cambiado también, reemplazada por un tono más profundo, formal y casi avergonzado.

–Bueno –suspiró–. Confío en que se divierta, Byr. –Sonrió–. La oferta sigue en pie, si decide reconsiderarlo. Mis colegas y yo le deseamos suerte. –Recorrió la concurrida estancia con una mirada furtiva, se mordió el labio inferior y frunció ligeramente el ceño–. Supongo que no le apetecerá tomar una copa u otra cosa de todos modos, ¿verdad?

Genar-Hofoen se echó a reír, sacudió la cabeza, se inclinó y, mientras ella se marchaba, se cargó el guarda-todo al hombro.

Genar-Hofoen había llegado unos días después de la clausura del Festival anual de Grada. Reinaba en el lugar un aire de otoñal caducidad mezclado con sopor estival; la gente estaba limpiando, calmándose, volviendo a la normalidad y en general, comportándose de nuevo como de costumbre. Había hecho la reserva con antelación y había logrado contratar los servicios de un erogrupo de primera, así como alquilar un ático de lujo en La Vista, el mejor hotel del nivel tres.

En conjunto, más que suficiente para hacer que mereciera la pena ignorar las evidentes insinuaciones de aquella mujer perfecta (bueno, en realidad no... pero sí cuando la mujer perfecta era casi con toda seguridad un agente de Circunstancias Especiales modificado para parecerse a la criatura de sus fantasías y enviado para cuidar de él, mantenerlo contento y a salvo, cuando lo que él quería era un poco de variedad, un poco de excitación y algo de peligro no Cultural. Desde luego, su pareja perfecta debía de parecerse a la muy espléndida Verlioef Schung, pero aún más importante que esto era que no perteneciera a Circunstancias Especiales, a Contacto o siquiera a la Cultura. Era ese deseo de extrañeza, de alejamiento y de alienación lo que probablemente nunca entendieran).

Estaba tendido en la cama, agradablemente exhausto, rodeado por una extraña música que se manifestaba de cuando en cuando con un estremecimiento y por una pulcritud soñolienta, oyendo en su cabeza un zumbido provocado por alguna descarga glandular y viendo un canal de noticias (favorable a la Cultura) en una pantalla que flotaba en el aire, delante del árbol más cercano. Un auricular transmitía el sonido.

La noticia principal seguía siendo el conflicto Blitteringueh-Anegantes. Luego vino un reportaje sobre el incremento del aflotamiento entre las naves de la Cultura. El aflotamiento era lo que ocurría cuando dos o más Mentes decidían que estaban hartas de estar solas y de tener que comunicarse utilizando el equivalente a cartas; de modo que se acercaban y se mantenían físicamente próximas para poder conversar. Operacionalmente era de lo más ineficaz. Algunas Mentes más antiguas temían que esta costumbre significara que sus camaradas más recientemente construidos se habían vuelto blandos y querían que los estados-premisa de Mentes construidas en el futuro fueran alterados para eliminar esta muestra de decadencia.

Noticias locales: hubo un breve reportaje en directo en el que básicamente se decía que las misteriosas explosiones producidas en el muelle 807b el tercer día del Festival seguían siendo un misterio. El crucero de la Afrenta Propósito furioso había sufrido daños leves a causa de una pequeña detonación de energía pura que no había hecho otra cosa que chamuscar localmente una capa de su casco. Se sospechaba que se había tratado de una broma pesada impulsada por un exceso de entusiasmo festivo.

No tan localmente, continuaban las discusiones sobre la creación de una nueva hinteresfera a unos pocos de kiloaños de allí, hacia el exterior de la galaxia. Una hinteresfera era una zona del espacio en la que se prohibían los vuelos superlumínicos salvo en casos de emergencia y en el que la vida se movía generalmente a ritmo menor que en el resto de la Cultura. Genar-Hofoen sacudió la cabeza al escuchar la noticia. Pretencioso primitivismo...

De nuevo cerca de casa, unas naves se encontraban a solo un día de una posible anomalía, cerca de Esperi. La UGC que la había descubierto seguía informando de que no se habían producido cambios en el artefacto. A pesar de las peticiones de la sección de Contacto, otras civilizaciones Involucionadas habían enviado o iban a enviar naves a la zona, pero la propia Grada había renunciado a hacerlo. Para gran sorpresa de la mayoría de los observadores, la Afrenta había criticado el exceso de curiosidad de algunos y había decidido mantenerse al margen de la anomalía, aunque había informes sin confirmar sobre incremento de actividad Afrentadora en el Remolino Foliar Superior y aquel mismo día, cuatro naves...

–Apaga –dijo Genar-Hofoen en voz baja, y la pantalla, obedientemente, se apagó. Una de las chicas del erogrupo se agitó a su lado. La miró.

La cara de la muchacha era la viva imagen de Zreyn Tramow, la antigua capitana de la nave Niño problemático. Su cuerpo era diferente al de la original y había sido alterado ligeramente para ajustarse a los gustos de Genar-Hofoen, pero de forma sutil. Había otras dos como ella y tres más que eran idénticas a otras tantas personalidades famosas: una actriz, una intérprete musical y una experta en estilo de vida. Zreyn y Enhoff, Shpel, Py y Gidinley. Todas ellas habían estado encantadoras y sus interpretaciones habían sido más que correctas, pero Genar-Hofoen era incapaz de comprender a la gente que decidía alterar su apariencia y comportamiento cada pocos días para satisfacer los gustos –normalmente, aunque no siempre, sexuales– de otros. Puede que estuviera siendo un poco mojigato. Puede que fuesen gente aburrida en su vida normal o puede que solo tuviesen unos gustos más variados en estos asuntos que la mayoría de la gente.

Fueran cuales fuesen sus motivaciones, las cinco se habían quedado educadamente dormidas en la cama AG después de la diversión, que había venido precedida por una cena y una fiesta. Los componentes de la Pareja Ejemplar del Grupo, Gakic y Lelleril, también estaban dormidos, abrazados sobre el suelo de hierba que había entre la plataforma de la cama y el arroyo que se alejaba serpenteando de la cascada y del pequeño lago. Deshinchado, el pene del hombre tenía un aspecto casi normal. El propio Genar-Hofoen tenía sueño, pero estaba decidido a permanecer despierto durante todas las vacaciones. Barrió la somnolencia bajo los bordes de su mente segregando una dosis de «ganancia» glandular. Si seguía haciéndolo los tres días, después necesitaría un montón de sueño, pero pasaría una semana a bordo de la Zona gris/Follacarne; tiempo de sobra para recuperarse. El zumbido de la ganancia lo recorrió, aclarándole la cabeza y limpiando los efectos de la fatiga de su cuerpo. Gradualmente, lo fue embargando una sensación de paz descansada y preparada.

Juntó las manos detrás del cuello y levantó una mirada de felicidad hacia el cielo azul y salpicado de nubes que había más allá de las frondas de los dos árboles que flotaban sobre él. El mero movimiento, realizado en la gravedad de un G estándar, le proporcionó una sensación de ligereza, casi puerilmente agradable. La gravedad estándar para la Afrenta era más del doble que la gravedad humana que predominaba en la Cultura y Genar-Hofoen pensó que el hecho de que hubiera dejado de percatarse hacía tiempo de que cada día se sentía más pesado era una muestra de lo bien y lo deprisa que se había adaptado a las condiciones ambientales de God'shole.

Tuvo una idea. Cerró los ojos un momento y se sumió en el estado de semi-trance que los adultos de la Cultura empleaban cuando necesitaban comprobar su estado fisiológico y tenían tiempo de hacerlo. Rebuscó entre las diversas imágenes interiores de su cuerpo hasta que se vio a sí mismo sobre una pequeña esfera. La esfera proyectaba una gravedad estándar. Su cerebro había registrado el hecho de que llevaba varias horas en un campo gravitatorio reducido y se había ajustado a ello. A partir de ahora empezaría a perder masa muscular y ósea, a reducir el grosor de sus venas y a acometer los centenares de alteraciones diminutas pero importantes que necesitaba para adaptar su estructura, sus tejidos y sus órganos al peso reducido. Bueno, su subconsciente estaba haciendo su trabajo y no podía saber que regresaría a una gravedad Afrentadora dentro de un mes más o menos. Incrementó el tamaño de la esfera sobre la que estaba su imagen hasta que volvió a corresponder a las dos punto uno gravedades a las que tendría que adaptarse cuando regresara a God'shole. Ya, eso debería bastar. Ya que estaba allí, echó un vistazo rápido a su estado interno. No es que hubiera nada raro; las señales de alarma se hacían notar automáticamente. Todo estaba bien, seguro. La fatiga estaba siendo eliminada, había constancia de la presencia de la ganancia, los niveles de azúcar en sangre volvían a la normalidad y, en general, las hormonas estaban regresando a sus niveles óptimos.

Salió del semi-trance, abrió los ojos y miró la pluma terminal, que descansaba sobre un suave tocón esculpido que había junto a la cama. Hasta el momento la había utilizado sobre todo para recibir las respuestas de sus contactos en Contacto, que le habían confirmado lo que sabían sobre aquella misión tan poco –hasta el momento– exigente. La terminal debía emitir una lucecilla parpadeante cuando hubiera un mensaje para él. Todavía tenía que recibir noticias del VGS No se inventó aquí, el Coordinador de Incidentes nombrado para la Excesión. Seguía donde la había dejado, apagada. No había mensajes nuevos. Bueno.

Apartó la mirada y contempló el paso de las nubes por el cielo durante un rato. Entonces se preguntó qué aspecto tendría si lo apagaba.

–Cielo, apagado –dijo en voz baja.

El cielo desapareció y en su lugar apareció el auténtico techo de la suite: una lustrosa superficie negra, cubierta de proyectores, lámpara, protuberancias y surcos varios. Los sonidos de los animales se esfumaron. En el Hotel La Vista, todas las habitaciones eran áticos de lujo. Había cuatro por piso y el único piso que no tenía áticos era el último que, para que nadie en los pisos inferiores creyera que estaban dándole gato por liebre cuando había auténticos áticos disponibles, estaba reservado para la maquinaria y el equipo del hotel. La habitación de Genar-Hofoen se llamaba suite de la jungla, aunque sin la menor duda era la jungla más cuidada, fumigada, templada y en general civilizada que jamás hubiera visto.

–Cielo nocturno, encendido –dijo en voz baja. El lustroso cielo negro fue reemplazado por una negrura salpicada de estrellas de agudo brillo. Volvieron los sonidos animales, algunos de ellos diferentes a los que se oían a la luz del día. Eran animales de verdad, no grabaciones: de cuando en cuando un pájaro sobrevolaba el claro en el que se encontraba la cama o un pez chapoteaba en el lago de baño o un simio recorría a saltos las copas de los árboles o un enorme insecto brillante pasaba volando por el aire.

Era todo terriblemente elegante y aséptico y Genar-Hofoen esperaba con impaciencia la llegada de la noche, cuando tenía la intención de ponerse sus mejores galas y bajar a la ciudad, en este caso Ciudad Nocturna, situada un nivel por debajo de él y donde, tradicionalmente, solían congregarse todos los moradores de Grada capaz de respirar una atmósfera de nitrógeno-oxígeno y tolerar una gravedad estándar –y con ganas de disfrutar de un poco de excitación y diversión–. Una noche en Ciudad Nocturna era justo lo que necesitaba para completar un primer frenesí de diversión enloquecida al comienzo de aquellas cortas vacaciones. Llamar antes de llegar y encargar los servicios de un erogrupo fabulosamente caro para que llevase a la práctica todas sus fantasías sexuales era una cosa –extremadamente satisfactoria, sin la menor duda, se dijo a sí mismo con la debida solemnidad– pero la idea de un encuentro casual con alguien, otro espíritu libre e independiente con sus propios deseos y exigencias, sus propias reservas y requerimientos, eso –precisamente porque lo dejaba todo en manos del azar y de la negociación, precisamente porque podía terminar en nada, en rechazo, en un fracaso a la hora de impresionar y de conectar, en encontrarse deseando en lugar de deseado– era una cosa más valiosa, una empresa digna del riesgo de un rechazo.

Segregó «carga». Eso bastaría.

Segundos más tarde, lleno a rebosar con el deseo de actuar, moverse y la bendita necesidad de hacer algo, salió de la cama de un salto, riendo para sí y disculpándose con los adormilados y gruñones pero todavía deseables miembros del erogrupo.

Corrió a la cascada caliente y se metió debajo de ella. Mientras se secaba, le dijo a una criaturilla de pelaje azul y aspecto sabio, vestida con un pulcro chaleco y posada sobre un árbol cercano, la ropa que quería que le prepararan para la velada. La criatura asintió y se marchó saltando entre las ramas.

Excesión
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