III
Leffid, con la moza entre los brazos, se volvió hacia la pantalla de babor del yate y contempló con alegría la oscuridad del espacio. Uno de los brillantes extremos de Grada estaba a la vista, rotando en toda su silenciosa majestad. Se dijo que nunca le había parecido tan hermoso. Bajó la vista hacia el rostro dormido de su ángel. Se llamaba Xipyeong. Xipyeong. Qué nombre más bonito.
Esta vez era amor, estaba seguro. Había encontrado su alma gemela. Se habían conocido una semana atrás y solo habían pasado juntos un par de noches, pero lo sabía de todos modos. ¡Porque, para empezar, por una vez no se había olvidado de su nombre!
Ella se estiró, despertó y abrió lentamente los ojos. Frunció el ceño un instante, y entonces sonrió, le dio un empujoncito y dijo:
–Eh, Geffid...