Capítulo 31
Las redes más peligrosas son las invisibles. Dafne lo sabe. Pero más peligrosas aún son las que se tejen alrededor de uno mismo, porque esas no sólo no las aprecia la vista, sino que apenas se sienten.
Mientras Dafne comenzaba a darse cuenta de que había caído en su propia trampa, el auténtico Roberto continuaba en el hospital, tratando de recuperarse del accidente sin el que no hubiera sido posible aquel doble engaño.
Había salido y entrado varias veces de la UVI. Cuando no estaba narcotizado le dolían tanto las piernas que no era capaz de pensar en nada, aparte de desear, con las pocas fuerzas de que disponía, que desapareciera aquella sensación de que le abrasaba la pierna derecha.
El autoinjerto no acababa de arraigar por completo, y los médicos no podían asegurar que los dolores de los que se quejaba el enfermo no se debieran a que alguna de las terminaciones nerviosas de la zona injertada hubiera quedado libre, por lo que barajaban la posibilidad de una nueva intervención que solucionara el problema. Por este motivo, hasta que no estuvieron seguros de que la piel había prendido correctamente, y no había riesgo de rechazo, le mantuvieron prácticamente sedado, entrando y saliendo de la UVI al menor signo de empeoramiento.
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El día del atropello, los gemelos se encargaron de recoger todas las cosas del Rata y de meterlas en una bolsa de plástico. El móvil, las gafas de sol, el abono de transporte, los auriculares del mp3, las llaves y unas cuantas monedas que habían quedado desparramadas por el suelo. Esa misma noche, antes de abandonar el hospital para irse a su casa, le entregaron las cosas a los padres de Roberto. Kiko se marchaba también en ese momento, y su madre le dio la bolsa con el ruego de que la dejara sobre la mesa de la habitación de su hermano.
Aquella bolsa de plástico aún permanecía en el escritorio del Rata, en la misma posición en la que Kiko la había dejado, cerrada, con un nudo que había hecho su madre utilizando las asas.
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Kiko y los gemelos congeniaron muy bien en el hospital. Antes del accidente sólo se veían cuando acompañaban a Roberto a su casa o cuando coincidían en el Chino con sus respectivos grupos de amigos. Para los gemelos, Kiko era un pipa más del grupo intermedio entre el de los pequeños y el suyo. Pero desde que compartían la sala de espera de la UCI, surgió entre ellos una amistad bastante profunda, alimentada sobre todo por la preocupación que sentían por el Rata.
Compartir el dolor es acercarse un poco al otro, y los tres necesitaban ese acercamiento.
Y así, poco a poco, sin haberlo buscado, en aquella sala de espera fue creciendo entre ellos un sentimiento que se parecía mucho al que los gemelos sentían por Roberto y Roberto por ellos.
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Kiko se parecía mucho a su hermano. Apenas se llevaban diez meses. Cualquiera que los viera podría decir que, al igual que sus amigos, ellos también eran gemelos, o por lo menos mellizos. El mismo pelo negro, casi la misma estatura, la barbilla, la frente y los ojos. Pero no sólo se parecían en el físico, también en el carácter eran muy similares. Cuando eran pequeños no se separaban nunca. Ni siquiera en el colegio, porque al haber nacido los dos en el mismo año natural, les correspondía estudiar en la misma clase. No obstante, cuando se acercaban a la pubertad, Kiko tuvo un tropezón en los estudios y no le quedó otro remedio que repetir curso. Desde entonces, Roberto y él empezaron a distanciarse y a salir con diferentes grupos de amigos. A Roberto le vino muy bien, porque siempre había deseado que le considerasen como al hermano mayor, y disfrutar de las ventajas que supuestamente le correspondían.
Desde que comenzaron en la guardería, los gemelos habían sido amigos de ambos, pero con aquella separación no sólo se produjo un distanciamiento con su hermano, sino también con respecto a ellos.
Hasta que se reencontraron en el hospital, para los gemelos, Kiko había pasado a la categoría de los pipas, y ahí hubiera seguido de no haberse producido el accidente.
Ahora se pasaban tardes enteras en la antesala de la UCI, sentados unos junto a otros, con la misma preocupación.
Y no hay cosa mejor que tiempo por delante para encontrar un punto de encuentro con los demás, por muy diferentes que sean de nosotros.
Los días se hacían muy largos en aquella sala de espera.