Capítulo 17

Su madre les había contado que la muerte de su padre a causa de una septicemia fue un caso de mala suerte. Una de esas cosas que nunca pasan. Una extraña jugada del destino que sucedió sin que nadie pudiera explicarse cómo. Le tocó a él de la misma forma que podía haberle tocado a otro, o como no le tenía que haber tocado a ninguno. Una lotería.

Viajaba de acá para allá en el equipo de un piloto de Fórmula 1 con el que trabajaba recorriendo circuitos en los que nunca llegaron a subir al podio, pero que les permitía vivir con cierto glamour y mantenerse en una escudería de segunda, una de tantas sin las que los grandes pilotos tampoco podrían alzarse con los triunfos.

Ni siquiera él mismo supo cómo ocurrió. Probablemente se quemó con alguna pieza del motor del coche, o quizá con algo más simple, con el aceite en que frió las patatas de una tortilla que, unos días antes de su muerte, preparó para sus compañeros de escudería. Nunca se averiguó. Lo único que se supo fue que una quemadura, infectada en su mano derecha fue la causante de que su flujo sanguíneo se contagiara de la bacteria que le causó la muerte.

Siempre que piensa en él, Dafne puede oler el aroma a gasolina imponiéndose sobre cualquier otro. Y también piensa en esa herida que no se curó, y en el absurdo de aquel desenlace.

El día en que su padre conoció a su madre, después de tomar unas cervezas con los padres de Paula, acabaron los dos en el circuito donde entrenaba el piloto de Fórmula 1, y donde se hicieron la foto que tiene Teresa en la mesilla de noche. La misma con la que Dafne identifica siempre a su padre, y que provocó su afición por las carreras antes de que se le despertase el interés por el teatro.

Desde que aprendió a leer, recortaba todo lo que tuviera que ver con los campeonatos de Fórmula 1. Un mundo que sólo conocía de referencia, pero que había reproducido en su mente de una forma tan estructurada que cualquiera diría que su padre la había llevado con él a los incontables circuitos nacionales e internacionales en los que compitió.

Guardaba sus recortes en carpetas de colores. Cada color para un aspecto diferente relacionado con las competiciones: pilotos, escuderías, grandes premios de distintos años, campeonatos mundiales, récords, poles, y un montón de cosas más relacionadas con las carreras, que aprendió para rendirle su particular homenaje a su padre. En total, más de veinte carpetas en las que atesoraba alrededor de quinientas fotografías sobre campeonatos de Fórmula 1. Algunas de estas fotos acabaron colgadas en el facebook de «Gasolina sin plomo», con el único objetivo de atraer la atención de Roberto hacia algo más que los ojos bonitos de su hermana Cristina.