Capítulo 26

Paula, ¿dónde crees que será mejor que nos veamos? ¿En el Chino o en la fuente? Yo creo que en la fuente ¿verdad?

—¡A mí no me lo preguntes, tía. Ya sabes que no me gusta nada este rollo que te traes!

—¡Venga ya! ¡Paula! ¡No seas tan moñas! ¡No me lo puedo creer!

—¡Qué coño moñas! Lo que soy es más lista que tú. Porque desde luego, con esto que estás haciendo, no parece que tengas más de dos dedos de frente, guapa.

—¡Bueno, pues nada, lo haré yo sola! Le voy a decir que vaya a la plaza y que me espere en la fuente. Así me escondo en los soportales y puedo verlo de lejos y mandarle mensajitos. Como el día de la cancha de baloncesto.

—¡Que te crees tú que va a esperar una hora como el día de la cancha de baloncesto! Al primer mensajito diciéndole que vas a llegar tarde, te manda a tomar por culo. No creo que sea tan panoli como para quedarse a ver venir otro plantón.

—Es que esta vez no le voy a decir que voy a llegar tarde.

¿Sabes? Le voy a llamar media hora después de la cita, y le voy a decir que llevo esperándolo en otra plaza una eternidad, y que me he cansado y me voy.

—No, si eso sí, como dice mi madre, tienes más salidas que el metro. Pero esta vez no te va a salir bien. Te lo digo yo.

—¡Habló la ceniza!

—Que no, colega, que te lo digo en serio. Que esto no puede salir bien. ¿Por qué no le llamas mejor por teléfono?

—¿Por teléfono?

—Claro, tía. Dile que sigues en Londres y que le llamas desde allí. Dale más cancha a lo de la cita, si no, la cagas en cuanto le mandes el mensaje ese de la media hora.

—¡Qué buena idea! ¡Ven aquí que te dé un beso! Que eres más lista que todas las listas juntas. Pero que conste que eso es porque eres mayor que yo.

—¡Sí, vaya! ¡Sólo dos semanas!

—Lo suficiente. En dos semanas pueden pasar muchas cosas. ¡Por cierto! ¿Sabes que me ha venido la regla?

—¡¿Pero serás capulla…?! ¡Eso se dice nada más llegar! ¿Cuándo ha sido?

—Esta mañana.

—¿Se lo has dicho a tu madre? ¡Menudo fiestorro te va a hacer! Como el de Cristina y el de Lliure.

—¡Ni hablar! No se lo pienso decir, ¿vale? Y no se te ocurra irte de la lengua tampoco. No se lo digas ni a tu madre.

—Pero, tía, no me seas rara. Tendrás que decirle que te compre compresas y eso ¿no?

—No me hace falta, se las cojo a mis hermanas. ¡A ver! Que en mi casa siempre hay.

—¿Y qué tal?

—Pues lo que me esperaba, un coñazo que duele un huevo. Yo no sé por qué tienes tú tantas ganas.

—Pues está clarísimo. ¡Ya eres mayor! Crecerás… Te saldrán las tetas… ¿Te parece poco?

—¿Y yo para qué quiero tetas?

—¿Para que te mire Roberto?

—¡Bueno! Visto así… Lo que pasa es que él a quien quiere mirar no es a mí, sino a mi hermana.

—Mira, tía, conociéndote, conseguirás que sólo te mire a ti, pero será para tratar de vengarse de tus trucos.

—O para darse cuenta de que también las pipas tenemos nuestro poquito de encanto, y nuestro mucho de astucia.

—Lo dicho, mi madre tiene razón, tienes más salidas que el metro.

-oOo-

No le dijo nada a su madre, pero aquella noche manchó las sábanas y el colchón.

A la mañana siguiente, trató de limpiarlos con una esponja húmeda, pero la mancha se hacía más grande en lugar de quitarse. Al cabo de un rato, no le quedó otro remedio que llamar a Teresa en busca de ayuda. Su madre recibió la noticia tal y como Dafne había supuesto.

—Así que ya te has hecho mujer. ¡Enhorabuena, cariño!

Pero Dafne no deseaba una felicitación, ella sólo quería seguir como estaba, sin aquella condena que le había impuesto la vida por haber nacido chica. —¿Enhorabuena por qué? ¿Porque ahora tengo que estar pendiente todos los meses de este coñazo?

—¡No! Porque ahora ya sabes que tu cuerpo funciona como tiene que funcionar. Y porque ya sabemos que cuando seas mayor, si quieres, podrás tener niños.

—Yo no quiero tener niños.

—¡Bueno! Pues no los tendrás, pero será tu opción. ¿No lo comprendes? No es lo mismo no tenerlos porque no quieres, que porque no puedes. Si no te viniera la regla, tendríamos que ir al médico para buscar la causa y tratar de solucionarla. No es sólo por los niños, entiéndelo, para eso también está la adopción. Es más, hay quien prefiere adoptarlos antes que tenerlos, y otras incluso no tenerlos nunca. Pero está muy bien saber que tu cuerpo funciona correctamente. Esta tarde haremos una fiesta. Llamaré a Paula y a la tía.

Dafne miró a su madre con la desagradable sensación de que Teresa no la conocía en absoluto. Nunca la había conocido. Jamás le había importando lo que ella sentía o lo que no sentía, lo que quería o lo que odiaba. No sabía que ella no quería crecer, que no le gustaban los niños, y que nunca quiso una fiesta cuando le llegase el periodo.

Aún estaba resentida con ella por haberla castigado sin salir en todo el verano y por haberle quitado el ordenador, el verdadero lazo de unión con Roberto, donde podían hablar horas y horas en el chat del facebook, sin peligro de que pudiera adivinar su identidad, sin gasto alguno, y sin tener que esperar a que llegaran los mensajes, como ocurría con los sms y con el correo electrónico.

Internet era la forma de estar en contacto con sus amigos permanentemente. En la cuenta del Tuenti que tenía abierta con su verdadero nick, se encontraban casi todos sus compañeros del colegio, fundamentalmente los que se reunían por las tardes en el Chino. Su madre no entendía que no conectarse era lo mismo que si hubiera salido para siempre del grupo. Era su mundo, su forma de vivir, su espacio. Un lugar donde reunirse con las personas que vivían y que sentían como ella. Una forma más de relacionarse con los suyos, y con los amigos de los suyos, y con los amigos de los amigos de los suyos.

Teresa no comprendía que con aquellas medidas no sólo le había quitado la posibilidad de hablar con Roberto, también le había impedido conectarse a las redes sociales a las que pertenecía y a las páginas en las que escuchaba su música preferida. Es decir, si no hubiera sido porque podía utilizar el ordenador de Paula, la habría aislado del mundo.

Dafne no se lo perdonaría por mucha fiesta que ahora quisiera organizarle. Apenas habían hablado desde que la castigó, y ni por asomo haría las paces con ella sólo porque le hubiese venido el periodo.

Teresa le ayudó a poner las sábanas limpias y trató de bromear con la fiesta que organizaría por la tarde.

—Ya verás, seguro que la tía te regala una caja de tampones con las instrucciones en un marco, como hizo con Lliure.

Pero Dafne la miró como si en lugar de una broma le acabase de lanzar un cuchillo.

—¡Déjame en paz! Yo no te he pedido una fiesta.