Capítulo 9

Cuando las notas del colegio comenzaron a bajar, como resultado de los exámenes de la tercera evaluación, la tensión con su familia comenzó a subir a niveles hasta entonces desconocidos. Si no le reñía su madre, se peleaba con alguna de sus hermanas o con todas a la vez.

Cualquier excusa era válida para que la casa se convirtiera en un campo de batalla, y Dafne era siempre la primera en cargar la munición.

«¡Cristina! ¿Por qué coño has usado mi falda vaquera sin mi permiso?»

«Ese CD es mío ¿Quién lo ha dejado fuera de su caja, ¡joder!?»

«¡La próxima vez que saquéis a Trufi a la calle, no dejéis la puta correa en mi cuarto! Estoy hasta las narices de que pongáis las cosas del perro encima de mi cama, ¿vale?»

«¡Hasta cuándo tendré que soportar que Lucía duerma conmigo y enrede en mis cosas! ¡Ya está bien! ¡Parece que le gusta joderme!»

Y así un día, y otro día, y otro, y otro. A veces se encerraba en su cuarto después de haber dado un portazo tan fuerte que el quicio de la puerta había comenzado a resquebrajarse.

Casi todas las discusiones acababan de la misma forma, ella con los cascos de su mp3 enchufados hasta el máximo volumen, conectada al messenger, al tuenti o al facebook para contarle a su prima Paula cómo la trataban en casa, e ignorando los gritos de sus hermanas que llegaban desde el otro lado de la puerta.

«¡Me pongo tu ropa cuando me da la gana, gilipollas! ¡Y no te creas que no me doy cuenta de que tú te pones la mía!»

«¡El CD me lo regalaste a mí el día de mi cumpleaños! ¡Lo que se da no se quita, imbécil!»

«¡Mírala! ¡Qué graciosa! ¡Pues si no te gusta lo que hacemos con la correa del perro, bájalo tú y la colocas donde a ti te salga del moño!»

«¡Y si te da miedo el ascensor, lo bajas por las escaleras! ¡Que tienes un morro que te lo pisas, tía!»

«¡Yo también quiero un cuarto para mí sola!»

Teresa se desesperaba ante las discusiones de sus hijas y trataba de mediar, pero casi siempre era inútil.

—¡Ya basta! ¡No discutáis! Y por lo que más queráis, dejad de hablar como arrabaleras. ¡En esta casa no se dicen tacos!

Después se volvía hacia Dafne:

—Y tú, hija mía, a ver si controlas ese genio que te gastas últimamente.

La mayor parte de las veces, en lugar de poner orden en las peleas, la madre se encontraba con que la furia de Dafne terminaba por dirigirse inevitablemente hacia ella. En contra de lo que se proponía con su intervención, en vez de calmarla, sus palabras parecían excitarla conforme las iba pronunciando.

Al final, después de más gritos, portazos y salidas de tono, Teresa casi siempre acababa en su cuarto llorando, sin poder entender qué pasaba con Dafne. Una niña dulce y cariñosa hasta entonces, que se estaba convirtiendo en una extraña.