Capítulo XVIII

—Hola preciosa, mira cómo te volvió Hércules ¿Dónde estabas metido eh? —preguntó su madre al perro mientras se acercaba a Julia y veía el estropicio ocasionado en la parte delantera de la blusa, culpa del saludo del animal, que a pesar de los años se mantenía ágil.

—Hola mamá.

Liz, reciprocó el saludo con un abrazo y un beso y siguió hablando de la mascota y sus últimas travesuras. A sus cincuenta y cuatro años seguía siendo una mujer hermosa y elegante, que gobernaba a su familia con guante de seda y mano de hierro.

—No sé de dónde tu padre sacó ese nombre para el perro —comentaba mientras acariciaba al animal—. Caramelo le habría quedado mucho mejor con lo cariñoso y juguetón que es. Hércules parece nombre de perro guardián y este de guardián no tiene nada. Si entraran los ladrones, les batiría la cola y los llevaría directo a la plata —¿Cómo vas nena? ¿Qué tal la oficina?

Julia sonrió.

—El trabajo está bien mamá, gracias.

—Tus hermanos ya están en el patio. —La tomó de la cintura y entraron a la cocina. La estancia más importante del hogar Lowell.

—Llegas algo tarde —tronó la voz de su padre que adobaba una carne en el mesón de la cocina—. Te toca la ensalada.

—Huy, yo también, te quiero —contestó Julia y le robó un beso que hizo sonreír al patriarca de la familia.

—Liz, sabes que en mi casa nunca habría aceptado un perro con nombre de marica. Además, creo que lo subestimas. —Había escuchado los comentarios de Liz.

La sonrisa le curvó de nuevo los labios. Estaba de vuelta. Era domingo de barbacoa. Se acercó al lavaplatos, se lavó las manos, fue a la nevera y sacó los vegetales que puso en el mesón, al frente de unos cuencos ya dispuestos y la tabla de picar.

Julia adoraba el ambiente de la cocina de su hogar. Era el único lugar que se había quedado detenido en el tiempo, había una isla de baldosa en colores vivos y muebles de madera oscura, una ventana por donde se veía el patio, adornada con una cortina blanca con aplicaciones de manzanas y otras frutas. Un par de macetas sembradas con orégano y laurel en el medio. Estantes con los diferentes frascos de especias, las cestas con frutas frescas. El olor a cebolla se mezclaba con el de la carne y demás aliños. Por primera vez en la semana respiró tranquila y feliz.

Charlaron de trivialidades, mientras Julia partía pedazos de lechuga y Liz se afanaba con la bebida.

Julia sabía que su mamá no demoraba en hacer la pregunta que efectivamente siguió.

—¿Ya tienen fecha?

—No mamá, aún no —contestó Julia, con voz tensa que enseguida alertó a Raúl.

—¿Cuándo llega Frank?

—La próxima semana.

—Hija si deseas una boda por todo lo alto, tienen que definir fecha, hay mucho trabajo por delante.

—Liz deja a la chica en paz, no hace ni cinco minutos llegó —interrumpió su padre—. Esa cantidad es suficiente, hija. Vamos al patio antes de que tus hermanos hagan desastres con mi barbacoa nueva.

Liz siguió detrás de ellos con una bandeja donde reposaba una jarra de cristal con una deliciosa sangría y unos vasos.

Julia no quería evidenciar el sinsabor que hacía varios días la asaltaba, percibía que había llegado a una encrucijada. Se sentía emocional, sensible ¿Qué diablos le pasaba? No podría confesarle a su madre las dudas que la asaltaban respecto a su relación con Frank por la vuelta de Nick.

Se reprendió por tonta y se dijo que lo único que necesitaba era un día en el Spa o una noche de juerga con sus amigas.

—Hola mocosa —dijo Steve su hermano menor, apretándole la nariz, con ánimo de juego y provocación.

Julia lo abrazó. Steve era el sueño de toda chica, alto, delgado, con una bella sonrisa y los ojos verdes, sello heredado de su madre. Tenía un balón en la mano, que Julia le arrebató enseguida. Steve fue detrás de ella y tiró del balón que fue a dar a la cabeza de Greg, el esposo de Maggie la hermana mayor de Julia.

—Chicos ustedes no maduran, parecen bebés —reclamó Maggie.

Greg confiscó el balón a sus pies y los miró retador a ver quién se iba a atrever a acercarse. Los hermanos no le prestaron atención.

—No, lo que pasa es tú naciste ya hecha una viejita —dijo Steve.

—Ninguna viejita acuérdate, cuando te puse los tacones de mamá y te hicimos desfilar en el patio ante las hermanas Potter, o cuando te pinté los párpados con esmalte de uñas color rosado pensando que eran sombras.

Julia y Maggie soltaron la carcajada.

—¡No sé cómo no fueron a la correccional por eso! Solo tenía cinco años —Steve las miraba con gesto reprobatorio y a la vez divertido.

—No fue necesario, querido —soltó Julia enseguida—, con el castigo de mamá fue suficiente.

—El que ríe de últimas, ríe mejor. Mi venganza llegó para cada una de ustedes. Aunque años después.

Steve y Julia se reían al recordar como Maggie les tuvo que pagar la mesada de un mes porque la encontraron besándose con un chico de la escuela cuando tenía trece años y no quería que sus papás lo supieran. El chico tenía quince años, a Liz y Raúl no les haría ninguna gracia que mientras estaban en cine; Maggie traía el personaje a la casa para meterle la lengua en la garganta, como decía Steve cuando la chantajeaba. La historia no terminó muy bien para ellos porque Maggie se sinceró con Liz. Recibió un regaño y una charla sobre sexualidad. Pero a ellos los dejó un mes sin salir y los conminó a devolver el dinero y la venganza a Julia ya ni se acordaba cuál fue, pues fueron tantos los conflictos a lo largo de la niñez y adolescencia.

—Vamos a alistar la barbacoa —exclamó Raúl—. Steve trae unas cervezas del congelador. Maggie ve y ayuda a tu madre con las patatas. Greg me ayudará con el asado.

Y así, como un general ordenando a sus tropas, todos fueron a cumplir sus deberes.

Greg el esposo de Maggie, se acercó y la besó en la mejilla. Era un atractivo hombre de treinta y cinco años, contextura mediana, ojos claros y sonrisa bonachona, amaba a Maggie profundamente y a la pequeña Paola, la hija de ambos, que era la adoración de Julia. La niña estaba en el corral haciendo la siesta a la sombra de un árbol. Julia se aproximó y la observó dormir, esos eran los momentos en los que deseaba establecerse, fundar su propia familia. Paola era una preciosura de bucles rubios y saludables cachetes rosados, con brazos regordetes; su sueño era tranquilo, parecía un ángel, pero cuando estaba despierta, era otro cantar, salía a relucir el temperamento fuerte de las mujeres de la familia. Le envió un beso al aire. No quería despertarla. Al levantar la mirada observó a Liz y Maggie que se afanaban alistando la mesa, su madre alisaba el mantel y Maggie ponía la bandeja de patatas humeantes; con las cabezas juntas, reían de algo que dijo Greg. Parecían dos gotas de agua, una la versión más joven de la otra, eran muy amigas, Julia a veces resentía ese hecho.

La adoración de Julia era su padre. Se acercó a él, le acarició el pelo entrecano negro, él, le devolvió una sonrisa con ojos del color del café. Era alto y se conservaba muy bien, jugaba golf todos los días.

—Oye mamá ¿dónde está la abuela? — preguntó Steve, con fingido tono de seriedad.

Liz se envaró enseguida y escrutó la expresión de su hijo. No la engañaba.

—Me dijo que les diera todo su amor y sus besos, que los vería pronto, tenía un compromiso en el centro de la ciudad —concluyó Liz con algo de reprobación. Su madre con setenta y cuatro años, disfrutaba de la vida y de los hombres como si tuviera veinte. Después de tres matrimonios, aún creía en el amor como una adolescente y eso Liz no lo podía superar.

Liz era una mujer con los pies bien puestos sobre la tierra, a veces parecía la mamá de su mamá, pero todos adoraban a Elizabeth y se divertían con sus excentricidades. Con una posición económica desahogada, gracias a sus tres matrimonios, disfrutaba de la vida, de los viajes y de su familia. Y tenía una frase que era un dogma en su existencia: “Cerrarle la puerta en las narices al amor, trae mala suerte”.

—Bien por la abuela —soltó Steve que reía sin mirar a su madre. Liz dejó de hacer lo que estaba haciendo para mirarlo con gesto ceñudo—. A lo mejor, pronto nos trae el cuarto marido.

Todos rieron con disimulo. Raúl la miró con cariño y con un gesto de “No te preocupes por nada” pero remató la faena con un comentario irónico.

—Sería fabuloso —dijo—, tendrías una boda que preparar y podrías dejar a Julia tranquila un tiempo.

—Está bien —contestó Liz al tiempo, que soltó los cubiertos con brusquedad en la mesa—, ríanse lo que quieran, ella al fin y al cabo puede hacer lo que le dé la gana.

De todas maneras, Liz la defendía, era su madre al fin y al cabo. Aunque no estaba de acuerdo con su comportamiento, no podía hacer nada al respecto.

—Mamá es broma, sabes que adoro a mi abuela —respondió Steve apenado a medias.

Se sentaron a la mesa, abrieron una botella de vino y en un ambiente distendido, bromearon durante toda la comida, se contaron lo importante de la semana, chismearon de otras personas. Mientras Raúl ponía los pedazos de carne en los platos.

—Delicioso, papi —dijo Julia mientras partía el segundo pedazo de la tierna porción—. Podrías poner un restaurante, ya que te retiraste, te iría muy bien.

—Ni lo sueñes, mi marido trabajó muchos años, ahora quiero su atención, en un mes viajaremos a Tahití.

—Es válido —contestó Julia, que no dejaba de saborear la comida.

Al momento del postre, un cheese-cake de manzana, producción de alguna pastelería local. Maggie y Greg dieron la noticia de que serían padres por segunda vez. Estaban exultantes. Paola escogió ese preciso momento para salir de las brumas del sueño, dejaba en evidencia que su próximo hermano, no le usurparía la atención de la que gozaba. Julia la sacó del corral y en medio de mimos la sentó y le dio el almuerzo que Maggie ya le había preparado. Raúl fue por su mejor champaña para brindar por el nuevo miembro de la familia. Liz miraba a Julia como diciéndole ¿bueno y tu cuándo? Julia se hizo la desentendida pero le dolía un poco, el que su madre no entendiera que ellas eran diferentes y que nunca tendría hijos cortados por el mismo patrón.

Al transcurrir la comida, Julia y su padre fueron a pasear con Hércules. Tomaron un camino que los llevaba a un bosque de secuoyas y pinos que quedaba detrás de la casa. Al estar lejos de la carretera, Raúl le soltó la correa al perro, y este, ni corto ni perezoso, salió a correr por el lugar. Julia levantó un pedazo de rama gruesa y la tiró lejos. Hércules sin falta la agarró y la llevó a los pies de ella.

Raúl observaba a su hija con ternura pero a él no lo engañaba, algo le sucedía. Jugó un buen rato con el perro, mientras él, le relataba el último torneo de golf. Ya de vuelta a la casa Raúl le pasó el brazo por los hombros.

—Hija no te sientas presionada por tu madre en cuanto a formar tu propia familia ¿Cómo están las cosas con Frank?

—Nick volvió.

Raúl levantó las cejas sorprendido.

—No fue eso lo que te pregunté.

Julia le contó lo ocurrido la semana anterior, menos lo del beso.

Raúl silbó por lo bajo.

—Frank está de viaje.

—Entiendo ¿Le has preguntado a Nick por qué volvió a ponerse en contacto contigo?

Julia lo observó con un gesto de frustración.

—No sé qué quiere, me imagino que volverme loca.

—Estuviste muy enamorada de él. No digo que no quieras a Frank, pero tu rostro cuando mirabas a ese joven, no tenía precio. Nunca volviste a mirar a ningún hombre así, bueno, de los pocos que conocí. ¿Y eso hará alguna diferencia ahora que estás con Frank?

—Por supuesto que no. Solo que no deseo verlo más.

—Pues díselo.

—Es testarudo.

—¿Y si no ha podido olvidarte?

Julia resopló furiosa.

—No creo que haya estado enamorado de mí todos estos años. —Recordó sus palabras del día anterior.

—Hija, discúlpame si lo que te voy a decir te crea más inquietud, pero como tu padre, es mi deber darte luces cuando lo necesites. El solo hecho de que me estés contando esto, es porque te afecta y mucho, ten cuidado ¿Y si no lo has olvidado?

—¡Por Dios, papá! No puedo creer que me estés diciendo esto, lo odiaste a muerte cuando pasó aquello.

—No está entre mis personas favoritas. Eres una mujer valiosa, necesitas a tu lado un hombre especial, no quiero verte casada con cualquier mentecato por más dinero o apellidos que tenga o porque te sientas presionada. Pero ya eres una mujer hecha y derecha y si Frank te hace feliz, Nick se retirará pronto. Por lo que me cuentas, no creo que sea un hombre de librar batallas perdidas.

—Es un hombre intransigente y me hizo mucho daño.

—Eran muy jóvenes. Ya sea con Frank o con Nick o con Periquito de los Palotes, no debes cerrarte a vivir tu vida a plenitud. El amor es una de las vivencias más importantes de la vida. No debes dejar que el miedo te atrape. La vida es eso, vida, para gozarla, sufrirla, abrazarla, llorarla. No te encierres, rompe algunas reglas, haz alguna travesura.

—¿Me estás insinuando que tenga una aventura con  Nick?

—No. Solo quiero volver a ver esa expresión de enamorada de nuevo en tu rostro.

El lunes siguiente Nick no apareció, ni llamó. El martes tampoco. Julia se decía que debía respirar tranquila, a lo mejor había entrado en razón y supiera que lo mejor era darle su espacio. Le había permitido tomar distancia. Pero que va, el daño ya estaba hecho. No quería admitir que se sentía decepcionada, que deseaba volverlo a ver. Quiso llamar a Lori y preguntar por él, pero pudo más el orgullo. Además, tenía gran cantidad de trabajo; tampoco era para lamentarse, no tenía tiempo.

El miércoles apareció sorpresivamente a las once y treinta de la mañana.

No quería recibirlo, pero por el bien de la empresa debía hacerlo.

La saludó efusivo e invadió el espacio como una tromba.

Julia contestó el saludo con el corazón a mil y maldijo a Lucy por no avisar de su llegada, pero recordó que la había enviado a buscar unos papeles a la oficina de archivo.

La oficina se hacía pequeña con él adentro, pensó Julia.

En ese momento entró Helen con una carpeta para firmar. Se disculpó por la intrusión y ya volvía en sus pasos cuando Julia le pidió que siguiera. La presencia de la mujer le serviría para calmar el tamborileo de su corazón y le permitiría aclarar la garganta. Mientras examinaba los documentos, escuchaba a Nick hablar con ella y relegada detrás del escritorio lo observaba de reojo. Su vestuario era de gran calidad, ya lo había detallado en los encuentros anteriores y que guapo estaba, el corte del traje azul oscuro resaltaba su esbelta figura, y en ese momento recordó la intimidad compartida con él. Espantó sus pensamientos sonrojada, al percibir la punzada de deseo que la acometió. Le gustó el tono de la corbata gris con puntos amarillos y el contraste con la camisa blanca. Era un hombre que estaba cómodo con su cuerpo. Minutos después, Julia le devolvió los papeles a la chica, que entre sonrisas nerviosas, abandonó la oficina.

—Siento no haber podido venir antes, pero negocios urgentes me retuvieron en Los Ángeles. —No le pasó desapercibido el escrutinio que Julia le dedicó.

—No te preocupes hemos estado trabajando muy bien sin ti, el viernes vas a tener el resto del personal listo.

—Vaya, muchas gracias. —La observaba y no sabía dilucidar su talante, parecía molesta por algo—. ¿Estás molesta por mi presencia o por mi ausencia?

El gesto irónico que le dedicó casi le hace soltar la risa.

—No estoy molesta. Sí pensabas no estar más en las reuniones me hubieras avisado, es una desconsideración para conmigo y mi equipo de trabajo. Pudimos habernos atrasado.

—Por la forma como me trataste el día de la reunión pensé que sobraba. Tú misma me dijiste que no había necesidad de estar aquí todo el tiempo. Si hubiera sabido que tenías tantas ganas de verme. Créeme, nadie me habría movido de aquí.

A lo que Julia furiosa replicó:

—No te hagas ilusiones. Yo sé lo que dije, pero me hubiera gustado tener una confirmación de tu parte de que no vendrías más. —“Y no hubiera estado todo el día como una tonta pendiente de la puerta y el teléfono” pensó Julia—. Ha sido poco profesional de tu parte.

—Mil disculpas, déjame hacer algo para resarcirte —dijo Nick con una sonrisa de oreja a oreja y sorprendido por los reclamos de Julia.

—No hay necesidad de hacer nada, no te preocupes.

—Ya lo creo que sí. Vamos, quiero mostrarte el hotel y que me des tu opinión.

Julia lo miró confusa y él quiso devorarle los labios pintados de forma suave e imagino esa boca en ciertas partes. Estaba hermosa, con un vestido entallado color verde botella, sin mangas que resaltaba el color de la piel y el tono de los ojos.

—Pero estoy en medio del trabajo, no puedo salir corriendo.

—Tómalo como parte de tu labor, debes saber dónde ubicas tu personal —contestó de forma pícara.

Se percató de la lucha interna de Julia, disfrutaba viendo la querella que libraba en su interior.

—Está bien, vamos.

La observó ponerse una chaqueta de flores a tono con el vestido, agarró el bolso y caminó delante de él. Tenía el cabello recogido en un apretado moño en lo alto de la cabeza. Amaba la vulnerabilidad escondida en su imagen de mujer dura. La ternura lo embargó al percatarse que Julia Lowell nunca podría ser dura aunque lo intentara cien años. Contenida si, y sexy como el infierno.

El hotel estaba ubicado en pleno centro histórico de San Francisco, a una cuadra de Unión Square, cerca del Museo de Arte Moderno y a pocos metros de Chinatown. Era un edificio construido a principios del siglo veinte, totalmente remodelado y conservaba su estilo original que iba con la arquitectura del sector. El vestíbulo era elegante con columnas de mármol, arañas de cristal, y techos dorados que conducía a una galería de tiendas. Los locales estaban arrendados a boutiques de marcas exclusivas y se veía gente dentro de ellos tomando medidas y adecuando los espacios. Cuatro salones de eventos, restaurante, y las habitaciones con la misma decoración del resto del hotel, pero con todas las comodidades modernas. Era un imponente lugar, capaz de satisfacer las exigencias de clientes de todo el mundo. Julia se sintió orgullosa de lo que había logrado Nick y un calor que reconoció como admiración y orgullo se le instaló en el pecho. Éste le iba explicando todo lo concerniente a la remodelación, los problemas que habían tenido y cómo lograron sortearlos. Varios empleados llegaban a él con inquietudes y asuntos por resolver, a Julia le encantaba su don de mando, la firmeza y el carácter con que trataba su gente. ¡Dios! este hombre era todo un huracán.

—Es hermoso Nick, te felicito.

—Gracias. Me alegra que sea de tu gusto.

Salieron del hotel, al divisar el auto pensó, que se dirigían a la oficina de nuevo. Nick hizo una llamada por su móvil.

—Te invito a almorzar —dijo, animado de ver la reacción de Julia a su trabajo y enseguida tecleó algo en el aparato.

—No es necesario. —Era mejor dejarlo así y mantener las distancias, su cercanía causaba estragos a su alma.

—Vamos, chica Berkeley, tienes que alimentarte.

A Julia se le arrugaba el corazón cada vez que Nick le decía chica Berkeley. Observó el reloj, era más de medio día, podría estar en la oficina a las dos.

—Está bien.

Nick no le respondió. La invitó a subir al auto en cuanto este se estacionó en la entrada del hotel. El chofer abrió la puerta y se acomodaron.

—Matt, al helipuerto Golden Gate, por favor.

Julia lo miró boquiabierta. Las campanas de alarma tintinearon en su cabeza.

—¿Qué? ¿A dónde pretendes llevarme? Nick tengo trabajo, en serio.

—Ya te escuché, prometo que no demoraremos. Es una simple salida a almorzar.

—Nick, quiero que nuestra relación sea estrictamente de negocios, estoy cansada de repetírtelo cada vez que nos vemos y parece que no quieres escuchar.

—Esto ya no tiene que ver con los negocios. —Sacudió la cabeza y sonrió—. Te has vuelto una mujer miedosa ¿Tienes miedo a volar?

—No le tengo miedo a las alturas— contestó con furia.

—¿Me tienes miedo?

Julia se sentía como en uno de esos malditos programas de National Geographic, que tanto gustaban a su padre. Nick le recordaba a un depredador dispuesto a darse un festín. El animal acechaba a la presa hasta que con el poder de los gestos y miradas la inmovilizaba.

—Nunca.

—¿Entonces?

—Oh, diablos. Está bien ¿Me vas a decir por lo menos a dónde vamos?

—Napa.