Transcurrió una semana y Nick no llamó. A lo mejor se había olvidado de ella al llegar a la universidad, cavilaba Julia. Inspeccionaba su móvil cada poco tiempo. La asaltaba la inquietud y la desazón en los momentos más inoportunos. A veces se reprendía a sí misma, tenía que dejar de pensar en él. Se concentró en sus estudios y el siguiente fin de semana fue a visitar a sus padres. Aunque la universidad quedaba cerca, la familia llegó a un acuerdo, en los días hábiles, viviría en el Campus universitario y los fines de semana, iría sin falta a casa. No perdería tanto tiempo en el trayecto de ida y venida.
En los dormitorios de Stanford la tensión reinaba entre Nick y Peter. Habían discutido a lo largo de la semana por culpa de Julia.
—No puedes llamarla, es como mi hermana. No puedes jugar con ella.
—Yo no juego con las mujeres —contestó Nick con cara de pocos amigos. Peter le respondió con un resoplido—. Sé que es una mujer diferente, pero me gusta, no lo puedo evitar y me niego a hablar contigo del tema.
—Ella se merece alguien mejor que tú.
Salió de la habitación de su amigo dando un portazo.
Nick no jugaba con las mujeres, era muy claro en sus rollos. Con él existía un principio y si acaso una mitad, pero nunca un final. Sus relaciones eran cortas. Dejaba sus emociones en la entrada del cuarto. Nunca prometía nada, ni siquiera para el día siguiente.
Las palabras de Peter lo ofendieron. Se devolvió.
—Soy capaz de tener sentimientos nobles por alguien. Gilipollas. Soy capaz de enamorarme.
—¿Sentimientos nobles dices? Nicolás de la Cruz —lo señaló con un dedo—, no seas tan pendejo. Tú no sabes lo que son sentimientos nobles hacia una chica, no la mereces y no deberías llamarla.
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer. —¡Ja! Lo que faltaba. La quería para él, estaba cansado de las mujeres que rodeaban su vida, ya estaba bueno de superficialidad, cinismo y coquetería. Julia le intrigaba porque era una chica sin artificios. A pesar del rato compartido: ella tenía bien erigidas las defensas para los imbéciles como él. Además no era ninguna niña, tenía veinte años.
—No quiero problemas con Lori, pero sí la lastimas, te las verás conmigo —remató Peter con la mandíbula tensa, con un morral al hombro abandonó la habitación dando otro portazo.
Después de esa conversación a Nick le entraron las dudas y prefirió no llamarla. Se dedicó a los estudios y al entrenamiento con el equipo. En una semana tendrían partido con los Oregon Duck. La temporada había empezado bien, era su último año, deseaba darle el triunfo a los Cardinales, que llevaba tres derrotas consecutivas en el Big Game.
Así pasaron los días y no dejaba de pensar en ella, en su risa, en su mirada dorada, en sus labios separados, en su tono de voz con un toque de feminidad y determinación, en lo que sintió a su lado, hasta que no aguantó más y la telefoneó el siguiente sábado en la tarde con la idea de invitarla al partido. No contestó el móvil y entonces, como era fin de semana, dedujo que estaría en su casa. Con artimañas y promesas le sonsacó el número a Peter que tuvo que llamar a Lori.
Nervioso marcó el número.
—Buenas tardes ¿Con quién desea hablar? —contestó Liz.
—Buenas tardes, Julia, por favor.
—¿Quién la llama?
—Nick.
—Un momento, por favor.
El joven oyó a Liz llamando a Julia. Cuando esta se puso al teléfono, estaba más nervioso que el día de su primera cita con una chica de la escuela.
—Mamá, contesto en mi cuarto, ¿bien? —dijo Julia.
—Hola Nick —habló Julia de manera formal.
—Hola preciosa. Antes que nada, discúlpame por llamarte hasta ahora, pero tuve unos asuntos que atender y unos exámenes que presentar. ¿Cómo estás?
—Bien, muy bien gracias. No te preocupes, no habíamos quedado en un día fijo para hablar. Además —dijo Julia. Ni loca le haría saber que había esperado la llamada. No se lo iba poner tan fácil—, he estado algo ocupada, tengo muchos trabajos pendientes.
—¿Ni siquiera me has pensado algo? —soltó Nick inseguro, esta chica sí sabía minar su confianza.
—Nick… yo…
Se le presentaba un reto. No era hombre de hacerle el quite a los desafíos.
—Te propongo algo. El miércoles tenemos partido aquí en casa con los Oregón Ducks y quiero que seas mi amuleto de la suerte. Después, podemos reunirnos y salir a comer pizza o un postre de canela. —Por la mente le pasó el episodio en la casa de acogida y lo que sintió al rozarle la piel—. ¿Qué dices?
Nick no iba permitir que lo rechazara como tenía la seguridad de que ella iba hacer.
—No sé Nick. No sé si sea buena idea.
—Claro que es buena idea. Vamos, linda, no querrás ser la culpable de la derrota de Stanford, aunque le convendría a tu universidad. Quiero verte. ¿Qué pasó con lo de ser amigos, eh? Tengo ganas de hablar contigo —dijo Nick empleando un tono de voz que engatusaba y derretía a las mujeres, Julia no sería la excepción.
—Está bien. ¿Cómo haríamos? —acotó Julia con el corazón en la boca. La inflexión y el tono ronco de la voz de Nick, la tomó por sorpresa, como si le hubiera rozado sus partes íntimas. Le dijo que le enviaría los boletos con Peter, para ella y quien deseara acompañarla y que se verían después del partido—. ¿Te parece bien?
—Me parece —sonrió al aparato—, allá nos veremos. Suerte en el juego.
—Te estaré esperando, chica Berkeley. Adiós y que tengas buen fin de semana.
—Adiós Nick.
Julia pasó todo el fin de semana pensando en su cita con Nick. No sabía que esperar ¿la consideraría lo suficientemente atractiva para intentar ligar con ella o solo quería una simple amistad? Lori no vio con buenos ojos la invitación.
—¿Estás loca? ¿Ese chico? —exclamó, con los ojos abiertos de par en par.
—Sí, ese chico, no le veo nada de malo. Debe tener la misma edad de Peter.
—Pues para andar nadando entre pececitos, te vas a meter de cabeza en la guarida de los tiburones. ¡Por Dios Julia! Es amigo de mi hermano. Tú sabes cómo son ellos con las chicas.
—No creo que haya algún problema. Solo queremos ser amigos. Además, tú eres la culpable —la imitó de la mejor forma—: “podríamos echarle un vistazo al par de amigos, quien sabe, de pronto podamos salir con ellos”.
Tan bien la imitó que Lori acabó por reír. Luego dijo:
—No era esto lo que tenía en mente.
Julia la tomó de ambos brazos.
—Ya somos mayorcitas, Lori, sabemos cuidarnos. Eres mi amiga, tu deber es estar siempre a mi lado, primer reglamento del manual de amigas.
—¿Qué es eso del reglamento? ¿Cuál reglamento? Lo estás inventando para salirte con la tuya.
Julia sonrió, se acostó en cruz en la cama, mirando al techo.
—Ayúdame a escoger la vestimenta, que sea casual, nada vaporoso, ni de flores, pero tampoco, que parezca zorra.
—¿No quieres que te abanique y te riegue pétalos de rosas por el camino? —preguntó Lori.
—No es mala idea. Puedes hacerlo después de que me ayudes a escoger —dijo Julia y Lori le tiró un cojín que cayó al otro lado.
—Qué mala puntería.
—Puedo mejorar, ya verás.
El miércoles en la tarde, Julia terminó de arreglarse, se puso una falda de jean arriba de la rodilla, manoletinas rosadas, blusa blanca de encaje y una chaqueta casual rosada también. El cabello se lo cepilló liso, se percató de que le hacía falta un buen corte, la otra semana iría al salón. Se maquilló de forma suave, se perfumó.
—¿Cómo estoy?
Lori que la miraba desde la puerta exclamó:
—Te ves muy bien —la miró preocupada—, quiero que te cuides y que no te rompan el corazón. No quiero recoger los pedazos.
—¡Oh vamos! Sonaste a frase de novela rosa. No seas aguafiestas.
Llegaron al Stadium Stanford y se dirigieron a la zona de aparcamiento más cercana al sitio de encuentro con Peter. Faltaba media hora para el juego. El joven les salió al encuentro en el lugar convenido. Las saludó jovialmente y con unos pases de cortesía, atravesaron las puertas de cristal con el logotipo del equipo, una S mayúscula en color rojo. En minutos estaban acomodadas en las sillas. El lugar ya era un hervidero de gente desde temprano, aunque no estaba a tope como en otros partidos. Las porristas de ambos equipos hacían sus respectivos números. El móvil de Peter timbró varias veces antes de que contestara.
—¿Qué diablos quieres? Sí, ya están conmigo —blanqueó los ojos y negó con la cabeza— Estás de coña. ¿En serio? Donde no les ganen hoy a estos maricones, te vas a ganar una patada en las pelotas.
Peter se guardó el aparato en el bolsillo de los jeans.
—Julia, Nick quiere verte.
—¿Ahora?
—Sí, ahora, en el camino te explico.
—Yo esperaré aquí —dijo Lori, distraída con su móvil.
Julia recogió su pequeño bolso y lo siguió por todo el pasillo.
—¿Ha pasado algo que debiera saber?
Peter la observó con semblante avergonzado.
—No que yo sepa —le abrió una puerta que los llevó por un largo pasillo donde había toda clase de gente—. Los deportistas son supersticiosos y tienen una serie de costumbres y rituales antes y durante el juego que creen les dará suerte. Personalmente pienso que es una bobada, pero no hacen ningún daño y les da confianza. Hemos tenido muy mala racha los últimos cuatro años, ya es hora de cambiar las tornas.
—¿Y qué tengo que ver yo? No tomo en serio las supersticiones.
—Pero ellos sí lo hacen.
En el vestuario los jugadores hablaban al tiempo que se ponían los uniformes. Había dos novatos y todos comentaban cuál de todas las opciones sería la escogida para la ceremonia de iniciación. Las iniciativas iban desde dejar que los demás chicos les afeitaran la cabeza, la práctica de obligarlos a cantar el himno de la universidad frente a todos en la cafetería y hasta cargar la utilería de los veteranos.
Nick apenas les prestaba atención, pendiente de la señal de Peter para salir al pasillo. No quería que Julia entrara al vestuario con los demás chicos, pero tampoco dejar de verla antes del partido. Cuando Peter le hizo una seña por la puerta entreabierta, el entrenador terminaba su disertación de lo que esperaba de los chicos en el próximo partido.
Julia contaba con sus pasos unas cuantas baldosas del piso del hall que daba a la puerta del vestuario, interrumpió su actividad en cuando ésta se abrió y apareció Nick ¡Dios mío! Se veía enorme con la parafernalia del uniforme de los Cardenales. El casco y los guantes los llevaba debajo del brazo. Cuando sus ojos se encontraron, una extraña tensión en la pelvis se apoderó de ella. Nick elevó la comisura de los labios en un gesto que le aceleró las pulsaciones. Cuando estuvo frente a ella inclinó la cabeza, le acunó el rostro y le dio un suave beso en los cachetes que quedaron ardiendo. Luego, su boca se desplazó al oído y le dijo: ‘Bienvenida chica Berkeley’ Era un simple saludo, pero ella lo percibió de una manera muy diferente. Esa vibración ondulatoria de su tono de voz atravesaba todas las barreras de Julia, le aflojaba las piernas de forma inesperada y le producían un escalofrío desde el cuello hasta el final de la columna vertebral. Ya lo había percibido el día que lo había conocido, pero en ese breve momento fue más intenso.
—Hola —balbuceó confundida.
Él la miró muy consciente del efecto que causaba en ella, pero en vez de mostrarse arrogante u orgulloso, le hizo saber con la expresión en la mirada que se sentía honrado.
—Deseo algo tuyo chica Berkeley —y al ver el gesto de confusión de Julia en su adorable mirada continuó—: Algo que me de suerte, necesito ganar hoy.
Julia se llevó la mano al cuello, había olvidado su cadena, los aretes no creía que sirvieran. En la muñeca tenía una pulsera de hilo comprada a unos indígenas en una feria en Lake Tahoe, hacía un par de años y que casi nunca se quitaba. Era una pieza en colores vivos en que resaltaba el azul y el amarillo. Sin pensarlo dos veces se la quitó y caviló que, ojalá el par de hilos que le sobraban, fuera suficiente para contener la muñeca de Nick. Con gesto incómodo le brindó y colocó el amuleto que lo acompañaría desde ese día.
Peter observaba la escena sin perder detalle.
—Perfecto y ahora deséame suerte.
—Suerte.
Nick chasqueó los dientes en un ademán muy suyo y meneó la cabeza en negación. Se cernió sobre ella. Julia imaginó lo que quería y a estas alturas del encuentro, no le hubiera importado que la hubiese empotrado contra la pared y la besara como se le viniera en gana. Este hombre no era el chico de la fiesta, era un guerrero dispuesto a entrar en la batalla en cualquier momento. La insistencia con que la miraba la había dejado sembrada en el lugar.
Pero la voz de Peter lo impidió:
—Nick, te estás pasando.
Nick sonrió.
En cambió a Julia la intromisión de Peter le molestó.
—Está bien, solo un beso en la mejilla, chica Berkeley.
Nick le dio un suave beso y desapareció por la puerta.
—¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué te metes en lo que no te importa?
—Oye, eres como mi hermana, mocosa.
—No soy mocosa y apenas nos llevamos tres años.
—No importa, no quiero que te lastimen.
Julia soltó una carcajada carente de humor.
—Por lo visto, los hermanos Stuart, se han erigido en guardianes de corazones ajenos. Mejor harían en mirar sus propios corazones, antes de entrar a arruinar las cosas en los sentimientos de los demás.
No lo dejó contestar, se adelantó, bajó las diferentes gradillas y llegó hasta el puesto al lado de Lori, que tenía una amena conversación con Mike quien había llegado mientras ellos estuvieron ausentes. Lori le vio el gesto de disgusto, pero una señal de ella le advirtió enseguida que mejor se quedara callada. Se sentó y se dedicó a observar el partido.
Si hubiera sido fanática del fútbol y llevara más tiempo en Berkeley sabría que estaría cometiendo una afrenta, al dar un amuleto a alguien del equipo rival de su Alma Mater. Pero la verdad, el deporte le importaba un bledo. De ese estadio, solo le interesaba un jugador: el número once, el resto podría desaparecer que ni cuenta se daría. Los deportes de contacto no eran lo suyo. Julia era de actividades más calmadas, salir a correr, caminar o tomar clases de rumba.
En cuanto salieron los Cardinales al campo, hubo una gran ovación. Nick jugaba de receptor. Los Cardinales ganaron el lanzamiento de moneda y los equipos se acomodaron para comenzar. La pelota surcó el aire y en el campo se desató el infierno. Durante una hora, Julia y sus acompañantes vieron las jugadas y la lucha de veintidós cuerpos masculinos por un balón. Los cuartos de tiempo no pasaron demasiado rápido para su gusto, apretaba los dientes cada que veía como los del equipo contrario atacaban a Nick. No entendía cómo después de cada partido, los hombres salían con la cabeza sobre los hombros. Peter le extendió un ramo de olivo en forma de refresco y golosinas, a ella se le había pasado el enfado hacía rato. Al terminar el partido con un marcador favorable a los Cardinales, Peter se despidió, tenía un trabajo que terminar para el día siguiente, Mike se ofreció a llevar a Lori a casa. La joven, que hasta ese momento estaba invitada por Julia y Nick, aceptó la invitación de Mike y se despidió apresuradamente de su amiga.
Julia, que se había convertido en amuleto de la buena suerte, esperaba a Nick en el parqueadero en compañía de un grupo de muchachas que seguro esperaban al resto de jugadores.
Cuando Nick salió, varias féminas se acercaron a saludarlo y Julia pudo escuchar que lo invitaban a una fiesta.
—Tengo planes chicas, muchas gracias —se zafó de ellas y caminó hasta Julia.
Lucía guapísimo, con unos vaqueros Levi´s, camiseta polo oscura y chaqueta de cuero negra. Julia se dio cuenta que estaba un poco nervioso. Cuando se acercó a ella percibió el olor de su colonia, amaderado y seco. Ya sin el uniforme y sin la tensión previa, se parecía más al hombre que había conocido en la fiesta y no el temible guerrero que le quitó la respiración, hora y media atrás. Se alegró de haberse esmerado en su arreglo personal.
—Vamos a cenar. —La tomó de la mano—. ¿Qué deseas comer?
—Pizza.
—Pues pizza será. Conozco un lugar cerca de Berkeley.
—Vamos.
La llevó hasta el puesto donde estaba parqueado un Lexus de por lo menos siete u ocho años. El auto, estaba en buenas condiciones y relucía.
Nick le abrió la puerta y le guiñó el ojo. Subió al auto, hizo girar la llave de contacto y salió del lugar. Prendió la radio y la música del grupo favorito de Julia inundó el habitáculo.
Ella le sonrió.
—Me alegra que hayas venido —comentó Nick, sin apartar la vista de la carretera.
—Me gustó mucho acompañarte. Aunque te soy sincera, no sé mucho de fútbol.
Nick levantó una ceja.
—¿No?
—No.
—Aprenderás.
En cuanto llegaron a la pizzería. Julia se disculpó y fue al lavado.
Salió minutos después. Caminó entre mesas. Era un lugar pequeño y moderno, decorado con sencillez, con paredes en ladrillo desnudas de cuadros, un tablero negro al frente de la barra con el menú de pizzas a disposición, que era más decorativo que funcional.
Un par de meseras iban de mesa en mesa repartiendo platos y tomando órdenes. Las luces eran bajas. Cuando divisó a Nick, sonrió y se acercó a él. Dejó de escuchar las voces de los comensales, la música de fondo y se concentró en el hombre que se levantó a recibirla.
—Estás preciosa Julia.
Aunque el partido lo había dejado agotado y tenía trabajos que entregar, Nick se sentía muy cómodo al lado de ella, como si ese fuera su lugar. Cuando le acarició el rostro y besó en la mejilla antes del juego, los pulmones se le endurecieron y una avidez ancestral se apoderó de él, supo que tocaría y saborearía cada centímetro de esa piel. Además, olía delicioso. No el perfume que usaba herbal y cítrico, sino el aroma debajo de esa fragancia, el aroma de su piel. Necesitaba buscar la esencia de ese olor y recorrería todo su cuerpo hasta encontrarlo. Imaginó saboreándole el sexo, sabría a gloria, estaba seguro. Se obligó a pensar en otras cosas. No quería delatarse.
—Bien, aquí estamos —dijo Julia en un tono de aparente desenfado.
Nick, la supo ajena a todo lo que pasaba por su mente. Llamó a la camarera con una seña. Esta se acercó presurosa, se presentó como Kate, miraba solamente a Nick lo que molestó algo a Julia, ya había tenido bastante con las groupies del parqueadero.
—¿Qué deseas beber? —preguntó Nick ignorante de la mirada de la chica y de los pensamientos de Julia.
—Una Coca-Cola, por favor.
—Lo mismo para mí.
Nick se inclinó con los codos sobre la mesa y fijó su mirada en ella.
—Ahora sí, cuéntame de ti, ¿cómo ha sido tu vida de novata? A veces los de años superiores pueden ser desagradables.
Julia se echó a reír. Aquello era cierto.
—Me va muy bien. Hay de todo, pero por lo general, cada quien está en sus asuntos. Hay mucha competencia eso sí. El programa de mi carrera es muy intenso.
—“Que se haga la luz” —dijo Nick. Era el lema de la universidad— ¿Psicología verdad?
—Sí. Además, ayudo en mis horas libres en el refugio. Con otras voluntarias damos charlas, hacemos cursos de costura, talleres de lectura, etc.
Un brillo de admiración pobló el semblante de él al escucharla. Era uno de los rasgos que más le atraía de las personas, la pasión por lo que hacían, tal vez, porque esa misma pasión era la que circundaba cada área de su vida. Julia escogió ese momento para quitarse la chaqueta, la blusa ceñida, destacaba sus perfectos pechos y Nick percibió en él, la llama súbita del deseo, que se obligó a apagar con otro tipo de imágenes.
—Y es algo acorde con tu carrera. Disfrutas lo que haces, se te nota. Pero tengo una inquietud.
—¿Si?
—¿No es algo peligroso lo que haces?
—¿Por qué lo preguntas? —Su padre también le repetía lo mismo.
—¿Qué tal que algún marido furioso intente hacerles daño?
—La policía nos apoya.
Nick no se lo creyó. Si acaso, pasarían un par de veces en cada turno.
Kate, la mesera, volvió con el par de refrescos y duraron unos minutos escogiendo la pizza que comerían. Cuando la mesera se retiró con la orden, continuaron el tema.
—Me gusta ayudar. Observas cada caso y escuchas cada historia. Es muy triste ver hasta dónde la violencia, puede minar la confianza de una mujer —expuso Julia con semblante serio.
—Debe ser duro tratar con una mujer maltratada. Un hombre así, merece ir a la cárcel, o por lo menos, tener penas más duras. —“O molerlo a golpes,” pensó Nick. Una buena tunda sería una excelente lección para los malnacidos que se atrevían a maltratar una mujer.
—Estoy de acuerdo contigo.
Nick se quedó mirándola pensativo. Su admiración por ella crecía a pasos agigantados. Sus labios estaban ligeramente separados y tuvo el impulso loco de levantarse de la mesa y besarla hasta que se fundiera en él. Se obligó a retomar el tema de conversación.
—¿No te afecta en algo? Eres muy joven. Es raro encontrar una chica de tu edad con tiempo para ese tipo de actividades. Las que conozco se desviven por las fiestas, los chicos, los deportes y en últimas, el estudio.
Recordó el rescate del pequeño, ella tenía un fuerte sentido de la responsabilidad y pretendía cargar sobre sus hombros, los problemas de la gente.
—Seguro has conocido solo esa clase de chicas —replicó Julia frunciendo el ceño y poniéndose a la defensiva. Recordó a Beth, la prima de Lori, era un excelente ejemplo de todo lo que exponía Nick, pero ella no iba a entrar en ese cotarro, ni loca—. Si miras un poco más allá, encontrarás otra clase de chicas. No has estado muy bien acompañado que digamos.
Esto último lo dijo de forma irónica.
Nick tenía que darle la razón y no supo si sentirse ofendido o impresionado por su percepción. De todas formas, decidió disculparse, tampoco tenía tanta confianza con ella.
—Mil disculpas, no fue mi intención ofenderte no estoy queriendo decir que todas las mujeres de tu edad deban tener los mismos intereses. Simplemente me sorprendiste. Sí te digo la verdad, no he conocido muchas chicas como tú.
¡Ups!, de eso estaba segura, casi podría adivinar qué tipo de chicas iban tras él.
—El día de la barbacoa me comentabas que tenías dos hermanos, cuéntame de ellos.
Nick parecía acribillarla a preguntas. Julia esperaba que pronto le tocara el turno a ella. Kate los interrumpió con un par de platos y cubiertos, segundos después, trajo la pizza. El olor a queso fundido y especias inundó el espacio. Nick le sirvió a Julia el primer pedazo.
Ella mordió la pizza.
“Otra vez esa mirada.” Nick no perdía detalle de ninguno de sus gestos, como si el acto de llevarse un pedazo de comida a la boca fuera algo trascendental e hipnótico. Dejó el pedazo en el plato, se limpió con la servilleta.
—Bien, es una relación normal de hermanos, algo retorcida de parte de mi hermana y yo hacia Steve, pero él ya lo ha superado. —Bebió un sorbo de Coca-Cola.
—¿Cómo de retorcida? —sonrió Nick a la vez, mientras atacaba otro pedazo.
—Oh, lo normal, hacer que Steve se vistiera de chica para poder jugar con nosotras. Pintarle los labios. A los seis años, prácticamente lo teníamos convencido de que era una niña, hasta que papá se dio cuenta y nos ganamos un buen castigo —Julia sonrió, hizo una pausa, rememorando aquello—. Desde ese día prácticamente papá lo separó de nosotras. Creía que lo estábamos afeminando. Lo llevaba de camping, fútbol, campamentos para chicos y esas cosas.
—Las chicas Lowell eran un peligro entonces. Con hermanas así, me habría escapado de casa a la primera ocasión. —Nick reía abiertamente encantado con Julia; admiraba el color de los ojos, labios, la línea del cuello. ¿Qué sentiría al enredar los dedos en su pelo, al permitirle que lo cabalgara sin pausa? ¿Qué mierda le pasaba? Ni siquiera la había besado, a estas alturas, con otra chica, ya habría dejado evidente sus intenciones, pero con ella… Con Julia algo lo frenaba. A medida que ella hablaba, se sentía atrapado en una red.
—Sí, éramos bastante revoltosas. Pero no sientas pena por él, después vino la venganza, barbies rotas en el jardín o muñecas con el cabello recortado metidas en el inodoro —remató Julia con una sonrisa y antes de llevarse otro pedazo de pizza a la boca preguntó—: ¿Cuántos hermanos tienes?
—Una hermana menor tiene dieciocho años. Está en preparatoria todavía.
—Que bien. ¿Dónde viven tus papás?
Julia se dio cuenta que la mirada de Nick se ensombreció.
—Soy de Chicago, mi padre murió cuando tenía trece años.
Julia dejó el pedazo de pizza en el plato, se limpió las manos y aferró la mano de Nick.
—Lo siento mucho, no quería recordarte cosas tristes —susurró apenada.
—No, está bien. Si vamos a ser amigos, quiero que sepas todo de mí —contestó Nick, dispuesto a contarle ese episodio de su vida que lo había marcado profundamente.
—Mi padre era colombiano y conoció a mi mamá en el hospital, ella es enfermera y él se había lesionado una pierna en su trabajo como contratista de construcción —se quedó con la mirada perdida un momento, Julia percibió que aún, era un tema muy doloroso para él—. Mi madre dice que fue amor a primera vista, es de ascendencia irlandesa. Intensa en sus amores. Duraron tres meses de novios y se casaron, los primeros años fueron felices. Mi papá era un hombre muy atractivo o eso decía mamá. Le gustaban mucho las mujeres, no le pudo ser fiel a mamá y ese fue el fin de todo, cuando murió ya llevaban alejados dos años, tuvo un infarto.
Julia entendió porque hablaba tan bien el español y se imaginó, que si el padre, fue la mitad de buen mozo que el hijo, no podía culpar a las mujeres.
—Lo siento —dijo Julia y le acarició la mano que aferraba en un gesto de consuelo. Cuando la fue a retirar, Nick no lo permitió, volteó la palma, acarició con el pulgar la línea de la vida y luego, entrelazó los dedos con los de ella. Con el pulgar le acariciaba suavemente el dorso. Julia sintió un escalofrío en la columna y rogó a Dios que él no se diera cuenta; así siguieron conversando. El brillo de ternura y orgullo que apareció en su mirada cuando le contó la lucha de su madre por sacarlos adelante a él y a su hermana y más cuando habló de que Laura era excelente alumna y que cuando se graduara podría escoger la universidad que quisiera, le derritió a Julia el corazón.
Lo que Nick no le dijo a Julia fue las privaciones que tuvo que pasar, pues ella parecía una mujer que lo había tenido todo en la vida, apostaba que hasta un viaje a Europa. Julia era una mujer que destilaba clase. No le contó de los fines de semana trabajando con su tío, en su pequeño negocio de arreglo de jardines, no le contó que cuando veía el interior de las casas cuyos jardines arreglaba, tenía la certeza de que llegaría el día en que ocuparía una casa más lujosa que aquella, que en ese momento su prado arreglaba, de que trabajaría con tesón para lograr sus sueños, que se comería el mundo a base de inteligencia, sagacidad y olfato. Estaba seguro de ello, como también estaba seguro, de que la mujer que tenía enfrente le pertenecería. No, no le dijo nada de eso.
Julia se percató de lo orgulloso que estaba de su familia, eso le gustó y mucho.
—¿Y qué me dices de ti? —Señaló Julia con mirada expectante.
—Estoy en último año de administración y finanzas, estudio con beca completa.
Habían terminado de comer, Kate la mesera se acercó, retiró los platos y dejó una carta de postres. Nick le ofreció a Julia pero ella declinó.
—Son cerebritos en tu familia —dijo Julia al tiempo que pensaba que una beca en esa universidad no habría sido nada sencilla de otorgar. El deporte ayudaba, pero los deportistas de las distintas disciplinas, debían mantenerse en un óptimo nivel académico para conservar la beca.
—No me va mal, aunque el fútbol fue determinante.
Julia observó detenidamente a Nick con un brillo provocador en los ojos.
—Ah, ya entiendo —dijo sonriendo.
—¿Qué entiendes? —Frunció el ceño Nick pues ya sabía por dónde iba y no se equivocó.
—Lo que piensas de las chicas —hizo una pausa al ver el ceño levantado de Nick mientras pagaba la cuenta, pero no se detuvo—. No estoy diciendo que una beca de fútbol te haga menos intelectual, pero por tus comentarios de las chicas, me imagino la clase de mujeres que te rodean, rubias, pechugonas y que babean frente a ti como si fueras estrella de cine.
—Vaya muchas gracias —sonrió irónico y luego mudó a una expresión seria—, eso que piensas lo considero un insulto y además, no puedes asegurarlo.
Era la primera mujer que no lo respetaba, que en solo un par de encuentros, veía lo imbécil que había sido con el sexo femenino. Estaba loco por gustarle, quería complacerla y como no le había pasado nunca; sus emociones iban de un lado a otro chocando entre sí, la fuerte atracción y la molestia por creer que no la merecía. Pues ni modo Julia Lowell, caviló, me conocerás.
—Lo siento —exclamó Julia y levantó las manos en son de paz—, siempre digo lo primero que se viene a la cabeza.
—No, lo que pasa es que dices lo que realmente piensas. No cambies, es una cualidad que admiro.
Al levantarse de la mesa Nick le ayudó a ponerse la chaqueta y alcanzó a olfatearle el cabello. Al salir, ya la temperatura había declinado unos grados, le examinó el perfil. Caminaron en silencio juntos hasta el parqueadero, ella con las manos en el pecho para cerrar la chaqueta. Cada uno iba sumido en sus pensamientos.
—Fuiste un poco dura conmigo allá dentro —atinó Nick, sin dejar de mirarla en cuanto entraron al auto. El viaje de vuelta a Berkeley fue de un par de minutos. Al despedirse, Nick volvió a tomarle la mano y le dio un beso en la muñeca, dónde le palpitaba el pulso. Fue un beso prolongado, Julia sintió su respiración en la piel y un estremecimiento que nada tenía que ver con el aire nocturno. ¡Dios!, qué cosas la hacía sentir este hombre. Quiso que la besara así en la boca, pero no sería ella la que tomaría la iniciativa esa vez.
—Julia me vas a meter en problemas —le murmuró cerca del oído. Nick le besó la comisura de los labios.
—Ya estás en problemas. —Julia se bajó del auto sonriendo.
—Que tengas buenas noches, chica Berkeley —se despidió Nick.
—Buenas noches —dijo Julia.