Capítulo XV

San Francisco, Julio del 2014

El hotel que adquirió la firma Admiral-Garden en la ciudad de San Francisco, era un antiguo edificio ubicado en el centro histórico de la ciudad. Iba a contar con cuatrocientas habitaciones, restaurantes, boutiques, salones de eventos. La negociación empezó a mitad del dos mil trece. El lugar pertenecía a la familia de Franklin Howard III, famosos por sus cadenas de hoteles en todo Estados Unidos. La firma Howard deseaba vender el viejo hotel porque necesitaba dinero para capitalizar su expansión hotelera en China, Taiwán y Japón. Nick recordó lo ocurrido meses atrás en las oficinas del conglomerado y que casi da al traste con el negocio.

En diciembre del dos mil trece, en las últimas etapas de la negociación, apareció en las revistas del corazón una foto de Julia con Frank iniciando su noviazgo. Nick tuvo un ataque de furia tal, que su secretaria casi se despide ese día. En la penúltima reunión con Frank y su grupo de trabajo, Nick lo miraba con franco odio. Entorpeció las negociaciones mostrándose inflexible en algunos puntos, haciendo la reunión imposible, nada le parecía bien. Frank lo miraba confundido. Ante el último exabrupto, Mike interrumpió la reunión, pidió un receso y salieron de la sala de juntas en medio de miradas reprobadoras.

—¡¿Qué coños te pasa?! Estamos finalizando el negocio de nuestra vida y tú solo pensando en romperle la cara a ese tipo ¿por qué? —Mike movió la cabeza con reprobación ante el silencio de Nick—. Tienes todas las mujeres que se te da la gana, ¿por qué carajos te empeñas en la única que no puedes tener? Esa mujer se te quedó pegada al cerebro y a la polla.

—¡Vete al diablo! No estoy pensando con la polla —contestó Nick, miraba con furia la puerta de la oficina dónde estaban reunidos—. No soporto a ese tipo, su prepotencia, se cree el dueño de todo.

Mike chasqueó la lengua varias veces para contradecirlo. Se conmovió por la mirada amarga y el ceño transformado por la ira.

—No, a ti lo que te tiene así, es que lo crees dueño de Julia.

Nick se aferró los puños, eran tantas las ganas de golpear cualquier cosa, ojalá se le pusiera ese cretino enfrente, pensaba, ojalá.

Nick siguió en terco silencio y Mike continuó:

—Hace tres días te caía bien. Lo ibas a invitar a navegar. Es que después de tantos años ¿aún no puedes seguir con tu vida? —Mike no entendía a su amigo y su obsesión por Julia.

—No puedo sacármela del alma —pronunció con un murmullo de dientes apretados—. Sé que es una maldita locura, a veces no sé si estoy enfermo o loco por no poder superarla.

—Entonces haz algo. Entra de nuevo en su vida. Conquístala otra vez, toma medidas drásticas. Llévala de nuevo a la cama. A lo mejor así te la sacas de encima de una buena vez. No sé qué te ha detenido todos estos años.

El miedo al rechazo, el orgullo herido y el resentimiento por su abandono. A veces creía que la odiaba.

—Perdóname, no tengo excusa, volvamos al trabajo —concluyó Nick.

Mike sonreía cuando abandonó el despacho. Nick necesitó unos minutos para recomponerse, todo lo que tenía que ver con Julia, lo sumía en una borrasca de sentimientos y emociones. Soltó una risa sarcástica y carente de humor. Le afectaba todo de ella, le atormentaba su olvido. Carraspeó varias veces, inspiró profundo y volvió a la reunión.

Mike pidió excusas para todos, alegando un problema familiar de Nick. Este se puso su máscara de indiferencia y continuaron. Nick miraba a Frank y afloraba el resentimiento hacia Julia. Frank era el hombre que compartía sus días con ella, el que acariciaba su cuerpo. Se sintió asfixiado. No podía permitir que los celos y el resentimiento gobernaran su talante. Seguiría el consejo de Mike ya había dedicado mucho tiempo a sus negocios. Era el momento de continuar con su vida.

Nick llego a vivir de manera oficial en San Francisco en mayo del dos mil catorce. La remodelación del hotel iba avanzada, con un poco de suerte para finales de año ya estaría concluida.

Compró una casa en Pacific Heights, con vista a la bahía y al Alta Plaza Park; el parque del sector a dos manzanas de allí. Era una vivienda de estilo contemporáneo. En la parte baja había tres garajes. Por una escalera hecha en piedra mediterránea, se llegaba a la entrada en el segundo piso que daba a un salón con amplios sofás blancos y una mesa de centro Art-Deco, al frente había una chimenea moderna. Hacia la izquierda había una puerta que llevaba a un moderno estudio con un pequeño bar. Un comedor amplio en madera oscura y pinturas abstractas adornaban las paredes.

Al fondo quedaba la cocina con todas las comodidades modernas, los mesones y la isla del centro de granito negro. Era su lugar favorito de la casa, le encantaba cocinar; tomó varios cursos de cocina en Nueva York. Poseía todos los utensilios habidos y por haber; además estaba pendiente de los últimos adelantos en cuanto a recipientes y electrodomésticos.

En el tercer piso, estaban las tres habitaciones. El cuarto principal, iniciaba en una sala de estar, con muebles cómodos en colores sobrios, un sofá y dos sillones, un pequeño estante con sus libros preferidos que releía cuando tenía tiempo, retratos de su madre y hermana y una cama en madera lisa. En cuanto a los muebles en madera, prefirió los tonos oscuros, un cubrecama en tonos azules se extendía en la amplia cama y unos cuadros de desnudos impresionantes, adornaban las paredes.

La remodelación del hotel avanzaba a pasos agigantados, estaban en la fase de los acabados que es la parte más delicada del trabajo. Luego vendría la adecuación del hotel con una empresa de Los Ángeles y la publicidad; de la que se encargaría Mike junto con la empresa de Peter.

El consorcio de hoteles siempre dejaba que una empresa de talento humano se encargara de todo lo referente al manejo de personal y esta vez harían lo mismo, con la diferencia de que Nick estaría presente en todo el proceso. Sonrió ¿qué pensará Julia de su decisión de escoger hasta el último botones? Quería trabajar con ella, que se volviera a acostumbrar a él, iba a entrar de nuevo en su vida planeando cada paso para la conquista.

Nick salió del baño con una toalla enrollada a la cintura. Entró en el vestuario y eligió las prendas que utilizaría esa noche. No podía apartar de su cabeza el encuentro del día anterior en el conglomerado Gilford. Nada había borrado el sentimiento que Julia le provocaba. Su chica Berkeley… susurró mientras anudaba la pajarita de seda negra, era la única mujer que lo había sumido en una espiral de sentimientos que nunca volvió a experimentar con nadie. El deseo avasallador de poseerla y de sentirse poseído, la necesidad insana de verla, de tocarla, de escuchar su risa y su voz. El orgullo herido y una gran voluntad lo habían mantenido lejos de ella todos estos años. Había tratado de olvidarla de mil maneras, dedicado al trabajo y saliendo con mujeres de toda clase, pero nunca estuvo tentado, ni de lejos, por alguna de ellas. Salió del vestier con la chaqueta del smoking en el brazo. Faltaban diez minutos para que una limusina de la firma lo recogiera. Se acercó al bar y sirvió un whisky mientras observaba a lo lejos la bahía. Las ganas y la aprensión por verla le encogían el estómago y los pulmones. Dejó el vaso en una mesa ante la llegada del transporte.

El museo Legión de Honor, estaba de fiesta. En uno de sus salones, con paredes vestidas de cuadros de pintores famosos y esculturas colocadas de forma artística, tenía lugar la recepción anual de recolección de fondos para La liga De Lucha Contra El Cáncer. El lugar era espléndido pero esa noche gozaba de un encanto especial. La entrada a la fiesta tenía precios prohibitivos, lo mejor de la sociedad de San Francisco y sus alrededores se paseaba por los salones. Los meseros repartían licores y champaña.

En sus salas se exponía la mejor colección de obras de la ciudad, entre las que se destacaban más de setenta obras de Auguste Rodin. En el patio del museo se encuentra expuesta su escultura “El Pensador”, una de las más visitadas y fotografiadas.

La música se elevaba por encima de las conversaciones, estas eran interrumpidas por momentos para posarle a los fotógrafos de la prensa, revistas y blogs. Julia estaba con Frank en uno de los laterales del salón, reunidos con varios amigos que les deseaban sus parabienes por el compromiso, vestía un traje negro de encaje pegado al cuerpo. El cabello lo llevaba recogido en una moña elegante. Oyó la voz de Frank cerca del oído:

—Sabes que te quiero ¿verdad?

Julia lo miró sonriente.

—Yo también, cielo —Julia frunció el ceño al recordar la mirada celeste que le había robado la tranquilidad el día anterior. Rememorar lo vivido hacía siete años con Nick de la Cruz no ayudaba a tranquilizarla después del encuentro en la oficina y de saber que tendría que aguantarlo a su lado un par de semanas. Con honestidad para consigo misma, se dijo que lo que sentía por Frank era un pálido afecto comparado a lo que había sentido por Nick. Observó a su prometido, se preguntó ¿por qué sus encuentros con él no tenían la misma intensidad de lo vivido con Nick? Con Frank no sentía que su mundo temblara y después flotara entre nubes. Con Frank no perdía la cabeza, ni desnudaba su alma, ni sentía que eran uno solo separados del mundo. En cada encuentro intentaba encontrar lo que había tenido con Nick... ese despertar, esa conexión emocional que la dejaba temblando durante horas, y que todavía, después de siete años, subyugaba sus sueños.

Frank la separó del grupo y la observó preocupado.

—¿Estás bien? —inquirió.

—Sí, claro. ¿Por qué lo dices?

—Por un momento me has parecido preocupada.

Deambulaban observando las pinturas. Julia tomó una copa de la bandeja que le ofreció un camarero vestido de negro. Con Frank tenía cariño, estabilidad y confianza.

—Estoy perfectamente.

Frank la besó en la mejilla. Al volver con el grupo de conocidos y al captar una nueva oleada de fotografías; Julia se excusó para ir al servicio de señoras.

—Te espero aquí, cielo.

Nick la observaba de lejos. Apoyado en una de las columnas, se llevaba lentamente la copa de vino a sus labios. Con expresión indescifrable, no perdía detalle alguno de su fisonomía, lucía brillante, hermosa y con una sensualidad refinaba que despertaba admiración por donde pasaba. Había madurado de forma espléndida. Frunció el entrecejo al ver la manera en que interactuaba con Frank y el beso que depositó este en su mejilla, sublevó su malgenio. Vació su copa y la depositó en la bandeja de un camarero que le pasaba por el lado. Caminó detrás de ella cuando se alejó del grupo y de Frank. Un estremecimiento de anticipación le aceleró el pulso. Estaba impaciente por alcanzarla, la vio entrar al servicio de señoras y la aguardó a pocos pasos, apoyó las manos sobre la balaustrada y controló su respiración. Estaba azorado, nunca una mujer lo había alterado antes, lo que le ocurría solo lo ocasionaba su Julia.

Julia salió del servicio y al mirar hacia el grupo donde se encontraba Frank vio que todavía posaban para la prensa. No es que les rehuyera a los fotógrafos, pero le incomodaba que su vida se viera retratada en periódicos y revistas. Se alejó unos pasos. Entró en una sala con poca iluminación, una pareja salía del lugar. Al fondo divisó una de sus pinturas favoritas “El imperio de Flora” de Giovanni Battista Tiepolo. Los tacones de Julia repiqueteaban en el suelo y el sonido repercutía hacia los arcos del techo. No escuchó los pasos que la siguieron, quedó embebida por la pintura y sus detalles. No supo qué la alertó, un extraño estremecimiento la recorrió al escuchar la modulación de voz con un indefinible toque de arrogancia que haría vibrar de deleite a cualquier mujer y que le susurró en el oído tantas y tantas palabras de amor. Sintió su voz clavársele en el corazón y despertar sensaciones que creía superadas.

—Si estuviera con la mujer más bella de la fiesta no la dejaría sola, un segundo.

Julia permaneció inmóvil incapaz de responder. Quiso salir corriendo cuando sintió el cuerpo tenso detrás de ella, el aliento rozándole la nuca. Hasta su nariz le llegó el aroma amaderado y herbal de su loción mezclado con el de él y tuvo el impulso loco de darse la vuelta y arrebujarse en su pecho como lo hacía en el pasado. Recurrió al recuerdo de lo ocurrido para enfrentarlo.

—No necesito de un hombre para ir a donde yo quiera —respondió orgullosa de su voz fría, tan en contravía a como se sentía.

—No te muevas —susurró Nick ante el amague de Julia de voltearse. Nick soltó una risa que se convirtió en suspiro—. Te he echado de menos.

Un escalofrío la recorrió por dentro al notar la leve caricia en el brazo.

Los celos que Nick había sentido, momentos atrás, desaparecieron ante su aroma, ante los estremecimientos que la cercanía le causaba y la quietud con que aceptó su delicada caricia.

—Hueles igual a nuestros paseos por Napa— musitó sin apartarse un milímetro— ¿Recuerdas Napa?

—Ya basta Nick —soltó Julia saliendo del hechizo, tenía la boca seca y el estómago apretado—. Soy una mujer comprometida.

Julia se alejó unos pasos y se dio la vuelta para enfrentarlo. Fue un error, el impacto de su figura causaba cosas en ella que no debería sentir. La elegancia de su atuendo, su pose a la defensiva, el brillo de su mirada y esos labios…

—Comprometida dices —chasqueó los dientes—. Eso está por verse.

—No sé qué diablos quieres.

Nick rió con esa risa aguda y seductora que ella tanto recordaba y que, esa vez, él consiguió que sonara a burla

—No creerás que he te he seguido hasta aquí para hablar de arte —dijo aún riéndose.

—No. No lo pienso.

—¡Mujer lista!

—Como tampoco creo que estés interesado en mi área de trabajo. No sé cuál ha sido tu intención al presentarte en Gilford, pero el personal que quieres para tu empresa no es el motivo—. Julia sabía que quería jugar con ella. Siempre había sido un hombre que obtenía lo que quería. Posesiones materiales, mujeres a las que colmaría de regalos y a las que dejaría tiradas cuando se cansara de ellas. —¿Por qué has vuelto?

Julia nerviosa jugueteó con el anillo de compromiso. Nick llevó su mirada a la joya.

—Se me perdió algo y quiero recuperarlo. — Le tomó la mano, la examinó con gesto despectivo y la soltó—. Si fueras mi mujer no habría escatimado con el anillo que le demostrara al mundo que eres mía.

—Es una joya familiar —y para tratar de disimular su desasosiego, trató de sonreír antes de decirle—. No me has felicitado por mi compromiso.

La mirada de Nick se oscureció, le aferró la muñeca y la acercó a él.

—Mi preciosa chica Berkeley…

El tono lento y profundo con que pronunció chica Berkeley, la inundó de deseo. La posesiva presión de la mano en su muñeca, acentuaba la irracional necesidad de hundirse entre sus brazos. Deseaba acariciarle la nuca, enredar los dedos en su lustroso cabello, ahogarse en la pasión de sus besos.

Nick lo supo. Le pasó los brazos por la cintura y su boca chocó con la de ella mientras la aferraba a su cuerpo.

Ella no lo empujó para que se apartara. Segundos después, las manos de Julia se agarraron a sus hombros, y se movieron hasta tocarle el cabello. Nick apretó su boca contra la de ella ladeando la cara para dominarla mejor. Los labios del hombre no eran suaves, y sin importar que ella le respondiera, le introdujo su lengua inquieta, movió su boca en torno a la de ella. Después, le mordisqueó el borde del labio inferior, sus rincones más sensibles. Parecía como si quisiera devorarla por completo.

A Julia le costaba recuperar el aliento.

Era un beso furioso y posesivo que se manifestaba en la manera en que sus dedos le aferraban la cintura, y en la forma como la empujaba para llevarla a la pared más cercana. Unos pasos cercanos, hicieron que Nick le soltara la boca, le levantó la cara. Respiraba pesado, llevaba los ojos oscuros. La soltó. Se arregló la chaqueta del smoking.

Julia se alejó de él, parpadeaba furiosa para evitar las lágrimas. ¿Qué diablos le pasaba? Le ocurría de todo. Sentía renacer el sentimiento profundo y sombrío que años atrás casi acaba con ella.

—Considérate felicitada.

Se alejó por donde había venido.

Julia volvió mortificada al lado de Frank, alegó un fuerte dolor de cabeza, se despidieron de sus amigos y salieron de la fiesta.

—Deberíamos ir al hospital, estas muy pálida, cielo —dijo Frank. En cuanto se subió a la limosina.

Julia miraba sin ver por la ventana del auto la iluminación del museo.

—Estoy bien, en serio —Julia le apretó la mano para tranquilizarlo—. Nada que una pastilla y unas buenas horas de sueño no puedan arreglar.

Frank seguía con semblante preocupado.

—No nos veremos hasta dentro de dos semanas.

—Lo sé, todo saldrá bien. Aunque me gustaría que no tuvieras que viajar.

Frank estaba en las últimas negociaciones de un terreno en Hong Kong para la construcción de un hotel. La miró con ojos chispeantes.

—Podrías acompañarme.

—No sabes cómo me gustaría, pero esa negociación con hoteles Admiral. Me ha dado mucho trabajo.

—Nick de la Cruz es un hijo de perra. No me gusta que tengas que trabajar a su lado.

“A mí tampoco” pensó Julia. Frank continuó:

—No entiendo que le pasó al viejo Gilford para permitir que Nick se entrometiera en algo que solo le compete a la empresa.

—No es un hijo de perra y el señor Gilford —todas sus alarmas se dispararon al ver lo que estaba haciendo—, aceptó por dinero, Frank ¿qué más va a hacer? La empresa aunque se sostiene, no lo ha tenido fácil. No podíamos darnos el lujo de perder esta negociación, así que si el cliente quiere el baile del ula, ula, lo tendrá.

Al mirar a Frank, este le sonreía abiertamente.

—Me encanta tu tono de voz cuando te molestas, me recuerdas a mi profesora de piano y vivía enamorado de ella. En cuanto a Nick desde que no seas tú la que le baile el ula, ula no tengo problema.

Julia se sonrojó y su semblante se vistió con una expresión de culpa.

—¿Qué pasa cielo? —insistió Frank—. Me estás mirando como si de pronto hubieras robado un banco.

Julia decidió ser sincera con Frank. Su prometido se merecía su lealtad ante todo, aunque después del beso compartido, se sentía la mujer más pérfida del mundo. Si bien Frank no era tan guapo como Nick, era un hombre íntegro y con personalidad, muy atractivo, con el tipo de hombre mediterráneo que amaban las mujeres y la había escogido a ella.

—Nick y yo fuimos pareja hace siete años.

Frank elevó las cejas sorprendido por la noticia. Una chispa de entendimiento pobló su rostro. Con su gesto la invitó a que continuara. Julia le contó a grandes rasgos sobre su relación y el por qué habían terminado.

—Y quiere lo que es mío —dijo Frank con dientes apretados ante el último comentario de Julia.

—¡No! —exclamó Julia.

—Ahora entiendo muchas cosas. Por eso entorpeció la negociación cuando tú y yo nos hicimos novios.

—¿De qué hablas?

—Yo me entiendo. Tómate unas vacaciones —dijo perentorio—. Vente conmigo para Hong Kong.

—Lo he considerado, pero eso sería esconderme. Además, no tengo nada con él y tampoco voy a reanudar lo que tuvimos —Julia se acercó a él, le tomó el rostro y lo besó en los labios—. Confía en mí.

Frank a regañadientes le devolvió el beso y cuando se separó de ella la miró de forma tierna.

—Cualquier hombre se enamoraría de ti, por compartir unos momentos contigo y embeberse de tu belleza y tu bondad. Prométeme que te cuidarás.

—Te lo prometo.

Frank la besó de nuevo. Ella le devolvió el beso con ardor y con culpa, deseaba borrar el beso anterior, el que había hecho tambalear su tranquilo mundo.

Julia vivía en el sector de los profesionales jóvenes de San Francisco, entre Filbert Street y Grand Avenue. Tenía un pequeño apartamento en un edificio de tres pisos. Al abrir la puerta, la recibió el aroma a flores secas. Aunque su mamá y sus hermanos preferían los ambientes cálidos y hogareños en sus casas. El apartamento de Julia tenía un toque aséptico y refinado que apelaba a un estricto orden. Con suelos en madera oscura, estaba decorado con sobriedad y buen gusto. Tenía pocas cosas, pero todas de buena calidad. No era una persona que comprara por comprar, todo lo que adquiría, lo hacía con la misma meticulosidad con que manejaba cada aspecto de su vida. Las paredes pintadas de blanco, estaban adornadas con dos cuadros de artistas jóvenes de la zona de Sausalito. El salón con dos sillones Reina Ana color blanco y un cómodo sofá color verde aceituna. El comedor clásico de los años cincuenta, Art Deco. Un estudio pequeño con un escritorio inglés, el único arrebato que se permitió, al visitar un anticuario en un viaje de trabajo a Nueva York. Una biblioteca y más allá, el cuarto de huéspedes con una hermosa vista. En un segundo nivel; su habitación toda blanca a excepción de la madera oscura de sus muebles y un cuadro que mostraba una hermosa mujer desnuda, un cómodo vestier y un baño.

Estaba demasiado tensa como para dormirse y distraída para afrontar el trabajo de oficina. Se quedó quieta unos instantes, observó el orden y la meticulosidad de su entorno y lo sintió ajeno a su forma de ser. Como si por un momento un rayo de luz hubiera entrado en su sombría vida y hubiera iluminado todo de pronto y los verdaderos colores no se parecieran a lo visto hasta entonces.

Se acercó a la cocina y alistó la cafetera para el otro día; el beso de Nick había traído a su memoria las vivencias de la juventud y uno de los episodios más felices. Percibía una añoranza por las locuras de antaño, la naturalidad, la improvisación de esos años, ¿A dónde se había ido eso? No le gustaba pensar que se había cubierto de capas y más capas de cotidianidad apocada y amansada. Tenía muchas metas cumplidas pero ¿y los sueños de jovencita, a dónde se fueron? Decidió encender la cafetera y preparar el café, al fin y al cabo había renunciado a dormir. Se avergonzaba de su comportamiento. Había respondido como una maldita muñeca de trapo. No fue sino que encendiera un interruptor y allí estaba. Como si no hubiera sido besada en años. Le respondió con hambre, con anhelo, era una desvergonzada. En todos estos años la habían besado varias veces, pero nada comparable a lo ocurrido. La brutalidad con la que Nick la besó la asustó y la excitó a la vez. No había perdido su habilidad, al contrario, soltó una carcajada irónica carente de humor. Por principio debió oponerse al beso, pero en cuanto le invadió la boca todo amague de resistencia voló de su mente. Temía que volviera a ocurrir. No podía volver a ocurrir.