Capítulo XVII

El sábado en la mañana Julia se despertó más tarde lo normal, se vistió con unos vaqueros, una camiseta de tiras y unas sandalias de cuero de color negro, trabajó un rato en su ordenador, envió una serie de correos. Después, llamó a su casa y habló con sus padres.

Al medio día, se dirigió al refugio. El verano era el mismo todos los años, y sin embargo la asombraba, como si nunca hubiera un tiempo tan radiante como aquel. En cuanto abandonaba la arteria principal para desviarse por la carretera que la llevaba a la fundación, su corazón se henchía de orgullo por todo lo logrado. El progreso de años de trabajo por parte de Mary y un número de personas desinteresadas que donaban su tiempo para que las cosas funcionaran bien, era evidente. La construcción entraba dentro de la categoría de edificio verde, era un lugar que lograba integrar ecotecnologías y estrategias orientadas a la protección y cuidado del medio ambiente. Se caracterizaba por aprovechar la luz natural máximo, el uso racional del agua y la generación de su propia energía. Con jardines bien cuidados, el proyecto tenía ocho mil metros entre aulas, cafetería, oficinas administrativas, talleres productivos, sala cuna, zonas verdes y parqueaderos. Era una empresa social, manejada y administrada como cualquier compañía generadora de grandes utilidades, y que en este caso sus ganancias se medían por el impacto social.

Julia se dirigió a la oficina de Mary donde revisó algunos documentos. Salió del recinto para dirigirse a uno de los salones con unas bolsas de útiles, escuchó el rugido de una Harley y volteó a mirar ¡Oh mi Dios! Con expresión pasmada, se detuvo de pronto y apretó las bolsas a un costado. La emoción perturbadora que la asaltó tenía nombre propio. Dejó de respirar. Nick de la Cruz se quitó el casco y se bajó despacio de la moto con unos vaqueros gastados, sus botas y una chaqueta negra. No parecía el rudo hombre de negocios que ella conocía, este se parecía más al hombre que había sido en la universidad. Era la fantasía de cualquier mujer desde los doce años hasta los sesenta. Al verlo dirigirse a ella con una sonrisa ladeada y los ojos ocultos detrás de unas Ray-ban espejadas, se le aflojaron las rodillas y se le secó la garganta, no estaba preparada para verlo de nuevo. Nick no había vuelto a la empresa desde su último encuentro y prefería que las cosas siguieran así. Pero una cosa era lo que ella deseaba y otra muy diferente lo que le presentaba la vida.

—¿Qué haces aquí? —preguntó cortante, contrariada porque se sentía mal arreglada y estaba segura que su rostro evidenciaba las ojeras de la falta de sueño de la noche anterior. Apenas se había maquillado, el cabello lucía una trenza apretada mientras que él, estaba para una sesión de modelaje. No era justo—. ¿Me estás siguiendo?

—Este es un país libre, preciosa, puedo ir dónde quiera —contestó Nick. No pensaba encontrarla y decidió aprovecharse de la coincidencia. Estaba molesta, sus ojos de la tonalidad del whisky, resultaban tan habladores y transparentes como sus palabras.

Tanta piel para besar, pensaba, al observarle los hombros descubiertos. Recordó la textura y el sabor de su piel en la parte de la unión con el cuello y cómo le encantaba mordisquear esa zona y dejarle algún morado. Le pertenecía a esta mujer. Si le hiciera caso a su instinto de supervivencia, debería estar a kilómetros de allí. No podía. Se acercó.

—Ven te ayudo —Agarró las bolsas.

Caminaron por un corredor de paredes vidriadas, por donde entraba la luz del sol, hasta llegar al área de salones.

—No te estoy siguiendo —soltó después de caminar un trecho en silencio—. Leí un artículo en una revista sobre las menciones que tiene esta construcción y pudo más mi curiosidad.

Lo que no le dijo era que él, era uno de los benefactores, ayudaba con una beca universitaria al mejor estudiante y daba una donación anual.

—Pues sí piensas ayudar eres bienvenido —contestó Julia con talante antipático, Nick deseó borrarle esa actitud a besos.

Al abrir el salón para dejar el par de paquetes se toparon con Mary que recibió a Nick como sí el redentor crucificado hubiera atravesado la puerta. Algo raro en ella, que más bien era seca en su comportamiento. Lo llevó para que conociera las diferentes áreas y le explicaba el tema de ser una construcción auto sostenible.

Julia los seguía confundida. Sus preguntas eran pertinentes como si supiera del lugar y no como un simple curioso. Lo que no ocurría con Frank, que apenas le prestaba atención a la labor que ella realizaba allí y tuvo que reconocer que Nick mostraba verdadero interés por lo que allí se realizaba, no lo hacía por contentar a alguien. Mary le comentó que esperaba que muchas de las jóvenes que se estaban preparando tuvieran una oportunidad en el nuevo hotel. En ese instante se le atravesó una chiquilla como de cinco años que chocó con él. Sujetaba un conejo con fuerza en su pecho.

—Hola preciosa —Nick la alzó y le sonrió, la pequeña le devolvió la sonrisa.

“Típico”, las conquista a todas por igual, pensó Julia resignada. La chiquilla empezó a hablarle en español.

—Pablo me quiere quitar a pecoso —decía y agitó el conejo frente a Nick.

—Consuelo, habla en inglés, por favor —dijo Mary a la chiquilla.

—No te preocupes la entiendo perfectamente. Dile a Pablo que no puede quitarte tu conejo porque yo no lo voy a dejar —pronunció las palabras en un tono cadencioso que se ganó a la chiquilla enseguida—. Consuelo, qué hermoso nombre.

Julia simulaba indiferencia pero no perdía detalle de la escena, la manera natural con que se relacionaba con la pequeña. La risa de Consuelo inocente y divertida la contagió y en un momento dado se llevó la mano a los labios para no delatarse. Poco entendía del idioma en el que charlaban pero su frecuencia de voz la llevó por el camino de las memorias. Recordó sin remedio, cuando en medio de la pasión le hablaba en el mismo idioma que le hablaba a Consuelo. Mortificada recordó el beso de días pasados y la manera en que le había respondido, como si no tuviera un anillo en su dedo.

Un chico de aproximadamente siete años irrumpió en el salón en el que estaban en ese instante y al ver a Consuelo en los brazos de un extraño, frunció el ceño.

—¿Quién es usted? —preguntó en español el chico sin asomo de pena.

Mary blanqueó los ojos.

—En inglés, por favor.

Nick soltó a Consuelo que sé bajó reacia y le dio la mano al chico. Le preguntó por su familia y a que escuela iba.

—¿Mary, qué hacen los chicos que viven aquí durante el fin de semana?

—El sábado tienen diferentes actividades, pintura, música y deportes, pero el domingo comparten con sus madres o cuando viene algún voluntario juegan algún partido.

Nick se imaginó que el chico estaba aburrido y por eso molestaba a Consuelo y lo convidó a jugar fútbol. Al chiquillo se le iluminó el rostro enseguida. Se encaminaron a la cancha y en menos de tres minutos había más de media docena de ellos. Los chicos hablaban a borbotones y se organizó el partido enseguida.

Julia dio media vuelta para dirigirse a la oficina pero la voz de Nick la dejó sembrada en su sitio.

—Ey ¿Adónde crees que vas?

—A la oficina, tengo que revisar unos documentos —contestó ella mirándolo de reojo.

—Quédate, por si necesitamos una enfermera —insistió Nick—. Esto se puede poner violento.

—Sí, sí, Julia quédate —dijeron varios chiquillos a la vez.

Se quedó y en segundos empezó a gozar con el espectáculo y las payasadas del hombre. Luego el encuentro se puso serio y le tocó sacar algunos pases de su época de universitario. Julia le hacía barra al equipo contrario de Nick. Al cabo de quince minutos, acabó el primer tiempo. Se acercó a ella y le pidió un botellín de agua.

Se mojó la cara y el cuello. Le molestaba sobremanera que el atractivo de Nick, aun después de tantos años, hiciera tanta mella en ella. Su cercanía tenía el poder de quitarle la respiración, se imaginaba acariciando cada milímetro de piel que había mojado el agua. Su barbilla sin afeitar le recordaba cuando la refregaba en su piel. La derretía y estaba metida en un gran problema, ya no era la muchachita que botaba la baba por él, pero extrañaba muchas cosas de esa época. Se reprendió por enésima vez y recordó que era una mujer adulta y comprometida.

—Estos chicos, nacen con un balón; o juegan muy bien o yo me estoy haciendo viejo —sentenció mientras se limpiaba el rostro con una toalla.

—Lo segundo —contestó, al tiempo que forzó una sonrisa—, esta noche te van a doler las articulaciones.

—Ja, ja, muy graciosa.

A Julia se le había soltado un mechón al lado de la cara. Nick estaba loco por colocarlo detrás de la oreja pero no se atrevió.

Fantaseaba que descubría la verdad de lo ocurrido con Beth y que llegaba a buscarlo, le pedía perdón y lo besaba entre lágrimas. Siete años esperando el milagro que nunca llegó. Recordó los dos últimos encuentros y era consciente que se había pasado. Se había lanzado sobre ella sin importarle nada, y hoy percibía un muro inmenso entre los dos y tenía la impresión que cualquier tipo de atención no sería bien recibida. Tendría que vestirse de paciencia para lidiar con el temple de esta mujer. Estaba más que preparado.

—Necesitan equipo, balones, la próxima semana las compraré —dijo dándole otro sorbo al agua.

—No hagas promesas que no puedas cumplir.

—¿Quién dice que no las voy a cumplir?

Lo enfadó que le negara la mirada y que no le dirigiese más la palabra, mientras les repartía agua a los pequeños, como si estuviera estampado en una pared. Sintió celos, celos de todo lo que rodeaba la vida de Julia, odió a Frank con renovada ira y le fastidió que fuera más amable con los pequeños que con él. Los aupó para iniciar el segundo tiempo. Antes de correr a la cancha Julia le habló:

—Gracias, significa mucho para nosotros.

Un calorcillo lo acompañó durante el resto del partido. Con que poco se conformaba, pensó mientras devolvía un pase.

Habían salido al patio algunas mamás a observar a sus hijos. La mamá de Pablo y Consuelo, una joven mexicana de no más de veinticinco años llamada Rosa, se acercó a Julia y con curiosidad, preguntó quién era el que jugaba con los chicos.

—Se llama Nicolás de la Cruz, es dueño del hotel dónde entrarás a trabajar.

—¡Vaya! —exclamó sorprendida— ¿Y qué hace aquí?

—Vino a ayudar, mira —dijo señalando al Pablo que, en ese momento, se dio palmas con Nick para celebrar una jugada.

—Se lleva bien con Pablo, no lo había visto tan contento desde que llegamos aquí —sentenció la mujer—. Parece un buen hombre.

—Lo es —cuando no te rompe el corazón, es totalmente adorable, pensó Julia.

Rosa miraba sonreír a su hijo, y se dijo que valía la pena todo lo que hacía por sus chicos para por darles una mejor vida. Había escapado de una relación violenta hacía cinco meses, había llegado de Los Ángeles una mañana de finales de febrero. Se había enterado del refugio por una vecina amiga que la ayudó a contactarlos. El nombre del lugar: “Empezar de nuevo”, se ajustaba muy bien con el giro que deseaba darle a su vida. En el tiempo transcurrido, había aprendido a quererse a sí misma, a querer a sus hijos sin rabia, a vislumbrar un buen futuro para su familia, no sería fácil, tenía miedo de fracasar, pero estaba segura que esas buenas personas la ayudarían a salir adelante.

Cuando terminó el partido, Julia invitó a los jugadores a tomar refrescos que había traído alguien en una nevera portátil.

Nick se acercó a Julia quien le presentó a Rosa, le comentó que dentro de poco sería su empleada.

—Voy a ser la mejor trabajadora.

—No me cabe la menor duda.

Siguieron hablando de la casa, de los chicos, de las terapias. Nick admiraba la labor no solo de Julia, sino de las demás personas y lo que habían logrado en esos años. No era una tarea fácil; para lidiar con esta problemática se necesitaba un corazón generoso, caritativo de material templado y firme. Deseó poder hacer más por esas mujeres y esos niños, solucionarles la vida de la mejor forma.

Apareció de repente una mujer de unos cuarenta años, alta, gruesa, rubia y de ojos claros, que miró a Nick de arriba abajo sin asomo de vergüenza.

—Vaya, vaya, pero que tenemos aquí.

Nick le regaló su sonrisa chulesca.

—Pam —se adelantó Julia—, déjame presentarte al señor Nicolás de la Cruz. Vino a ayudar hoy con los chicos.

—Mucho gusto soy Pam, ex residente y ahora voluntaria —dijo la mujer con orgullo.

El hombre levantó una ceja sorprendido, pues vio a una mujer muy bien vestida y elegante, que no parecía necesitar ningún tipo de ayuda.

—Sí, sé que no parezco el tipo de mujer que haya necesitado ayuda de este lugar alguna vez. Pero déjame decirte, que el maltrato se ve en todos los estratos económicos y en ambientes culturales y profesionales altos.

—Lo sé —fue la lacónica respuesta de Nick.

—Voy a la oficina un momento, te dejo en buenas manos —dijo Julia a Nick.

Se sentaron en un pequeño espacio donde había sillas forjadas en hierro y un jardín florido.

—El Cabrón de mi marido nunca me toco un pelo, era la amabilidad en persona, en apariencia claro, porque solía ser un manipulador psicológico de miedo. Tenía trastornos de personalidad, podía insultarte durante horas, si habías dejado las toallas de baño mal alineadas —la mirada de Pam se ensombreció ante el recuerdo.

—Lo siento —Nick no sabía que más decir.

—Él pensaba que su dinero me mantendría a su lado. Un día era un encanto, otro día encontraba la cocina totalmente revuelta porque no había encontrado unas galletas en el lugar que les correspondía. Me tomaba el tiempo que demoraba en arreglar todo de nuevo. Eso me enfermó de los nervios, no sabía con qué rostro iba a llegar a casa —suspiró resignada—. Gracias a Dios no tuvimos hijos.

—Debe ser muy duro pasar por eso, pero lo debe ser más el tratar de salir.

—Sí, imagínate que tomaba la medida de la distancia entre una camisa y otra, si me pasaba un centímetro, un mísero centímetro, me amanecía arreglando todos los clósets y él detrás vigilando y dando cantaleta.

—¿Cómo lograste salir de esa situación?

A Nick le cayó muy bien Pam, era una mujer muy alegre a pesar de su situación.

—Un día dije no más. Tenía mi autoestima por el piso, no podía tomar la más mínima decisión, ¿Sabes? —lo miro pensativa— Los golpes físicos se curan, las palabras hirientes quedan para siempre y eso lo sabe el maltratador verbal, sabe que sus palabras tienen el poder de herirte más que la tunda más grande, por eso a veces, para nosotras es más difícil salir del círculo de violencia psicológica.

—Te entiendo y créeme que lo siento mucho.

—Oh, no lo sientas, estamos trabajando en ello, es difícil no te lo niego. A veces es más fácil creer los comentarios malos que los buenos— con una mirada de agradecimiento al lugar dijo—: Julia y los demás han sido verdaderos ángeles en nuestras vidas.

Entraron en la edificación. Consuelo corrió con sus pequeños brazos abiertos hacia él; Nick la alzó y le dio vueltas. Con ella en brazos se despidió de Pam y se fue a buscar a Julia. La encontró en una oficina, frente a un ordenador.

—¿Qué haces? —preguntó curioso.

—Revisando una charla que va a dar Pam la semana que viene en Seattle —contestó Julia con aparente distracción y con una punzada de celos al ver a Consuelo tan bien acomodada.

—¿Para quién?

—Para unas chicas de universidad estudiantes de trabajo social.

—Vaya, admirable la labor que ustedes desempeñan, me quedo sin palabras, ante todo esto. —La miró con ternura y con respeto.

—Gracias —Julia le sonrió.

—¿Por qué no te dedicas de lleno al refugio?

—Porque tengo cuentas que pagar y por más próspero que veas el lugar no puede permitirse un salario como el que tengo en Gilford.

Nick creía que sí, pediría un informe completo. En ese momento entró Rosa que se llevó a Consuelo a que tomara una siesta.

—En un tiempo podré hacerlo —Se tocó el anillo de compromiso.

Los ojos de Nick brillaron de rabia.

—Cuando te cases.

Julia lo retó con la mirada. Titubeó un poco y Nick tuvo la sensación de que dudaba sobre la respuesta que debía darle.

—¿Tú crees que un hombre como Frank tan pagado de sí mismo te permita dedicarte de lleno a esta labor?

Julia lo miró furiosa.

—No lo conoces y parece que tampoco a mí.

—Tienes razón en parte, a él poco lo conozco. Sé que es un pomposo que cree que un apellido lo es todo. A ti… —se levantó y apoyó ambas manos en el escritorio y acercó su rostro al de ella. Soltó una sonrisa irónica y con voz letal le dijo—: Te conozco muy bien. He estado dentro de ti, lo que equivale al cielo, recuerdo tu olor y tu cara al alcanzar el orgasmo. He estado sin ti, en el maldito infierno.

—¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma? —Julia levantó la mirada incapaz de moverse, como si hubiera caído bajo un influjo— ¿En serio crees que me conoces?

Nick colocó ambas manos a lado y lado de la silla, el escritorio era angosto y él era grande. Pegó su rostro al de ella. Su aliento le rozaba la cara. Julia podía sentir su energía, el calor que desprendía su respiración y el fuego de su furiosa mirada. Se planteó la idea de empujar la silla hacia atrás, aunque Nick era más grande, podría quitárselo de encima sin problemas.

—Apártate.

Nick negó con un gesto de la cabeza.

—Recuerdo todo, chica Berkeley. Tu amor por el chocolate, la manera en que dormías, tus nervios antes de presentar alguna exposición o examen. Lo mal que cantabas y los deliciosos desayunos que preparabas cuando nos quedábamos en la ciudad algún fin de semana.

—¿Cómo te atreves a hacerme esto? —dijo ella desconcertada y sofrenando el llanto que pugnaba por salir. Ni loca le daría el gusto. Necesitaba llenarse de ira—. Me parece perfecto que te acuerdes, te felicito. Pero eso no cambia que también recuerde que te encontré en la cama con una mujer que además, me detestaba.

Nick se estiró de pronto. Como si hubiera acabado de abofetearlo.

—Me preguntaba cuanto tiempo tardarías en sacar el tema.

—Para todo lo que estas intentando hacer, me parece importante. No eres un hombre confiable. No creas que voy a creer ahora todo lo que me digas —Se levantó como un resorte a enfrentarlo y le pinchó el pecho con el dedo—. No tienes idea de lo que pasé por tu culpa. Sentí que el mundo se desmoronaba y pasó mucho, mucho tiempo para que dejara de dormirme llorando. Yo te amaba Nick, no tienes idea de cuánto y me costó lo mío recuperarme.

—Nunca me acosté con Beth, esa pécora nos tendió una trampa.

—No te estoy haciendo ningún reclamo. No me interesa, Nick. Estoy en una relación y te quiero lejos de mi vida —dijo Julia que tomó de nuevo asiento.

—¡No voy a salir de tu vida!

—¿Por qué no me buscaste antes? —preguntó en el mismo tono.

Nick se meció el cabello con gesto desesperado. Soltó un gemido mental.

—¡Porque te odiaba! —escuchó un resoplido de indignación—. Odiaba lo que nos hiciste. Odiaba el pensar que estabas con otro.

—Estoy con otro ¿Qué ha cambiado ahora?

—¡Porque te vi en una maldita revista con Frank! —contestó él enseguida—. Y desde ese instante me importó un bledo con quien estabas. Todo empezó de nuevo y aquí estoy.

—Claro y como me viste feliz y enamorada dijiste, vamos a amargarle la vida a Julia Lowell.

Nick soltó una carcajada con tinte burlón.

—Respondiste a mi beso en el museo, no creo que estés muy feliz y enamorada.

—¿Por qué me haces esto?

—Hay algo entre nosotros Julia, aunque intentes negarlo.

El rostro de Julia era una ventana a sus sentimientos. Escepticismo, remordimiento, tristeza. Nick se acercó despacio y en la misma posición de antes de la discusión; trajo su rostro al de ella sin tocarla siquiera, acercó los labios y luego los apartó, el gesto confuso de ella se lo dijo todo.

Nick llevó su nariz al hueco del cuello. Ni siquiera la rozó.

—Recuerdo esta parte, otra de mis favoritas, tu olor y la suavidad.

A Julia se le detuvieron las latidos y la respiración al reconocer lo mucho que deseaba ser acariciada y besada por Nick. Percibía los labios, el aliento y la piel a milímetros de su rostro y tuvo que clavar los dedos en la silla para no aferrarlo a ella y besarlo. La modulación, el tono y la frecuencia de voz le erizaban la piel. Como pudo tomó aire y lo fue soltando despacio.

—Apártate Nick.

—¿Por qué?

—No puedo darte lo que me pides.

Nick se enderezó y con los ojos fijos en ella, se tomó su tiempo para contestar.

—Ya lo creo que sí, chica Berkeley.