Capítulo II

Universidad de Berkeley,

mediados de septiembre del 2007.

Julia, Lori y Beth compartían una mesa en una de las cafeterías del campus.

—Acabé de hablar con mamá. Peter va hoy a casa a pasar el fin de semana. Papá organizará una barbacoa mañana en la tarde. Podrían ir —dijo Lori—, me harían compañía. Además, Peter va a ir con un par de amigos, nos divertiremos.

Las sillas alrededor estaban ocupadas por chicos de alguna fraternidad que querían socializar con ellas, las tres jóvenes no les prestaban atención. Julia apenas reparaba en su entorno y en la conversación, leía un libro. Lori dibujaba en una servilleta y Beth que era la única que no hacía nada, miraba a los chicos con desdén.

Era el inicio del primer año de universidad. Apenas hacía un par de semanas habían empezado las clases.

—No sé… Peter se rodea de cada personaje —sentenció Julia.

Lori soltó la carcajada.

—No me lo recuerdes —señaló Lori—. Pobre Mac.

—¿De quién hablan? —inquirió Beth.

—De una conquista que hizo mi querida amiga Julia.

Julia rememoró al personaje, era el típico chico californiano obseso por la tecnología, criado en medio de la electrónica que envolvía el valle de Santa Clara. El chico tenía un físico poco agraciado, Julia se dijo que debía darle una oportunidad, no le gustaba ser excluyente y prefería conocer el interior de las personas. Con Mac las cosas no salieron bien. Hablaba solo de transistores, receptores y ecuaciones cuadráticas, poco tenían en común y después de dos salidas abandonó todo intento de volver a quedar con él.

—A lo mejor es otro grupo de amigos, ellos ya están en último año. Yo sí estoy interesada. Necesito que alguien consienta estas preciosuras —dijo Beth mirándose los pechos y sonriendo de manera descarada, al tiempo que mascaba chicle y se enredaba el cabello alrededor del dedo índice.

Julia no era ninguna mojigata, pero le incomodaba la promiscuidad de Beth. Además, era petulante con las demás chicas. Le molestaba el piercing en la ceja y las uñas pintadas de negro. ¿A quién carajos se le ocurría pintarse las uñas de negro? ¿Acaso era familia de los Monster? La toleraba porque era prima de Lori, nada más.

—No se trata de eso. No seas tan zorra Beth. Les comenté, por si querían trabar amistad con alguien diferente; y no estos moscardones que nos zumban por aquí y que solo piensan en una cosa, bueno en dos, tetas y fútbol —comentó Lori.

—Como sí los de veintitrés años no lo pensaran —repuso Julia.

—Claro que lo pensarán y más cuando me vean —terció Beth.

Lori le respondió con un blanqueó de ojos. Julia en cambio, miró su reloj, cerró el libro, tomó su morral y se despidió con un beso al aire.

—Está bien, llegaré a tu casa a las dos. Adiós chicas.

Julia abandonó la cafetería.

—No sé qué le ves a esa tonta —dijo cortante Beth.

—Más vale que la respetes.

Para nadie era secreto los fuertes lazos de amistad que unían al par de chicas, Beth se sentía excluida.

—Se da unos aires de princesa, algún día alguien le bajará esos humos y ojalá esté allí para verlo.

Lori clavó una mirada de irritación en los ojos de Beth.

—No sé qué te hizo ella, pero ya déjalo, por favor.

—Está bien, está bien. Te prometo dejarlo. —Se enganchó al brazo de su prima y fueron caminando hasta el parqueadero de la escuela—. ¿Qué te vas a poner? Te puedo prestar un sostén de relleno para que parezcan más grandes.

—Ni lo sueñes. Si las tuviera más grandes, andaría por el piso. ¿Es que acaso las tuyas no son naturales, querida prima?

—Oh, ya cállate.

El verano había llegado a su meta. Los días eran un poco más cortos y el clima, unos grados más frío, eso no impedía que el sol regalara su presencia, no con la misma intensidad del inicio, pero sí, con la persistencia de la visita que no quiere irse.

Peter Stuart, estaba en la tumbona alrededor de la piscina con un dolor de cabeza de los mil demonios. Su compañero de farra del día anterior, Michael Donnelly, estaba mareado. Nicolás de la Cruz, que prefería que lo llamaran Nick, no se sentía tan mal. Se había retirado de la fiesta un poco más temprano. No cometió los mismos excesos que aquejaban a sus amigos. Pronto empezaría la temporada de fútbol y quería estar en su mejor forma.

—Siento como si alguien estuviera martillando en mi cerebro —comentó Peter, mientras se llevaba un sorbo de cerveza a la boca.

—En lo que queda de tu cerebro —apuntó Michael.

—No me jodas.

—Si se hubiesen ido más temprano no estarían así —terció Nick que les dedicó una divertida mirada de reojo.

—Prefiero mil veces una buena juerga, a un entrenamiento —remató Michael—. Aunque tiene sus cosas buenas, las porristas de este año están buenísimas.

—¿Ya las viste? —preguntó Peter.

—Ya van a empezar con eso.

Nick no tenía que esforzarse por ligar con las chicas, ellas estaban siempre dispuestas. Si tuvieran la autoestima más alta, pensaba, estaba seguro que no darían tantos pasos en falso y menos con hombres como ellos, que no tomaban las relaciones en serio. Los dos primeros años había aprovechado de lo lindo, el físico, el estatus de deportista y su labia, pero de un tiempo a esta parte quería algo más. Había hecho un propósito: nada de mujeres por lo menos por un tiempo. Sus amigos siguieron con sus comentarios.

—Tú no tienes que esforzarte, la mitad de las mujeres de Stanford están enamoradas de ti —comentó Peter.

A lo que Nick replicó.

—Tú estás ennoviado con una de las chicas más lindas de la universidad.

—Estoy enamorado, sí que lo estoy. Pam es la mujer de mi vida.

Michael y Nick soltaron la carcajada pues, para nadie era un secreto que, Peter se enamoraba dos veces al mes.

—Es cierto y los veré a ustedes dos cuando les llegue el momento de enamorarse de una chica y no solo del tamaño de su trasero y de la talla de su sostén. Ella es mi media naranja.

—No amigo a mí no me pasará por ahora. Soy muy feliz así como estoy, no pienso caer en un muy buen tiempo —contestó Nick con algo de sarcasmo.

—Cuando menos pienses te verás agarrado de las pelotas y no sabrás cuándo pasó —remató Michael—. Peter, cuida que a tu media naranja no le expriman el jugo en otro lugar.

En vez de ofenderse Peter le contestó:

—Habla la voz de la experiencia.

Ante el tono pomposo de Peter; Mike le tiró una toalla y Nick soltó la carcajada.

—Sí, yo estuve enamorado y fue una mierda.

Mike se levantó se quitó la camiseta y se tiró de cabeza a la piscina salpicando con el chapuzón al par de jóvenes recostados en las tumbonas. Nick se levantó molesto, se sacudió un poco.

—Voy a la cocina por más hielo y cerveza.

En la habitación de Lori, Beth estaba en el espejo maquillándose los ojos con sombras. Lori se arreglaba el cabello en una moña, tratando de controlar los rizos rubios que creía su perdición, deseaba parecer sofisticada. Julia recostada en la cama hojeaba una revista y miraba a las chicas de reojo. No podía creer tanto espaviento para tratar de impresionar a alguien que ni siquiera conocían.

—Julia, ven, pruébate este brillo, resaltará tus labios —señaló Beth, desde el tocador.

—No gracias, Beth, creo que mis labios no necesitan que se los resalte —contestó ella.

Lo que la joven veía como un defecto, los chicos lo veían como su mejor cualidad.

—Como quieras —comentó Beth con esa mirada de superioridad que tanto molestaba a Julia.

—Voy por un vaso de agua a la cocina —concluyó.

Al abrir la puerta de la cocina, tropezó con la enorme espalda de un hombre. “Debe ser uno de los amigos de Peter”, pensó, “y demasiado acuerpado para mi gusto,” resolvió entre apática y curiosa por verle la cara.

Cuando el hombre dio la vuelta al escuchar el ruido de la puerta, se sorprendió. La mirada la recorrió de arriba abajo, sin ningún pudor, deteniéndosele en la boca y luego en los ojos. Los labios de Nick esbozaron una lenta sonrisa, sensual y seductora.

—Vaya, vaya, pero, ¿qué tenemos aquí? Hola preciosa. ¿Quién eres? —preguntó en un tono de voz que derretía a una mujer desde los siete años a los noventa. “¡Qué ojos!,” pensó. La boca le recordó a un melocotón maduro y jugoso.

—Hola, soy Julia —lo miró aturdida. El corazón le latió con fuerza y se dio cuenta de que le faltaba el aire, una reacción que la molestó, siempre presumía de tener una armadura de indiferencia frente a los jóvenes que se le aproximaban. Se acercó a la nevera y sacó una botella de agua. Notó que no le quitaba la vista de encima. Ya salía de la cocina cuando el hombre se dignó a presentarse.

—Soy Nick.

Por primera vez en mucho tiempo, Nick, quiso retener a una mujer y no al revés. La chica dio la vuelta y con un gesto de la mano desapareció de la estancia.

Con paso rápido Julia subió las escaleras. En el hall paró y se tranquilizó. Dios, ¿qué me sucedió? Exclamó para sí. Se desconocía, la barrera que interponía entre los chicos y ella no le impedía ser cortés y hasta entablar algún tipo de conversación. Había tenido citas y se desenvolvía muy bien. No era experta, tampoco ninguna timorata, entonces, ¿por qué el hombre de la cocina la perturbó tanto? Fue difícil romper el contacto visual. Era de locos.

Se tranquilizó antes de dirigirse a la habitación de su amiga.

—¿Qué te pasa? Estás colorada como un tomate —comentó Lori al verla entrar.

—Tengo calor y principios de migraña —contestó con todo el disimulo posible. No quería que supieran de su encuentro en la cocina.

—Tal vez deberías irte a tu casa —dijo esta.

Ni lo sueñes, pensó Julia.

—No, más bien préstame el maquillaje que me ofreciste hace un rato.

—Deja que yo te ayude, te puedo maquillar con unas sombras lila y labial fucsia —comento Beth.

Julia tenía la impresión de que sí se ponía en manos de ella, terminaría como payaso de circo y no le iba a dar el gusto.

—No chicas, tranquilas. Vayan bajando. Ya hay gente. Yo voy tan pronto me arregle.

—Ok, no demores —dijo Lori.

Nicolás, ya de camino a la piscina, no dejaba de pensar en la chica que se había encontrado en la cocina, seguro era amiga de Lori. Qué mujer más linda, ¿cuántos años tendría? No más de veinte y seguro era de Berkeley para colmo de males. Para nadie en el estado de California, era ajena la rivalidad entre Stanford y Berkeley sobre todo en el fútbol, los partidos, las barras y las consignas eran a muerte.

Nick dejó las cervezas en una neverita al lado de la tumbona y charló un rato con Mattew Stuart, el padre de Peter y Lori, que organizó la barbacoa para los amigos de sus hijos y así, dar por concluido el verano y celebrar el regreso a la universidad. En un momento, la casa se llenó de gente.

Cuando las chicas bajaron ya había una veintena de personas. Peter les hizo señas para que se acercaran. Lori y Beth ni cortas ni perezosas llegaron hasta ellos.

—Hola muchachitas. ¿Cómo las ha tratado el ingreso a la universidad? —Saludó dándole un beso a su hermana con jalón de orejas incluido y un abrazo a Beth.

—Bien —contestó Lori, miró con curiosidad a Mike y volvió la vista a su hermano—. No tienes muy buena cara que digamos. No me digas, ¿otra vez de juerga? ¿No nos vas a presentar?

—Claro. Lori, Beth, les presento a Nicolás de la Cruz, pero todos lo llaman Nick y a Michael Conelly al que todos le dicen Mike.

Los jóvenes se levantaron de las tumbonas y las saludaron cordialmente. Michael profirió su más desarmante sonrisa.

—Peter, es una lástima que este par de hermosuras no hayan ido a Stanford —dijo Michael sin quitarle la mirada a Lori quien se ruborizó.

—Lo siento —contestó ésta—. Amo el buen fútbol y me gusta estar del lado de los ganadores.

Mike chifló por lo bajo.

—Eso fue fuerte amigo— dijo Mike a Nick que hacía parte del equipo Cardinales de Stanford y que cada año, se disputaba el Big Game con el equipo California Golden Beer de la universidad de Berkeley.

—Hemos tenido mala racha los últimos años.

Beth, entró en trance en cuanto posó su mirada en Nick, solo le faltó desencajar la mandíbula. Aunque Michael era atractivo, no le llamó tanto la atención.

Las chicas se sentaron y continuaron con el tema del fútbol.

Nick, apenas les prestaba atención, miraba a uno y otro lado, esperaba ver la joven que se encontró en la cocina. Cuando fijó la mirada en la puerta; la vio, iba al lado de la madre de Lori, estaba ayudándola con una cesta de panes, ésta le comentó algo que la hizo reír y la gracia de su gesto, le desató piruetas en el corazón. Observó la forma en que la brisa hacía flotar su cabello negro, golpeando sus sonrosadas mejillas. Tenía ojos de color miel, eran un par de botones muy expresivos y el tipo de pestañas que se veían en los personajes de dibujos animados. Con las curvas precisas, su cintura era estrecha y sus piernas finas bien torneadas. La elegancia de los movimientos, los pasos que hacían ondear la falda de un adorable y perfecto vestido para el verano, blanco con flores en varios tonos de rosado, la hacían la mujer más hermosa del lugar. Dejó la cesta de panes en la mesa y se dirigió hacia ellos. Nick estuvo seguro que lo hizo porque estaban sus amigas. En cuanto lo vio se ruborizó. Era una rara visión ver una joven ruborizada.

“¡Por Dios!,” pensó Julia. “Otra vez no. Si sigo ruborizándome así, mis amigas pensarán que tengo una congestión y él que soy una tonta y con razón.”

Peter salió a su encuentro.

—Julia, mocosa, ¿cómo estás? —la abrazó emocionado, la levantó del suelo y le dio varias vueltas.

Peter y ella eran muy amigos, había sido su cómplice en muchos juegos de la infancia. Siempre tenían temas de conversación y además estudiaba en la misma universidad de su hermana mayor. Después de que la soltó, sin querer, volvió a mirar al desconocido y se sorprendió, pues parecía que quisiera matar a Peter.

—Con permiso, creo que voy a ir por un trago —dijo un Nick intrigado por su propia reacción.

—Oye, amigo, espera. Déjame presentarte a la mejor amiga de Lori que es como una hermana para mí. —Le puso un brazo en el hombro a Julia—. Te presento a Nicolás de la Cruz, compañero de universidad y uno de mis mejores amigos. Pero todos le decimos Nick.

—Hola. Me llamo Julia —le puso un tono impasible a su voz. No quería que se dieran cuenta que ya lo conocía.

—Es un placer Julia. —Nick sonrió entre burlón y sorprendido. Su mirada lo había calado, con un simple gesto de placidez y sabiduría para una mujer tan joven, estaba seguro, que podría dominar cualquier alma, hasta la de un cínico como él. Le molestó la mano de Peter en el hombro desnudo de ella. Quería arrancársela de allí. Nunca había sentido ese afán de posesión frente a otra persona y menos por una desconocida. ¿Qué diablos es esto? Tenía una necesidad urgente de tocarla. De jalarla a su lado y que nadie más la tocara. ¿Por qué?

—¿Alguien desea algo? Voy por un trago —insistió Nick. Necesitaba alejarse un momento y tomar distancia de esa situación tan poco común.

—Unas cervezas, estaría bien —dijo Peter.

—Yo te acompaño, pues no creo que puedas con todo —dijo Beth, que ni corta ni perezosa, se enganchó al brazo de Nick antes que se alejaran del lugar.

Mientras Peter terminaba de hacer las presentaciones, Julia disimuló, como pudo, la incomodidad que la circundó al ver a Nick alejarse con Beth. Se enfrascó en una conversación de música con Michael, Peter y Lori. Disertaban del grupo de moda, su mirada se tropezó con la de Nick. Julia no se dejaba impactar por el físico de una persona, valoraba el contenido más que el empaque, con ese hombre le estaba ocurriendo algo muy distinto. Los ojos profundos e inteligentes la habían encadenado. Era imposible dejar de mirarlo.

Nick se acercó de nuevo a ellos, les brindó la bebida y se acomodó al lado de Julia. Se percató que con Peter y Mike era todo sonrisas, en cambio con él estaba a la defensiva y quiso saber por qué. Se dio cuenta del par de lunares sobre la piel traslúcida del hombro derecho. Quiso besarlos y un atisbo de excitación, le hizo desviar la vista al frente. En ese momento Julia sacudió su cabello y un aroma herbal se elevó a sus fosas nasales. No quería mirarla, sabía que no sería capaz de dejar de hacerlo y con una fuerza de voluntad grande, entabló conversación con la prima de Peter; Beth. Y entonces lo supo, ella no se sentía incómoda con él, sino con la corriente de sensaciones confusas que iban del uno al otro y que solo los interesados percibían.

La reunión estaba en su apogeo, todos charlaban alegremente. Las chicas ayudaron a alistar la mesa en donde reposaban hamburguesas, hot dogs y un par de ensaladas. Todos comían con gusto. Menos Julia que no podía pasar bocado.

En cuanto los padres de Lori se retiraron, alguien subió el volumen del estéreo y la música empezó a retumbar elevando el sonido de las voces. Varios chicos fumaban sin pena y dejaban las colillas en el césped. Peter iba con una bolsa de basura recogiendo las latas de cerveza.

—Me imagino que tienen una legión de corazones rotos en el campus o ¿no? —comentó Mike.

—No tanto como la cantidad de chicas que correrán detrás de ustedes —apuntó Lori.

—Bueno yo he tenido unos cuantos novios, nada serio. Estoy esperando el adecuado — añadió Beth sin dejar de mirar a Nick que no le prestó atención.

—¿Tienes novio? —preguntó Nick a Julia.

Julia se sorprendió con la pregunta. En cuanto se había integrado Nick al grupo, apenas era capaz de abrir la boca para comentar cualquier cosa. Ella, que era igual de parlanchina a sus amigas, no entendía por qué en esos momentos, lo único que quería era perderse en el impresionante azul de esos ojos que parecían ver cosas dentro de ella. No resistía la intensidad de su mirada con tinte provocador, su risa franca y desparpajada y oír sus comentarios. Quería alejarse o ser un espectador invisible para poder mirarlo a su antojo y no levantar suspicacias, sobre todo a Beth, que tenía una mirada maliciosa cuando iba de Nick a ella.

—No, no tengo novio —dijo por fin.

—Nadie es lo suficientemente bueno para nuestra querida Julia, ¿verdad? —dijo Beth.

Nick ya estaba medio cabreado con la impertinente muchacha. Le molestaba la manera en que trataba a Julia. La animosidad era evidente, había que pararle los pies a esa muchachita, aunque Julia se defendía bien de sus ataques.

—No es eso —replicó Julia enseguida—, no me voy a liar con alguien porque sí, o porque esté aburrida; no acostumbro a hacer eso.

Buena esa, asintió Nick complacido, al darse cuenta que estaba ante una chica familiar y aplomada.

Peter se acercó a ellos.

—Se acabó el hielo. Necesito un candidato que no se haya empachado de cerveza y vaya al supermercado por más.

—Yo iré —dijo Julia.

—Te acompaño —anunció Nick.

—No es necesario.

—Sí lo es, chica Berkeley.

A Julia, le complació su gesto y eso obró el milagro de calmarla y le dio ímpetus para mostrar su mejor talante sin ojos curiosos alrededor.

Peter le lanzó las llaves de su auto a Nick, pero Julia le dijo que irían en el de ella. Salieron y al llegar al auto, un Toyota Camry de por lo menos cinco años de color plata, Nick le abrió la puerta para que ella entrara. Aprovechó para echarle un buen vistazo a las piernas mientras cerraba la puerta. ¡Hermosas!

—¿Vives aquí cerca? —comentó Nick mientras se ajustaba el cinturón de seguridad. Deseaba iniciar una conversación cualquiera. La chica le causaba curiosidad.

—Sí, soy de aquí. Mi familia ha vivido en este lugar desde que mis papás se casaron. —Sonrió y se dispuso a colocar un poco de música.

En ese momento sonó en la radio el último éxito del grupo de moda llamado Alter Bridge.

—¡Me encanta este grupo! —exclamó Julia animada. Puso en marcha el auto.

Nick se quedó mirándola desconcertado. Sus actitudes y hasta su forma de vestir no cuadraban con la imagen de una amante del rock pesado.

—¿Estás de broma? No pareces seguidora de esta clase de música.

Julia levantó las comisuras y lo miró de reojo.

—¿Y de qué parezco fan entonces?

—No sé, Celine Dion y demás música de chicas.

Julia soltó una carcajada y lo que a Nick le pareció un bufido de indignación.

—No tienes ni idea.

—Compré el último CD.

—Son lo mejor, estuve en su concierto en San Francisco y déjame decirte que aparte de su música, su cantante está de muerte. No recuerdo el nombre.

Nick al ver el entusiasmo por el cantante con pinta de marica, no le iba a decir su nombre. Vaya, si hasta le brillaban los ojos. Decidió cambiar de tema.

—¿Cuántos hermanos tienes? —Se deleitaba en su risa franca, espontánea y pícara. No se cansaba de mirarla. Quería conocer detalles de su vida. Le entró una urgencia por saber ¿Quiénes eran sus padres? ¿Qué le gustaba? ¿Quién la había hecho sufrir? ¿A cuántos habría besado?

—Dos, una hermana mayor, que ya está en la universidad y un hermano menor, que va a la escuela —contestó Julia, que desvió la mirada de los ojos de Nick.

—¿A qué universidad va tu hermana?

—A la tuya.

—¿Qué estudia?

—Leyes. Se llama Maggie Lowell.

Así que su apellido era Lowell, pensó Nick, mientras se apeaban del vehículo en el parqueadero del supermercado.

En ese momento sonó el móvil de Julia. Observó el número en la pantalla y se apresuró a contestar.

—Dime Helen —una mirada angustiada pobló el semblante de Julia—. ¿Ya llamaste a la policía?

Nick, al escuchar nombrar la policía y su gesto de ansiedad, la observó con talante preocupado,

—Voy para allá enseguida.

Se devolvió al auto.

—¿Qué pasa? —inquirió Nick.

—Lo siento, tengo que irme.

—¿Puedo ayudar en algo? —insistía él.

Se montó con ella al auto.

—¿Te puedo dejar a unas cuadras de la casa de Peter?

—¿Dime qué pasa?

Julia le echó un vistazo.

—Soy voluntaria en un refugio para mujeres en estado de vulnerabilidad. Ellas viven allí temporalmente con sus hijos. Un pequeño de cuatro años desapareció.

—Iré contigo —anunció tajante Nick.

Julia no lo esperaba. Tomó una arteria principal, cambió de carril, aceleró para pasar un semáforo en verde, dio un par de vueltas y llegaron a una casa a pocas cuadras del centro de Pleasanton. Mientras tanto, Nick llamó a Peter y le pidió que encargara a otros de la compra del hielo. No profundizó en los motivos y terminó la llamada en segundos.

—Gracias. Toda ayuda es bienvenida.

Varios autos ya estaban a lo largo de la calle, dos coches policiales. Las personas reunidas, esperaban instrucciones en la acera, otras iban ya por el lugar gritando su nombre. Estacionaron a una cuadra de la casa, Nick le pidió una linterna que Julia sacó de su equipo de carretera.

Pronto anochecería, si estaba por ahí, estaría asustado. Ojalá y no fuera un secuestro por parte del padre del chiquillo. En cuanto Helen le dijo su nombre lo recordó, James era una criatura de ojos oscuros y sonrisa traviesa. La abrazaba siempre que llegaba al lugar.

Mary Thompson, la directora del lugar, estaba al frente del grupo, menos mal. Mary era experta en esas lides, poco harían una panda de gente asustada sin saber dónde buscar. Ella los había organizado por zonas. Julia lamentó su vestimenta. La madre del chico, Roxana se llamaba, era una joven mujer que sollozaba en el hombro de otra mujer. A Julia se le encogió el estómago de angustia, tenían que encontrarlo. Prestó atención a lo que Mary decía en ese momento.

—James es un chico de ascendencia hispana, cabello oscuro, tiene cuatro años, ayer tuvo algo de fiebre, estuvo resfriado. Lleva jeans y zapatillas de deporte color rojo, saco de lana azul. Roxana creía que dormía y se dio cuenta de su desaparición hace veinte minutos. No sabemos más.

—¿Salió por está puerta o por el patio? —preguntó Nick que estaba detrás de ella.

Julia dio un respingo.

—Creemos que por el patio.

Nick tomó a Julia del brazo, no sin antes agarrar un par de botellas de agua de un rincón y salieron al patio con un grupo de gente. El lugar era amplio, rodeado con una malla metálica y una puerta que daba a un callejón, un par de columpios, tobogán de plástico y piscina de arena. Era un lugar bien cuidado con varios juguetes apilados en una esquina.

—Pudo abrir la puerta. —Señaló Nick al ver un camión de juguete cerca de ella.

Nick analizó en minutos lo que pudo haber pasado por la mente del chico.

—Puede ser —contestó Julia, con semblante preocupado, sorprendida de la manera en que Nick manejaba la situación.

En menos de cinco minutos había tomado el mando de la búsqueda en esa parte. Les dijo que James podría haber salido detrás de un animal, un perro o un gato. Ojalá fuera eso y no otro tipo de animales que a veces se colaban en los patios. Nick, sin problemas, se puso al nivel del niño. Le preocupó que se cayera en alguna piscina. Observó el entorno, viendo qué le podría interesar al pequeño. Atravesó la puerta y vio un par de pisadas pequeñas en la tierra. Se agachó y advirtió que se perdían en el patio de la casa siguiente. Inspeccionaron palmo a palmo los patios vecinos gritando su nombre. Revisaron el par de piscinas que encontraron. Una hora después llegaron al patio trasero de la última vivienda de la cuadra.

—¡James! —gritó Julia en tono severo— Te necesito aquí, ¡ahora!

Nick le lanzó una sorpresiva mirada y rió divertido.

—¿Julia? —llamó una vocecita.

—¡Lo tenemos! —alardeó. Subió de nuevo el tono de voz—. ¿Dónde estás?

—Aquí —contestó lloroso.

El sonido de la voz del pequeño, acercó a Nick a un árbol. En ese momento llegaron dos personas.

—Lo encontramos. —Un hombre dio aviso por el móvil para que suspendieran la búsqueda.

Nick trepó al árbol. Era un árbol pequeño, pero para el chico, debió ser toda una hazaña. Bajó con el pequeño a los pocos segundos. James, le lanzó los brazos a Julia que lo cobijó con ternura, gesto que no pasó desapercibido para Nick, estaba pálido y asustado. En medio de sollozos explicó que había salido detrás de un gato.

En minutos el chico estaba reunido con su madre, todos le agradecieron a Nick. La madre se acercó y le habló en español. Nick le respondió en la misma lengua y Julia quedó en jaque al escucharlo pronunciar palabras que supuso serían amables. Lo imaginó hablándole al oído palabras de amor con esa cadencia que podría atravesarle el alma y desnudar sus sentimientos. Se asustó, confundida se unió a la celebración.

Nick se acercó de nuevo a ella.

—Hablas muy bien el español.

—Sí —repuso con una voz sin inflexiones.

Sarah una de las mujeres que era la encargada de la cocina sacó una lata con pastelillos de canela.

—Oh, por Dios, son mis favoritos —exclamó Julia que se adelantó hasta la mesa.

Nick la observaba sin perder detalle alguno de sus gestos. En ese momento, tuvo el presentimiento de que algo importante iba a pasar con ella. Al darse la vuelta, con el par de postres, caminar sonriendo hasta él y verla probar el manjar; lo supo con certeza. Podía pensar como el típico machista y no se disculparía por ello, pero Julia presionaba su botón de cazador, como ninguna otra que hubiera conocido. La tendría.

Tragando saliva, comento con voz ronca:

—Vaya, se ve que te gusta mucho, chica Berkeley.

—Claro que sí. Sarah es la mejor. Ten, toma el tuyo antes que me lo coma.

Nick no pudo aguantar y se inclinó para saborear una pizca de azúcar glaseado que había caído en su mano y a la vez, poner su boca en los dedos que sostenían el postre. Julia casi suelta el bizcocho, pero el roce de la boca de él en los dedos de ella, la dejó petrificada momento después.

Nick levantó la vista, la miró y se dijo que nunca había visto un rubor como aquel. Era preciosa, preciosa, preciosa.

—Sí tienes razón es el mejor sabor del mundo.

Julia supo que no estaba hablando del bizcocho.

Una hora después, se despidieron de la gente y caminaron hasta el auto en relativo silencio. Solo se escuchaba la música, cada uno estaba ensimismado en sus pensamientos. Julia llevaría a Nick a casa de Peter. Era invitado junto con Mike a dormir donde los Stuart.

—Julia, quiero que seamos amigos —exclamó Nick de repente antes de entrar a la casa—. Quisiera poder llamarte e invitarte a comer o a dar una vuelta. ¿Qué dices?

Nick estaba conteniendo el aliento. Estaba rogando mentalmente porque esta muchachita aceptara y le permitiera volverla a ver. Sí lo vieran sus amigos, se partirían de la risa y le harían bromas hasta el día del juicio final. ¡Pues que se jodan! No todos los días conocías a alguien que te llamara tanto la atención.

—Sí, claro que me gustaría.

Intercambiaron números de teléfono.