Capítulo VIII

—¿Qué dices de este color? —preguntó Julia a Lori mientras le señalaba la paleta de tonos rosados de esmalte para uñas.

—Muy puritano, sé más atrevida, mira este fucsia —le señalaba con el dedo el muestrario de los colores más oscuros.

Julia negaba con la cabeza.

—No sé.

—Mira este rojo sangre o este escarlata con escarcha.

Julia seguía ensimismada. Al día siguiente a esas horas, estaría rumbo al lugar escogido por Nick. No había querido decirle nada. Le dijo que le daría la sorpresa. Le temía a lo que ocurriría, no tanto a la parte física, había leído, se había informado y sabía que esperar. Sus temores eran otros, se moría de deseo por él, para ser una inexperta, estaba demasiado ansiosa por acostarse con Nick ¿Entonces cuál era el problema? Se preguntó. Nunca había experimentado algo similar por otro hombre, el evocar sus besos y caricias, le erizaba la piel, le encogía el estómago y provocaba punzadas en medio de las piernas. Tenía miedo de no ser suficiente para él, que su simplicidad lo cansara y buscara otra mujer. Para ella sería espantoso. En su casa dijo que pasaría el fin de semana en Berkeley por algunos trabajos pendientes. Lori la cubriría.

—Está bien, te hago caso, me inclino por el rojo.

No quería evidenciar su estado nervioso, pero Lori la conocía y de nada serviría ocultarlo.

—Ay amiga, qué hombre tan hermoso te conseguiste y estás cagada de susto, se te nota.

—No estoy nerviosa.

—Sí, lo estás, yo estaría nerviosa si lo fuera a hacer con semejante bombón.

—Habla más bajo, no se tiene que enterar todo el salón —señaló Julia mirando a todos lados preocupada.

—Me imagino que usaras métodos anticonceptivos. No quiero ser tía tan pronto.

Julia blanqueó los ojos.

—Claro que sí, ya empecé a tomar píldoras anticonceptivas —señaló Julia—. Hay que ser responsables. No quiero sorpresas más adelante.

—Espero todos los detalles cuando vuelvas.

—Ya lo veremos —le respondió Julia, mientras tomaban su turno en las sillas para iniciar la sesión de belleza.

Nick había trabajado duro toda la semana para poder disfrutar tranquilo del fin de semana con Julia. Había asistido esa mañana al entrenamiento y la tarde anterior había enviado un trabajo pendiente de la materia de economía. Toda la semana trabajó en automático, con su mente puesta en Julia. Desde el día del asado, no la había visto y se había descubierto extrañándola. Hablaba con ella todas las noches.

La recogió en la universidad el sábado después del mediodía. Se bajó del auto y se recostó en la puerta mientras la esperaba, ya le había enviado un mensaje de texto. Las chicas lo miraban al pasar, se quitó las gafas para el sol y las puso en el escote de la camiseta. Julia no tardó en bajar, estaba hermosa, con el cabello suelto, un jean ajustado, manoletinas marrones y camiseta amarilla clara, un saco anudado al frente de color marrón oscuro. Nick se apresuró a acercarse a ella para tomar su maletín. Cuando tuvo la valija en su poder, la aferró por la cintura y le besó la boca. Sabía delicioso y olía delicioso, nunca antes sus sentidos habían estado tan alerta como con Julia, todo a su alrededor tomaba más relevancia, los colores, los olores, la temperatura, todo. Julia le devolvió el beso con más ímpetu, sin importar quién pasaba por su lado.

Se alejaron de San Francisco por la autopista ciento uno hasta la treinta y siete, tomaron rumbo a Napa. La joven sonrió feliz.

—Vamos a Napa ¿Cómo lo supiste? —Napa era unos de sus lugares favoritos.

—Pongo atención, me gusta escucharte, conocerte.

Le guiñó el ojo y siguió concentrado en la carretera. Julia atenta a la charla con Nick prestaba poca atención al entorno. Él le comentó de su semana, del entrenamiento y la manera de presionar del entrenador para el juego del día siguiente de acción de gracias, mientras, su mano derecha le acariciaba la rodilla y el muslo. Julia le relató del par de trabajos que entregó el día anterior, del último encuentro con Beth y lo grosera que había sido. Nick frunció el ceño ante la mención de Beth. Hablaba de más cuando estaba nerviosa, y él, que por lo visto hasta en eso la conocía, le destinó una mirada cargada de ternura. Julia encendió la radio. Sooner Or Later, un tema de Madonna, empezó a vibrar en el pequeño espacio.

Sooner or later you are gonna be mine,

Sooner or later you’re gonna be fine.

Julia empezó a cantar haciendo los gestos de Madonna.

Baby, it’s time that you

Face it, I always get my man

Nick no sabía sí manejar o parar, para observarla.

Sooner or later you’re gonna decide

Sooner or later there’s nowhere to hide.

Tenía una voz horrible, desentonaba en todas las notas, pero la manera de cantarla y de moverse en la silla, era otra cosa. Julia escondía una sensualidad, un fuego que él estaba loco por liberar. Ante sus últimos gestos, un beso en el aire y un guiño; Nick soltó la carcajada. Julia como era de esperarse no le hizo caso.

Baby, its time, so ¿why waste it in chatter?

Lets settle the matter.

—Tienes una voz terrible —dijo Nick todavía riéndose.

—Lo sé —contestó de forma petulante.

Baby, you are mine on a platter,

I always get my man.

But if you insist, babe the more it excites me.

—Pero me sé toda la coreografía de la canción como la cantó en los Óscar hace un poco de años. Ahora por burlarte de mí no la vas a ver. Ja, no sabes lo que te pierdes.

—Sí, sí lo sé —dijo Nick sonriendo pensativo.

En Santa Helena pararon en un Delicatesen, para tomar una cena temprana. Era un sitio donde podían escoger todos los ingredientes que llevaría la comida. Ordenaron sándwiches de pavo con verdura y pan de centeno y se sentaron en una mesa sencilla de madera cubierta con mantel a cuadros. Nick comió con gusto, Julia apenas dio tres bocados a su sándwich. Evitaba mirarlo.

—Julia, mi amor, mírame, por favor.

Le apresó las manos por sobre la mesa.

—Todo irá bien, no te preocupes.

Nick pensaba que Julia estaba temerosa por ser su primera vez, y la primera vez, no es fácil para casi ninguna mujer. Luego se sorprendió de las palabras de Julia.

—Quiero ser tu mujer. Quiero ser tuya, quiero bastarte siempre.

Él se afanó en responder:

—Y me bastas, mi amor, me bastas. Recuerdo cuando te vi, no la primera vez en la cocina, sino cuando me enamoré de ti, porque me enamoré el día que saliste con la cesta de panes al patio, en la barbacoa de los Stuart y yo me quedé como un imbécil clavado en el suelo, mirándote. El ondear de tu cabello, tu caminar, tu forma de reír y me dije esa mujer es mía, esa mujer será mía y sentí mariposas en el estómago y recordé unas palabras de mi padre, que era un gran admirador de la obra de García Márquez, puede parecerte absurdo lo que te estoy diciendo…

—No, mi amor, no… —le contestó Julia conmovida.

—Mijo —me dijo él—, cuando vi a tu madre, todo alrededor se pobló de mariposas amarillas como le ocurrió a Meme[1] cuando llegaba su Mauricio Babilonia, no sé si fue el golpe que había sufrido, la contusión, pero me tragué unas cuantas y no se han ido las malditas, me ocasionan cada malestar, pero no las cambio por nada, así tu madre ya no me quiera, esas mariposas son de ella y de nadie más.

—Nick…

—Aquí están mis mariposas amarillas. —Nick se señaló el estómago.

Julia se levantó de la mesa y sin importar quien pudiera verla, se le sentó en las rodillas y lo devoró a besos. El sitio tampoco estaba abarrotado.

Se dirigieron un kilómetro al sur. Había anochecido. Nick salió de la ruta y tomó una vía más estrecha, desvió hacia la derecha por un camino de tierra franqueado de árboles que terminó en una puerta de madera gruesa bien iluminada, con un letrero en hierro que decía Les Chartrons. Nick tocó la bocina y el portón se abrió. Al fondo apareció una casa en piedra que parecía salida de la campiña francesa del siglo XIX, erigida en medio de cuidados jardines y una zona de parqueadero pequeña. Se apearon del auto y enseguida un hombre en la cincuentena de cabello oscuro y bigote salió a recibirlos.

—Buenas noches, mi nombre es Jean Paúl, bienvenidos —saludó, con acento sin duda francés.

Nick tomo la iniciativa le tendió la mano y se presentó.

—Mucho gusto, Nicolás de la Cruz.

Julia saludó también, mientras curioseaba con la vista el lugar.

—¿Es usted francés? —preguntó.

—Sí, vine a esta tierra hace veinticinco años, me secuestró una americana y aquí me quedé.

—¿Pero qué estás diciendo? —dijo una mujer bajita y rolliza, de unos cincuenta años, con amables ojos azules, que salió a recibirlos—. Hazlos pasar, está haciendo mucho frío. Me llamo Diane, sean bienvenidos a nuestro hogar.

Entraron a un hermoso recibidor que hacía juego con la fachada exterior, una sala con muebles muy cómodos y elegantes, vitrinas de madera labrada con pequeñas porcelanas en su interior, y el comedor formal con un amplio armario de cristal y una colección de platos antiguos en su interior. Mientras hacían el recorrido, Jean Paúl les relataba la historia del lugar y como habían llegado ellos a instalarse en la zona. Era una pequeña posada con solo diez habitaciones, en ese momento estaban ocupadas menos de la mitad.

Subieron una escalera al segundo piso. Al llegar a la habitación, Julia sonrió encantada a pesar de que tenía las manos frías y una piedra en el estómago.

—Es hermosa.

Se sintió transportada en el tiempo a una típica habitación francesa de mil ochocientos, una cama de matrimonio antigua, las mesas de noche, con tallas antiguas y las lámparas con brocados, sillones grandes y cómodos. Uno de los pocos toques modernos, era la chimenea con puerta de cristal biselado y el baño.

—Por Dios. En esta tina caben tres personas.

—Con dos es suficiente —le ronroneó Nick abrazándola por la espalda.

Jean se despidió deseándoles una buena estadía e informándoles que el desayuno se servía a las ocho.

De repente Julia sintió mucho calor, se alejó y se quitó el suéter de lana. Nick no le podía quitar la vista de encima, observaba todos sus movimientos. Ella percibió un suspiro en la espalda y supo que Nick se había acercado, se dio la vuelta. Pudo ver las largas pestañas, un rasguño en la cien, seguro producto del entrenamiento y el rosario de pecas que le cubrían la parte izquierda de la nariz. Julia deslizó la lengua por sus labios para humedecerlos, lo sintió tensarse. Se puso en puntas pie y le besó los labios, en una caricia muy suave. “Respira, solo respira” Nick la aferró de la blusa y la tiró hacia él. Se apoderó de su boca como pidiéndole permiso para todo lo que deseaba hacerle, diciéndole con sus labios que sería cuidadoso y delicado con cada espacio de piel y que se tomaría su tiempo para entrar en su cuerpo.

La miró a los ojos y le preguntó:

—¿Vamos a la cama? —le acarició las nalgas— No te arrepentirás.

Ella sonrió.

—¿Estás muy seguro, no? ¿Me dirás si lo hago fatal?

Nick soltó una risotada.

—No lo harás mal, eres increíble.

Julia no creía que podría llegar por su propio pie hasta la cama. Las piernas le temblaban como una gelatina, se sentaron en el lecho y con otro beso, Nick la acomodó en los almohadones, le desabotonó la camisa y lentamente se la quitó, le desabrochó el sujetador. La miraba con reverencia. Empezó a besarle el cuello y la hendidura de la garganta, mientras le acariciaba los senos sin llegar al pezón. Julia notó su erección contra la cintura y le dieron ganas de tocarlo como lo había hecho en el cuarto de universidad.

—Nick, Oh, Nick —susurraba Julia con la respiración entrecortada.

Él aprovechó para chuparle un pezón y luego el otro. Volvió a la boca, le mordisqueó el labio inferior, le besó el cuello. Los gemidos de Julia, el olor de su cuerpo y la suavidad de la piel, le hicieron ver, hasta qué punto estaba excitado. El sonido de sus quejidos le causaba corrientazos en la espalda, quería tomarla duro. Su necesidad de estar dentro de ella, le oprimió las costillas y empezó a resollar desesperado. Le abrió la cremallera del jean y deslizó las manos entre su ropa interior. Nick quedó inmóvil, al tocar la piel aterciopelada y el poco vello que tenía.

—¿Te afeitaste?

Se retorció sonrojada.

—Pensé que podía gustarte.

—¿Estás bromeando? Me encanta —se arrodilló frente a ella y le quitó el pantalón, el interior y deslizó un dedo entre los labios—. Quiero comerte aquí. Estás deliciosa y toda mojadita. Te vas a derretir en mi boca.

Nick se levantó sobre ella, se quitó la camisa y el suéter en segundos, quería tener la barrera del pantalón para poder contenerse.

—¿Quieres que pare, qué vaya más despacio?

—Ni se te ocurra.

La tomó con la boca, desde el clítoris hasta la vagina, estaba bañada, desecha, se retorcía emitiendo gemidos, se agarraba de su cabello con fuerza. Se separó un momento, no pudo aguantar y le mordió unos centímetros arriba de su sexo, sería su recordatorio cada que la viera desnuda. Acarició las piernas, eran hermosas, toda ella era hermosa, los ojos oscurecidos lo miraban expectantes, cuanto la amaba, la adoraba. Lo que ocurría hoy los uniría aún más. Era su mujer, su mujer. Susurró con fiereza sobre su vulva., mía, mía, solo mía. Julia llegó al orgasmo enseguida.

—Hueles delicioso.

Nick se levantó para desnudarse sin dejar de mirar el sonrojo en sus pechos y en su cara, signo evidente de su satisfacción y se sintió satisfecho de haber logrado ponerla así. Sé bajo la cremallera del pantalón y quedó desnudo en segundos. Se puso un condón con rapidez.

Julia lo miraba sorprendida, nunca lo había visto así y era realmente hermoso, su virilidad, cuando la acariciaba en esos momentos robados, en la universidad o en casa de Lori, no había podido apreciarlo en su verdadera magnitud. Pero ahora, no tenía la seguridad de que fuera a caber dentro de ella.

Nick la observaba y sabía lo que estaba pensando.

—Confía en mí, acaríciame, por favor, —Julia llevó la mano enseguida y lo tocó—. Ha estado mucho tiempo así por ti, cada vez que te veía, cuando paseábamos, ahora cuando veníamos en el auto, no puedo aguantar más Julia, ábrete para mí amor, no sabes cuánto te necesito

—Oh. Nick, te amo —dijo suspirando.

—Vamos a ir todo lo despacio que quieras —señaló Nick. Rogaba poderse controlar pues lo que quería era lanzarse sobre ella sin más preámbulos y saciar todas las ganas reprimidas durante tanto tiempo. Pero su Julia merecía que este momento lo recordara con una enorme sonrisa.

—Ábrete más amor, relájate —Nick se le puso encima, empezó a penetrarla lentamente, poco a poco mientras contemplaba su bello cuerpo arqueándose, los perfectos pechos y el cuello que quería lamer y besar. Julia lo acariciaba en el cuello, la espalda después ponía las manos en la cama, tensionada. Nick no estaba preparado para la intensa sensación de su pecho rozando los pezones de ella, de las piernas enroscadas a su cuerpo, de ver su pene entrar y perderse en su hendidura.

—Para, para, para, por favor. —Julia tenía la sensación de se iba partir por la mitad, abrigaba dolor, ardor, pero a la vez sentía ganas de sentir a Nick dentro de ella.

—Mi amor ya estoy dentro de ti —Nick la miraba con una mezcla de lujuria, ternura, de no lo puedo creer, por fin estoy aquí.

Poco a poco fue remitiéndole el dolor.

—No puedo creer que ya estés dentro de mí totalmente —Julia estaba agitada, deseaba moverse.

Nick emocionado y con el corazón a mil, se dio cuenta y empezó a moverse lentamente de adentro hacia fuera.

—¿Estás bien?

Nick con los brazos tensos y el sudor cubriéndole el cuerpo se contuvo unos segundos.

—Espera, espera molesta un poco. —A pesar de la molestia percibía un ardor diferente.

Nick hizo las acometidas más suaves, el calor de su sexo y su estrechez, lo tenían al borde de la combustión espontánea.

Julia con un movimiento de caderas le dio su beneplácito para continuar.

—No puedo esperar más amor, lo siento —dijo Nick totalmente perdido.

—No importa, sigue mi amor, sigue —así se estuviera partiendo en dos, Julia no lo retiraría por nada del mundo, quería sentirlo parte ella, unidos en un solo ser.

Y entonces Nick comenzó a salir y a entrar dentro de ella. De manera brusca, perdido en su propio placer, entraba y salía con tanta rapidez que Julia pensó que iba a perder el sentido. Julia gemía y a la vez trataba de respirar casi sin lograrlo. Él seguía entrando con fuerza y rapidez hasta que emitió un gruñido, un torrente que le tensó la parte baja de la espalda y un calor abrasador, que pensó, le iba a fundir las terminaciones nerviosas, se le arremolinó en todo el sexo y lo llevó a correrse en medio de contracciones espasmódicas.

Julia abrió los ojos y observó los hermosos rasgos transportados por el placer. Dios como amo a este hombre, pensaba mientras, Nick llegaba al orgasmo.

Él permaneció encima de ella. Julia lo abrazaba no quería que se moviera de allí nunca. Volvieron a respirar con normalidad. Nick se retiró sin mirarla, fue al baño para tirar el condón, trajo una toalla húmeda y limpió a Julia con mucha delicadeza, sin siquiera mirarla.

—¿Te hice mucho daño?

—No, al principio dolió bastante, pero después no.

—Pero no llegaste al orgasmo conmigo dentro de ti. Julia, yo quería que todo fuera especial, debí haberme contenido más. Te he deseado durante tanto tiempo y hoy por fin al tenerte me descontrolé. Tú también debes disfrutar.

Nick negó con la cabeza.

—Tú acabaste pero yo no. Y en este momento tengo tantas ganas de sentirte dentro de mí otra vez. Empecé a tomar pastillas anticonceptivas hace varios días no necesitas usar condón.

—Nunca he hecho el amor sin condón —dijo Nick emocionado.

—También es tu primera vez. —Suspiró Julia.

—Esperemos un rato y lo haremos de nuevo.

—Espero que no te duela.

Nick la arrastró con él y soltó la carcajada.