Capítulo 17
Transcurrió aún más de media hora antes de que llegasen Legis y Herger. Iban acompañados de Mork y otros quorrl de elevado rango. Skar no sabía leer bien en la fisonomía de aquellos seres, pero la expresión de Mork le pareció todavía más adusta que la noche anterior, y la mirada que le dedicó el enorme quorrl no presagiaba nada bueno. En su interior tuvo que reconocer que Mork le daba miedo. Pero también era posible que el gigante sintiera lo mismo respecto de él, y a lo mejor pensaba en el golpe propinado a Skar. No eran muchos los que sobrevivirían a una agresión a un satái.
Laynanya se levantó al ver llegar a Legis y sus acompañantes, y Skar la imitó. Las dos errish intercambiaron unas palabras en una lengua desconocida para Skar, y Legis señaló primero a Herger, luego al satái y de nuevo al contrabandista. El rostro de Herger se contrajo brevemente.
—Por lo que veo —dijo éste—, pasaste la noche en compañía más agradable que yo.
El satái tardó unos momentos en comprender que aquella frase iba dirigida a él. Hizo un gesto de afirmación, sonrió nervioso y estudió rápidamente al traficante. Herger tenía mal aspecto. Estaba ojeroso, y su tez presentaba un brillo cerúleo, delator de que apenas había podido conciliar el sueño. En sus sienes había dos diminutas costras.
—Oye… ¿es que ya no hablas con cualquiera? —lo increpó Herger, al no recibir una respuesta inmediata.
—¡No digas disparates! —gruñó Skar.
Pero lo cierto era que Herger no iba desencaminado. Skar no tenía ganas de hablar, ni con Herger ni con nadie, si es que había algo que explicar. La presencia de los quorrl lo inquietaba. La amenaza que partía de Mork y sus congéneres era evidente. Además notaba la tensión que flotaba en el aire. Los quorrl no estaban allí para hacerles una visita de cortesía, ni a Laynanya ni a él.
—Legis trae malas noticias —dijo Laynanya de pronto.
—¿Referentes a mí?
—Sí, Skar. Eso temo —contestó la mujer, que volvía a ser la errish y portavoz de los rebeldes, y ya no la persona con la que había conversado durante la última hora—. Una de nuestras patrullas avistó a varios hombres a caballo.
Su voz había adquirido de repente un escondido tono de amenaza, algo que, muy probablemente, escapó a los oídos de Mork y los demás quorrl, pero que a él le llamó la atención. Y entonces comprendió que los quorrl no sabían —o no debían saber— nada de sus motivos particulares, y en el último instante resistió la tentación de demostrar que se daba por enterado. Quizá se preguntasen los quorrl a qué se debía aquel súbito cambio de actitud en la errish, pero eso era problema de Laynanya. Si a ella le parecía conveniente el juego, él tomaría parte en él.
—En tal caso será más prudente que partamos enseguida —dijo—. Si lo permitís.
Buscó la mirada del quorrl, pero los grandes ojos sin pupilas del titánico guerrero permanecieron inexpresivos.
—No sois nuestros prisioneros, Skar —replicó Laynanya, como ligera reprensión—. Pero tampoco quiero engañarte. Cuanto antes os vayáis, mejor para todos… Comprenderás mi ruego, sin embargo, de que esperéis hasta la salida del sol.
Skar miró al rocoso techo de manera significativa.
—¿Y cuándo será eso?
—Dentro de unas cuatro horas —respondió Legis en lugar de Laynanya—. Hasta ese momento sois nuestros huéspedes, naturalmente.
Herger soltó una áspera carcajada.
—¡Gracias! —exclamó—. ¡Ya tuve bastante muestra de vuestra hospitalidad!
Y de modo muy elocuente se pasó el dorso de la mano por los labios, al mismo tiempo que clavaba los ojos en Mork. El enorme quorrl puso cara de pocos amigos y mostró los dientes. Su dentadura de animal feroz centelleó como una terrible trampa para osos, y durante unos segundos tuvo realmente el aspecto de una fiera imponente y apenas domada, que sólo por equivocación, se hubiese puesto cota de mallas y armadura. Herger, pálido, dio medio paso hacia atrás.
Skar contuvo una sonrisa de burla.
Mork era, con mucho, el quorrl más inteligente con que había tropezado.
Pero eso no quería decir nada. Era muy poco lo que el satái sabía sobre los quorrl. En realidad, nadie sabía apenas nada respecto de los escamosos guerreros del norte.
—¡Mork!
La voz de Laynanya sonó cortante. Su reprensión hizo estremecer al quorrl, que en el acto se puso muy serio. Skar, por su parte, dirigió a Herger una mirada de reproche y se volvió de nuevo hacia la errish.
—Necesitaremos caballos —dijo—. Los nuestros quedaron en la llanura. ¿Nos los daréis?
Las dos errish intercambiaron una rápida mirada.
—No hay ningún inconveniente en facilitaros los caballos —respondió Laynanya después de breve duda—. Pero tenemos otra proposición que haceros. Queréis ir a Elay, ¿no? Pues estamos dispuestas a llevaros. Los daktylios pueden estar allí a la salida del sol.
Después de todo lo hablado, tal ofrecimiento no dejó de sorprenderlo, pero Laynanya continuó hablando antes de que él pudiese formular pregunta alguna.
—Mork y yo deliberamos sobre el problema mientras vosotros dormíais. Vuestro problema no nos concierne, pero tampoco sois nuestros enemigos. Por consiguiente, os ayudaremos en todo lo posible.
La elección de sus palabras y la forma en que las pronunciaba hizo aguzar el oído a Skar. La errish parecía dirigirse más al quorrl que a ellos dos. Por lo visto, la autoridad de Laynanya no era tan indiscutible como había supuesto.
—Deberíais considerar nuestro ofrecimiento —intervino Legis, también algo nerviosa y con ojos brillantes—. Los daktylios os conducirán a Elay en una noche. A caballo, tardaríais tres semanas. Aparte de que os atraparían por el camino.
—Hasta ahora nos las apañamos bastante bien sin vosotros —gruñó Herger con desabrimiento.
Skar se volvió, furioso, y clavó unos ojos centelleantes en él.
—¡Cierra la boca de una vez! ¡Nadie te obliga a venir!
El contrabandista esbozó una sonrisa despectiva.
—¡Claro que no! Esos bandidos quorrl me darán un caballo y provisiones, si yo se lo pido, ¿verdad? Y además me obsequiarán con media docena de flechazos en la espalda, cuando yo dé media vuelta.
—Sería un desperdicio de flechas —dijo Mork con dureza—. Antes servirías de alimento para los daktylios.
—¡Basta ya, Mork! —intervino Laynanya en tono cortante, pero que en opinión de Skar encerraba una disimulada diversión—. Skar tiene razón —agregó dirigiéndose a Herger—. Eres un hombre libre. Si lo prefieres, te entregaremos un caballo y provisiones para dos semanas, y puedes irte a donde te plazca.
—Nada de eso —rezongó Herger—. Yo acompaño a Skar. Supongo que vendréis algunos de vosotros.
—Por supuesto —repuso Laynanya, impasible—. ¿Acaso sabéis montar solos en los daktylios? Además, sin nosotros nunca lograríais entrar en la ciudad. Elay no es una aldea en la que uno pueda colarse así como así. Os acompañarán Legis y un par de guerreros, para enseñaros el camino. Después tendréis que apañaros solos. Es toda la ayuda que podemos ofreceros, y… ya es más de lo que propiamente nos corresponde hacer.
—Tenéis una manera muy especial de no inmiscuiros —gruñó Herger.
—¿Quieres hacer el favor de no ser inoportuno? —le riñó Skar, pero el contrabandista hizo caso omiso de sus palabras.
—Tal como yo veo las cosas, nos enviáis a Elay por el camino más rápido, en espera de que os solucionemos el problema. Si conseguimos llegar a Vela, el provecho será vuestro. En caso contrario, nadie saldrá perdiendo. Salvo nosotros dos, claro, porque habremos muerto.
—Aquí no estamos en el mercado negro de Anchor, Herger —lo amonestó Legis—. No necesitas regatear, y poco importa que tengas razón o no.
Herger quiso contestar algo, indignado, pero la paciencia de Skar se había agotado. Agarró al contrabandista por un hombro y se lo apretó con energía. La cara de Herger se contrajo de dolor.
—¡No quiero más intervenciones tuyas! —le gritó—. No sé qué pretendes, pero ya estoy harto. ¡O mantienes el pico cerrado, a partir de ahora, o nuestros caminos se separan aquí mismo!
—¿Qué pretendo, preguntas? —replicó Herger, sacudiéndose de encima la mano de Skar para frotarse el dolorido hombro—. ¡Te lo voy a decir! Me figuro que tú pasaste estas últimas horas en agradable charla con esta errish, mientras que a mí me cupo el placer de la compañía de los quorrl… Si crees que son nuestros amigos o, por lo menos, nuestros aliados, te equivocas. Nos odian, y odian también a las errish. ¡Ese Mork reventaría de risa si nos atraparan y pudiesen vernos colgados de la torre más alta de la ciudad!
Skar sintió el súbito deseo de pegarle una sonora bofetada al contrabandista, pero se contuvo.
—Está bien —dijo con toda la serenidad posible—. Ya has soltado lo que ansiabas decir. Ahora vayámonos. —Y volviéndose a Laynanya agregó—: Aceptamos tu ofrecimiento.
—Eso esperaba. Lo siento, pero ahora debéis disculparme. Tengo el tiempo limitado. Legis os acompañará a vuestro alojamiento, explicándoos todo lo necesario… Quizá volvamos a vernos algún día —dijo, cuando ya se alejaba—. No importa cómo termine vuestra empresa…, ¡aquí siempre seréis bienvenidos!