28
Javier subió los escalones que llevaban al piso de su hermana muy lentamente. Se sentía inseguro. No sólo tenía que lidiar con las fuertes emociones de Rosa sino que, además, lo haría en su propio terreno. Javier se encontraba en clara desventaja. Mientras pensaba en cómo podía actuar para que las cosas fueran bien, se dio cuenta de que su actitud era errónea. Sentía que su primer marido fuera homosexual pero no tenía que pedir perdón por serlo él también. Tenía que hacerle ver a su hermana que no podía meterles a los dos en el mismo saco. Además, él no había preparado el encuentro. Llegó a la puerta y tocó el timbre con suavidad. Rosa abrió al cabo de un momento.
—Pasa —dijo muy seria.
Le llevó directamente al salón donde le invitó a sentarse. Rosa le preguntó si quería café y Javier le dijo que sí. Fue a la cocina y desapareció por la puerta. Javier oyó el ruido que hacía su hermana con los cajones, cubiertos y vasos mientras preparaba la bebida y, poco después, reapareció con dos tazas. Le tendió una a su hermano. Se quedaron en silencio sin saber qué decir hasta que Rosa optó por romperlo.
—¿Sabes que hago esto por Sebastián? —dijo.
—Sé que él te ha pedido que lo hagas pero esperaba que lo hicieras por mí.
Rosa se quedó callada. Había querido hacerle daño a su hermano con su mejor arma: el lenguaje. Pero Javier había esquivado el golpe y se lo había devuelto.
—Será mejor que empieces a decir lo que tengas que decir —dijo ella.
—¿Tú no tienes nada que decir? —dijo Javier.
Rosa negó con la cabeza. Javier bajó la mirada para concentrarse en las palabras. No encontraba una manera de decirlo con suavidad, tal vez porque no podía o tal vez porque no quería. Pero al final lo soltó como lo hubiera hecho Rosa.
—¿Por qué me odias? —dijo Javier lanzando la pregunta a bocajarro.
—No es sólo a ti. Odio a los maricones en general —dijo Rosa sin inmutarse.
—Pero nadie es responsable de las elecciones de tu primer marido.
A Rosa casi se le cayó el café de las manos. Se inclinó hacia delante y miró fijamente a Javier.
—¿Quién te lo ha contado? ¿Sebastián?
Javier se dio cuenta de su error. Después de tantos años ocultándoselo, Javier había desvelado que lo sabía tan solo días después de que Sebastián se lo dijera.
—Eso no tiene importancia —dijo Javier esquivando la pregunta de su hermana—. Lo importante es que a lo largo de estos diez años he echado de menos tener una buena relación con mis hermanos.
—Yo tengo una buena relación con mi hermano —dijo ella muy fría.
—Pues te guste o no yo también soy tu hermano, así que haz el favor de madurar y supera de una vez lo de tu marido. Te has vuelto a casar, tienes a alguien a tu lado que te quiere y lo único que haces es lamentarte de tu primer fracaso. Como me dijeron a mí hace poco, deja que tu dolor se vaya.
—¿Quién eres tú para venir a mi casa y juzgar lo que tengo? —dijo Rosa alzando la voz.
Javier sabía que su hermana acabaría aprovechando que estaban en su terreno. En otra ocasión, aquella carta hubiera hecho retroceder a Javier, pero esa vez no lo consiguió.
—¿Y quién eres tú para juzgar lo que soy si ni siquiera te has molestado en conocerme? —dijo muy tranquilo. Su hermana no encontró una rápida respuesta a la pregunta de Javier, así que aprovechó su silencio para seguir hablando—. Después de tanto tiempo pensé que, al volver aquí, tú serías la más comprensiva. Pero me sorprendió que Sebastián fuera el que me aceptara como soy. Pienso que si él ha podido, tú también puedes. La cuestión es ¿quieres hacerlo?
Rosa reflexionó un momento mirando a la pared blanca del salón. Luego, volvió a centrar la vista en Javier y enarcó una ceja.
—No —dijo rotunda—. No quiero.
Javier se dio por vencido y se levantó del sillón. Fue hasta la puerta y la cerró después de haber salido. Rosa se quedó sentada tomando el resto de café que quedaba en su taza. Bajando las escaleras, Javier se encontró con su hermano que subía acompañado de Manuel.
—¿No ha ido bien? —dijo Sebastián, aunque conocía la respuesta.
—Lo he intentado pero no hay manera. No se puede razonar con una persona que se cierra en banda. No se puede.
—Bueno, entonces vámonos.
—¿Pero tú no has quedado con ella?
—Ella vive aquí —dijo Sebastián— y tú te vas el domingo. No pienso perder el tiempo con nuestra amargada hermana cuando puedo divertirme con mi hermano y su novio.
Manuel y Javier se miraron. Aún no habían decidido qué eran y les sorprendió que Sebastián hubiera dado por hecho que eran pareja. Después de la sorpresa inicial, Manuel supo que quería ser el novio de Javier. Y éste estaba contento porque su hermano había conseguido tratar la situación con toda naturalidad. Como debe ser. Se montaron en el coche y Sebastián les miró.
—¿Dónde vamos? —dijo.
—¿Nos tomamos unas cervezas? —dijo Javier.
—Tú sí que sabes —dijo Sebastián arrancando el coche—. Compramos unas cervezas y nos vamos a la playa.