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Javier no sabía qué hacer. Se preguntó qué haría Rayco en casa de Manuel. Sólo encontraba una respuesta posible: tramaban algo. ¿Su relación con Manuel sería una farsa urdida sólo para hacerle una putada? Si lo pensaba racionalmente, no lo creía posible. Manuel no se iba a acostar con él sólo para hacerle una jugarreta. Pero sus experiencias pasadas pendían sobre su cabeza como una terrible espada de Damocles. Estuvo un rato decidiendo entre irse o pedirle explicaciones a Manuel. Tal vez debía aprovechar que había visto a Rayco para averiguar si escondían algo. Por fin, decidió bajar las escaleras. Tocó en la puerta con los nudillos. Oyó unos pasos que se acercaban con rapidez.

—Ya te he dicho que… —dijo Manuel antes de abrir la puerta y encontrarse a Javier.

Manuel cambió su expresión de enfado por una de sorpresa.

—¡Hola! ¿Qué haces aquí? —dijo.

Se acercó a Javier con una sonrisa y le abrazó. Él le separo con ambas manos y le miró muy serio.

—¿Qué hacía Rayco aquí?

Manuel agachó la cabeza lamentándose interiormente por la desafortunada coincidencia. No quería que Javier sospechara cosas que no eran ciertas y temió que su relación se fuera al traste por aquella confusión.

—No es lo que te imaginas.

—¿Qué es lo que me imagino? —dijo Javier desafiándole.

—¿Por qué no entras y te lo cuento? —dijo Manuel echándose a un lado para que Javier pudiera entrar.

Javier pasó al interior del piso y se sentó en el sillón que había ocupado horas antes. Le preguntó a Manuel si tenía una cerveza. El pintor fue a la cocina y salió con dos botellines en la mano. Le tendió uno a Javier.

—Rayco y yo éramos amigos. Ya sabes que era un gilipollas…

—Lo sé —le interrumpió Javier para confirmárselo.

—Cuando me fui a la facultad, cambié. En Bellas Artes conocí a mucha gente, sobre todo a muchos homosexuales, que lograron que me aceptara. Rayco y yo nos fuimos distanciando hasta que dejamos de ser amigos. Cada vez que vengo, él intenta ponerse en contacto conmigo, viene a mi casa, me busca en la playa. Pero yo no quiero tener ninguna amistad con él, no sólo porque va en contra de lo que soy, sino porque también me recuerda todo lo que te hicimos.

Parecía que Manuel iba a seguir hablando pero se calló.

—¿Y?

—Ya está —dijo.

—Por favor, no me mientas.

—Está bien. Parece ser que el otro día nos vio cuando nos despedimos frente a la casa de tus padres. Él no sabía nada, no sabía que soy gay. Y cuando me vio contigo en una actitud bastante cariñosa, se enfadó. Ha estado aquí para eso.

—¿Para qué?

—Para echármelo en cara. Se siente traicionado y defraudado. Incluso me dijo que estaba dispuesto a perdonarme si dejaba de verte.

—¿Y tú qué le has dicho? —preguntó Javier.

—Que no necesitaba su permiso y que eras lo mejor que me había pasado en la vida.

Javier se emocionó. Se sentía culpable por haber pensado mal de Manuel y conmovido por sus palabras. No pudo evitar que una lágrima rebelde asomara por su ojo izquierdo. Manuel se acercó y le abrazó.

—No pasa nada. No se pueden tomar sus amenazas en serio.

—¿Amenazas? ¿Qué amenazas?

Manuel chasqueó la lengua por su metedura de pata. No quería preocupar innecesariamente a Javier.

—Son tonterías. No se lo tengo en cuenta.

—Escúchame —dijo Javier muy serio—. Yo sé de lo que es capaz ese hijo de puta. Hay que denunciarlo a la policía.

—Estás exagerando. No va a pasar nada.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque le conozco. Es incapaz de hacer algo sin su ejército. Y ya no tiene a nadie. No es más que un capullo.

Javier se dio por vencido. Si Manuel consideraba que no había de qué preocuparse, no tenía por qué pensar lo contrario.

—Ahora dime, ¿qué haces aquí? —preguntó Manuel con media sonrisa dibujada en la cara.

—Mi madre me dijo que viniera —dijo Javier dando un sorbo a la cerveza.

—¿Tu madre? —dijo Manuel abriendo mucho los ojos.

Javier asintió. Luego apuntó a Manuel con el botellín y le acarició la mejilla con él.

—Además, pensé que así podríamos salir antes —dijo Javier.

—¿Y no hay otra razón? —preguntó Manuel con fingida pena.

—Que necesitaba verte.

Manuel sonrió y se besaron. Le quitó la cerveza de la mano y la dejó juntó al sillón. Luego le quitó la camiseta y besó su pecho. Javier se la quitó a él a su vez y atrajo a Manuel hacia sí. El pintor se sentó a horcajadas sobre Javier mientras seguían besándose. Estuvieron así durante un buen rato hasta que Manuel se levantó y le dio la mano a Javier.

—Vamos a estrenar la cama —dijo.