18

Los amigos de Manuel prometieron acompañar a Muriel a su casa. Javier decidió darle los regalos del concurso a su amiga por haberle obsequiado con su mejor noche en la isla. Cuando se fueron, Javier y él fueron al coche de éste y se quedaron allí para hablar. Manuel le había pedido que se quedara con él porque quería comentarle algo. Javier accedió, pero, cuando se montó en el vehículo, lo pensó mejor.

—Espero que no te ofendas, pero no sé lo que me vas a decir. Y si es algo que pueda enfadarme…

Por toda respuesta, Javier recibió un beso de Manuel. Le correspondió pero las imágenes de su infancia se cruzaron en su mente. Se separó de Manuel.

—Espera… —dijo—. Es que… esto es muy raro. Me está besando un chico que me hacía putadas en el colegio.

—Te he dicho que lo sentía.

—Lo sé, lo sé, y te he perdonado. Pero de ahí a liarme contigo… Ojalá pudieras entrar en mi cabeza y saber lo que siento. ¿No te das cuenta de lo absurdamente paradójico que es todo esto?

—Sé que te hicimos mucho daño. Y no me puedo imaginar cómo te sentiste entonces. Tuvo que ser horrible. Pero te juro que no ha habido un solo día en estos más de quince años en el que no me haya arrepentido.

—Me consuela mucho lo que me dices. Pero no es una cosa que pasó y ya está. Sigue aquí —dijo señalándose la cabeza—. Tengo algunas secuelas.

Manuel entrecerró los ojos y le preguntó a Javier a qué se refería. Él le contó todo lo que había descubierto el día en que entró en el colegio y se acordó de aquel suceso fatídico.

—Pero no es sólo por el hecho aislado. Fue todo.

Siguió contándole cómo se sintió la vez en la que se dio cuenta de que no volvería a subir en el metro o el pánico que le entraba cada vez que pensaba que se iba a quedar encerrado en un sitio. También le contó las veces en las que quiso suicidarse.

—Me siento fatal. No tenía ni idea.

—Por eso me resulta tan raro esto, ¿lo comprendes?

—¿Hay algo que pueda hacer?

—Ya lo has hecho. El hecho de que sientas haberme hecho todo aquello es suficiente. Hace unas horas, lo que más deseaba era saber por qué lo hiciste. Pero ahora no quiero saberlo. Porque si me dices que no lo sabes, me voy a cabrear. Y si me dices que me utilizaste como cabeza de turco para que no se metieran contigo, también me voy a cabrear. Y llevo mucho tiempo cabreado. Me basta con saber que lo sientes.

—Cuando te vi el otro día en la playa, no podía creer que fueras tú. Habías cambiado tanto… No sólo físicamente, tu mirada era distinta. Te has vuelto una persona muy atractiva. Y has desarrollado mucho carácter. No sé, creo que de todos los del colegio te has convertido en el más interesante. Y cuando te he visto bailar esta noche… No quiero dejarte escapar, no puedo. Dime que por lo menos nos tomaremos un café.

—De acuerdo —dijo Javier no muy convencido.

Se intercambiaron los números de teléfono y Manuel le llevó a la casa de sus padres. En el camino, Javier le agradeció todo lo que le había dicho pero también le dijo que pensaba que iba demasiado rápido y que, además, él vivía en Madrid.

—¿Cuándo te vas? —dijo Manuel.

—La semana que viene. El domingo.

—Entonces me quedan ocho días para conocer al nuevo Javier. ¿Te parece bien que te llame mañana?

Javier asintió y se despidió de Manuel con un beso en la mejilla. Entró en la casa mientras oía cómo se alejaba su coche. Se echó en la cama después de quitarse la ropa y se puso a pensar en la extraña noche que había vivido. Su carácter desconfiado le hacía sospechar de la sinceridad de Manuel. ¿Realmente sentía todo lo que había dicho? ¿Y si sólo estaba jugando con él? Le costaba creer que, de repente, aquel guapo surfista quisiera algo con él. ¿Pero no eran los sentimientos imprevisibles? ¿Existía alguien que pudiera controlarlos? Con aquellas preguntas en la cabeza, se quedó dormido. Lo que no sospechaba era que alguien les había visto despedirse en el coche.