26

Dillon encontró el Continental plateado con la capota de plástico negro en el aparcamiento de la estación Columbia, en Dorchester. En el asiento del conductor esperaba un hombre. Dillon abrió la puerta del pasajero y entró.

—Siento haberte sacado de la cama —dijo el hombre.

Aquel hombre era obeso. Llevaba gafas de sol. Tenía la piel aceitunada y vestía un traje azul oscuro. Fumaba un cigarrillo.

—No pasa nada —dijo Dillon—. Trabajo de noche, ¿sabes? Nunca me levanto antes del mediodía.

—Es una emergencia —dijo el hombre—. Quería saber si podrías resolvernos un problema.

—Es más que probable —dijo Dillon—. Supongo que depende, pero es más que probable.

—Es muy importante —dijo el hombre—. Por eso me he puesto en contacto contigo. El me dijo… Me dijo que tenía que conseguir a alguien en quien pudiéramos confiar del todo, del que estuviéramos completamente seguros, ¿sabes? El chico y él estaban muy unidos. Por eso nos estamos moviendo tan deprisa.

—Te me estás adelantando —dijo Dillon—. ¿Quién es el chico?

—Donnie Goodweather —respondió el hombre—. Seguro que lo conocías. El jefe lo trataba como si fuera su hijo. Y algunos dicen que lo era.

—No he oído hablar nunca de él —dijo Dillon.

—Bien, pues ahora oirás —replicó el hombre—. Esta mañana se lo han cargado en Lynn.

—¿Quiénes? —preguntó Dillon—. Eh, tú me conoces y sabes que no me gusta parecer estúpido. Si el jefe quiere que se haga, aquí estoy yo para hacerlo.

—Me alegra oírlo —dijo el hombre—. Corrían rumores por ahí de que quizá estabas pensando en un gran jurado o algo así. Me alegra oír lo que dices. El jefe también estará satisfecho.

—¿Y qué demonios ocurre? —preguntó Dillon.

—La policía estatal —dijo el hombre—. Parece que, esta mañana, Donnie estaba sentado en un coche a la puerta del Colony Cooperative como si estuviese esperando a alguien y, en lugar de la gente que esperaba, aparecieron unos polis con máscaras y chaquetas. Y él sale del coche, también con máscara y pistola, y le dicen que queda detenido, supongo, y, en un abrir y cerrar de ojos, empieza un tiroteo. Ha llegado muerto al hospital. El jefe está muy afectado.

—¿Y quién más tiene un problema? —quiso saber Dillon.

—Jimmy Seal y Artie Valantropo y Fritzie Webber —dijo el hombre—. Esta mañana los han colocado a todos en una casa de Nahant. Por lo que me han dicho, el dueño de la casa es el tesorero del Colony Cooperative. Jimmy, Artie y Fritzie entraron en la casa mientras Donnie esperaba en el banco. Así que entran los tres y resulta que la casa está plagada de polis. Entonces, los polis les quitan las máscaras y las chaquetas a Artie Van y a Jimmy y se van al banco con el otro poli en el coche con ellos, con pinta de asustado, supongo, y llegan al banco. Los polis bajan del coche con la máscara puesta, claro, y ya sabes que así es difícil reconocer a la gente y, por lo que he oído, Donnie también se apea de su coche. Todo esto lo he sabido por Paulie LeDuc, que es el abogado de Seal. Llamó enseguida, tan pronto habló con Jimmy. Bueno, a lo que iba, Donnie se baja del coche y los polis dicen «Manos arriba. Estás detenido». Bueno, el chico era joven y siempre llevaba un par de pipas encima, en fin, creo que si no era realmente el hijo del jefe, como dicen algunos, al viejo le gustaban las agallas que tenía. Y el chico empezó a disparar. Lo dejaron hecho puré.

—Oh, oh —dijo Dillon.

—Exacto, oh, oh —dijo el hombre—. Y los otros tres, acusados de homicidio en primer grado. Esta tarde tienen la vista previa y, como es natural, quedarán detenidos hasta comparecer ante el gran jurado. El jefe está que trina.

—No puedo reprochárselo —dijo Dillon.

—Bueno, yo tampoco se lo reprocho —dijo el hombre.

—En cambio, a Jimmy Seal sí que se lo reprocho —dijo Dillon—. Por lo que yo sé, quien la ha cagado ha sido él.

—¿Y cómo lo sabes?

—Le avisé —dijo Dillon—. El otro día me enteré de algo. Ese tipo al que los dos conocemos, Seal y yo, va a comparecer muy pronto para que le lean la sentencia y lo condenarán casi seguro, ¿sabes? Pero el menda no se comporta como si creyera que va a ir a la cárcel y eso me pone muy nervioso, ¿sabes? ¿Por qué está tan confiado? ¿Es que está pensando en delatar a alguien? Así que llamé a Jimmy y se lo dije. Le dije: «Si tienes algo en marcha, será mejor que esperes unos días. No me gusta cómo huele todo esto». Pero no me hizo caso, ninguno. Siguió adelante.

—Ese tío —dijo el hombre—, ¿es alguien a quien conocemos?

—Podría ser —respondió Dillon—. Tuvimos que romperle unos huesos hace un tiempo. Pillaron a Bill y Wallace con una pistola que tenía un historial. Tuvimos que darle una lección. Pensé que la había aprendido. De vez en cuando, le doy algo de trabajo.

—¿Se llama Coyle? —inquirió el hombre.

—Ese mismo —respondió Dillon—. Le hice conducir un camión para mí y otro tipo en New Hampshire y lo pillaron. Y precisamente por eso tiene que comparecer ante el juez. En su momento no habló, pero ahora se le viene encima un buen marrón y lo sabe. He llegado a pensar que tal vez planeaba delatarme, pero seguro que no lo haría sin firmar antes el testamento. Así que imagino que, en vez de delatarme a mí, delató a Jimmy y a Artie. Hijo de puta.

—Es el que Seal mencionó —dijo el hombre—. LeDuc le dio su nombre al jefe. Coyle. Eddie Dedos. Ese es.

—¿Lo quieres muerto? —preguntó Dillon.

—El jefe lo quiere muerto —dijo el hombre—. Y algo más. Quiere que muera esta noche.

—Esta noche no puedo hacerlo —dijo Dillon—. Por el amor de Dios. Necesito un poco de tiempo, ¿sabes? Tengo que cuadrar algunas cosas, necesito un coche y una pipa y un conductor y antes tengo que tenderle una emboscada. Si voy por él, lo haré bien. No voy a hacerlo como un chico que ha pillado a su novia jodiendo con otro, maldita sea.

—El jefe dice que esta noche.

—Bien —replicó Dillon—, pues vuelve y dile que has hablado conmigo. El me conoce, sabe quién soy, dile: «Dillon se encargará, pero lo hará bien, lo hará de modo que no haya mil seiscientos tíos mirándolo cuando lo haga». Dile eso.

—Tendrás que ir con cuidado —dijo el hombre— o pondrán precio a tu cabeza.

—Puedes apostar el culo a que iré con cuidado —dijo Dillon—. Pido un precio justo. Cinco de los grandes por anticipado. Por cierto, ¿dónde están?

—Ahora no tengo el dinero —dijo el hombre—. Haz el trabajo y te lo daré.

—¡Vaya! —dijo Dillon—. Un coche grande y moderno de judío rico, un traje de cuatrocientos dólares, zapatos caros y todo lo demás, y quiere que trabaje para él a crédito. Déjame que te diga una cosa, monada. No va a ser así. Empiezo a preguntarme si realmente te envió el jefe. No lo he visto nunca trabajar así. Siempre es muy cuidadoso, hace las cosas como es debido. Nada que ver con esto. Él no es de esos que se dejan tomar una foto mientras echa una meada, con una mano en la polla y sujetándose los pantalones con la otra. ¿Qué coño pasa con vosotros, tíos? ¿Habéis perdido los papeles?

—Pero, escucha… —dijo el hombre.

—Ni escucha ni nada —dijo Dillon—. Si trato a un hombre con respeto, espero que él también me trate con un poco de respeto. El sabe cómo trabajo, lo que hago, y por eso me quiere a mí. Conmigo, hay que poner la pasta por delante. Si no hay dinero, no hago el trabajo. No acepto tarjetas de crédito de ninguna clase. Y ahora, haz una cosa. Ve a ver al jefe y le dices «Dillon lo está preparando todo, el coche, la pistola, todo. Lo tendrá todo dispuesto para actuar en cuanto tú aprietes el botón». Dile eso. Y no vuelvas a verme sin el dinero. Estoy dispuesto a hacer un favor a quien sea, pero también tengo que pensar en otras cosas. Hay maneras correctas y maneras incorrectas de actuar. A menos que quieras que detengan a Coyle o algo así. Eso podría hacerlo hoy mismo y gratis.

—No me tomes el pelo —dijo el hombre—, no me vengas con tonterías de que lo harás detener. Si llega el momento de que el jefe quiere dejar de serlo, ya te lo haremos saber. Tú ya sabes cómo manejar esos asuntos.

—Pues sí —replicó Dillon—. Y precisamente por eso me cuesta tanto entender qué carajo ocurre aquí. Me parece que aquí hay algo raro, no sé. Ya sabes dónde ponerte en contacto conmigo. Lo prepararé todo, pero no me moveré hasta que tenga la pasta, ¿entendido?

—Al jefe no le va a gustar —dijo el hombre.

—Ha sido él quien ha venido a buscarme —dijo Dillon—. Supongo que eso significa que quiere que haga algo, que lo haga yo. Me ha pedido que hiciera cosas difíciles y las he hecho y nadie ha salido herido salvo el tío que tenía que salir herido. En todo lo que he hecho, nadie ha terminado en la morgue, y no puedo decir lo mismo de algunos que conozco.

—El jefe sabe que trabajas bien —dijo el hombre.

—De acuerdo —dijo Dillon—. Estaré en el bar. Si quieres algo, me llamas y veré qué podemos hacer. Pero haremos las cosas bien, ¿de acuerdo?

—Hasta pronto —dijo el hombre.