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—¿Te acuerdas de Eddie Dedos? —preguntó Dave—. Eddie Coyle. Un tipo al que le jodieron la mano después de que enchironasen a Billy Wallace una larga temporada por una pistola que vete a saber a quién compró. Se metió en un lío enorme en New Hampshire por conducir un camión con priva que no era suya, hace un año más o menos.
—¿El atracador de bancos? —preguntó Waters—. ¿El de Natick?
—Ese es su compinche —dijo Dave—. Artie Van. Arthur Valantropo. Eddie no atraca bancos, es un ladrón de poca monta. No le van las movidas violentas, aunque supongo que si tuviese una racha de mala suerte, sería capaz de intentar casi cualquier cosa.
—Yo pensaba en otro tío —dijo Waters—. También es colega de Artie Van. A Artie lo entalegaron por tenencia ilícita de armas y ese tío subía a verlo con mucha frecuencia. Parecía que hubiese tenido la viruela o algo así.
—Eso no me dice nada —replicó Dave.
—Tiene apellido italiano —dijo Waters—. Ya me acordaré. Ahora solo se me ocurre Scanlon, pero estoy seguro de que no es ese.
—Sí —dijo Dave—, vale, el otro día me llamó Coyle y fui a verlo.
—Creía que te habíamos prestado a Narcóticos —dijo Waters.
—Sí —respondió Dave—, y nunca podré agradecéroslo bastante, pero, como me abordó ese Coyle, pensé que quizá tenía algo que contarme sobre drogas.
—Mierda —dijo Waters.
—Para mí fue una decepción grande —dijo Dave—. Ya se lo dije.
—¿Y qué quería? —preguntó Waters.
—Tiene que comparecer en New Hampshire después de Año Nuevo —respondió Dave.
—Y quiere buenas referencias —dijo Waters.
—Eso era lo que tenía en mente —dijo Dave—. Lo que dijo que tenía en mente.
—¿Y tiene algo que ofrecer? —inquirió Waters.
—Militantes negros —respondió—. Dice que sabe de un grupo que está comprando ametralladoras.
—¿Y tú te lo crees? —preguntó Waters.
—Creo que me decía la verdad —respondió Dave—. Me refiero a que creo que lo que decía era verdad. Y dijo que no sabía mucho más y también me lo creo; por lo menos, sobre ese asunto.
—Probablemente, no haya mucho que saber —replicó Waters—. No he visto nunca tantos delatores de militantes negros como desde que empezamos a detener a algún mafioso de vez en cuando. Los Panteras son lo mejor que le ha ocurrido nunca a la mafia, por lo que hace a la famiglia. Te entregan diez negratas a cambio de un espagueti sin pensárselo dos veces. Me encanta.
—Tiene sus ventajas —dijo Dave—. Prefiero ver a los mafiosos delatando a los Panteras que verlos haciendo negocios con ellos.
—Se dice que ya los están haciendo —dijo Waters.
—No creo —dijo Dave—. Por aquí, no, al menos. No dudo de que beban en los mismos abrevaderos, pero no trabajan juntos. De momento. Los mafiosos son unos racistas, ¿sabes?
—Scalisi —dijo Waters—. El tipo que se junta con Artie Van es Jimmy Scalisi. Un tipo duro, un hijoputa malo de verdad. Dolan y Morrissey, de la policía estatal de Concord, intentaron que Artie Van hablara, cuando estaba en esa granja de ahí arriba, en Billerica, y Artie iba a cantar, pero, de pronto, Scalisi y otros amigos subieron a verlo y, desde ese momento, Artie no volvió a decir ni mu. Imagino que Scalisi es una especie de experto con la pistola.
—Eso fue lo que me hizo pensar —dijo Dave—. No sé si Eddie Dedos me dice todo lo que sabe sobre los militantes o no. Sabe que soy poli y sabe, por supuesto, que soy poli federal, así que tiene que imaginar que tengo querencia por los Panteras. En realidad, no ha mencionado nunca a los Panteras, pero Eddie no es idiota. Se trae algo entre manos. Lo que me pregunto es si lo único que se trae es obtener una recomendación del gobierno para cuando comparezca en New Hampshire. Me parece que no.
—¿Porqué? —preguntó Waters.
—¿Cómo se ha enterado Eddie Dedos de que hay un negro que quiere comprar ametralladoras? —dijo Dave—. ¿Se junta con negros? No es su estilo. Así que, ¿quién más está implicado? Alguien que vende ametralladoras. Ahora bien, ¿por qué se juntaría Eddie Dedos con un tipo que vende ametralladoras?
—Porque Eddie Dedos también está intentando hacerse con armas —dijo Waters.
—Exactamente —dijo Dave—. A Eddie no le gustan las ametralladoras, pero no es la primera vez que se ha metido en este negocio, el tráfico de armas. Fue en una de esas cuando le machacaron la mano. Quizá Eddie haya vuelto a las andadas. Creo que habla conmigo porque, si alguien lo ve metido en el negocio, no pasará nada: creerá que trabaja para nosotros.
—Merecería la pena pillar al tipo con el que hace negocios —dijo Waters—. Como mínimo está armando a la mafia y quizá también a los Panteras. Me gustaría echarle un vistazo. ¿No podríamos poner a alguien a seguir a Eddie Coyle?
—Pues claro —respondió Dave—, pero al cabo de cinco minutos lo descubriría. Eddie no es el tipo más valiente del mundo, pero no es idiota y es muy cuidadoso. Esa no es la manera de hacerlo.
—¿Y cuál es la manera de hacerlo? —preguntó Waters.
—Lo primero es librarme de este trabajo de Narcóticos en el que me habéis metido —respondió Dave—. Nadie debería poner demasiadas objeciones. De momento, lo que he descubierto podría averiguarlo un estudiante de instituto una cálida tarde de verano.
—Veré lo que puedo hacer —dijo Waters—. Supón que sales de ahí. ¿Qué harás entonces?
—Eddie Coyle es un animal de costumbres —respondió Dave—. Trabajaré partiendo de eso.