15
Jackie Brown entró despacio con el Roadrunner en el aparcamiento del centro comercial Fresh Pond, estacionó en el centro de una hilera de coches y paró el motor. Consultó el reloj. Eran las dos y cincuenta y ocho. Abrió la guantera y sacó un casete. Lo puso en el reproductor. Johnny Cash empezó a cantar sobre la prisión de Folsom.
A las tres y cinco, Jackie Brown se había adormilado y el mazas llamó al cristal de la ventanilla. Jackie Brown volvió la cabeza de golpe. El mazas llevaba un carrito lleno de bolsas de la compra. Con un gesto, le indicó a Jackie Brown que se apeara del coche.
—¿Dónde están? —preguntó el mazas.
—En el maletero —respondió Jackie Brown.
—¿Metidas en algo? —inquirió el mazas.
—En una caja —dijo Jackie Brown—. Una caja grande con unos periódicos dentro.
—De acuerdo —dijo el mazas—. Aquí tengo una bolsa extra. Toma. Iremos al maletero y tú lo abrirás. Meteré algunas de esas bolsas dentro como si yo te hubiese hecho la compra. Tú pones las pipas en la bolsa y pones la bolsa en el carrito. Nadie prestará la más mínima atención.
—¿Dónde está la pasta? —preguntó Jackie Brown.
—Aquí —respondió el mazas, tendiéndole seiscientos dólares en billetes de veinte y de diez.
—¿Son auténticos? —preguntó Jackie Brown.
—Si no lo son —respondió el mazas—, me llamas y me pondré en contacto con mi banquero. Se llama McCoy, creo. ¿Quieres contarlo?
—No —dijo Jackie Brown—. No tengo demasiado tiempo. Se supone que a las cuatro y media tengo que estar en la estación de tren de la Ruta 128. Vámonos.
—De acuerdo —dijo el mazas. Volvió a acercar el carrito al maletero.
—¿Qué hay en esas bolsas, joder? —quiso saber Jackie Brown.
—Tres de ellas están llenas de pan —respondió el mazas—. En el resto hay carne y patatas y algo de cerveza y verduras, cosas así.
—¿Y qué me das? —preguntó Jackie Brown.
—El pan —respondió el mazas—. El pan siempre viene bien, puedes dar de comer a las puñeteras palomas, joder. O a las ardillas. A las ardillas les encanta el pan.
—¿Tu mujer también te manda a hacer la compra? —dijo Jackie Brown.
—Amigo —respondió el mazas—, vas mal de tiempo y yo también tengo un poco de prisa. No tengo tiempo de explicarte lo que es la vida de casado y, además, tampoco te lo creerías. A mí, cuando me lo contaban, tampoco me lo creía y tú no te lo creerías aunque te lo contase. Y ahora, manos a la obra.
Jackie Brown abrió el maletero. Dentro había una caja de cartón que parecía estar llena de periódicos. Encima de ellos, estaban las cinco M16.
—Jesús —dijo el mazas.
—No te cagues patas abajo —dijo Jackie Brown—. Son para otra persona. Lo tuyo está dentro de la caja, como te he dicho.
—Por el amor de Dios, mételos en la bolsa y date prisa —dijo el mazas—. Parecen rifles del ejército.
—Bueno, son militares —replicó Jackie Brown.
—¿Ametralladoras? —inquirió el mazas.
—Ametralladoras —asintió Jackie Brown—. Lo único que supera a las ametralladoras es el Colt, el AR-15. Pero estas están muy bien. ¿Quieres verlas?
—No —respondió el mazas y empezó a meter bolsas de pan en el maletero—. Llena la bolsa, maldita sea.
Jackie Brown metió la bolsa de armas cortas en el carrito.
—¿Satisfecho? —preguntó.
—¿Por qué no pones un par de panes encima? —apuntó el mazas—. Por si a alguien le pica la curiosidad.
Jackie Brown puso dos paquetes de pan de molde Sunbeam encima de los revólveres.
—Llevas nueve del 38 y una del 357 —dijo—. Es un buen material. Espero que agradezcas lo que he hecho por ti.
—Amigo —dijo el mazas—, tu nombre está escrito en ese gran libro de oro que hay en el cielo. Me mantendré en contacto contigo.
Jackie Brown observó al mazas, que empujaba el carrito por el aparcamiento hasta que desapareció detrás de un camión. Jackie Brown cerró el maletero del Roadrunner y montó en el coche. Cuando pasó junto al camión, el mazas se estaba incorporando del maletero de un Cadillac. La placa de matrícula quedaba oculta detrás de sus piernas. Jackie Brown lo saludó con la mano y el mazas hizo como que no lo conocía.
—Ya oiré hablar de eso —dijo Jackie Brown—. Seguro que sí.