21
—Le he preguntado cómo se llamaba, señor Foley, pero no ha querido decírmelo —dijo la recepcionista en tono de disculpa.
Foley dijo que no importaba y cogió el teléfono.
—Aquí, Foley.
—Aquí, Eddie —dijo la voz—. Sé que estás ocupado y todo eso, pero quería saber cómo ha ido. ¿Lo habéis detenido?
—Sí —dijo Foley—. Iba a ponerme en contacto contigo pero luego decidí que sería mejor no hacerlo. Sí, ha ido bien. Bien. Tenía cinco M16, como tú habías dicho.
—De acuerdo —dijo Eddie—. Me alegra oírlo. ¿Vais a acusarlo y demás?
—Supongo que sí —dijo Foley.
—Bien —dijo Eddie—. ¿Y con eso basta?
—¿Qué basta? —dijo Foley.
—Dijiste que necesitabas una razón —respondió Eddie—. El día que te vi, hablamos de lo de New Hampshire y dijiste que necesitabas una razón. ¿No quieres subir conmigo allí arriba y contarles lo buen chico que soy?
—Te refieres a eso del camión —dijo Foley—. La priva.
—Eh, Dave —dijo Eddie—, no me vaciles, ¿vale? Ya sabes de qué hablo. ¿Quieres dar la cara por mí?
—Ya he hecho la llamada —dijo Foley—. He llamado al fiscal de distrito de ahí arriba y le he dicho que has sido decisivo en una importante detención que hemos practicado y que, como resultado de tu colaboración, hemos aprehendido cinco ametralladoras militares robadas y hemos detenido a un conocido traficante de armas. ¿De acuerdo?
—Espero que sí —respondió Eddie—. ¿Crees que funcionará?
—Ni idea —dijo Foley—. El fiscal de ahí arriba es bastante mezquino. Lo escuchó todo, le pregunté qué le parecía y dijo: «Bueno, por algo se empieza».
—¿Y eso qué significa? —dijo Eddie.
—Le dije que no habríamos podido resolver el caso sin ti y dijo: «Muy bien. Y ahora, ¿trabaja en algo más para ustedes? Preferiría que estuviese colaborando con ustedes en algo más».
—¿Algo más? —replicó Eddie—. ¿No está satisfecho?
—No sé si está satisfecho o no —respondió Foley—. Yo solo te digo lo que él me ha dicho. Dijo que preferiría que estuvieses colaborando con nosotros en algo más. Ya sabes lo que pasa, intercambiar a un tío por otro, sin más, es una cosa, pero cuando tienes a uno que se presta a colaborar, que te seguirá contando cosas…, bien, tienes más con lo que atornillarlo. Supongo que es esto lo que le rondaba por la cabeza al fiscal.
—Mierda —dijo Eddie.
—Eh, escucha —dijo Foley—. Yo no se lo reprocharía, ¿sabes? El tipo está en otro distrito. Sus hombres te detuvieron con todas las de la ley. Y no quisiste hacer un trato con él. Lo hiciste ir a juicio, y eso que no tenías ninguna posibilidad de ganar, solo porque no te dio la gana colaborar.
—Quería que me chivara de los tipos que robaron la priva —dijo Eddie.
—Bueno, eso ya lo sé —dijo Foley—. Pero eso es comprensible por su parte, ¿no? Y tú no se lo dijiste, así que te procesó y, ahora que te tiene pillado, lo llama alguien de otro distrito y le dice: «Coyle me ha hecho un favor. Suéltalo». O sea, que es natural que el hombre diga «Bien, eso está muy bien, pero ¿qué hará por mí? Todavía no he detenido a los tipos que robaron el licor. ¿Por qué voy a hacerle favores a uno que no me los hace a mí?». ¿Y qué contesto yo a eso? Pues que me sentiría del mismo modo si me llamase alguien de New Hampshire y me dijera que Jackie Brown ha hecho algo por él. Estupendo, pero ¿qué ha hecho por mí?
—¿El chico no está haciendo nada por ti?
—A ver cómo te lo explico —dijo Foley—. Creo que se lo está pensando muy en serio. Insinué que le podían caer cinco años y que posiblemente tuviésemos que entregarlo al Estado, aunque no queríamos. Pero que si lo hacíamos, si el Estado te pesca con una ametralladora, es cadena perpetua para siempre más dos años de propina. Me preguntó qué le caería si lo condenaban en un tribunal federal y fui sincero con él, le dije que dependía del juez, entre dos y cinco años. Y luego, una vez que ya lo habían acusado formalmente y lo habían soltado bajo fianza, etcétera, estábamos en el ascensor y, de repente, va y dice «Bien, me parece que ya nos iremos viendo. ¿Dónde recupero mi coche?». Entonces, lo miro muy serio y le doy la mala noticia. «No recuperarás el coche. Es un vehículo que se ha utilizado para cometer un delito, para transportar productos de contrabando. Está confiscado por los Estados Unidos de América». Y me mira incrédulo y dice que ha pagado cuatro mil dólares por él y yo le digo «Mira, sé cómo te sientes, pero no tengo otra alternativa. Ese coche ya no está y será mejor que te acostumbres. Pasará al servicio del gobierno. Despídete del coche». Y él me mira y yo añado «El tipo que tenía ese Charger que ahora conduzco yo se lo tomó igual de mal que tú. Es duro, pero es lo que hay». Así que sabe que no bromeamos. No me sorprendería que se decidiera.
—Escucha —dijo Coyle—, no puedo entregarle a ese fiscal a los tipos que quiere en New Hampshire. Tendrás que llamarlo y explicárselo. Si lo hago, soy hombre muerto y no hay más. No puede pedirme que me suicide por él.
—No te pide nada —dijo Foley—. No te ha pedido que delates a Jackie Brown. Eso ha sido idea tuya. Eres tú el que pides algo.
—Fuiste tú el que lo dijiste —dijo Coyle—. Dijiste que necesitabas una razón. Y yo te he dado una razón.
—Exacto —asintió Foley—. Dije que no haría ninguna llamada por ti a menos que hagas algo por mí. Así que hiciste algo por mí y yo correspondí, hice la llamada, tal como habíamos acordado. Pero el hombre al que llamé no llegó a comprometerse. No dijo que iría al juez si nos conseguías una detención. No sabía nada de eso, joder. Y yo no te he dicho nunca lo contrario. Dije que, si delatabas a Jackie, yo haría esa llamada por ti, y la hice. Lo que no te gusta es lo que has sacado de esa llamada, pero yo en eso no puedo hacer nada, Eddie. Ya eres mayor.
—O sea que ahora tengo que hacer algo por él —dijo Coyle—. ¿Cómo carajo lo hago? Yo no voy nunca a New Hampshire, no sé nada de lo que pasa ahí arriba.
—Sabías lo de la priva —dijo Foley—. Lo sabías y no quisiste hablar. Eres un tipo leal. Los tipos leales van a la cárcel en casi todas las jurisdicciones que conozco.
—No podía contarle lo de la priva —dijo Eddie—. Me habrían matado. El tendría que comprenderlo.
—Seguro que lo comprende —dijo Foley—. Y en cualquier caso, no dice…, no dijo que tenías que contarle lo de la priva. Dijo que preferiría ir al juez y decirle que eras un tipo que habías regalado un buen caso al tío Sam y que estabas trabajando en otros. Entonces, el hombre se sentiría mejor porque eso demostraría que te has rehabilitado, que no estabas simplemente pagándonos un rescate para librarte de la cárcel. Lo que quiere es algo así, en mi opinión.
—Me dices que tengo que convertirme en un chivato permanente —dijo Eddie—. Un maldito soplón de mierda permanente.
—Yo no he dicho nada de eso —dijo Foley—. No tienes que hacer nada que no quieras, excepto una cosa: dentro de tres semanas, tendrás que presentarte al Tribunal Federal de Distrito en New Hampshire para que te lean la sentencia por transporte de mercancía robada. Eso tienes que hacerlo. Si no lo haces, emitirán una orden de detención y los alguaciles te encerrarán. Pero eso es lo único que tienes que hacer. Todo lo demás que hagas, será porque quieras hacerlo.
—Eso no está bien —dijo Eddie—. Me has tendido una trampa.
—Escucha, Eddie —dijo Foley—, ve a algún sitio, tómate una cerveza y ten una larga charla contigo mismo. El único que jode a Eddie Coyle es Eddie Coyle. Querías una llamada. Me diste un soplo para que hiciese esa llamada. Ya tienes tu llamada. Si quieres algo más, vete pensando en cómo conseguirlo. Ya sabes dónde encontrarme. ¿Qué no quieres encontrarme? Por mí, eso también está bien. Sin resentimientos. Estamos en paz. Entiendo perfectamente que un hombre no quiera delatar a sus amigos. Eso lo entiendo. Y tú tienes que entender en qué posición estoy yo. Lo único que puedo darte es lo que digo que puedo darte. Y eso ya te lo he dado. Lo que hagas a partir de ahora es cosa tuya.
—Tendría que haber sabido que uno no puede fiarse de un poli —dijo Eddie—. Mi madre ya me lo decía, joder.
—Hay que escuchar a las madres —dijo Foley—. Si quieres hablar conmigo, ya sabes dónde encontrarme.