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Foley y Waters estaban sentados en la oficina del jefe con los pies encima del escritorio y la televisión murmuraba los últimos minutos del programa de David Frost.

—Te agradezco que hayas esperado, Maury —dijo Foley—. Hoy no tenía pensado verte, pero es que recibí esa llamada y, después de hablar con él, decidí que sería mejor venir.

—No pasa nada —dijo Waters—. Mi mujer no deja de decirme que no debería hacer esto, quedarme en unas dependencias del gobierno después de mi jornada laboral, pero, he pensado, qué carajo, se supone que debo pillar a esos malditos críos de las bombas. Lo justo es darles la oportunidad de intentarlo conmigo, ¿no?

—Escucha —dijo Foley—, tengo que dejar esto de Narcóticos de una vez por todas. Eddie Dedos anda metido en algo. De repente, el tipo está en todas partes, primero viene a verme, luego hoy me dicen que se trae algo entre manos con Scalisi. Primero son los hermanos y ahora los mafiosos, y mientras tanto deja de contactar conmigo. Creo que será mejor que siga un tiempo con esto. Quizá llegue a convertirse en algo.

—¿Has hecho comprobaciones con los Panteras? —quiso saber Waters.

—Mierda, pues claro —respondió Foley—. Llamé al viejo Deetzer, ¿a quién iba a llamar, si no? Es de confianza. No sabe nada, me dijo. Hace un año por lo menos que le digo a Chickie Leavitt que tendríamos que infiltrar a alguien ahí, pero no lo hacemos para no gastar dinero, joder. Deetzer sabe lo mismo que yo sobre lo que está ocurriendo, lo que pasa es que él es sincero y lo reconoce.

—Se supone que el Buró ha metido a alguien ahí —dijo Waters.

—¿Hemos llamado al Buró? —preguntó Foley—. No, supongo que nadie lo ha hecho.

—Hemos llamado al Buró —replicó Waters—. Yo mismo lo he hecho. No saben nada. Dicen que lo investigarán.

—Y muchas gracias por llamar —dijo Foley—. ¿Y qué hay de la policía estatal? ¿Están haciendo algo?

—Por lo que a ellos respecta, todo va bien —respondió Waters—. Y para el Departamento de Policía de Boston, lo mismo. Me parece que Coyle te ha estado tomando el pelo.

—Sí, a mí también me lo parece —dijo Foley—. Lo que quiero saber es qué demonios se lleva entre manos. El hijo de puta no es un baranda, ni mucho menos, pero se mueve más que nadie. Un día está aquí y al día siguiente está allá, como si fuera un perro sin hogar. Me conformaría con tener información de la mitad de todo lo que está haciendo.

—¿Trabaja en algún sitio? —inquirió Waters.

—Sí —respondió Foley—, en una empresa de transporte, Arliss Trucking. Hace el turno de noche en el almacén, pero intenta encontrarlo allí… Trabaja menos que Santa Claus.

—Arliss Trucking —repitió Waters—. ¿Dónde he oído yo eso?

—Está en ocho o diez expedientes —respondió Foley—. Es una tapadera de los muchachos, maldita sea. Todos tienen ingresos declarados de esa empresa pero ninguno de ellos trabaja allí. No había visto nunca a tanta gente contratada para un negocio tan pequeño. Son los propietarios registrados de nueve Lincoln Continental y de cuatro Cadillacs, por lo menos. El alemán vio el otro día a Dannie Theos en un gran Bird de color marrón y anotó la matrícula. Es un coche registrado a nombre de Crystal Ford y lo ha alquilado a Arliss Trucking.

El programa de Frost terminó y empezó el noticiario. El presentador dijo:

—A primera hora de la mañana, en Wilbraham, cuatro hombres armados irrumpieron en la casa de un joven empleado de banco, aterrorizaron a su familia y lo obligaron a entregarles el contenido de la caja fuerte de la sucursal del Connecticut River Bank de esa localidad. Las autoridades calculan que el botín ascendió a ochenta mil dólares y señalan que el atraco ha sido casi idéntico al cometido el lunes pasado en el First Agricultural and Commercial Bank de Hopedale. El FBI se ha hecho cargo del caso y ha emprendido una investigación a gran escala.

—¿Scalisi opera de ese modo? —preguntó Waters.

—Si quieres que te sea sincero, no sé mucho de Scalisi —dijo Foley—. Mi amigo dice que, últimamente, Scalisi ha estado de lo más ocupado, tanto que no puede quedarse junto a un teléfono el tiempo suficiente para esperar a que le llamen. Pero siempre he pensado que Scalisi era un asesino a sueldo y que no se dedicaba a otras cosas.

—Diversifican —dijo Waters.

—Lo sé —asintió Foley—. Ese amigo mío regenta un bar y sé perfectamente bien que tiene otros intereses y él sabe que yo lo sé, pero seguro que está metido en todo tipo de historias con las que yo ni siquiera he soñado, aparte del bar. Es un tipo extraño. Calculo que habré hablado con él unas cien veces y no sabría decirte cuánto de lo que me ha dicho es verdad. Yo le suelto un billete de veinte y él siempre se queja de que es poco, y, sin embargo, sé que se lleva algo entre manos, es algo que se nota. Es como si estuvieras en una película y el otro está en la película contigo, y él sabe que los dos estáis en una película y también lo que viene a continuación y, en cambio, tú no sabes nada. Nunca dejo de tener la sensación de que juega conmigo.

—¿Y qué crees que está haciendo? —preguntó Waters.

—Cuesta saberlo —respondió Foley—. Lo que hace conmigo es fácil. Si lo pillan, vendrá y me dirá «Eh, necesito un poco de ayuda. Yo te he ayudado a ti. ¿Eres un tipo legal o no?», pero la mitad de las cosas que le sonsaco, son cosas que descubro hablando con él. El no sabe que me las está contando. Y la otra mitad, bueno, normalmente son cosas sobre otros. Sobre alguien que no le cae bien o que lo ha amenazado y ahora quiere desquitarse. Estoy casi seguro de que tuvo algo que ver con que se cargaran al Polaco, me apostaría la vida. Lo vi otra vez, hace poco, llevaba mucho tiempo sin verlo, y le dije «¿Seguimos siendo amigos, Dillon?», eso fue después de ver a Eddie Dedos en la plaza. Y me suelta ese largo y retorcido galimatías de que tiene miedo, de que no puede hablar conmigo, de que no puede testificar en el gran jurado como le he pedido y de que en la ciudad está todo muy parado. Bueno, el único gran jurado del que he oído hablar es el del fiscal del distrito y eso está relacionado con la muerte del Polaco y han pillado a ese otro tipo, ¿Stradniki? ¿Stradnowski?

—Stravinski —dijo Waters—. Jimmy el Ballena.

—El polaco —dijo Foley—. Sí, ese. Han pillado al otro polaco. No estoy interesado en ese caso, por el amor de Dios. Al Polaco se lo cargaron hace dos años, no tiene nada que ver conmigo. Pero mi amigo está tan preocupado por ello que, cuando empecé a preguntarle por otra cosa, se quedó más aliviado que si hubiera echado por fin una meada después de pasarse cuatro días bebiendo cerveza. Y así fue como me enteré de ese otro asunto. En realidad, me lo dio a cambio de nada, de lo a gusto que se había quedado de que no lo presionara.

—¿Y quién más estaba implicado? —dijo Waters—. En la muerte del Polaco.

—Una banda de ladrones como él —dijo Foley—. En todo caso, eso es lo que imagino. El Polaco no hizo nunca otra cosa que robar, pero empezó a volverse perezoso. Se llevaron material por valor de cien mil dólares de un almacén, Allied Storage, ¿no te acuerdas? Y entonces, alguien se lo robó a los ladrones. Parece que en la Zona de Combate hubo una especie de guerra durante un tiempo y el Polaco apareció muerto en el maletero de un Mercury, en Chelsea. He oído que fue Artie Van.

—Ese sí que es un tipo interesante —dijo Waters—. Siempre he pensado que Artie Van ha hecho muchas más cosas de las que se le atribuyen.

—Un tipo realmente enigmático —dijo Foley—. Y de lo más fiable, por lo que he oído. Hasta que va a la cárcel. Entonces, la gente sí que empieza a preocuparse. Pero, mientras está en la calle, es duro como los clavos y los anzuelos de pescar. Me contaron que cada vez que había un trabajo difícil, llamaban de Providence y hacían que Artie Van se encargase. Pero solo son cosas que he oído.

—¿Y no has oído nada sobre Artie Van y Jimmy Scalisi?

—Juntos, no —respondió Foley.

—Me estaba preguntando si no crees que Van y Scalisi retiraron ese dinero de los bancos.

—Es una posibilidad —dijo Foley—. Lo que me pregunto es cómo encaja Eddie Coyle en todo esto.

—Supongo que Eddie Coyle fue quien les suministró las armas —dijo Waters—. Bueno, lo que estoy haciendo es pensar en voz alta.

—Es difícil saberlo —dijo Foley—. Coyle es un delincuente de poca monta. Increíblemente molesto, pero no es más que un delincuente de poca monta. No veo cómo puede encajar ahí. Debería hacer averiguaciones.

—¿Y por qué no las haces? —dijo Waters—. Llamaré a Narcóticos y les diré que te necesito un par de semanas más. Estoy seguro de que lo entenderán.