25

Eddie Coyle había dormido demasiado. Cuando despertó, eran casi las nueve. Se duchó y se afeitó a toda prisa. Malhumorado, salió al vestíbulo y se dirigió a la cocina. Su mujer bebía café y veía la televisión.

—¿Por qué demonios no me has despertado? —le dijo.

—Ayer te desperté y me pegaste la bronca por no dejarte dormir —dijo ella sin apartar los ojos de la pantalla—. Hoy, te dejo dormir y me pegas la bronca porque no te he despertado. ¿Qué pasa? ¿Ya quieres empezar con bronca a primera hora de la mañana?

—Hoy tengo cosas que hacer —dijo Eddie. Se sirvió café—. Escucha, tengo que hacer unas llamadas.

Su mujer suspiró y empezó a levantarse despacio del sofá.

—Lo sé, lo sé —dijo—. Vete al piso de arriba porque voy a hacer unas llamadas. A veces pienso que estoy casada con el Presidente o algo por el estilo. ¿Tan secreto es lo que dices que yo no puedo escucharlo? Creía que me había casado contigo.

Eddie no dijo nada y su mujer salió de la cocina. Al cabo de un momento, oyó el ruido de la ducha. Cogió el teléfono.

—Soy Eddie —dijo, cuando Foley respondió—. Escucha, tengo que hablar contigo.

—Pues habla —replicó Foley—. Te estoy escuchando.

—Tienes que hacer algo —dijo Coyle—. Quiero que hagas algo por mí, ¿comprendes?

—En primer lugar, quiero saber qué —dijo Foley—. Luego, querré saber por qué. Me parece recordar que te cuesta entender qué entra en el trato y qué no.

—Escucha —dijo Coyle—, déjate de chorradas. Quiero que llames a New Hampshire y preguntes si bastaría que os entregara a los tipos que están atracando bancos.

—¿Qué tipos? —preguntó Foley—. ¿Qué bancos?

—Ya sabes qué tipos y qué bancos —dijo Coyle—. No digo que vaya a hacerlo ahora, ¿entiendes? Solo me gustaría saber si eso bastaría, en caso de que lo hiciera.

—Supón que sí —dijo Foley—. ¿Vas a hacerlo?

—No lo sé —respondió Coyle. Levantó la mano izquierda y se la examinó—. Se me ocurren otras cosas más seguras. No lo sé. Lo único que quiero saber es qué pasa si decido hacerlo, si eso me libraría del marrón.

—De acuerdo —dijo Foley—. Se lo preguntaré. Es lo único que puedo hacer.

—Bien —dijo Coyle—. ¿Podrás hablar con él a mediodía?

—Supongo que sí —respondió Foley—. Para entonces, ya podré decirte algo.

—De acuerdo —dijo Coyle—. ¿Y dónde nos encontraremos?

—¿Por qué no me llamas? —dijo Foley—. Estaré aquí.

—No —dijo Coyle—. Quiero verte, asegurarme de que me entero de todo lo que ocurre.

—De acuerdo —dijo Foley—. ¿Conoces Cambridge? ¿La zona de Central Square?

—Debería conocerla. Me crié allí.

—Bien —dijo Foley—. Allí hay un café Rexall, en el cruce grande. ¿Sabes a cuál me refiero?

—Sí —dijo Coyle.

—Estaré en ese café a mediodía —dijo Foley.

—No sé si iré —replicó Coyle.

—Esperaré hasta las doce y media —dijo Foley—. No puedo esperar más. Esta tarde tengo que ver a un tipo.

—De acuerdo —dijo Coyle—. Si voy, estaré allí antes de esa hora. Si no estoy, es que he decidido no acudir.