Capítulo 30
OLIVIA lloró hasta que no le quedaron lágrimas, abrazada al cuerpo de Aeron. Apenas notó que el sol se ponía y volvía a salir. Apenas notó la llegada de los amigos de Aeron. Cuando Strider lo vio, se dejó caer de rodillas y aulló. Torin lloró. Lucien esperó para guiar su alma, pero no lo llamaron, y nadie sabía por qué. Maddox buscaba respuestas a gritos y la mayoría de los otros miraban con incredulidad, pálidos y temblorosos. Hasta Gideon había salido de su habitación y sus lágrimas la habían destrozado. Pero la reacción que más le había impactado había sido la de Sabin.
—Él no —había dicho el guerrero con la voz rota—. Este hombre no. Llevadme a mí en su lugar.
Un sentimiento que ella también compartía.
Al igual que ella, se negaban a marcharse de la colina. Cameo intentó convencerla de que se levantara y soltara a Aeron para que los demás también pudieran abrazarlo y despedirse. Ella se negó. Incluso golpeó aquellos brazos fuertes para que se apartaran. Al final la dejaron sola, pero Olivia sabía que esperaban cerca, observando, esperando pacientemente su turno para acercarse al guerrero caído.
Ella pensaba que aquello no podía ser el fin. Simplemente no podía. Ningún inmortal podía recuperarse de la decapitación... Pero aquél no podía ser el final.
Aeron no podía morir solo.
Las palabras pasaron por su mente una vez y después una segunda y una tercera. Aeron no podía morir solo.
«Aeron no podía morir solo».
Aquella muerte era equivocada a todos los niveles. Era una muerte innecesaria, sin sentido.
Aeron no podía morir solo... y no lo haría.
La esperanza floreció de pronto desde la oscuridad de su alma, y aunque tuvo que hacer acopio de todas las fuerzas que poseía, Olivia soltó al guerrero y se levantó. ¡Oh, no! Él no moriría solo.
—Olivia —dijo uno de los guerreros que esperaban. Se acercó a ella.
«Ignóralo». Olivia cerró los ojos, abrió los brazos y levantó la cabeza al sol. «Actúa».
—Estoy preparada para volver a casa y reclamar el lugar que me corresponde en el Cielo. Para ser el ángel tal y como me crearon.
Al instante, se vio a sí misma suspendida en el que había sido su hogar toda la vida. Le habían vuelto a crecer las alas. Las colocó alrededor y las miró, sorprendida de no ver plumón dorado. Ya no era una Guerrera, entonces. Curioso. Porque nunca en su vida había tenido más empeño en luchar por algo.
Aeron no moriría solo.
Lysander llegó a su lado un segundo después, con una expresión tan torturada que parecía estar sufriendo dolores físicos.
—Lo siento, Olivia, pero había que hacerlo. Era el único modo.
En su voz había verdaderos remordimientos y ella asintió.
—Tú has hecho lo que tenías que hacer, igual que haré yo —sin darle tiempo a interrogarla, se dirigió a la sala del tribunal, dispuesta a enfrentarse al Consejo.
Aeron abrió lentamente los ojos. Lo primero que pensó fue cómo podía hacer eso. Frunció el ceño, subió el brazo y, maravilla de maravillas, tenía ojos, nariz y boca. Su cabeza estaba unida a su cuerpo, pero, curiosamente, no había cicatrices en el cuello... ni tatuajes en los brazos, como comprobó atónito cuando vio la piel suave y bronceada.
Se sentó con el ceño fruncido. No sentía mareo ni dolor, sólo una brisa fresca que lo envolvía como dándole la bienvenida. Pasó la mirada por su cuerpo. Intacto. Ileso. Yacía en una losa de mármol y llevaba una túnica blanca, muy parecida a la de Olivia. Sus piernas también estaban desprovistas de tatuajes. ¿Cómo era posible?
Lysander no había fallado. Él había sentido la quemadura.
¿Qué había pasado? ¿Y dónde estaba? Miró a su alrededor. El aire tenía una cualidad neblinosa, como si estuviera atrapado dentro de un sueño. No había casas ni calles, sólo una columna de alabastro tras otra, con hiedra cubierta de rocío subiendo por los laterales.
¿El Paraíso? ¿Se había convertido en un ángel? Se tocó la espalda. No. No tenía alas. Lo embargó la decepción. Como ángel, habría podido buscar a Olivia, estar con ella.
Olivia. Su dulce Olivia. Le dolía el pecho y sus manos ansiaban tocarla. La echaría de menos todos los días de su... ¿vida? ¿Muerte? Completamente y sin pausa. ¿Dónde estaba ella ahora? ¿Qué hacía?
—Aeron.
Aquella voz profunda lo sobresaltó. Aunque había pasado mucho tiempo desde que la oyera, supo al instante de quién era. Baden. Su mejor amigo, muerto desde hacía siglos. Aeron se incorporó y se volvió, sin saber lo que encontraría. ¿Cómo...?
Baden estaba a pocos pasos de él.
Aeron combatió la sorpresa. Su amigo tenía el mismo aspecto que cuando vivía. Era alto, musculoso, con un pelo rojo brillante que le enmarcaba la cara. Tenía los ojos marrones, la piel morena. Como Aeron, llevaba una túnica blanca.
—¿Cómo estás... cómo estamos...? —era tan grande su sorpresa, que todavía no podía formular las preguntas.
—Has cambiado. Bastante... —Baden sonrió, mostrando unos dientes blancos, y lo observó—. ¡Pero por todos los dioses que te he echado de menos!
Se abrazaron con fuerza. Aeron había creído que no volvería a ver nunca a su mejor amigo y ahora lo tenía en los brazos.
—Yo también a ti —dijo con un nudo en la garganta.
Pasó un rato hasta que se separaron. Aeron todavía no podía creer lo que ocurría. Que estuviera allí con Baden, tocándolo, mirándolo.
La última vez que habían estado juntos, antes de la decapitación de Baden, Aeron había querido prenderle fuego. O mejor dicho, lo había querido Ira. Baden había prendido fuego a una aldea entera, seguro de que planeaban su asesinato, y el demonio de Aeron había deseado pagarle con la misma moneda, fuego por fuego. Pero los remordimientos habían invadido a Baden y quizá lo habían impulsado a confiar en Hadiee, el Cebo que lo había llevado al sacrificio.
Ahora Aeron sentía... sólo amistad. Sin amenazas de ningún tipo. Sin el impulso de agarrar una cerilla. Tampoco había imágenes dentro de su cabeza ni gritos en sus oídos. En realidad, no sentía a Ira en absoluto.
Aquello no tenía sentido. Seguía teniendo la cabeza, así que Ira debería haber estado dentro de él. ¿No?
—¿Dónde estamos? —preguntó—. ¿Y cómo hemos llegado aquí?
—Bienvenido a la Ultratumba, amigo mío. Un lugar creado por Zeus después de que nos poseyeran los demonios por si éstos nos mataban. No quería que nuestras almas mancilladas pudieran llegar hasta él. Y, sí, sé que habría estado bien saberlo, pero el viejo bastardo nunca dijo una palabra —señaló a su alrededor—. Este sitio es muy aburrido, pero es mejor que la alternativa.
¿La alternativa?
—¿Entonces he muerto de verdad?
—Me temo que sí.
Aeron hundió los hombros, embargado por una aplastante sensación de pérdida. No tenía ninguna posibilidad de buscar a Olivia.
Ni a Ira. Su demonio había quedado liberado con su muerte. Estaba solo, solo de verdad por primera vez en siglos.
Eso le entristecía. Sí, le entristecía. Al final, Ira y él habían llegado a entenderse.
—¿Eres el único que hay aquí?
—No, hay algunos más, pero mantienen las distancias conmigo. No sé por qué, soy tan dulce como una galleta de chocolate. Aunque no he disfrutado de ninguna últimamente —gruñó Baden—. Pandora, por otra parte —se estremeció—, vive también aquí y ella no mantiene las distancias. Desgraciadamente.
Aeron lo miró atónito. Pandora. La mujer a la que le habían encomendado dimOuniak, una caja que contenía a todos los Demonios Supremos. La mujer que se había burlado una y otra vez de sus amigos y de él, recordándoles a menudo que los dioses se habían olvidado de ellos.
En otro tiempo la había despreciado. Ahora... habían pasado tantos años desde que pensara en ella, que no podía reanudar el odio. ¿Pero se alegraba de saber que estaba allí cerca? No.
—¿Por qué no la has matado? —preguntó—. Otra vez.
—No es lo bastante fuerte —dijo una voz femenina detrás de ellos.
Se volvieron al unísono. Pandora se apoyaba en una de las columnas con los brazos cruzados al pecho.
A pesar de estar advertido de su presencia, verla fue como recibir un puñetazo en la cara con nudillos de acero. Aeron la miró. Al igual que Baden y él, era alta y musculosa, aunque en una escala mucho menor. Su pelo castaño le ocultaba parte de la barbilla y atrapaba su rostro. Un rostro demasiado duro para ser hermoso. Tenía ojos dorados. Demasiado dorados. Demasiado brillantes. De otro mundo. Y llenos de desdén.
La misma expresión con la que siempre lo había mirado en los Cielos.
Ah. Lo embargó la vieja sensación de desprecio. Al parecer, hasta en la muerte tenía que tener algún enemigo.
—Debe de ser mi cumpleaños —dijo ella con una sonrisa cruel—. Uno de los hombres que me envió aquí ha decidido reunirse conmigo.
—Te equivocas. El regalo es para mí. Ahora puedes estar segura de tener un tormento eterno.
Pandora se acercó a él... ¿para atacar? Pero se detuvo y sonrió de nuevo.
—¿Y cómo está Maddox? Espero que muriéndose.
Maddox había sido el que la había matado. El guerrero había sido presa de su demonio, Violencia, y la había apuñalado una y otra vez.
—Te decepcionará saber que se encuentra bien. Está esperando un hijo.
Ella contuvo el aliento.
—¿Ah, sí? Maravilloso... —soltó el aire y eso pareció abrir una compuerta en su interior—. ¡Ese bastardo no merece ser feliz! Él me mató, permitió que robaran la Caja y ahora nadie sabe dónde está. Es nuestro billete para salir de aquí, pero ni siquiera yo puedo encontrarla. Él lo estropeó todo y ¿ahora se cumplen sus sueños? —miró a Aeron con una media sonrisa—. ¿Crees que no sabía que siempre quiso una familia? Lo sabía. Pero él debería morir. Fue él quien...
—Oh, déjalo ya —la interrumpió Baden—. Por todos los dioses, eres igual de zorra ahora que entonces.
Silencio. Jadeos. Pandora achicó los ojos.
—¿Te sientes invencible ahora que tienes un amigo que te protege?
—Difícilmente. Soy invencible de todos modos.
Siguieron picándose mutuamente, pero Aeron no los escuchaba, sino que pensaba en las palabras de Pandora. ¿Encontrar la Caja, dimOuniak, los liberaría de aquella esfera? No sabía si era verdad o no. Sólo sabía que, si podía escapar, podría buscar a Olivia, como quería.
¿Podría verlo ella?
Eso no importaba. Él sí podría verla a ella.
«La Caja será mía».