Capítulo 11
LEGIÓN se esforzaba por contener las lágrimas mientras corría entre los fuegos y los gritos del Infierno. Antes había sido su hogar y ahora era su refugio odiado. Avanzaba a cuatro patas, galopando como un animal, en una posición que conocía bien. La mantenía cerca del suelo, donde era más fácil pasar desapercibida, y aumentaba su velocidad. Además, era la única posición permitida a alguien como ella. Si se levantaba y caminaba erguida, todos los Demonios Supremos que la vieran se sentirían obligados a castigarla por su desvergüenza.
Y hablando de Demonios Supremos, todos estaban a su alrededor, torturando a las almas humanas que habían sido enviadas allí para pudrirse eternamente. Se reían, disfrutando de la sangre, del dolor y de los vómitos.
A Aeron no le importaba que estuviera allí, aunque sabía que ella despreciaba el sitio. Ya no. Había protegido a un ángel, a su enemigo. Había salvado y reconfortado al ángel.
¿Por qué? ¿Por qué no había intentado protegerla a ella? ¿Por qué no la había consolado? Empezó a derramar lágrimas y, mezcladas con veneno como estaban, le produjeron escozor en las escamas.
Cuando llegó a una alcoba oculta de sombra y piedra, se detuvo, se incorporó y apoyó la espalda en la pared rugosa manchada de sangre. Le costaba trabajo respirar y el corazón, que ahora tenía partido por la mitad gracias al maldito Aeron, le golpeaba con fuerza el pecho.
Sacó la lengua bífida en toda su longitud y se lamió unas lágrimas. Aunque el veneno amargo habría hecho caer de rodillas a cualquier otro suplicando merced, a ella simplemente le picaba. Había deseado con fuerza que el ángel muriera debido a ese veneno, pero no había sido así. Aeron había estado decidido a salvarla y Aeron siempre conseguía lo que quería. Siempre.
¿Qué iba a hacer? La primera vez que había visto a Aeron, encadenado y sediento de sangre, se había enamorado de él. Él combatía aquella sed de sangre, se odiaba por ella, y Legión nunca había conocido a nadie que prefiriera salvar a destruir. Pensó: «Él puede salvarme a mí».
En un abrir y cerrar de ojos, había decidido vivir con Aeron. Casarse con él. Dormir en su cama todas las noches y despertarse a su lado todas las mañanas. En vez de ello, él le había pedido a su amigo Maddox que hiciera una cama para ella. Aun así, había querido serlo todo para él. Sabía que sólo necesitaba tiempo.
Pero ése era un lujo que ya no tenía. No podía volver a su casa porque él había invitado al ángel a quedarse. A ese ángel estúpido y feo, de pelo largo rizado y piel pálida como una nube. Ni Legión ni ningún demonio podían permanecer mucho tiempo en presencia de tanta bondad. Dolía. Dolía mucho. Iba erosionando todo lo que ellos eran, destruyéndolos poco a poco.
Pero a Aeron no le dolía. Había dado la bienvenida a aquella zorra. Quizá Ira había vivido demasiado tiempo entre humanos para reaccionar ante ese ángel como habría hecho un demonio normal. Quizá Ira estaba enterrado demasiado profundamente en el interior de Aeron.
Fuera como fuera, a Aeron debería haberle importado que ella sufriera. Pero no era así. Parecía que ya no la quería y le había dicho que se fuera.
—¿Qué pasa, preciosa?
Legión dio un respingo y miró al recién llegado. No lo había oído acercarse, pero estaba delante de ella, como si se hubiera materializado allí. O como si hubiera estado esperando invisible todo el tiempo.
Un temblor le subió por la columna. Le habría gustado apartarse, pero la piedra detrás de ella se lo impedía. Aquello no era bueno. Era una visita a la que no podía esperar sobrevivir.
—¡Déjame en paz! —consiguió decir, a pesar del nudo que tenía en la garganta.
—¿Me conoces? —preguntó él con suavidad.
Oh, sí. Lo conocía. Por eso tenía el nudo. Era Lucifer, hermano de Hades y príncipe de la mayoría de los demonios. Era malvado. Era pura maldad.
La había llamado «preciosa». ¡Ja! La apuñalaría por la espalda en cuanto ella se diera la vuelta y se reiría mientras lo hacía. Sólo por divertirse. Tragó saliva.
—¿Y bien? —él chasqueó con los dedos y al instante siguiente estaban los dos en el centro de su sala del trono. En lugar de piedra y cemento, las paredes del palacio de Lucifer estaban compuestas de llamas.
—Es una pregunta sencilla. ¿Me conoces?
—Sí —Legión sólo había estado allí dos veces antes, pero la primera vez, durante su nacimiento en aquella esfera, había bastando para convencerla de que no quería volver. La segunda vez la habían llevado allí para castigarla por haberse negado a torturar un alma humana.
—¿Qué estabas haciendo? Concéntrate —dijo Lucifer, cortante.
Ella parpadeó y se esforzó por concentrarse. Nubecillas de humo negro subían del suelo, de las paredes, incluso del trono situado encima del estrado, y se curvaban a su alrededor como los dedos de los condenados. Había gritos atrapados dentro de esas nubéculas y esos gritos la atormentaban.
«¡Qué fea!», decían.
«¡Qué estúpida!».
«¡Qué inútil!».
«Nadie la quiere».
—Te he hecho otra pregunta, Legión. ¿La vas a contestar?
Aunque ella quería mirar a cualquier parte menos a él, se obligó a mirarlo. Lucifer era alto, con pelo negro brillante y ojos naranjas y dorados. Era musculoso, como Aeron, y atractivo... pero no tanto como Aeron.
¿Qué le había preguntado? Ah, sí, qué estaba haciendo. ¿Qué podía decirle? Una mentira, desde luego, pero una que él pudiera creer.
—Quería jugar a un juego.
—Un juego, ¿eh? —él sonrió despacio y con malicia—. Tengo una idea mejor.
El calor de su aliento alcanzó la nuca de ella, que se estremeció. Al menos, no la había apuñalado como había temido.
—¿Sí?
—Tú y yo vamos a negociar.
Ella sintió nudos en el estómago. Las negociaciones de Lucifer tenían fama de ir siempre a su favor. Así era como había escapado del Infierno durante un año para vivir libre en la Tierra. Había hecho un trato con la diosa de la Opresión, la responsable de procurar que las paredes que rodeaban aquella prisión subterránea fueran sólidas e impenetrables. La que había dejado escapar a muchos Demonios Supremos. La que luego había muerto y cuyos huesos habían sido usados para construir la Caja de Pandora.
—¿No? —dijo ella. Y aunque pretendía que fuera una negativa, le salió en forma de pregunta.
Él chasqueó con la lengua delante de ella.
—No te apresures tanto. Todavía no has oído lo que tengo que ofrecer.
No sería nada bueno para ella, eso seguro.
—Tengo que irme.
—Todavía no —él se giró y se dirigió a su trono, donde se sentó relajado, muy seguro de sí. El humo lo rodeó y las llamas no tardaron en seguirlo y bailar a su alrededor como si estuvieran contentas de estar cerca de él.
Legión intentó cambiar el peso de un pie al otro, pero se dio cuenta de que sus pies estaban clavados al sitio. No podría irse hasta que él así lo quisiera. No cedió al pánico. La habían golpeado otras veces y había sobrevivido. La habían llamado cosas terribles y se habían reído de ella, la habían arrojado a fosas aparentemente interminables y a campos de hielo de donde no podía salir sola.
—Yo puedo ayudarte a conseguir todo lo que quieras —dijo Lucifer—. Algo que harías lo que fuera con tal de poseer.
¡Ja! Él no podía ofrecerle nada que...
—Te puedo ayudar a conquistar el corazón de Aeron.
Por un momento olvidó respirar. Sólo cuando le ardieron los pulmones y la garganta, se obligó a abrir la boca y tragar aire. ¿Podía... qué?
—Igual que a ti te gusta espiar lo que pasa aquí para los Señores del Submundo, a mí me gusta espiar lo que ocurre en la superficie. Sé que estás enamorada de Aeron, guardián de mi querido Ira.
Ella levantó la barbilla.
—Él también me quiere. Me lo ha dicho.
Lucifer enarcó una ceja.
—¿Estás segura de eso? Se ha enfadado mucho cuando has tocado a su amada ángel.
La palabra «amada» usada para describir a aquella cerda hizo que Legión viera puntos rojos. La amada de Aeron era ella. Ella. Nadie más.
Lucifer movió la mano y el aire alrededor de Legión se espesó y se llenó de motas de polvo. Cobraron vida los colores y apareció Aeron, inclinándose y llevando con gentileza la muñeca del ángel a su boca. Succionó el veneno que le había inyectado Legión y el cuerpo de ella se quedó quieto.
A Legión la invadió la rabia al ver la boca de Aeron en aquella asquerosa intrusa. La rabia, el odio y la determinación.
—¿Cómo me ayudarás? —preguntó.
La escena desapareció y se encontró mirando a Lucifer una vez más. Quizá no sería tan malo hacer tratos con él. Quizá saldría ella ganando. Era lista y tenía recursos. ¿No?
—Admitámoslo —dijo Lucifer, mirando su cuerpo escamoso—. Tú eres tan fea como sólo pueden serlo las criaturas de tu raza.
Ella se sintió herida. Intentó retroceder y esconderse. No era fea. ¿Verdad? Era distinta a Aeron, sí. Era distinta al ángel también. Pero eso no implicaba que fuera fea.
—Casi puedo oír los pensamientos de tu cabeza, así que permíteme que hable. Sí, eres fea. De hecho, decir que eres fea es decir poco. Casi no puedo soportar mirarte. En realidad, para que no se me revuelva el estómago, voy a tener que mirar encima de tu hombro mientras terminamos esta conversación.
O sea que era fea. Espantosa. Un monstruo. Ni el mismo Diablo podía soportar mirarla. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Y cómo me ayudarás?
Él miró sus uñas amarillentas como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
—Yo, que soy un ser poderoso, puedo hacerte guapa.
—¿Cómo? —insistió ella.
—Para empezar, optaría por un pelo sedoso. Del color que tú elijas y mucho mejor que el del ángel. Te daría una piel lisa y cremosa. También del color que desees. Te daría una mirada arrebatadora que ningún hombre pueda resistir. Un cuerpo alto y esbelto de pechos grandes. Eso vuelve locos a los hombres, ¿sabes? Y aunque una lengua bífida tiene su utilidad en la cama, probablemente te la cambiaría. Tu modo de sisear es irritante.
¿Él podía hacerla guapa? ¿Lo bastante guapa para conquistar a Aeron? Su pecho se llenó de esperanza; la mera idea de estar por fin con el hombre de sus sueños, viviendo como marido y mujer, le hizo ir rechazando una reserva tras otra.
—¿Qué quieres a cambio?
—Oh. Eso —él se encogió de hombros como si careciera de importancia—. Sólo querría poseer tu nuevo cuerpo.
Ella frunció el ceño.
—No comprendo. ¿Cómo puedo conquistar a Aeron si no soy yo? ¿Cómo voy a conquistar a Aeron si tú eres yo?
Él se pellizcó el puente de la nariz.
—Veo que también eres estúpida, cosa que tendremos que arreglar de paso. No me refería a poseer tu nuevo cuerpo inmediatamente. Sólo podría hacerlo si tú no consiguieras conquistarlo.
Ella se quedó pensativa. ¿Ser guapa no implicaba ganar automáticamente?
Lucifer movió la cabeza.
—Está claro que explicarte las cosas como si fueras una niña no ha dado resultado. ¿Qué más puedo hacer?
Ella sintió calor en las mejillas, y no tenía nada que ver con el fuego que los rodeaba. Ni era estúpida ni era una niña.
—Tú intentas confundirme a propósito.
—La verdad es que no. No quiero que luego digas que te he engañado, así que escúchame bien. Te daré nueve días para seducir a Aeron. Te diría que sólo tienes que ganar su declaración de amor, pero eso ya lo tienes. Lo que no tienes es su atracción sexual, y eso es lo que tú quieres. Así que consigue que vaya a tu cama por voluntad propia y ganas nuestro trato. Te puedes quedar tu nuevo cuerpo y ser feliz con él. Sin interferencias.
Aquello sonaba justo, maravilloso y perfecto. Todo menos el tiempo.
—¿Por qué sólo nueve días?
—¿Importa el motivo? Eso no cambiará en nada nuestro trato.
Resistencia. Claro que importaba el motivo.
—Dímelo.
—Vale. El nueve es mi número favorito.
Definitivamente, mentira. Podía insistir, pero... ¿descubrir la verdad era más importante que conseguir una oportunidad para intentar lo que más deseaba?
No.
—¿Y si fracaso? —preguntó. Le había dicho lo que quería, pero necesitaba todos los detalles.
—Si fracasas en llevártelo a la cama, para follar y no para dormir, dentro del tiempo permitido, tienes que dejarme poseer tu nuevo cuerpo todo el tiempo que yo desee.
Ahí estaba el detalle final. Podría controlarla todo el tiempo que deseara. En otras palabras, para siempre.
¿Pero por qué quería...? La respuesta le hizo dar un respingo. Lucifer la veía como su billete para salir del Infierno. Como Legión no estaba vinculada al Infierno, sino a Aeron, le estaba permitido salir de allí. A él no. Él estaba atrapado allí.
Si le daba permiso para dominarla, sería libre de marcharse. Haría lo que quisiera. Ella sería consciente, sí, pero sus deseos dejarían de importar.
Si fuera tan fácil como asumir el control de su cuerpo y usarlo para escapar, Lucifer no perdería el tiempo negociando con ella. Pero los demonios no podían poseer cuerpos, ni humanos ni de otro tipo, sin permiso. Hasta los demonios de la Caja de Pandora habían necesitado la bendición de los dioses para poseer a los Señores.
—Todo depende de lo que tú confíes en tu éxito —dijo él—. ¿Crees que lo tendrás? Yo, desde luego, sí, lo cual hace que me sienta tonto por ofrecerte esta ganga. Quizá no debería hacerlo —se puso en pie con un movimiento fluido—. Hay otros demonios más débiles a los que puedo...
—Un momento —se apresuró a decir ella—. Sólo un momento.
Él volvió a sentarse lentamente.
Ella no podía dejar pasar aquella oportunidad. El ángel, que era incapaz de mentir, le había dicho que Aeron la veía como a una niña, que se consideraba un padre para ella. Eso no cambiaría nunca... a menos que ella hiciera algo drástico.
—Hay que dejar claras las condiciones.
—¿No lo están ya?
—Desde mi punto de vista, no.
Él se llevó una mano al pecho.
—¿No te fías de mí?
Ella negó con la cabeza. Un trato era vinculante, incluso entre criaturas como ellos. Una vez que los dos lo acordaran, estaría atrapada, el trato sería una entidad viva en su interior. No podría cambiar de idea. Si fracasaba, tendría que concederle lo que había prometido, no podría evitarlo.
—Me siento herido, pero... muy bien —dijo él—, di exactamente qué es lo que esperas de mí.
Si no lo hacía, no recibiría más de lo que él había dicho, sino probablemente menos.
—Tengo que ser más guapa que el ángel, con pelo claro, piel dorada, ojos castaños y pechos grandes —todo lo contrario a aquella zorra—. Quiero los nueve días completos, sin trucos —su entusiasmo crecía a medida que hablaba. Iba a intentar de verdad ganar el corazón de Aeron—. Y quiero estar despierta cuando esté con él.
—¡Maldita sea! —exclamó Lucifer, con un brillo de regocijo en sus ojos de fuego—. Ahí me has pillado. Pensaba dejarte en coma hasta que se acabara tu tiempo.
Y ella le había impedido hacerlo. Se sentía orgullosa. No era estúpida, después de todo.
—Tampoco puedes matarlo. Si muere antes de que acabe el tiempo, se acaba el trato.
—De acuerdo. ¿Eso es todo? —preguntó él, en plan señor indulgente.
—No quiero hablar siseando. Quiero aparecer delante de Aeron, no en el otro extremo del mundo, aparecer así y cambiar de cuerpo delante de él —así no la tomaría por un Cebo o una Cazadora y no intentaría librarse de ella antes de que pudiera seducirlo.
—Eso es factible. ¿Algo más?
Ella tragó saliva y negó con la cabeza.
Él se levantó y extendió los brazos. De las yemas de los dedos salía fuego.
—Entonces, de acuerdo. Tendrás todo lo que has dicho. Pero si no consigues llevar a Aeron, Señor del Submundo y guardián del demonio Ira, a tu cama y dentro de tu cuerpo en estos nueve días, regresarás a esta sala del trono, donde consentirás voluntariamente en que posea tu cuerpo.
Legión asintió con la cabeza.
—Dilo —exigió él.
—Estoy de acuerdo.
En cuanto las palabras salieron de su boca, sintió un dolor agudo. Se dobló gruñendo. No podía respirar, todos sus músculos tenían espasmos. Pero el dolor que había dado vida al trato dentro de ella desapareció con la misma rapidez con la que había empezado, y ella se enderezó.
—Ya está hecho —anunció Lucifer. Sonrió con malicia—. ¿He olvidado mencionar que, cuando fracases, mi primera tarea será asesinar a todos los Señores del Submundo y dejar libres a sus demonios?