Capítulo 28
AERON depositó a Olivia en la cama con toda la gentileza posible. La hinchazón había desaparecido y las heridas y los huesos estaban curados, pero no estaba dispuesto a correr riesgos. Legión estaba ausente, de lo cual se alegraba. No sabía dónde estaba, sólo sabía que no podía lidiar con ella en ese momento. Su querida Olivia... Cuando la había encontrado...
Apretó los puños. Ira gritaba pidiendo venganza y Aeron quería dársela. Ya. Sin esperar. Quería que Lucien lo transportara a donde había estado Olivia prisionera y empezar a matar. En realidad, más que «querer», era una necesidad, tan urgente como respirar y comer. Pero los cobardes habían huido ya y el almacén estaba vacío. Lucien le había dicho eso antes de llevarlo al callejón. Aunque a su demonio no parecía importarle mucho.
Era obvio que habían golpeado y atormentado a Olivia. Lucien le había dicho que su energía era rojo brillante, de dolor y miedo. A Aeron no le importaba lo que tuviera que hacer para encontrar a Galen. Lo haría, y mataría a ese bastardo.
«Lenta y dolorosamente», dijo Ira.
Lenta y dolorosamente, sí. Pero primero reprimiría esos impulsos oscuros y tendría la conversación prometida con Olivia. La comodidad y las necesidades de ella eran antes que todo lo demás. Y no podía castigar a Galen debidamente hasta que supiera exactamente lo que ese gilipollas le había hecho a su chica.
Y lo castigaría debidamente.
«Relájate. Por Olivia». Aeron se acuclilló al lado de la cama y Olivia se puso de lado y lo miró a los ojos.
—Habría entendido que te hubieras... ido a casa durante el interrogatorio de Galen —dijo él. De hecho, habría prefiero que lo hiciera. Mejor perderla que saber que había sufrido.
—No quería irme todavía. Tenía que darte esto —le tendió un cuadradito de tela gris doblada—. Es la Capa de la Invisibilidad.
Por un momento, él sólo pudo parpadear atónito. Luego movió la cabeza y se echó a reír. Aquella mujer pequeña, aquel ángel caído, había conseguido lo que no había logrado un ejército de inmortales. Había robado la tercera reliquia en las narices de los Cazadores y había derrotado a Galen en el proceso. Su pecho se llenó de orgullo.
«Recompensa».
Primero el demonio había querido castigar a Legión y ahora quería darle una recompensa a Olivia. «Estamos en el mismo plano, demonio».
—Gracias. Esa palabra no puede expresar la profundidad de mi gratitud, pero gracias de todos modos.
—De nada. Bueno, ¿qué te parece? Me refiero a la reliquia.
—¡Parece tan pequeña...! —él la miró desde todos los ángulos—. ¿Cómo...?
—¿Cubre un cuerpo entero? Se expande a medida que la desdoblas.
Aeron no quería dejar a su ángel ni por un segundo, pero tenía que asegurar la protección de la Capa.
—Vuelvo en un minuto —dijo.
Olivia asintió. La besó en la frente y salió de la habitación. Al primer guerrero que se encontró, de nuevo Strider, le puso la tela en la mano y dijo:
—La Capa de la Invisibilidad. Dásela a Torin para que la guarde. Gracias —ya estaba. Ya no era su problema. Volvió a la habitación.
Strider lo alcanzó justo ante de que llegara a la puerta y lo detuvo.
—¿Cómo la has conseguido?
—Más tarde.
—Bien. Eso puede esperar. De todos modos, tenemos cosas más importantes que discutir.
—Te he dicho que más tarde —sólo le quedaban cinco días con Olivia... Si es que podía convencerla de que se quedara tanto tiempo. Si no... Pero la convencería. Era un guerrero. Actuaría como tal. Victoria a cualquier precio.
«Paraíso. A cualquier precio».
Dos contra uno. Le gustaban las probabilidades. Y luego, cuando se acabara su tiempo juntos, se vengaría por fin.
—Esto no puede esperar —insistió Strider.
—Pues lo siento —agarró el picaporte.
Su amigo tiró de él.
Aeron se volvió.
—Suéltame, estoy ocupado.
—Pues tendrás que escucharme igualmente. Vas a perder la cabeza. Literalmente. Quería decírtelo con gentileza, pero eres demasiado burro.
Aeron se quedó inmóvil.
—¿Cómo que voy a perder la cabeza? ¿Y cómo lo sabes?
—Danika ha pintado otro cuadro. En él, tienes la cabeza separada del cuerpo.
¿Iba a morir? Hasta el momento, los cuadros de Danika nunca se habían equivocado. Los Señores confiaban poder cambiar algunos de sus resultados, sí, pero todavía no habían descubierto si podían hacerlo o no. Lo que implicaba que era más que probable que fuera a morir.
Esperó que lo invadiera la rabia. No fue así. Esperó que lo embargara la tristeza. Tampoco. Esperó que llegara el impulso de arrodillarse y suplicar más tiempo. Pero tampoco se produjo.
Había vivido miles de años. Y ahora, después de conocer a Olivia, había tenido una vida plena y gloriosa. Porque había amado. A sus amigos, desde luego. A su hija adoptiva, Legión, a pesar de sus actos recientes. Pero sobre todo a Olivia. La había amado. No podía negar más tiempo ese sentimiento. Ella era suya. Era de Ira. Su razón de existir. La fuente de su felicidad. Su obsesión.
Su propio Paraíso.
La habría perseguido por todo el mundo sólo por disfrutar unos minutos más de su presencia. Minutos. Quizá era lo único que les quedaba ahora, minutos y no los días por los que él había querido luchar. Olivia lo era todo para él y no iba a perder ni un momento lejos de ella.
Al fin entendía a los humanos. No suplicaban más tiempo porque querían pasar el que les quedaba disfrutando los unos de los otros, no deseando lo que podía haber sido.
Ira también debía de entenderlo, pues no lloraba ni le pedía que cambiara su curso. Sin el ángel, no tenían nada. Y siempre que completaran su misión, la destrucción de Galen, morirían felices.
—Aeron —dijo Strider.
Él se obligó a volver al presente.
—¿Quién me corta la cabeza?
De todos modos tendría que acostarse con Legión. Eso no podía cambiar. No permitiría que sus amigos se enfrentaran sin él a un problema del que era responsable, pero se ocuparía de eso después de que Olivia se hubiera ido y la hubiera vengado. Y luego podría morir en paz. Además, sería lo mejor, pues no quería vivir sin Olivia.
Ahora ya no tendría que hacerlo.
—Lysander, creo. Cronos y Rea están presentes. He hablado con los demás y hemos decidido...
—Más tarde —dijo Aeron. Lo que especularan los demás no importaba ahora. Si no tenían datos, no tenían nada que necesitara—. Cuéntamelo luego. Te agradezco la advertencia, pero ya te he dicho que ahora estoy ocupado —entró en la habitación y cerró la puerta.
Strider lo llamó.
—Aeron, vamos...
—Lárgate o juro por los dioses que te corto la lengua y la clavo en mi pared.
Aquello le ganó un gruñido.
—Cierra el pico, Ira. Estoy intentando ignorar el desafío de tu voz, pero no sé si puedo. Escúchame. No podemos perderte. No podemos volver a pasar por algo así. Simplemente no podemos —Strider golpeaba la puerta al hablar—. Recuerda cómo fue después de lo de Baden.
Aeron abrió la puerta, dio un puñetazo a su amigo en la cara y volvió a cerrarla.
Un instante después, Strider abrió la puerta, dio dos puñetazos a Aeron, sonrió con dulzura aunque con algo de tristeza, y volvió a cerrar la puerta.
—He ganado. Tienes treinta minutos y después todos nosotros entraremos ahí a hablar contigo. ¿Lo has entendido?
—Sí —desgraciadamente.
Los pasos de Strider se alejaron por el pasillo.
Olivia se sentó en la cama.
—¿A qué se refiere con lo de perderte? ¿Y por qué os habéis pegado?
Ira emitió un suspiro de alegría al oír su voz.
Aeron se volvió despacio y la miró. No iba a permitir que se preocupara por él, así que sonrió con la esperanza de transmitirle así todo lo que sentía por ella. Tal vez lo consiguió, pues ella abrió mucho los ojos y se lamió los labios con nerviosismo.
—No le hagas caso. Creo que sufre de daños cerebrales —cosa que no era necesariamente mentira. Aeron siempre había considerado a Strider algo perturbado—. Además, tenemos asuntos inacabados. Nunca te he poseído en una cama y quiero hacerlo.
«¡Sí!».
Al principio, Olivia no reaccionó. Luego llevó la mano al cuello de la túnica y tiró de ella. La tela se rompió y mostró sus hermosos pechos con sus pezones rosas perlados, el estómago plano y las piernas largas y perfectas.
—Eso me gustaría.
«Sí, sí».
Un temblor recorrió el cuerpo de Aeron. Su pene se endureció y se acercó a la cama desnudándose por el camino. Un proceso que incluyó quitarse las botas moviendo las piernas y tropezar consigo mismo, pues se negó a detenerse ni siquiera un segundo. Piel con piel. Eso era lo que necesitaba. Cuando llegó hasta Olivia, estaba desnudo. Se situó a su lado, con parte de su peso encima de ella.
Perfecto. Calor, mucho calor. Los dos inhalaron a la vez. Olivia cerró los ojos y se arqueó contra él, al tiempo que lo abrazaba. Su cuello quedaba al descubierto y el pulso le latía con violencia. Tenía los labios entreabiertos y el pelo le caía enredado alrededor de los hombros.
Jamás había tenido la pasión un envoltorio tan exquisito.
Él debería pasar cada minuto de su media hora dándole placer. Lamiéndola saboreándola, succionándola. Debería empezar por los dedos de los pies e ir subiendo hasta la boca. Debería detenerse en los muslos y en los pechos. Pero no lo hizo. No podía. Tenía que estar dentro de ella, no podía pasar ni un minuto más sin que estuvieran completamente unidos.
—Entrelaza los tobillos en mi espalda —le ordenó.
Ella no vaciló. Obedeció al instante.
En cuanto se abrió a él, Aeron la penetró. Profundamente. Todo lo profundamente que pudo. Ella soltó un gemido, porque no era tan fácil. La segunda embestida de él fue un poco más suave y la tercera le arrancó un gemido de placer.
—Aeron —susurró.
«Mía».
«Nuestra. Aprende a compartir, Ira. Yo he tenido que hacerlo». Apoyó las manos en la cama, a los lados de la cabeza de ella y se incorporó un poco para observarla mientras entraba y salía, entraba y salía. No habría podido detenerse ni aunque Galen hubieran entrado en la habitación y le hubiera puesto una pistola en la cabeza. Aquella mujer le encantaba, le frustraba, lo ponía furioso... le pertenecía. Como él a ella. Quería marcarla para que no lo olvidara nunca. Pero también quería borrarse de su memoria para que no lo recordara nunca.
No quería que sufriera cuando se separaran. Quería que encontrara a otro... tanto como quería matar a ese otro. Pero, sobre todo, quería que fuera feliz. Que sonriera. Que se divirtiera.
Diversión. Sí. Eso sería lo que le daría ese día. Diversión.
—¿Te he dicho alguna vez por qué es malo ser un pene? —preguntó, aflojando el ritmo de sus embestidas.
Ella abrió los ojos. La pasión brillaba en aquellos lagos azules, pero estaba mezclada con confusión.
—¿Qué?
Paris le había contado muchos chistes a lo largo de los años, pero él sólo recordaba aquél. Era el único que no había podido quitarse de la cabeza.
—Por qué es malo ser un pene —movió las caderas al entrar para rozar un punto nuevo de ella.
Olivia soltó un grito de placer.
—No, pero eso no importa ahora. Quiero que...
—Es malo ser un pene porque tienes un agujero en la cabeza.
Ella frunció los labios y se aferró a él.
—Nunca lo había pensado de ese modo.
—Pues hay algo peor. Tu dueño siempre te está estrangulando.
El fruncimiento de labios dio paso a una media sonrisa. Ella apretó las caderas de él con los muslos y se mordió el labio inferior.
—¿Qué más?
—Te encoges con agua fría.
Hubo una risita estrangulada.
—Y tienes que salir siempre con dos pelotas.
La risita dio paso a una carcajada. ¡Por todos los dioses, cómo le gustaba el sonido de su risa! Era pura y mágica, lo inundaba como una caricia, era un postre para sus oídos. Aeron se sentía como un rey por haber podido producirle esa reacción.
—Pues tu pene puede salir conmigo siempre que quiera.
«¡Ojalá!».
—Cariño —dijo—. Mi preciosidad.
«Nuestra. Aprende a compartir».
Ella cerró los ojos de nuevo y soltó un grito. Se agarró al cabecero, apretó los pechos en el torso de él y respondió con fiereza a todas sus embestidas. Su cuerpo lo apretaba, húmedo, cálido y suave como la seda. Él la embistió más y más deprisa, incapaz de detenerse. Tenía que oír sus gritos de abandono, tenía que derramar su semilla en ella. Tenía que marcarla como deseaba.
Empezó a agitarse bajo él y a gritar su nombre una y otra vez. Aeron no veía, oía ni olía otra cosa que no fuera ella, y quería que eso durara siempre. Pero cuanto más la embestía, más se acercaba al final. Sus músculos se tensaron, su sangre se calentó hasta hervir, quemándolo, incapacitándolo para otra cosa que no fuera ella. Sólo existía para ella, ella era todo lo que ansiaba su demonio.
—Te amo —rugió al llegar al orgasmo.
Y Olivia llegó también al orgasmo, estremeciéndose alrededor de su pene, con las manos en la espalda de él y las uñas hundidas en su espalda. Incluso se incorporó un poco y le mordió el cuello. Quizá le hizo sangre. Aeron no lo sabía ni le importaba. Sólo sabía que su cuerpo seguía meciéndose sobre ella, apretando y ardiendo más, y su demonio tarareaba y ronroneaba, tan perdido como estaba él.
Cuando Olivia se quedó quieta, Aeron recuperó el aliento y cayó encima de ella antes de dejarse caer a un lado. Ella se pegó inmediatamente a él y pasaron varios minutos en silencio. Nunca había existido un orgasmo tan intenso, tan apasionado.
Había querido marcarla, pero finalmente había sido él el que había quedado marcado. Ella estaba dentro de él, lo era todo para él. Con ella estaba tranquilo, el demonio estaba tranquilo y la vida era todo lo que había soñado.
—Ha sido... ha sido... —suspiró Olivia con satisfacción. Uno de sus dedos dibujó un corazón en el pecho de él.
—Maravilloso —dijo Aeron—. Tú eres maravillosa.
—Gracias. Tú también. ¿Pero... pero lo que has dicho iba en serio?
«Cuidado». Si le decía la verdad, ella podía decidir quedarse aunque él tuviera que estar con Legión, aunque el fin de él estuviera cerca; y eso la obligaría a presenciar tanto su infidelidad como su muerte. La obligaría a vivir sin él cuando se cumpliera la visión de Danika.
—Sí —contestó. Y maldijo para sí. Pero no se arrepintió. Ella merecía saberlo. Era para él más que sexo—. Te amo.
—Oh, Aeron. Yo te a...
—No digas ni una palabra más, Olivia —gruñó una voz de hombre desde el centro de la habitación.
Ira gritó de furia por la interrupción.
Aeron se puso tenso y miró en busca de una de sus dagas. No se relajó cuando vio a Lysander con las alas doradas extendidas y la túnica blanca brillando a la luz de la luna. El ángel los miraba con furia.
«¿Quién me corta la cabeza?», había preguntado Aeron a Strider.
«Lysander, creo».
—Lysander —Olivia se tapó el pecho con la sábana—. ¿Qué haces aquí?
—Silencio —ordenó él.
—No le hables así —Aeron se levantó y se puso los pantalones—. Dinos lo que quieres y márchate. «Dime que no has venido por la razón que creo. Todavía no estoy preparado».
Lysander lo miró y pronunció las palabras que Aeron más temía oír:
—Quiero tu cabeza y no me iré hasta que me la lleve.