Capítulo 25

OLIVIA caminaba sin cesar dentro de los confines del dormitorio de Aeron. Legión seguía durmiendo, pero llevaba una hora gimiendo, así que sabía que despertaría en cualquier momento. Y ¿no sería genial?

«No puedes rendirte», decía Tentación... Lucifer. Llevaba horas así. «Tienes que conquistar a Aeron».

Para darle así la victoria a un príncipe de la oscuridad, claro. Jamás. Eso era algo contra lo que había luchado toda su vida. La victoria era lo único que importaba, incluso a costa de su felicidad. Y aquél era exactamente el precio. Su felicidad.

«Él te necesita».

—Silencio.

«Será desgraciado sin ti».

—Y se merecerá toda esa desgracia —«¡por todos los dioses!». ¿En qué se estaba convirtiendo? Ese tipo de actitud no le serviría de mucho en el Paraíso. Los ángeles eran tolerantes y pacientes, como le había dicho a Aeron, pero eso no significaba que les fuera a gustar cómo era ella ahora.

«Si te marchas, nunca podrás volver a estar con él».

Ella soltó un gemido. Quería golpear la pared.

—Eres ladrón, embustero y destructor. Déjame en paz, o por mi Deidad que pediré que envíen a Lysander a las profundidades del Infierno a castigarte. Los dos sabemos que concederán mi petición. Tú no puedes molestar a los ángeles.

«Tú ya no eres un ángel».

—Lo seré.

Lucifer gritó con frustración, pero no dijo ni una palabra más.

—Tu voz es muy irritante —murmuró Legión, sentándose. Se frotó los ojos. Seguramente había olvidado cómo se había quedado dormida, pues no saltó sobre ella. O eso, o no le importaba vengarse ahora que sabía que Olivia se marcharía—. ¿Dónde está Aeron?

Olivia se detuvo ante la cómoda y se sentó mirando hacia la cama.

—Atacando el campamento de los Cazadores —¿estaría bien? Había dejado las puertas de la terraza abiertas para que pudiera volar directamente a la habitación, pero habían pasado lo que parecían siglos y él no había aparecido.

Legión bostezó.

—Oh, bueno. Entonces volverá pronto. Mi hombre mata deprisa.

Su hombre. Sí. Ahora lo era. Una vez más, Olivia deseó golpear la pared. Un agujero dejaría algún recuerdo de ella. Un recuerdo que podrían arreglar cuando se hubiera ido, pero...

Eso no importaba ahora.

Una brisa fría bailaba en el aire abierto, pero en los últimos minutos había sentido algo siniestro. ¿Una señal de la presencia de Lucifer quizá, o algo más? Un rastro de humo le quemó los ojos y le secó la garganta.

Quizá la batalla había tenido ya lugar.

¿Aeron estaría herido?

Se lamió los labios y sujetó con dedos temblorosos el frasco que había guardado en el bolsillo de la túnica. El Río de la Vida. Sacó el frasco de cristal y observó el líquido azul. Sólo había usado una gota y quedaban bastantes más. ¿Necesitaría otra gota esa noche? ¿Más de una gota?

De ser así, ¿cuánto tiempo duraría su contenido?

—¿Qué es eso? —preguntó Legión con un bostezo.

Olivia ya no tenía que decir la verdad, así que podía mentir y guardar en secreto el agua curativa. Pero no permanecería mucho más tiempo allí y quería que los Señores tuvieran acceso a su contenido.

Explicó lo que era mientras se acercaba de mala gana a la diablesa. Extendió la mano con el precioso frasco.

—Toma, quiero que lo tengas tú.

—De eso nada —Legión le apartó la mano con un gesto.

El frasco cayó en la cama y Olivia puso los brazos en jarras.

—¡Legión!

—Tu Río de la Vida ha arruinado nuestro suministro de agua. No podemos ni bañarnos porque una sola gota de esa basura ha contaminado uno de nuestros cinco arroyos.

—¡Qué lástima! Sólo tienes que procurar que los Señores lo usen con cautela. Cuanto más dure, más veces podrás traer de vuelta a Aeron desde el borde de la muerte.

—¿Puede salvar a Aeron? —Legión tomó el frasquito y se lo guardó en el escote—. Lo usaré con cautela. Lo prometo.

Olivia la creyó. Si había alguien que podía encargarse de la salud de Aeron y asegurarse de que él fuera lo primero, ésa era Legión.

«Tendría que haber sido yo».

Se acercó a la terraza, pero no llegó a salir, sino que apoyó la cabeza en el marco de la puerta. La luna seguía alta, dorada todavía, pero las estrellas estaban escondidas detrás de aquella película de humo. Ya no podía ver las luces de la ciudad, sólo árboles y la colina. Su preocupación aumentó.

«Necesitas una distracción».

—¿Por qué amas a Aeron? —no pudo evitar preguntar.

Hubo una pausa.

—Juega conmigo. Procura que esté contenta. Me protege —Legión probablemente no se daba cuenta, pero su voz sonaba a la defensiva.

Se abrió la puerta del dormitorio y Olivia se volvió, con el corazón golpeándola con fuerza en el pecho.

—¿Aeron?

No contestó nadie, porque no había nadie. Y con la puerta completamente abierta, pudo ver que el pasillo también estaba vacío. La brisa debía de ser más fuerte de lo que pensaba. ¿Cuándo volvería Aeron?

Las otras mujeres estaban reunidas en el ático con Gwen, la esposa de Sabin, en calidad de protectora. Torin había explicado que era por si alguien entraba a través del suelo. Algo que Olivia no había entendido aunque él lo había mencionado en un mensaje. En cualquier caso, le gustaba Gwen, le había gustado desde el primer momento en que la había visto en la fortaleza, asustada de estar allí, odiando lo que era. Ahora Gwen estaba segura de sí misma. Feliz. «Como quiero estar yo».

Había agradecido su oferta de reunirse con las demás, pero no había querido dejar a Legión durmiendo indefensa. Y cuando Gwen había sugerido que la llevaran también, había vuelto a rehusar. Era su última noche en la fortaleza y no quería pasarla con un grupo de mujeres que no la conocían de verdad. Le preguntarían por Aeron, y en ese momento no podía soportarlo.

Además, Torin vigilaba cada centímetro de la casa. Daría la alarma si se acercaba alguien que no fuera un Señor.

Se acercó a cerrar la puerta con un suspiro y volvió a la entrada de la terraza. Al pasar miró a Legión, que seguía sentada en la cama y se observaba las uñas como si no pudiera creer lo bonitas que eran.

¿Dónde habían dejado la conversación?

—Si amas a alguien —dijo Olivia—, quieres que sea feliz, ¿verdad?

—Ah, sí. Por eso me voy a acostar con Aeron. Para hacernos felices a los dos.

¿Olivia había sido alguna vez tan ignorante?

—No. Eso te hará feliz a ti. Él piensa en ti como en una hija. Al obligarlo a hacer eso, lo vas a destrozar. Vas a hacer que se regodee en la culpa, igual que hacen sus tatuajes, le recordarás constantemente lo que es, lo que ha hecho y lo que nunca podrá tener.

Las uñas de Legión se clavaron en la sábana.

—¿Y crees que tú puedes hacerlo feliz?

—Sé que puedo —repuso Olivia con suavidad. El modo en que habían hecho el amor esa última vez... eso no había sido sólo por placer. Había sido un encuentro de almas. Una promesa de lo que nunca podría ser—. Él me necesita.

Detrás de ella sonó una risa masculina.

—Vaya, vaya. Un Señor del Submundo enamorado de un ángel. No puedo creer mi suerte.

Olivia se volvió con los ojos muy abiertos. No reconocía la voz, por lo tanto no podía ser Lucifer. No vio a nadie en la habitación. Genial. Otro atormentador invisible. ¿Quién era esa vez? ¿Aquello era una venganza por todas las veces que había espiado a Aeron sin ser vista?

—¿Quién ha dicho eso? —preguntó Legión.

—¿Lo has oído?

Unas manos fuertes se posaron de pronto en los hombros de Olivia, la empujaron fuera y la obligaron a mirar el cielo. Antes de que pudiera resistirse, las manos la empujaron por encima de la barandilla, que había reparado ella en ausencia de Aeron, y empezó a caer.

Por primera vez en su vida, le aterrorizó caer.

—El agua —gritó a Legión—. No olvides el...

Algo duro le cerró la boca. Otro «algo», igual de duro, le rodeó la cintura y la apoyó en una pared sólida. Se colocó en horizontal y empezó a subir y subir.

Un hombre. La sostenía un hombre. No era Aeron y no era Lysander. De él emanaba peligro. Ella luchó por liberarse con todas sus fuerzas, arañando la piel que no podía ver pero sí sentir, dando patadas a las piernas que descansaban encima de las suyas.

—Yo que tú no haría eso —dijo la misma voz de la habitación.

—¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí?

Atravesaron una capa de nubes, que los escondieron de la vista.

—Estoy muy dolido. Creía que mi reputación me precedía.

Galen. El mayor enemigo de Aeron. Había encontrado la Capa de la Invisibilidad. Aeron se lo había dicho a Torin. Por eso había entrado en la fortaleza sin ser detectado; así era como se había colado en la habitación de Aeron.

Así era como arruinaría lo que quedaba de su vida.

Torin no tenía cámaras en los dormitorios, pero había cámaras fuera de ellos y esas cámaras la habrían grabado saltando y volando. Cualquiera que viera las imágenes, pensaría que simplemente había vuelto al Cielo. A menos que Legión les contara lo que había pasado, Aeron asumiría que le había mentido. Pensaría que se había ido sin despedirse.

La sangre se congeló en sus venas. Tenía que convencer a Galen de que la llevara de vuelta.

—No sé lo que esperas conseguir, pero te aseguro que no lograrás tu deseo. A Aeron no le importo nada. Me va a dejar marchar.

—Eso lo dudo mucho, pero tú no eras la razón por la que yo estaba en la fortaleza. Tú has sido simplemente un último recurso.

—¿Y qué es lo que esperas conseguir?

Él la estrechó con más fuerza.

—¿De verdad crees que te voy a contar mis secretos?

—¿Me vas a hacer algo? Al menos dime eso.

—¿Y estropear la sorpresa? —soltó una risita—. No. Prefiero mostrártelo —cerró las alas y empezaron a caer.

Aeron despertó con un sobresalto. Un momento antes estaba inmerso en un dolor ardiente que reducía sus órganos a cenizas y de pronto lo había cubierto una lluvia fresca. Una lluvia fresca que había reconocido al instante. El Río de la Vida. Olivia estaba allí y había vuelto a curarlo.

Pero, cuando enfocó la vista, vio que era Legión la que se inclinaba sobre él y reprimió una ola de decepción.

—Ha funcionado —sonrió ella, contenta—. Funciona de verdad.

Aunque él quería preguntarle por su ángel caído, no podía hacerlo sin causar todo tipo de problemas.

—¿Los otros? —su voz era más ronca que de costumbre, y no por la inhalación de humo. El agua lo había curado. Pero pensar en Olivia lo llenaba de necesidad.

—¿A quién le importa? —Legión bajó un dedo por el pecho de él. Sus ojos estaban nublados por el deseo. No, era determinación lo que se agitaba en sus profundidades—. Ahora que te has curado, tenemos asuntos pendientes.

Él la agarró por la muñeca y le apartó la mano.

—Los otros, Legión. ¿Cómo están?

Ella suspiró.

—Siguen enfermos, ¿vale? Pero se pondrán bien ellos solos. Estoy segura.

No con aquellas balas esparciendo veneno en sus cuerpos.

—¿Me estás diciendo que no les han dado el Río de la Vida? —quizá Olivia estaba ahora ocupándose de eso, del bienestar de sus amigos. Muy propio de ella.

—No —el rostro de Legión estaba cada vez más tenso—. Y ahora, ese asunto inacabado...

¡Maldición! La iba a obligar a preguntárselo.

—¿Olivia tiene el frasco?

Al fin, Legión renunció a su intento de seducción y apartó la vista. Al menos no había explotado de rabia al oír el nombre de Olivia.

—No —dijo—. Porque se ha terminado. Lo siento.

Imposible. La última vez que él la había usado, había suficiente para salvar a todo un ejército. Aeron se sentó en la cama y se pasó una mano por el rostro. Si Olivia no tenía el agua, eso quería decir que la tenía Legión, puesto que acababa de dársela a él y era la única que había allí.

¿Pero por qué...? La respuesta era evidente. Hizo una mueca. Por supuesto. Ella quería guardar el resto para él.

—¿Por qué no te pones algo más cómodo? —sugirió ella.

No había terminado con la seducción, después de todo. Él se estremeció.

—Dame el frasco y deja de intentar acostarte conmigo. Sé que tenemos que hacerlo, pero no ahora.

Ira se movió en el interior de su cabeza; se desperezó y bostezó.

—No, yo...

—Legión. Voy a renunciar a mi vida por salvar la tuya. Lo menos que puedes hacer es darme el frasco.

Ella frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—Hablas como si... no sé, te estuviera arruinando la vida.

Él enarcó una ceja. Su silencio fue suficiente respuesta y la rabia de la diablesa aumentó. Una vida sin Olivia sería una vida arruinada. «Legión es tu niña mimada. No puedes odiarla». Muy bien.

—Dame el frasco o te daré la azotaina que te mereces.

Ira ronroneó.

¿Al demonio le gustaba la idea de castigarla? Nunca había sido así.

—Muy bien —gruñó ella. Sacó el frasco de entre sus pechos—. Sólo una gota para cada uno, nada más.

—Prometido —dijo él, que sabía que no necesitarían más de una gota.

Tomó el frasco azul, tan frío que parecía sacado del frigorífico. Él seguía empapado en sangre y cubierto de hollín de la cabeza a los pies. Tenía los vaqueros desgarrados y no llevaba camiseta.

—Quédate aquí —su sangre fluía más deprisa y su fuerza se intensificaba a cada paso que daba hacia la puerta.

—Si vas a buscar al ángel —dijo Legión—, debes saber que se ha marchado.

El ronroneo terminó.

Aeron se volvió.

—¿Marchado? ¿A otra habitación?

—No. Se ha ido de la fortaleza.

No. No. No podía haber hecho eso. Le había prometido quedarse hasta que volviera y hablaran.

Ira permanecía muy callado.

—Veo que no me crees —Legión suspiró—. Saltó por la terraza y se alejó volando. Ni siquiera me dijo que te dijera adiós. Lo cual es de mala educación, ¿sabes?

«¡No!».

La protesta de Aeron se superpuso a la del demonio. Salió al pasillo. Legión debió de seguirlo, pues de pronto estaba a su lado e intentaba detenerlo agarrándolo de la mano.

Él no aflojó el paso.

—¡Olivia! —llamó.

«Paraíso».

—Ya te lo he dicho. Se ha ido. Se ha ido para siempre.

Aeron se soltó y apretó los puños. Olivia no era una mentirosa. Aunque su voz ya no poseyera aquel tono de verdad, no le habría mentido. No estaba en su naturaleza. Él lo sabía. La conocía. Tenía que haber ocurrido algo. Qué, no lo sabía, pero lo descubriría.

—¡Olivia!

Ira gimió.

«La encontraremos».

Paró al primer guerrero que encontró, a Strider, le puso el frasco en las manos y le dio instrucciones.

—Aeron —dijo Legión con una nota de desesperación en la voz—. Por favor. De todos modos la vas a perder. Y tú ya puedes devolverme ese frasco cuando termines, Strider, o me aseguraré de que nunca tengas hijos.

Aeron volvió a su habitación y se cargó de armas.

—No importa si la voy a perder —Olivia, la única mujer a la que perseguiría nunca, estaba allí fuera en alguna parte—. Es mía. Nuestra —añadió, antes de que Ira protestara—. Y no descansaremos hasta que regrese.