Capítulo 17

OLIVIA arrancó una tira de tela de la parte inferior de su túnica y vendó el hombro de Aeron. A continuación sacó una de las dagas de la funda atada al tobillo del guerrero. «Yo lo protegeré cueste lo que cueste». Igual que había hecho él por ella.

Se acuclilló delante de Aeron esperando que llegaran sus amigos. O Cazadores. Si se acercaba alguien que no fuera un Señor, no vacilaría en atacar. Era la primera vez que se sentía de verdad como un guerrero.

También era la primera vez que se había sentido tan más segura de sí misma y tan asustada, a la vez, por el hombre que había a su lado. Él había encajado balas otras veces; ella lo había visto. Había sido apuñalado, golpeado y cortado con cuchillos y flechas. Pero nunca había reaccionado así. No se había puesto pálido ni había empezado a gemir y temblar. No había seguido sangrando y debilitándose.

Pasaban los minutos y en no cambiaba nada en Aeron. ¿Dónde estaban los Señores? Tenían que darse prisa, y no sólo por el bien de su guerrero. Si esperaban mucho, llegaría el atardecer y Scarlet se despertaría. Y se enfadaría mucho.

No sobreviviría nadie.

Al menos la voz tentadora se había callado en cuanto salió de la fortaleza. Pero aquello era sólo un pequeño alivio. Los animales se amontonaban ahora a través de las flores y arbustos, llamando quizá la atención de la gente que pasara por allí. ¿Intentaban acercarse a ella o a Aeron? No recordaba haberlos visto acercarse a Aeron antes, pero no se le ocurría por qué los conejos, pájaros, ardillas, gatos e incluso un perro iban a buscarla a ella.

—Largo —susurró; no quería que resultaran heridos si de verdad había pelea.

Ellos no se movieron. Se acercaron más. A ella. O sea que los atraía ella... ¿Por qué?

—Tenéis que iros.

Crujió una rama y guardó silencio.

El perro gruñó y los gatos bufaron, pero ninguno se alejó. Se acuclillaron, preparados para lanzarse al ataque.

Olivia apretó los labios y dejó de respirar. ¿Quién había allí? ¿Señores o Cazadores? Le temblaba la mano que sostenía la daga. «Por Aeron», pensó, preparándose como los animales. Ahora se alegraba de que se hubieran quedado a su lado.

Dos hombres atravesaron el follaje y al principio ella no los reconoció. Estaba demasiado agitada, decidida a salvar al hombre que... ¿amaba? Pero cuando se lanzaba contra uno de ellos, se le adelantó el perro.

—¡Ay! ¡Fuera de aquí, perro sarnoso! —gruñó el hombre.

Ella reconoció la voz; era William, pero no tuvo tiempo de bajar la daga. Afortunadamente, justo antes de que se la clavara, una mano la agarró con fuerza por la muñeca y la hizo girar.

—Quieta, Olivia —dijo una voz, seguida de una risita. Era Paris—. Suelta la daga, ¿vale?

A ella la embargó el alivio y soltó el arma.

—¡Y dile a este chucho que se largue! —gritó William.

—Son amigos míos —le dijo Olivia al perro—. Ya estoy a salvo.

El perro soltó el tobillo de William y todos los animales se alejaron como si fuera aquello lo que estaban esperando, que les asegurara que estaba a salvo.

—Gracias —les dijo, agradecida.

—Ahora que William ha sido recibido como se merece —rió Paris—, creo que debemos irnos —miró a Aeron con preocupación. Se agachó, le pasó un brazo por debajo y se lo cargó al hombro—. ¿Cuánto tiempo lleva así?

—Demasiado.

William se acercó cojeando a Scarlet e hizo lo mismo, aunque él la acunó en sus brazos como si fuera un tesoro precioso.

—Al menos me ha tocado el paquete bonito —dijo.

—Sí, buena suerte con ella —repuso Paris—. Yo diría que he salido ganando. Al parecer, está poseída por Pesadilla.

William puso los ojos en blanco.

—¿Y eso es malo?

—Si no te gusta que te ofrezcan tus propias pelotas en bandeja, yo diría que sí, que es malo.

—Ven con papaíto —dijo William; apretó a Scarlet con más fuerza.

Olivia los escuchaba mirando a uno y a otro.

—Ya basta. Ha habido Cazadores aquí, ¿vale? Este lugar es peligroso. Además, a Aeron le pasa algo. Lo quiero en la cama.

—Claro, claro —asintió William—. Eso lo hemos sabido desde el principio. Pero tendrás que esperar a que se despierte para ese deporte. Aunque cuando acabes con él, me gustaría pasar un rato contigo y enseñarte lo que es estar con alguien que sabe lo que hace y todo eso.

Ella apretó los puños. ¿Aquel hombre no se tomaba nada en serio?

—Estamos listos —Paris movió la cabeza a un lado.

Por fin.

—Vámonos.

Juntos atravesaron los matorrales y los dos hombres se pusieron en alerta. En un solo segundo parecían haberse convertido en otras personas. En el escondite habían bromeado; pero ahora eran soldados, endurecidos y capaces de todo.

Olivia había visto muchas veces ese cambio en Aeron, pero no lo había apreciado de verdad hasta ese momento.

Aeron. Valiente y herido. ¿Adónde iría ella cuando pasaran los nueve días y se lo quitaran? ¿Qué haría? Dudaba de que aquellos hombres la invitaran a seguir con ellos. ¿Y querría ella hacerlo? Aeron ya no estaría allí y su recuerdo acecharía en todos los rincones.

Por segunda vez le irritó que tuvieran tan poco tiempo para estar juntos. Quizá hubiera un modo de salvarlo... Sí. Seguramente. Su Deidad era el creador del amor. En realidad, su Deidad era el amor. Querría que dos personas que se amaban estuvieran juntas, ¿no?

Pero todavía no estaba plenamente segura de que amaba a Aeron. Admirarlo sí. Excitarse con él y anhelar sus caricias, sí. ¿Pero morir en su lugar? No estaba segura. Había renunciado a todo por estar con él, a todo excepto a su vida.

¿Podría hacerlo?

Además, al morir por Aeron, tendría que morir también por Legión. Porque ella sabía que Aeron no sería feliz sin la pequeña tirana. Y si él iba a vivir, ella quería que fuera feliz. Pero la idea de morir por aquella embustera embaucadora no le parecía bien.

Además, Aeron también tendría que amarla a ella, Olivia. Y por el momento no había duda de que no era así.

Suspiró y subió al Cadillac que William y Paris habían llevado. Aeron iba tumbado en el asiento de atrás y ella tomó su cabeza en el regazo. Paris se sentó al volante y William se instaló en el asiento del acompañante con Scarlet todavía en brazos. Era la primera vez que Olivia subía a un coche, cosa que había esperado con impaciencia. Pero ahora no le importaba. Tenía muchas cosas en la cabeza.

La muerte era algo en lo que no había pensado. Siempre había existido y ella había sabido que existiría siempre. Ahora podía morir. No para salvar a alguien, sino simplemente porque la golpeara un coche. ¿Cómo le hacía sentir eso? No lo sabía. Sólo sabía que morir, sin haber conocido todo lo que quería, era aborrecible. ¿Pero después? Estar sin Aeron lo sería más aún.

Había visto morir a miles, millones de humanos. Ni una sola de esas muertes le había afectado, pues habían sido simplemente parte del ciclo de la vida. Todo comienzo tenía un final. Quizá por eso al principio no había recibido muy mal la idea de perder a Aeron. Sólo sería una muerte más en la larga lista de muertes que había presenciado.

Ahora era algo personal. Lo conocía íntimamente, lo había besado y saboreado. Había sentido placer con él. Había dormido en sus brazos, acurrucada a su lado. Él la había protegido. Podía haberse metido en el ataúd, pero no lo había hecho. La había metido a ella para asegurarse de que saliera ilesa en vez de él.

Por lo tanto, había estado dispuesto a morir por ella. ¿Por qué? De nuevo, no se hizo la ilusión de que la amara.

Volvió a suspirar y le acarició la cabeza. Su pelo corto le hacía cosquillas en la piel. Más tarde invocaría a Lysander y le preguntaría todo aquello y también por qué había visitado a Aeron. Él no podría mentirle. Y si le decía algo malo, algo que destruyera su esperanza de un futuro con aquel hombre maravilloso... ¿qué? Tragó saliva.

—No deberíamos dejar a Gilly en ese piso —dijo de pronto William, sacándola de sus pensamientos—. No con tantos enemigos zumbando por aquí como mosquitos.

—En primer lugar, Aeron necesita llegar a casa. Y en segundo, ella está mejor allí, separada de nosotros —repuso Paris—. Los Cazadores no saben...

William golpeó el salpicadero con la mano.

—No estoy de acuerdo, Promiscuidad. Sabían lo de Scarlet, ¿y qué contacto hemos tenido con ella? Casi ninguno. ¿Cuánto hemos tenido con Gilly? Demasiado. Y con Rea en ese equipo, no podemos dejarla sola. Además, Aeron es inmortal. Aguantará. Así que, insisto, no podemos dejarla allí sola.

—¡Mierda! Tienes razón.

—Siempre la tengo.

—La recogeremos de camino a la fortaleza.

—Estará en clase —repuso William.

Paris lanzó una maldición.

Olivia pensó en protestar. Quería que un médico viera a Aeron lo antes posible, pero ellos tenían razón. Gilly era humana y necesitaba protección.

—¡Mierda! —repitió Paris—. Está en la Escuela Internacional Americana en Budapest y está situada en el Campus Nagykovácsi, creo. Es bastante distancia.

—Vale la pena.

William tenía una ternura extraña en la voz cuando hablaba de la chica. Pero ella era demasiado joven para él. Demasiado joven para todos los hombres de la fortaleza. Si Olivia se veía obligada a apartar al guerrero de ella, no le gustarían sus métodos. Sus métodos incluían una daga y una bolsa de plástico.

«¿Piensas en abrazar la vida guerrera que tan fácilmente descartaste?».

—Dudo de que se alegre de vernos —dijo Paris.

—Habla por ti. Anya dice que le gusto —William parecía orgulloso de eso.

—Es una niña —le recordó Olivia. «Y me da igual si me considero o no guerrera, agarraré una de las dagas de Aeron y...».

William giró en su asiento y la miró con una sonrisa de picardía.

—Ya lo sé, pero en lo referente a mis encantos, ya te darás cuenta de que la edad no importa. El género tampoco. Soy irresistible.

—¿Cuáles son tus intenciones con ella?

Él levantó los ojos al cielo.

—No tengo ninguna. Me gusta que me admiren y a ella le gusta admirarme. Eso es todo.

—Bien —Olivia no captó mentira en su voz. Aun así, no quería correr riesgos—. Ha llevado una vida dura. El marido de su madre... le hizo cosas —quizá no debería revelar secretos de Gilly, pero sabía cómo infectaban los recuerdos la mente de la chica. Sacarlos por fin a la luz podía ser el primer paso para la curación—. Se lo dijo a su madre, pero ella se negó a creerla. Incluso la acusó de intentar destruir su nueva y maravillosa vida.

—Eso lo sabemos —intervino Paris con gentileza—. Nos lo contó Danika.

—A mí no —musitó William con furia—. ¿Cómo lo sabes tú?

—Una vez me asignaron su cuidado.

El resto del viaje transcurrió en un silencio tenso y opresivo. Finalmente, llegaron a un barrio de casas maravillosas e invitadoras. La zona estaba rodeada de árboles y situada en una colina.

El coche se detuvo en un aparcamiento y Paris miró a William.

—Sólo tardaré un minuto. Cuida del equipaje.

William le puso a Scarlet en el regazo.

—Sólo tardaré un minuto yo. Tú asustas a Gilly y hoy no voy a consentir eso.

—Yo no asusto a las mujeres, les encanto. Además, tú no estás en la lista de familiares que pueden sacarla, yo sí.

William salió del vehículo.

—Eso no me va a detener. ¿Has visto mis ojos? Son eléctricos. Las mujeres me ven y me colocan inmediatamente en todas sus listas.

—Deja de cantar tus alabanzas y date prisa —le dijo Olivia cuando él cerraba la puerta.

William le envió una sonrisa.

Ella lo observó entrar en la escuela mientras acariciaba la frente de Aeron. Éste no mejoraba, incluso empezaba a tener algunas convulsiones. Su frente estaba empapada en sudor y tenía los dientes clavados en el labio inferior.

Como no sabía qué hacer, empezó a cantar. Un cántico dulce de paz y salud. Al momento de empezar al himno, Aeron se relajó.

—¡Por todos los dioses! —susurró Paris.

Ella lo miró.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—No pares —dijo él—. Es hermoso. Mis oídos ya son adictos y necesitan más.

—¡Oh! Gracias —Olivia siguió cantando. Fuera veía que todo tipo de animales salían del bosque y se acercaban al vehículo. Una vez más, Aeron se calmó y ella casi lloró de alegría.

¿Moriría por él? Siguió con el dedo el dibujo de uno de sus tatuajes en la mejilla. Tal vez.

William esperaba a Gilly en la oficina de la directora. La recepcionista la había llamado ya. Él le dijo que se llamaba Paris Lord y ella no puso inconvenientes. Así había eludido el problema de la lista.

La recepcionista era baja y con curvas, de treinta y tantos años, pelo castaño y ojos marrones, ojos que ahora se encargaban de desnudarlo. Algo que le ocurría a menudo y que normalmente le gustaba. En ese momento no. Sólo quería sacar a Gilly de allí; le gustaba aquella chica y no descansaría hasta que estuviera a salvo.

No sabía que había llevado una vida tan terrible y se avergonzaba de sí mismo. Conocía a las mujeres. Las conocía en cuanto las veía. ¿Por qué, entonces, no había visto que Gilly sufría?

Su puñetera madre y su puñetero padrastro. Las dos personas que tenían que protegerla. Pues bien, ahora estaba con él, y se encargaría de que no volviera a ocurrirle nada. Sentía tentaciones de cortarles el cuello a la madre y al padrastro. Quizá regalarle sus cabezas por Navidad.

—¿Es usted el padre de Gilly? —preguntó la recepcionista, que había dejado su puesto detrás del escritorio y estaba ahora enfrente de él en el mostrador.

¡Mierda! No la había visto ni la había oído moverse. Tanta distracción era peligrosa.

—Hermano —repuso, irritado por parecer lo bastante mayor para tener una hija de diecisiete años. Sí, se acercaba a los dos mil, pero no tenía ni una arruga, maldición.

—Oh. Eso está bien —sonrió ella. Le pasó un papel—. Si alguna vez quiere hablar de sus estudios, ahí está mi número. Llame cuando quiera.

—Definitivamente, estaré en contacto —él sonrió también, aunque su sonrisa era forzada. Se guardó el papel, sabiendo que no lo usaría—. La educación es muy importante.

La mujer soltó una risita y él reprimió su irritación.

Mujeres. Eran una bendición y una maldición. El sexo le encantaba. Lo necesitaba, lo ansiaba. Pero el sexo con la mujer equivocada había hecho que lo encerraran. El sexo con las diosas que lo visitaban en la prisión había hecho que lo expulsaran de los Cielos. Aun así, no había detenido a su libido. En realidad, nada detenía a su libido. Ni siquiera la maldición que colgaba sobre su cabeza.

Un día lo tentaría una mujer de gran belleza y poder. Esa mujer lo engañaría para que la amara, luego lo esclavizaría y finalmente lo mataría.

Así estaba profetizado.

Quizá podía evitar a las mujeres y ahorrarse las molestias de esa condena a muerte. Pero ni siquiera eso lo salvaría. Eso formaba también parte de la profecía. Evitar a las mujeres y el sexo simplemente lo condenaría a una muerte mucho más rápida y dolorosa.

El único modo de parar a la mujer sin nombre y romper la maldición estaba escrito en un libro. Un libro que era casi imposible de descifrar, por lo que todavía no tenía la respuesta. Además, la puñetera diosa de la Anarquía estaba en posesión de ese libro y se lo entregaba página a página. Si no quisiera tanto a Anya, la habría odiado por eso.

Pero habían pasado cientos de años en celdas contiguas en el Tártaro y el ingenio de Anya era lo único que lo había mantenido cuerdo.

—¿William? —dijo la voz de Gilly.

Se volvió y la vio al final de un largo pasillo. Era esbelta, morena, de ojos oscuros y más... madura de lo que debería ser ninguna chica de su edad. Eso debería haberle dado la pista.

O quizá lo había captado pero no había querido admitirlo.

Ella llevaba vaqueros, una camiseta y deportivas con un chip de rastreo en la suela, aunque ella no lo sabía. Llevaba el pelo recogido en una coleta y nada de maquillaje.

Aquello no parecía importarle al chico que había a su lado, que la miraba como si estuviera hipnotizado. Pero cuando Gilly pronunció el nombre de William, el chico frunció el ceño. Y cuando siguió la mirada de ella y lo vio, palideció.

¿Novio? ¿O novio en potencia?

Alguien tenía que poner fin a eso. Gilly era demasiado joven y tenía un pasado traumático. Necesitaba estar sola, al menos hasta los cuarenta años.

—Hola, guapa.

Ella avanzó sonriente y se echó en sus brazos. William la estrechó con fuerza un instante y la apartó con gentileza. Le gustaba y quería lo mejor para aquella chica, pero no deseaba alentar su enamoramiento.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella.

El chico se situó a su lado. Era alto para su edad, le llegaba a William a las orejas y tenía pelo castaño y ojos azules.

—¿Quién eres tú? —preguntó William sin ceremonias.

—Corbin, señor.

—¿Qué clase de nombre es Corbin Señor? Y si le haces daño a Gilly, te juro por todos los dioses que yo personalmente...

Gilly le dio un golpe en el hombro.

—Basta. Corbin es mi amigo. Sólo quería comprobar que llegaba bien al despacho.

—Pues eso es admirable —repuso William, sin apartar la vista del chico—. Siempre que su único interés sea protegerte.

Corbin se tiró del cuello de la camisa.

—¿Usted es su... novio o algo así?

—Hermano —repuso William.

—Sí —dijo Gilly.

William la miró y enarcó una ceja. «¿Sí?». Aquello implicaba que tenían que hablar. Pero más tarde. Esa palabra le había causado una opresión en el pecho y antes tenía que averiguar qué significaba esa opresión.

—¿Por qué has venido? —preguntó ella, sonrojándose.

A él no le gustaba haberla avergonzado, pero no podía evitarlo.

—Aeron está herido. Hay problemas en la ciudad y queremos que estés en la fortaleza con los demás hasta que todo vuelva a estar tranquilo.

—¿Aeron? —preguntó Corbin.

—Otro hermano —lo informó William.

El chico abrió mucho los ojos.

—¿Cuántos tienes?

—Muchos —repuso Gilly, con un suspiro de cansancio—. ¿Y tú estarás allí, Liam? ¿En la fortaleza?

Liam. El apodo que le había puesto ella. Antes le gustaba. Ahora lo veía como el apelativo cariñoso que pretendía ser. ¡Oh, sí! Tendrían que hablar. Maldijo su belleza irresistible.

—Sí, estaré allí. Vámonos a casa. Aeron está en el coche y necesita cuidados médicos inmediatos.

A pesar de su miedo a los Señores, Gilly palideció de preocupación, le dio la mano y tiró de él.

—Adiós, Corbin —dijo por encima del hombro.

—Adiós —repuso el chico.

William vio el Cadillac, pero no pudo ver a Olivia a través de los cristales tintados, por no hablar del gran número de ciervos que rodeaban ahora el vehículo. No obstante, no tenía que verla para saber que, si no conseguían llevar a Aeron a la fortaleza sano y salvo, el ángel, a pesar de su bondad, explotaría en un caldero hirviente de furia femenina. Estaba en sus ojos, una pasión imparable esperando estallar. Algo de lo que probablemente ella no sabía que era capaz, pero William sí porque, a diferencia de lo que le había pasado con Gilly, había captado los sueños, miedos y necesidades de Olivia en cuanto la vio.

Aeron lo era todo para ella. Si el guerrero moría, ni siquiera los dioses podrían parar su furia.