Capítulo 12
CUANDO la noche daba paso al amanecer y los ciudadanos comenzaban a despertar y a salir a la calle, Aeron recorría la ciudad con Paris a su lado. Los dos permanecían en las sombras silenciosos. Quizá Paris, que esa vez no había vacilado al elegir compañera (¿significaba eso que empezaba a olvidar a Sienna?) estaba tan sumido en sus pensamientos como Aeron en su camino de regreso a la fortaleza.
Olivia había llorado hasta quedarse dormida y él la había abrazado durante las lágrimas. Cuando al fin se había dormido, la había transportado al piso de Gilly, pensando que todo sería más fácil así. Si ella no quería hablar, él no podría intentar hacerla cambiar de idea.
Pero Aeron no se había marchado inmediatamente. Paris necesitaba tiempo con la mujer elegida, así que se había tumbado al lado de su ángel.
Una vez más, había descubierto que le gustaba abrazarla. Razón de más para librarse de ella. Pero cuando se alejaba de Olivia, con intención de que fuera para siempre, ya no estaba seguro de querer hacerlo. Cierto que no había estado seguro nunca, pero ahora vacilaba en su resolución.
Verla en brazos de Gideon había hecho brotar una vena posesiva que desconocía que tenía. Los incidentes anteriores con William y Paris no habían sido nada en comparación. La idea de Olivia recomendó las calles, decidida a divertirse sola y ofreciéndose a los hombres... Apretó los dientes, algo que hacía cada vez más cuando pensaba en ella.
Un hombre que pasaba le llamó la atención. Un humano. Veintitantos años. Alto. Ira empezó a gruñir pidiendo libertad y transmitiéndole imágenes de manos que golpeaban un rostro lloroso de mujer.
Ira siguió pasándole imágenes y Aeron comprendió que el hombre maltrataba a su mujer.
«Eres una inútil», gritaba el hombre. «No sé por qué me casé contigo. Eras una vaca gorda entonces y eres una vaca aún más gorda ahora».
Por una vez, Aeron no intentó controlarse. ¿Y si Olivia hubiera sido el blanco de esa furia? ¿Y si lo hubiera sido Legión? Permitió que Ira tirara de los hilos sin resistencia, dio media vuelta, corrió hasta el hombre, lo agarró y lo giró en el aire.
—¿Qué puñetas...?
—¡Aeron! —lo llamó Paris.
Él no hizo caso.
—Me das asco, insignificante mierdero. ¿Por qué no pruebas a pegarme a mí?
El hombre palideció; se echó a temblar.
—No sé quién eres ni qué crees que estás haciendo, pero más vale que me dejes en paz, gilipollas.
Seguramente era un turista, o lo habría reconocido.
—¿O qué? —sonrió Aeron con crueldad—. ¿Me vas a volver insultar?
El hombre hizo una mueca. Aeron supo de pronto que llevaba una navaja en el bolsillo. Quería apuñalarlo en el estómago y en el cuello y verlo morir desangrado.
Aeron golpeó sin avisar. El puño derecho impactó en la nariz del hombre. Hubo un gruñido y un aullido de dolor. Saltó sangre. Aeron no se detuvo, sino que lanzó el otro puño contra la boca del hombre y se la partió. El aullido se convirtió en un grito.
Aeron no había terminado.
«No puedes luchar limpio. Tienes que hacerle daño». Ira controlaba plenamente la situación.
A Aeron no le importaba.
Cuando el hombre intentó orientarse y soltarse, lo golpeó en la entrepierna. El hombre se dobló y el aire de sus pulmones salió a borbotones por sus labios ensangrentados. Sin compasión. Aquel bastardo nunca la había tenido. Le dio una patada en el hombro y lo envió volando hacia atrás. Después de eso, tenía ya demasiado dolor para levantarse o intentar defenderse.
Miró a Aeron con ojos llenos de lágrimas.
—Déjame. Por favor, déjame.
—¿Cuántas veces te ha dicho eso mismo tu mujer? —Aeron se dejó caer de rodillas, a horcajadas sobre la cintura del hombre.
Éste intentó retroceder. Aeron apretó las piernas, sujetándolo en el sitio.
—Por favor —la voz del hombre era temblorosa, desesperada.
Aeron golpeó una y otra vez. La cabeza del hombre se movía a izquierda y derecha con cada nuevo impacto. Saltó más sangre. Saltaron también dientes, como trocitos de caramelo. La piel se rasgaba y los huesos se rompían.
Pronto ya no hubo gruñidos ni respingos.
Una mano le dio una palmada en el hombro.
—Ya lo has castigado, puedes parar —dijo Paris detrás de él.
Aeron se quedó inmóvil. Jadeaba y le palpitaban los nudillos. Demasiado fácil. Aquello había sido demasiado fácil. El hombre no había pagado suficiente por el daño infligido. «Pero quizá ha aprendido la lección», razonó una voz dentro de su cabeza. Y si había vuelto la razón, eso implicaba que volvía a tener el control.
—Vámonos a casa —sugirió Paris.
A casa no. No estaba preparado para volver a su habitación y ver la cama donde había besado y tocado a Olivia. Pero se incorporó, dio una última patada en el estómago al hombre y miró a su amigo.
—Necesito un tiempo a solas.
Paris lo observó un momento en silencio y asintió.
—De acuerdo. Y espero que lo aproveches para soltar tensiones, porque ¡caray!
—Eso pienso hacer.
Cuando Paris se alejó, Aeron permaneció un momento en el sitio, intentando controlarse. Ira seguía merodeando por su mente y preparado para atacar a la próxima víctima.
Necesitaba a Legión.
O a Olivia.
Su corazón empezó a latir con fuerza por una razón diferente y tardó un minuto en entender por qué. La excitación mezclada con remordimientos lo golpeaba exactamente igual que habían golpeado sus puños al humano. Olivia no se había despertado cuando la dejó en el cuarto de invitados de Gilly. Ni cuando él dio instrucciones a Gilly para que lo llamara en cuanto se despertara. No, yacía en la cama, adorable, con el pelo alrededor y roncando delicadamente. Le había resultado casi imposible combatir el impulso de volver a tumbarse a su lado, pero lo había conseguido. Se había ido a buscar a Paris.
Quizá debería volver con ella. Miró el cielo esperando que lo guiara, pero su mirada no llegó a las estrellas. En vez de eso, vio unas alas blancas y se paró en seco.
Galen. Jefe de los Cazadores. Falso ángel. Bastardo.
Aeron empuñó automáticamente sus dos dagas y se hundió más en las sombras. No debería haber ido a la ciudad sin una pistola, pero había estado tan distraído con Olivia que no había pensado en nada más. Galen estaba encima de un edificio y observaba las calles con las alas desplegadas.
Si sabía que Aeron lo observaba desde abajo, no dio muestras de ello.
Ira no dejaba de aullar en el interior de la cabeza de Aeron. Galen había cometido demasiados pecados para que el demonio los procesara, pero invadía a Aeron con su necesidad de matar. «Control. Absoluto control». Esa vez no podía perderlo.
Galen se enderezó inesperadamente. Aeron se apretó contra la pared que tenía detrás, seguro de que lo había visto pero poco dispuesto a marcharse. Quizá esa noche pudieran acabar con aquello. Por fin.
Galen saltó y empezó a caer... y caer. Sus alas se extendieron más y aterrizó con suavidad a varios metros de Aeron.
Éste se puso tenso. No podía matar a Galen sin que hubiera terribles consecuencias, pero podía torturarlo antes de encerrarlo. Y después torturarlo aún más.
Pasó un momento y después otro. Galen plegó las alas a la espalda y esperó. No se acercó.
Aeron deseaba con todas sus fuerzas saltar sobre él. Los ataques por sorpresa eran su fuerte, después de todo. Pero se contuvo. A veces combatir no era lo mejor en una guerra. A veces se conseguía mucho más simplemente mirando y aprendiendo. ¿Qué ocurría allí? ¿Qué hacía Galen en Budapest?
Había ido otras veces, claro, pero hacía poco que se había marchado para luchar con un grupo de Señores que habían atacado unas instalaciones en Chicago en las que él educaba a niños mestizos, mitad humanos y mitad inmortales. Todos esos niños habían sido enseñados para odiar a los Señores.
Ahora esa escuela estaba en ruinas. Los Señores habían liberado a los niños y les habían buscado casas. Hogares donde, con suerte, los Cazadores no podrían encontrarlos.
¿Estaría Galen allí para vengarse?
«Castigar», decía Ira.
«Todavía no».
—Por fin —dijo Galen.
Aeron observó la zona, pero no vio acercarse a nadie. ¿Con quién hablaba Galen? ¿Solo? ¿O...?
Unas piernas aparecieron a poca distancia, delante de Galen. Sólo que esas piernas no iban unidas a un torso. ¿Qué puñetas...? Apenas había empezado a formularse la pregunta cuando apareció una cintura, seguida de hombros, brazos... y allí, en la parte interna de la muñeca derecha de la aparición, estaba el símbolo del infinito, la marca de los Cazadores. Por fin apareció la cara y vio a un hombre que sostenía un trozo de tela oscura.
No era un fantasma, pues no lo rodeaba un contorno trémulo. Era un hombre tan real como Aeron. ¿Pero cómo...? «Tela». La palabra resonó en la mente de Aeron, seguida de otra. «Invisible».
Abrió mucho los ojos, atónito. Tela. Capa. ¿La Capa de la Invisibilidad?
—Dámela —Galen tomó la capa y la dobló un par de veces. En lugar de hacer que el material se volviera más corto pero más grueso, cada pliegue disminuía tanto el tamaño como la anchura y pronto pareció que el guerrero sostenía sólo un cuadrado de papel.
Oh, sí. Aquello no podía ser otra cosa que la Capa de la Invisibilidad.
Galen guardó la reliquia en su túnica.
—Aquí hay cámaras —dijo el humano—. No las he encontrado, pero sé que los demonios tienen la ciudad vigilada.
—No te preocupes —rió Galen—. Ya nos hemos encargado de ellas.
¿Ah, sí? ¿Cómo? Las cámaras seguían activas o Torin le habría puesto un mensaje. ¿Quizá habían pirateado el programa y les enseñaban lo que querían que vieran? Eso ocurría en una de las películas que Paris lo había obligado a ver. ¿O podía tratarse del trabajo de fuerzas más poderosas?
Cronos a veces ayudaba a los Señores, así que era razonable suponer que otro dios podía ayudar a los Cazadores.
—¿Has confirmado que hay un ángel entre ellos? —preguntó Galen.
—Sí, aunque ella no parece tan poderosa como tú.
—Pocos ángeles lo son. ¿Y la mitad de las tropas están fuera?
—Sí.
Galen soltó otra carcajada.
—Muy bien. Ahora reúnete con los demás y permaneced escondidos hasta que vuelva. Algunas de nuestras tropas ya lo han hecho e incluso nuestra encantadora reina las ha perdido de vista. Pronto podremos atacar. Y esta vez no tendremos compasión.
«Castigar», gritó Ira de nuevo.
—¿No tendremos compasión? Pero yo creía...
Galen negó con la cabeza.
—Di a los otros que nuestro experimento ha sido un éxito.
La sonrisa del hombre fue lenta pero satisfecha.
—Sin compasión, entonces.
Las alas blancas de Galen se desplegaron, aletearon y se quedaron inmóviles. Galen frunció el ceño.
—A mi hija la quiero viva —y sin más, se elevó en el aire.
Aeron se elevó a su vez. Sus alas estaban completamente curadas y no tendría problemas en seguir...
Galen desapareció de pronto.
«Castigar».
«¡Maldita sea! No puedo».
La Capa había desaparecido y Galen con ella. Lo único que quedaba por hacer era buscar más información. Aunque conseguirla no lo redimiría de aquel fracaso.
Miró al humano que había debajo de él. Avanzaba entre edificios y coches aparcados sin dejar de mirar a su alrededor. Aeron lo siguió. Finalmente, su presa entró en el recién renovado Club Destino, que había cambiado de dueños y se llamaba ahora El Asilo, y no volvió a salir.
¿Los Cazadores se habían instalado allí?
Imposible. A algunos de los Señores les gustaba ir allí, así que Torin había instalado cámaras de seguridad dentro. Habrían captado la presencia del enemigo. Pero...
Quizá no era imposible. Quizá habían alterado las imágenes de las cámaras como habían hecho con las de las calles.
Otras preguntas se formaban en su mente. ¿Qué experimento había sido un éxito? ¿Dónde estaban las tropas de Galen? ¿Quién era su «reina»?
Con Ira gritando todavía en su cabeza, exigiendo que hiciera algo, sacó el móvil y puso un mensaje a Torin. Convoca una reunión en dos horas. Antes tenía que ocuparse de algo. Olivia. Si ella tenía respuestas, se las sacaría. Y mientras tanto, ella podía calmarlo como había sido su primer plan.
Aeron: He descubierto algo. Y he visto a Galen con la maldita Capa de la Invisibilidad.
Torin: Será mejor que nos reunamos en una hora. Si lo que sabes es más importante que el hecho de que el enemigo tenga una reliquia, quiero saberlo lo antes posible.
Aeron: Hecho.
Aeron se guardó el móvil y giró para volver al piso de Gilly, despertar a Olivia y pedir respuestas. Pero a mitad de camino, lo detuvo una figura amenazadora.
Cronos, rey de los Titanes, fruncía el ceño. Como siempre, llevaba una túnica larga blanca y calzaba sandalias. Los dedos de los pies resultaban visibles y tenía las uñas curvadas y amarillentas.
Aun así, Aeron no pudo evitar notar que parecía más joven que antes. Su pelo ya no era gris, sino espeso y de color pajizo. Su rostro casi no tenía arrugas y sus ojos castaños eran más brillantes de lo que recordaba. ¿Qué había causado aquel cambio?
—Mi Señor —dijo, con cuidado de no mostrar su irritación. El dios raramente aparecía cuando lo invocaban, pero no le importaba presentarse en los momentos más inoportunos.
Ira, todavía agitado, no pasó imágenes de Cronos, básicamente porque nunca lo hacía con el dios. Al igual que con Galen, que tenía demasiados pecados para procesarlos todos, se limitaba a mostrar impulsos abrumadores. En el caso de Cronos, no de matar, sino, curiosamente, de robar todo lo que poseía el dios. Un impulso que Aeron no entendía y no había conseguido descifrar.
—Me has decepcionado, demonio.
¿No era así siempre?
—Éste no es un buen lugar para conversar. Los Cazadores...
—Nadie puede vernos ni oírnos. Me he asegurado de ello.
¿Y otro dios se había asegurado de que no pudieran observar a los Cazadores?
—Entonces, por favor, dime por qué te he decepcionado. No puedo vivir ni un momento más sin saberlo.
El dios entrecerró los ojos.
—Tu sarcasmo me disgusta.
Y como Aeron bien sabía, cuando el rey de los Titanes se disgustaba, ocurrían cosas malas. Como que su mente y su demonio se volvieran sedientos de sangre y las vidas de sus amigos corrieran peligro.
—Mis disculpas —inclinó la cabeza para ocultar el odio que seguramente brillaba en sus ojos.
—¿Necesito recordarte que la muerte de Galen es tan importante para vosotros como para mí? Sin embargo, tú has permitido que el ángel te distraiga.
—¿No es eso lo que querías? —no pudo evitar preguntar Aeron.
Cronos movió una mano en el aire.
—¿Crees que hice algún caso a tu ridícula súplica? Yo no quiero que te distraigas, así que ¿por qué te iba a enviar a una mujer que te distrajera?
Él se había preguntado lo mismo.
—Líbrate de ella.
—Ya lo intento —Aeron apretó los puños.
«Quédatela», dijo Ira.
—Inténtalo más —ordenó Cronos.
—Sólo estará aquí diez... no, nueve días más —se acercaba la mañana y había perdido más tiempo sin estar con ella. Lo cual era bueno. Sí, bueno—. Y luego volverá al Paraíso —donde debía estar. Él se aseguraría de ello.
Lo embargó una punzada de tristeza, pero la ignoró. Igual que ignoró el lloriqueo de Ira. Cronos pareció algo apaciguado.
—Si no es así, yo...
—¿Tú qué?
Otra figura apareció de pronto sin previo aviso. Ésa era alta y musculosa, de pelo claro y ojos oscuros. Al igual que Galen, tenía alas. Sólo que las suyas eran de oro puro.
Lysander.
Aeron sólo lo había visto unas cuantas veces. Y, al igual que con Olivia, no había imágenes de hechos terribles en su cabeza ni impulsos de castigo. Pero eso no implicaba que a Aeron le gustara aquel bastardo.
«Es demasiado buena para ti», le había dicho Lysander. «No la mancilles o te enterraré a ti y a tus seres queridos».
Aeron no había sentido al ángel a ningún nivel y detestaba lo impotente que eso le hacía sentirse. Lysander podría haberle cortado el cuello y él no habría podido defenderse.
Olivia tenía razón.
Cronos palideció.
—Lysander.
—Si le tocáis un solo pelo de la cabeza —dijo éste, pasando la vista de uno a otro—, os destruiré.
—¡Cómo te atreves a amenazarme! —Cronos enseñó los dientes con furia—. A mí, que soy poderoso. A mí que soy...
—Un dios, sí, pero se te puede matar —rió Lysander sin humor—. Sabes que yo no amenazo en vano. Oyes la verdad en mi voz. Si le haces daño, yo te destruiré.
Silencio.
Un silencio espeso, pesado.
—Yo haré lo que quiera —dijo al fin Cronos—, y tú no me lo impedirás —pero, en contra de lo que decían sus palabras, desapareció.
Aeron estaba sorprendido. El rey de los Titanes nunca había retrocedido ante nada. Que lo hiciera ahora ante un ángel no le auguraba nada bueno a él, que era mucho menos poderoso.
—En cuanto a ti —Lysander extendió la mano y apareció una espada formada sólo de fuego. La punta de la espada apuntó a la garganta de Aeron antes de que éste tuviera tiempo de parpadear.
Su carne se quemó; achicó los ojos.
—¿Esto es por... mancillarla?
—No tienes ni idea de cómo me gustaría matarte —dijo el ángel—. Fríamente y sin misericordia.
—Pero no lo harás —si fuera a hacerlo, lo habría hecho ya. A ese respecto eran muy similares. Cuando era necesario, los guerreros actuaban sin vacilar. No se detenían a conversar.
—No, no lo haré. A Bianka no le gustaría. Ni a Olivia tampoco —bajó la espada y ésta desapareció—. Quiero que vuelva, pero... a ella le gustas —dijo con disgusto—. Por lo tanto, vivirás. Por ahora. Pero quiero que la hagas desgraciada, que le hagas odiar esta vida mortal y quiero que lo hagas mientras la proteges.
—De acuerdo.
—¿Tan fácilmente? ¿No quieres conservarla?
Querer... sí. En ese instante, ante la idea de perderla para siempre, admitió que una parte de él sí quería conservarla. Al menos un tiempo. Quería ayudarla a divertirse, quería verla sonreír y oírla reír. Quería volver a abrazarla. Volver a besarla. Volver a tocarla. Entrar por fin en aquel cuerpo dulce. Pero no lo haría. Ella estaría mejor en el Paraíso, y él podría volver a su vida. Una vida sin complicaciones ni preocupaciones. Excepto por los próximos intentos de acabar con su vida, claro.
Si ella permanecía en la tierra, sería humana. Frágil. Pronto se marchitaría y moriría. Y él tendría que verlo. Eso era algo que no pensaba hacer con nadie. Ni siquiera con ella. Y menos con ella.
«Mía», gruñó Ira.
—No —se obligó a decir. A Ira y a Lysander—. No quiero conservarla —a diferencia del ángel, él podía mentir sin parpadear.
—¿Pero deseas... mancillarla por completo?
Aeron apretó los labios. No entraría en aquella conversación. Su cuerpo reaccionaba sólo de pensar en acostarse con ella, endureciéndose en los lugares adecuados.
—Veo que sí. Muy bien. Puedes estar con ella... en ese sentido, si es lo que deseáis los dos. No te castigaré por ello, porque nadie sabe mejor que yo que una mujer empeñada en seducir es irresistible. Y nadie conoce a Olivia mejor que yo. Si no lo experimenta todo... —Lysander, el temible ángel, se sonrojó—... no te dejará. Pero después de eso, hazla desgraciada como te he dicho. Convéncela de que te deje sin hacerle daño físicamente y yo haré lo posible por convencer al Alto Consejo Celestial para que os perdonen la vida a tu amiga diablesa y a ti.
Si Lysander se lo proponía, sin duda lo conseguiría. De eso no había duda.
Lo que implicaba que Aeron y Legión vivirían y Olivia estaría a salvo para siempre. Olivia, a la que Lysander conocía mejor que nadie. Aquella afirmación le produjo más sentimientos que ninguna otra... incluida la de perdonarle la vida.
Debería ser él el que mejor la conociera.
—Gracias —se obligó a decir; aunque la palabra sonó como si se abriera paso entre cuchillos afilados.
Lysander retrocedió dos pasos.
—Ahora me iré, pero antes te daré una información que deseas, pues no podrás proteger a mi pupila si no sabes lo que ocurre a tu alrededor. Te has preguntado a menudo por qué Cronos se niega a atacar a Galen por su cuenta. La razón es sencilla. Cronos y su esposa Rea se desprecian mutuamente. Han elegido bandos opuestos en vuestra guerra y han jurado no capturar ni matar a ningún Señor personalmente. Supongo que es su modo de que sea una lucha limpia. Por supuesto, Rea protege e informa a Galen.
«La reina». Una diosa estaba ayudando a los Cazadores... Y no una diosa cualquiera, sino la reina de los Titanes.
Debería haberlo adivinado. Aeron la había visto una vez, cuando los Titanes derrotaron a los Griegos y se apoderaron de los Cielos. Lo habían convocado con la esperanza de que ofreciera información sobre los Señores. Rea parecía tan vieja como Cronos antes, con pelo plateado y piel arrugada. Irradiaba odio y frialdad. Aeron se había quedado sorprendido, aunque en aquel momento estaba más preocupado por las noticias sobre el cambio de guardia en los Cielos que por la mirada fría de la diosa.
—Te daré una información más —dijo Lysander—, porque te ayudará más que ninguna otra. Cronos y Rea son como tú.
¿Como él?
—¿A qué te refieres?
—Son dioses, sí, pero también son Señores. Ella está poseída por el demonio Conflicto y él por Codicia.