Capítulo 3

«TUYA». No debería haber dicho eso.

Olivia quedó paralizada por el horror, con un solo pensamiento en mente: lo había estropeado todo.

No debería haberle dicho la verdad a Aeron. Después de todo, siempre que se había acercado a él en las últimas semanas, la había amenazado con agonía y muerte. No importaba que ella fuera invisible entonces, él sabía que andaba cerca. Cómo, aún no había podido entenderlo. Debería haber sido imperceptible, tan insustancial como un fantasma de la noche. Y ahora estaba allí, en carne y hueso, contando sus secretos, y él probablemente la consideraba aún más peligrosa. Posiblemente la veía como a una enemiga.

De «posiblemente» nada; la veía así. Sus preguntas la herían profundamente. Sí. Lo había estropeado todo. Él ya no querría nada con ella. Nada excepto infligirle la agonía y la muerte prometidas.

«Tú no te has abierto paso desde las profundidades del Infierno para ser sacrificada en esta fortaleza». Había luchado por salir del Infierno para tener una posibilidad con Aeron. A pesar de las probabilidades de fracaso.

«Puedes hacerlo». Después de haberlo observado una y otra vez, tenía la sensación de conocerlo bastante bien. Era disciplinado, distante y brutalmente sincero. No confiaba en nadie aparte de sus amigos. La debilidad no era un rasgo que tolerara. Y, sin embargo, con la gente a la que quería era amable y solícito. Colocaba el bienestar de ellos por encima del suyo propio. «Yo quiero ser amada así».

¡Ojalá él hubiera podido verla antes de que la hubieran echado a patadas del único hogar que había conocido! ¡Ojalá hubiera podido verla antes de que le hubieran quitado la capacidad de volar! Antes de que hubiera anulado su recién adquirida habilidad de crear armas del aire. Antes de que le hubieran quitado su capacidad para escudarse de los males del mundo.

Ahora...

Ahora era más débil que un humano. Después de siglos apoyándose más en las alas que en las piernas, ni siquiera sabía andar normalmente. ¿Y si no podía hacer aquello?

Se le escapó un sollozo. Había renunciado a su hogar y sus amigos a cambio de dolor, humillación e indefensión. Si Aeron la echaba también, no tendría a donde ir.

—No llores —gruñó él.

—No puedo... evitarlo —repuso ella, entre gemidos. Sólo había llorado una vez antes, y también había sido por Aeron, el día que se dio cuenta de que sus sentimientos por él empezaban a ensombrecer su sentido de autoconservación.

La magnitud de lo que había hecho le gritaba ahora como una fuerza oscura en el interior de su cabeza. Estaba sola, atrapada en un cuerpo frágil que no entendía y a merced de un hombre que a veces atacaba terriblemente a la gente. A una gente a la que ella antes, como portadora de alegría, había tenido la responsabilidad de hacer feliz.

—Inténtalo, maldita sea.

—¿Puedes... quizá... no sé... abrazarme? —preguntó entrecortadamente.

—No —él parecía horrorizado.

Ella lloró con más fuerza. Si hubiera estado presente Lysander, su mentor, la habría abrazado y mecido hasta que se callara. O a menos, ella así lo creía, pues la verdad era que nunca había puesto a prueba esa teoría.

¡Pobre y dulce Lysander! ¿Conocía él su marcha? ¿Sabía que no podría volver nunca? Era consciente de que él sabía que estaba fascinada con Aeron y pasaba mucho tiempo observándolo en secreto, incapaz de terminar la terrible tarea que le habían encomendado. Pero Lysander no esperaba que renunciara a todo por él.

Y si había de ser sincera, ella tampoco.

Tal vez debería haberlo sospechado, teniendo en cuenta que sus problemas habían empezado antes de que viera a Aeron por primera vez.

Unos meses atrás, había aparecido un plumón dorado en sus alas. Pero el dorado era el color de los guerreros y ella nunca había deseado ser una guerrera. Aunque serlo elevaba su estatus.

Suspiró al recordarlo. Había tres castas de ángeles. Los Elegidos, como Lysander, que trabajaban directamente con la Única Deidad Verdadera. Habían sido escogidos desde el principio de los tiempos para entrenar a otros ángeles y controlar los sucesos diabólicos. Después, estaban los Guerreros. Estos destruían a los demonios que conseguían escapar de sus prisiones de fuego. Y en último lugar estaban los Portadores de Alegría, como había sido Olivia.

Muchos de sus hermanos habían sentido envidia ante la llegada del plumón dorado. No con malicia, por supuesto, pero por primera vez en su existencia, ella había dudado de su camino. ¿Por qué había sido elegida para ese trabajo?

Le gustaba el trabajo que tenía. Amaba susurrar afirmaciones hermosas en los oídos de los humanos, llevares confianza y placer. La idea de hacer daño a otro ser humano aunque se lo mereciera... la estremecía.

Fue entonces cuando llegaron los primeros pensamientos sobre la caída, sobre empezar una nueva vida. En realidad, eran pensamientos inocentes. Del tipo de «¿qué pasaría si...?». Y, cuando vio a Aeron, se intensificaron. ¿Y si podían estar juntos? Tal vez pudieran ser felices para siempre.

¿Cómo sería ser humana?

Cuando el Alto Consejo Celestial, una institución compuesta de ángeles de cada una de las tres facciones, a llamó a la cámara del tribunal, ella esperaba que la riñeran por no haber destruido a Aeron, pero, en lugar de eso, recibió un ultimátum.

Estaba de pie en el centro de la espaciosa habitación blanca de techo abovedado, con las paredes formando un círculo perfecto. Las columnas se extendían a todo alrededor y hasta la hiedra que subía por ellas era de un blanco inmaculado. Entre cada una de esas columnas había un trono con una figura ocupándolo.

—¿Sabes por qué estás aquí, Olivia? —había preguntado una voz estruendosa.

—Sí.

Aunque temblaba, sus alas no abandonaban en ningún momento su elegancia. Eran largas y majestuosas, con las plumas de un blanco glorioso entrelazadas con ayos de luna dorados.

—Para hablar de Aeron del Submundo.

—Hemos sido pacientes durante semanas, Olivia —la voz inexpresiva resonaba como un tambor de guerra dentro de su cabeza—. Te hemos dado incontables oportunidades para demostrar tu valía. Y has fallado todas las veces.

—Yo no pretendía hacerlo —fue la respuesta temblorosa de ella.

—No hay mejor modo de llevar alegría que salvar a los humanos del mal. Y eso harías al llevar a cabo esta tarea. Es tu última oportunidad. O acabas con la vida de Aeron o nosotros acabamos con la tuya.

Olivia sabía que la amenaza del consejero no pretendía ser cruel. Simplemente los Cielos eran así. Una sola gota de veneno podía arruinar un océano y por eso había que acabar con todas las gotas corrosivas antes de que llegaran a las olas. Pero había protestado de todos modos.

—No podéis matarme sin la bendición de la Única Deidad Verdadera. Y él no os la dará. Él es todo amor. Ama a su gente, a toda su gente. Hasta a los ángeles confundidos.

—Pero podemos enviarte lejos y acabar con la vida que conoces —la que hablaba entonces era una mujer, pero su voz resultaba igual de dura.

Por un momento, a Olivia le había costado trabajo respirar y en sus ojos habían bailado chispas de luz brillantes. ¿Perder su lugar? Acababa de comprar una nube nueva más grande. Había prometido hacer el turno de un amigo llevando alegría para que él pudiera irse de vacaciones... y ella no había roto nunca una promesa. Aun así, había insistido:

—Aeron no es malvado. No merece morir.

—Eso no te toca a ti decidirlo. Violó una ley antigua y debe ser castigado por ello antes de que otros crean que pueden hacer lo mismo sin consecuencias.

—Dudo de que sepa que lo ha hecho —ella abrió los brazos—. Si le permitierais verme y oír mi voz, yo podría explicarle...

—Entonces seríamos nosotros los que violaríamos una ley antigua.

Cierto. La fe se basaba en el principio de que uno creía lo que no podía ver. Sólo los Elegidos podían mostrarse en el plano mortal, pues a veces recibían la área de recompensar a la gente por esa fe.

—Lo siento —inclinó la cabeza—. No debería habeos pedido eso.

—Estás perdonada —replicaron ellos al unísono.

El perdón allí se concedía siempre con mucha facilitad. Bueno, menos cuando se violaban los mandamientos. ¡Pobre Aeron!

—Gracias —dijo ella.

El problema era que... Aeron la atraía. Parecía muy temible, con su piel tatuada, pero cuando lo vio por primera vez, sintió deseos demasiado fuertes para ignoraros. ¿Cómo sería tocarlo? ¿Cómo sería ser tocada por él? ¿Conocería por fin la alegría que ella llevaba a otros?

Al principio aquellos pensamientos le habían avergonzado. Y cuanto más conocía a Aeron, más fuertes se habían vuelto esos deseos... hasta que sólo había podido pensar en caer y estar con él.

Al fin se había dicho a sí misma que era aceptable sentir aquello por él porque, a pesar de su aspecto y a pesar de lo que decía el Consejo, era bueno y sincero. Y si era bueno y sincero, ella podía hacer lo que hacía él y era también buena y sincera. Más aún, estaría bien porque él, que era un protector, la protegería. De otros y de si misma.

Pero si lo mataba, pasaría el resto de la eternidad sin saber nunca cómo habría podido ser una experiencia con él. Se arrepentiría. Lloraría.

Por otra parte, salvarlo implicaba renunciar a todo lo que conocía. Era algo más que perder su casa y sus alas. Se vería atrapada en un mundo donde el perdón no siempre se concedía, donde la paciencia raramente se recompensaba y la grosería era un modo de vida.

—Es tu primer asesinato, así que no entendemos tu renuencia, Olivia. Pero no puedes permitir que esa renuencia te destruya. Tienes que superarla o pagarás el precio para siempre. ¿Qué vas a elegir?

Aquél había sido el último esfuerzo del Consejo por salvarla. Pero ella había levantado la cabeza y pronunciado las palabras que llevaban semanas ardiendo en su interior... las palabras que la habían sacado de allí. Antes de que el miedo la hiciera cambiar de idea.

—Elijo a Aeron.

—¿Mujer?

La voz dura sacó a Olivia del pasado; era una voz más profunda y rica que ninguna otra y... necesaria. Parpadeó y miró a su alrededor. Un dormitorio que conocía de memoria. Espacioso, con paredes de piedra cubiertas de cuadros de flores y estrellas. El suelo estaba formado de madera oscura y pulida, con una alfombra rosa suave. También había una cómoda, un tocador y un vestidor.

Muchos se habrían burlado de aquel guerrero fuerte y orgulloso por tener una habitación tan femenina, pero Olivia no. Aquello simplemente probaba la profundidad de su cariño por Legión.

¿Habría sitio en su corazón para una más?

Lo miró. Seguía al lado de la cama, mirándola con... No, con sentimiento no. ¿Y cómo culparlo? Debía de estar horrible. Las lágrimas se habían secado en sus mejillas, dándole una sensación de piel tensa y caliente. El pelo colgaba revuelto y la tierra manchaba su piel.

Él, en cambio, estaba muy atractivo. Alto y musculoso, con unos increíbles ojos de color violeta bordeados de pestañas negras. Su pelo moreno iba cortado casi al cero y ella se preguntó si rascaría la mano al acariciarlo.

Aunque él no le iba a permitir acariciarlo.

Estaba cubierto de tatuajes, incluso en los planos bien esculpidos del rostro. Cada uno de los tatuajes describía algo terrible. Apuñalamientos, estrangulamientos, quemaduras, sangre... mucha sangre... muchos rostros esqueléticos retorcidos de dolor. Sin embargo, entre tanta violencia, había dos mariposas de color zafiro, una en las costillas y otra en la espalda.

Había notado que los demás Señores sólo tenían una mariposa tatuada, una marca de su posesión por demonios, y se había preguntado a menudo por qué Aeron tenía dos.

Más que nada, él despreciaba la debilidad. ¿Las mariposas no le recordaban su locura? Y, ya puestos, ¿los demás tatuajes, los violentos, no le recordaban las cosas terribles que lo había obligado a hacer su demonio?

En cuanto a Olivia, ¿por qué aquel hombre no le repelía como habría repelido a cualquier otro ángel? ¿Por qué seguía fascinándola?

—Mujer —repitió él, ahora impaciente.

—¿Sí?

—No me escuchas.

—Perdona.

—¿Quién quería matarme y por qué?

En lugar de contestar, Olivia le suplicó:

—Siéntate, por favor. Mirarte así hace que me duela el cuello.

Al principio pensó que no le haría caso. Luego la sorprendió acuclillándose con expresión más gentil. Finalmente, sus miradas quedaron a la par y ella pudo ver que tenía las pupilas dilatadas. ¡Qué raro! Aquello normalmente les ocurría a los humanos cuando estaban contentos. O enfadados. Y él no estaba ninguna de ambas cosas.

—¿Mejor? —preguntó Aeron.

—Sí. Gracias.

—Me alegro. Ahora contéstame.

¡Qué mandón! Pero a ella no le importaba. La recompensa era demasiado grande. Ahora podía verlo sin esfuerzos mientras hablaba con él, como había soñado tantas semanas con hacer.

—El Alto Consejo Celestial te quiere muerto porque ayudaste a escapar a un demonio del Infierno.

Él frunció el ceño.

—¿Mi Legión?

¿Su Legión? Olivia asintió. Hizo una mueca. No estaba acostumbrada al dolor, ni físico ni mental, y no sabía cómo soportarlo.

O quizá sí lo sabía. Los humanos producían adrenalina y otras hormonas que los adormecían un tanto. Quizá ella también producía esas cosas ahora que era humana. Cada vez se sentía más agradablemente distanciada de su nuevo cuerpo y sus desconocidos dolores y sentimientos.

—No comprendo. Legión ya se había liberado cuando nos conocimos. Yo no hice nada para ganarme la ira de nadie.

—En realidad, sí lo hiciste. Sin ti, ella no habría podido alcanzar la superficie, porque estaba unida al Inframundo.

—Sigo sin comprender.

A Olivia se le cerraron los ojos, pesados de pronto, pero se obligó a abrirlos.

—En su mayor parte, los demonios sólo pueden salir del Infierno cuando son invocados. Es una pequeña metedura de pata que no vimos hasta que era demasiado tarde. Bien, pues cuando son invocados, su vínculo con el Infierno se rompe y en su lugar quedan vinculados al que los invoca.

—Pero yo no invoqué a Legión. Ella vino a mí.

—Quizá no la invocaste conscientemente, pero en el momento en que la aceptaste como tuya, fue como si lo hubieras hecho.

Él cruzó y descruzó las manos, un gesto que ella sabía que hacía cuando intentaba no perder el control. Quizá sí estaba enfadado.

—Legión tenía todo el derecho a estar aquí. Yo soy demonio y llevo miles de años haciéndolo sin castigo.

Cierto.

—Pero tu demonio está atrapado dentro de ti. Por lo tanto, tú eres su Infierno. Legión está libre, puede ir y venir como le place. Lo que significa que no tiene Infierno, y eso desafía todas las reglas celestiales.

Veía que él se disponía a discutir y pensó que quizá lo entendería si le explicaba los orígenes del Infierno.

—Los demonios más poderosos fueron en otro tiempo ángeles. Sólo que cayeron. En realidad, fueron los primeros en caer y sus corazones quedaron ennegrecidos, con todo el bien borrado de ellos. Por eso, en vez de perder sus alas y sus poderes, fueron castigados con sufrimiento eterno. Una tradición que ha continuado con sus vástagos. No puede haber excepciones. Los demonios tienen que estar vinculados a algún tipo de Infierno. Los que rompen el vínculo tienen que morir.

En los ojos de Aeron aparecieron chispas rojas.

—¿Estás diciendo que Legión no tiene Infierno y que debe morir por eso?

—Sí.

—¿También estás diciendo que en otro tiempo fue ángel?

—No. Los demonios aprendieron a procrear en el Infierno. Legión es una de esas creaciones.

—¿Y piensas castigarla aunque no haya causado ningún daño?

—Yo no. Pero sí. Aun así.

—Entiéndeme bien. No permitiré que le suceda nada malo.

Olivia guardó silencio. No le mentiría y le diría lo que quería oír, que Legión y él estaban ya a salvo y el Cielo había olvidado su crimen. Antes o después, alguien iría a hacer lo que ella no había sido capaz de llevar a cabo.

—Legión no merecía estar allí —gruñó él.

—Eso no te tocaba a ti decidirlo —repuso Olivia con suavidad. Y le produjo un mal sabor de boca saber que sus palabras eran un eco de lo que el Consejo le había dicho a ella.

Aeron respiró hondo.

—Tú has caído. ¿Por qué no te han arrojado al Infierno?

—Los primeros ángeles que cayeron dieron la espalda a la Única Deidad Verdadera, y de ahí sus corazones ennegrecidos. Yo no le he dado la espalda, simplemente he elegido otro camino.

—¿Pero por qué te enviaron a mí como verdugo? Hace miles de años hice cosas más terribles que sacar a una pequeña diablesa del Infierno. Todos nosotros las hicimos.

—El Consejo acordó con los dioses que tus hermanos y tú erais los únicos capaces de albergar y quizá controlar a los demonios escapados. Como ya he dicho, vosotros sois su Infierno, y ya habéis sido suficientemente castigados por esos crímenes.

La expresión de él se volvió victoriosa, como si acabara de pillarla en una mentira.

—Ira quedará libre en el momento de mi muerte, huyendo así de su supuesto Infierno. ¿Qué pasa con eso? ¿Todavía pensáis matarme?

—En otro tiempo nos prohibían matar a los Demonio Supremos, y eso es lo que es Ira. Luego escaparon de las profundidades y nos obligaron a cambiar las reglas. Así que... yo tenía que matar también a Ira.

La expresión victoriosa de Aeron desapareció.

—Tú has caído. Lo que significa que no estabas de acuerdo con la orden de matarnos a mí, a mi demonio y a Legión.

—Eso no es verdad del todo. Creo que no hay que matarte a ti, cierto. Y tampoco a Ira, puesto que el demonio es parte de ti. Pero no creo que se deba permitir a Legión vivir en este mundo. Ella es un peligro en más de un sentido que todavía desconoces y muy posiblemente causará muchos daños. Yo he caído porque...

—Querías libertad, amor y diversión —repuso él con burla—. ¿Por qué te eligieron para esta misión? ¿Habías matado antes?

Ella tragó saliva. No quería admitir lo que había pasado, pero sabía que le debía una explicación.

—Reyes... ha visitado muchas veces los Cielos debido a su mujer, Danika. Yo lo vi una vez y lo seguí aquí, curiosa por ver la vida que podía llevar un guerrero poseído por un demonio.

—Espera. Tú seguiste a Reyes.

—Sí.

—Seguiste a Reyes —repitió él, furioso.

—Sí —susurró ella. Seguramente tendría que haberse callado esa parte. Sabía lo protector que se mostraba Aeron con sus amigos y probablemente cada vez la odiaba más—. Pero no le hice nada. Pasé los días posteriores merodeando por aquí —«siguiéndote. Deseándote»—. Me eligieron porque conocía tus costumbres mejor que nadie.

¿O quizá los miembros del Consejo habían percibido su deseo cada vez mayor por él y habían pensado que, si era ella la que eliminaba a Aeron, eliminaría también aquel deseo? No lo sabía, pero se había hecho esa pregunta a menudo.

—Para que lo sepas, Reyes ya tiene una mujer —Aeron enarcó una ceja, alterando así el dibujo de almas fantasmales en la frente. Almas que aullaban camino de la condenación—. Pero eso no importa. Quiero saber cómo me habrías matado.

Ella habría formado una espada de fuego, como le había enseñado Lysander, y le habría cortado la cabeza. Le habían enseñado que ésa era la muerte más rápida que podía llevar a cabo un ángel. La más rápida y la más misericordiosa, pues acababa antes de que sus víctimas pudieran sentir dolor.

—Hay modos —dijo.

—Pero tú has caído y ahora no puedes completar tu misión —repuso Aeron—. Enviarán a otro en tu lugar, ¿verdad?

Al fin empezaba a comprender. Ella asintió.

Aeron hizo una mueca.

—Como ya he dicho, no permitiré que le ocurra nada a Legión. Ella es mía y yo protejo lo que es mío.

Olivia sintió un fuerte anhelo de ser suya. Después de todo, por eso estaba allí. Mejor vivir un momento con él que una vida entera con otro ser.

Le habría gustado que fuera más de un momento, sí, pero sólo tenían eso. Cuando llegara su sustituto, y llegaría, Aeron moriría. Las circunstancias eran así de sencillas. Aeron estaría indefenso contra un contrincante al que no podía ver, oír ni tocar. Un contrincante que podría verlo, oírlo y tocarlo a él.

Y conociendo la justicia celestial como la conocía, su sustituto sería Lysander. Olivia había fallado y su mentor sería responsable de su fracaso.

Lysander no vacilaría en asestar el golpe final. Nunca vacilaba. Cierto que era distinto ahora que se había emparejado con Bianka, una arpía y descendiente por tanto del propio Lucifer. Pero si no mataba a Aeron también caería. Tendría que renunciar a su eternidad con Bianka, y eso era algo que el guerrero de élite no haría. Bianka lo era todo para él.

—Gracias por la advertencia —Aeron se puso en pie.

—De nada. Pero hay algo que me gustaría a cambio. Me gustaría quedarme aquí —dijo Olivia—. Contigo. Puedo ayudarte con tus tareas de limpieza, si quieres —había visto muchas veces a Aeron limpiar la fortaleza, manifestando con gruñidos su odio por aquella tarea.

Él se inclinó a desatarle las muñecas, con movimientos tan tiernos que apenas le produjeron dolor.

—Me temo que eso no es posible.

—¿Pero por qué? No causaré ningún problema. De verdad.

—Ya los has causado.

A Olivia empezó a temblarle de nuevo la barbilla. «Todavía piensa librarse de mí». Miedo, confusión y desesperación la bombardeaban. Enterró el rostro en la almohada, pues no quería que Aeron la viera. Ya estaba en suficiente desventaja con respecto a él.

—Mujer —gruñó él—. Te he dicho que no llores.

—Pues no hieras tú mis sentimientos —las palabras de Olivia sonaron apagadas por el algodón que apretaba con los labios... y sí, también por las lágrimas.

—¿Herir tus sentimientos? Deberías agradecerme que no te haya matado. Tú me has causado un montón de problemas este último mes. No sabía quién me seguía ni por qué. Mi fiel compañera no ha podido estar conmigo y ha tenido que regresar a un lugar que aborrece.

Un lugar en el que merecía estar, a pesar de la afirmación anterior de Aeron.

—Lo siento —y era cierto. Él perdería pronto todo lo que valoraba y no había nada que ninguno de los dos pudiera hacer para impedirlo.

«No pienses así o empezarás a llorar de nuevo».

Aeron suspiró.

—Acepto tus disculpas, pero eso no cambia nada. No eres bienvenida aquí.

¿La perdonaba? Por fin un paso en la dirección correcta.

—Pero...

—Aunque has caído sigues siendo inmortal, ¿no? —no le dio tiempo a responder. Su túnica se había arreglado sola y él probablemente pensaba que también sus heridas—. Mañana estarás bien. Y entonces te quiero fuera de esta fortaleza.