Capítulo 9

«ES débil, es prácticamente humana. Peor que humana», se recordó Aeron cuando sus lenguas se enredaron. Pero no consiguió que le importara. Más tarde se arrepentiría, pero por el momento sólo deseaba... a ella. Olivia. Una mujer a la que Legión despreciaba, una mujer a la que acababan de dar una paliza, aunque, si había de ser sincero, debía admitir que se había defendido bastante bien hasta que él la había distraído... y una mujer a la que echaría de la fortaleza muy pronto.

El modo en que conquistaba a Ira lo ponía nervioso. En ese momento, el demonio ronroneaba, disfrutando con lo que pasaba. Impaciente por lo que se avecinaba.

«Estúpido». Olivia era una distracción que no podía permitirse. En eso no había mentido. No podía perder tiempo preocupándose por ella, salvándola cuando se metía en líos... y se metería. No sería capaz de defenderse sola. La mujer estaba decidida a «divertirse» a cualquier precio.

Cualquier otro hombre habría estado deseando ayudarla con eso. William, por ejemplo. ¡Bastardo!

«Mía. Ella es mía».

¿Ira reclamando algo? Risible.

«Tuya no, y desde luego, mía tampoco». Pero... ¡oh, cómo le hubiera gustado que lo fuera!

Con su ropa nueva, mostraba piel exuberante y curvas peligrosas. Ambas cosas eran pecado por derecho propio, pura tentación que ningún hombre podía esperar resistir. Ni siquiera él. Ella quería un beso y algo en él lo había empujado a dárselo. Por una vez, no había tenido fuerzas para apartarse. Sólo había podido besarla, abrirle los dientes con la lengua y tomar aquella dulzura, aquella inocencia. Tomar todo lo que pudiera de aquel beso.

Y ella sabía... sabía a uvas, un sabor dulce con sólo una leve acidez. Sus pezones estaban duros y cada pocos segundos se arqueaba hacia arriba para rozar su núcleo en la erección de él. Sus manos, en contraste, se deslizaban en el pelo de él con suavidad y su beso era gentil.

Sería una amante tierna, justo como a él le gustaban.

Nunca había entendido por qué algunos de los otros guerreros iban con mujeres que arañaban y mordían, incluso durante el acto más íntimo. Él nunca había querido hacer eso. ¿Por qué llevar la violencia del campo de batalla al dormitorio? No había ninguna razón lo bastante buena. Para él no.

Sus amantes pasadas, las pocas que se había permitido, habían esperado más intensidad por su parte de la que él había estado dispuesto a darles. Probablemente porque tenía pinta de motero, era un guerrero y un asesino y no retrocedía ante nada. Pero él no les había permitido que lo empujaran a ser más rápido o más duro.

Para empezar, era demasiado fuerte y ellas demasiado débiles. Podía romperlas fácilmente. Además, un paso más rápido y más duro podía despertar a su demonio y Aeron se negaba a participar en un triángulo con una criatura a la que a veces no podía controlar. Podía romper a sus compañeras pasando de amante a castigador.

Excepto... Si era completamente sincero consigo mismo, había un deseo, por pequeño que fuera, de empujar a Olivia más allá de todos los límites, de llevarla al borde de su propio control, hasta el punto de que ella atacara, suplicara e hiciera lo que fuera necesario para alcanzar el clímax.

El ronroneo de Ira aumentó de volumen.

¿Pero qué le ocurría? ¿Y qué le pasaba a su demonio? Con tanta interacción, debería tener miedo de hacerle daño a Olivia más de lo que había temido hacer daño a otra. Pero no era así. Profundizó el beso, tomando más de lo que probablemente ella estaba dispuesta a dar.

«Sí. Más».

La voz de Ira era un susurro, pero sirvió para devolverlo a la realidad. Levantó la cabeza de Olivia.

«Esto no va a ser un baño de sangre. Tú deberías estar callado».

«Más».

Aunque el demonio siempre había estado callado con Legión y ella lo había calmado como lo calmaba Olivia, nunca había querido besarla.

¿Por qué respondía de ese modo a Olivia, a un ángel?

El demonio gimió como un niño mimado al que le niegan su golosina preferida.

«Más Paraíso. Por favor».

¿Más... Paraíso? Aeron abrió mucho los ojos. Por supuesto. Para Ira, Olivia debía de representar un lugar en el que el demonio no sería nunca bienvenido, lo que hacía que lo inalcanzable pareciera posible. Aunque, si había de ser sincero, Aeron nunca había sospechado que el demonio quisiera visitar el hogar de los ángeles. Los ángeles y los demonios eran enemigos.

Y quizá se equivocaba. Pero no había nada más que explicara el afecto del demonio por ella.

—¿Aeron? —Olivia abrió sus hermosos ojos azules y se lamió lentamente los labios rojos y húmedos—. Tus ojos... tus pupilas... pero no estás enfadado.

¿Qué pasaba con sus pupilas?

—No, no estoy enfadado.

¿Por qué pensaba ella que sí?

—Estás... excitado, ¿verdad? —los labios de Olivia se curvaron en una sonrisa—. ¿Por qué has parado? ¿Lo hago mal? Dame otra oportunidad, por favor, y prometo aprender a hacerlo.

Él se apartó un poco más y parpadeó.

—¿Éste es tu primer beso?

Lo sabía. «No sé lo que se hace», había dicho ella. Pero no había interiorizado la verdad hasta ese momento. ¿Los ángeles permanecían inocentes incluso en aquello? Ahora entendía que Bianka hubiera elegido quedarse en el Cielo con Lysander. Aquello era... embriagador.

Olivia asintió. Sonrió.

—¿No lo has notado? ¿Creías que tenía experiencia?

No exactamente, pero no quería estropear su alegría. Además, le gustaba demasiado su inexperiencia. Le gustaba ser el primero, el único. Le gustaba la sensación de posesión que lo invadía y consumía.

Una posesión que era mala a muchos niveles.

—Quizá deberíamos...

—Repetirlo —se apresuró a decir ella—. Estoy de acuerdo.

Inocencia e impaciencia envueltas en un exterior tan hermoso. ¡Oh, sí! Embriagador.

—No era lo que iba a decir. Quizá deberíamos parar —antes de que le enseñara mucho más que un beso.

Antes de que se introdujera a sí mismo y a Ira en un paraíso. Un lugar del que quizá nunca quisieran salir.

—Pero esta vez —añadió ella como si él no hubiera hablado—, yo estaré encima. Siempre he querido probar eso. Bueno, desde que te conozco.

Era más fuerte de lo que parecía y consiguió empujarlo de espaldas. Sin esperar permiso, se sentó a horcajadas sobre su cintura. Su falda era tan corta que se le subía por los muslos y dejaba ver el tanga azul, a juego con el top.

La boca se le hizo agua a Aeron y puso las manos en las rodillas de ella. Las separó para frotarla contra su erección. ¡Maldición! No debería hacer aquello.

«Más».

Ella echó atrás la cabeza con un gemido y su pelo sedoso le hizo cosquillas en el estómago. Sus pechos se lanzaron hacia delante, con los pezones duros y visibles a través del top. Estaba claro que no llevaba sujetador.

Después, lo miró y su intensa mirada lo quemó hasta el alma.

—Cuando te he dicho que necesitaba una distracción, no era broma. El ataque de Legión me ha recordado lo que me hicieron los otros demonios. Y quiero olvidarlo, Aeron. Necesito olvidarlo.

—¿Qué te hicieron? —preguntó él, aunque le había dicho una vez que no quería saberlo.

Ella negó con la cabeza.

—No quiero hablar de eso. Quiero besar.

Se inclinó, pero él volvió la cara.

—Dímelo —de pronto era más importante enterarse de eso que encontrar placer.

—No —ella hizo un mohín.

—Habla —descubriría la verdad y la vengaría. Así de sencillo.

Ira gruñó. Estaba de acuerdo.

El ángel soltó un gemido.

—¿Quién iba a pensar que un hombre preferiría hablar a hacer... otras cosas?

Aeron apretó los dientes. ¡Qué mujer tan terca!

—Aunque nos besemos, no... me acostaré contigo —dijo. La advertencia de Lysander eligió aquel momento para resonar en su cabeza. «No la mancilles o te enterraré a ti y a tus seres queridos».

Se puso tenso. ¿Cómo podía haber olvidado una amenaza así?

—No te he pedido que te acuestes conmigo, ¿verdad? —preguntó ella—. He dicho que sólo quiero otro beso.

Tal vez fuera verdad o tal vez no. Sí, su voz afirmaba que lo era, pero él se negaba a creerlo. No quería creerlo. Aunque jamás admitiría eso en voz alta. Si se acostaba con ella, como ella parecía querer, esperaría más. Las mujeres siempre esperaban más, las complaciera o no. Y él no podía darle más. No sólo a causa de su mentor, sino porque no necesitaba complicaciones.

«Más».

—Si te vuelvo a besar —dijo—, después no te abrazaré.

Se dijo que un beso no era «más». Un beso no era algo que mancillara. Un beso era sólo un beso y ella estaba encima de él.

—No cambiará nada entre nosotros —sería bueno que ella entendiera eso ya—. Y espero que me digas lo que te hicieron.

—Soy una mujer segura y agresiva, así que me parece bien que no cambie nada entre nosotros —dijo ella con un encogimiento de hombros—. Después de todo, abrazarse no es prioritario. Pero ¿hablar de lo que pasó? Eso no puedo prometerlo.

¿La mujer «segura» y «agresiva» de verdad no querría acurrucarse a su lado y abrazarlo después? ¿De verdad lo quería para un beso y nada más? Aquello le encantaba. De verdad. No le producía ninguna decepción. Ni la más mínima.

—En este momento sólo quiero usar tu boca y tu cuerpo —añadió ella, sonrojándose. ¿Quizá no estaba tan segura de sí como parecía?—. Pero no te preocupes. Sólo me frotaré un poco contigo. Así que, si hemos terminado con esta conversación, me gustaría seguir con ello.

A pesar de la decepción de él... ah, no, del placer, de que estuviera dispuesta a besarlo sin esperar nada más, el fuego se fue extendiendo por sus venas, que pronto eran como ríos de lava, con todos los músculos ardiendo también. ¿Usar su cuerpo? Por favor, por favor, por favor.

«He dicho más».

¡Qué extraña mezcla de inocencia y hedonismo era ella!

¡Qué extraña mezcla de renuencia y entusiasmo era él!

Debería parar aquello ya, antes de que perdiera el control por completo.

Control. Maldición. Tenía que mostrar control y actuar racionalmente. De hecho, tenía que hablar firmemente consigo mismo y con su demonio y salir de allí.

—Cómo tú misma has dicho, podrías haber muerto hoy —dijo sombrío. Nada le alteraba tanto como pensar en la muerte—. Eres fácil de romper.

—¿Y?

—¿Y? —él movió la cabeza. Como los humanos a los que observaba, a ella no parecía importarle. No se arrodillaba para implorar más tiempo; obviamente, no tenía intención de hacerlo. Apretó la mandíbula con fuerza. Ella debería estar suplicando.

—¿Hemos terminado de hablar? —preguntó Olivia—. Si no, creo que puedo tocarme yo. Antes me ha gustado. A lo mejor me vuelve a gustar —sin esperar respuesta, se tomó los pechos y gimió—. ¡Oh, sí! Me gusta.

Aeron tragó saliva.

—No, no hemos terminado de hablar. ¿Por qué no te da miedo morir?

—Todos los seres y todas las cosas tienen un final —dijo ella sin cesar sus toqueteos—. A ti te van a matar pronto y aunque odio pensarlo, tampoco me ves llorando por eso. Sé lo que ocurrirá y acepto lo que no se puede cambiar. Intento vivir mientras puedo. Mientras podemos. Regodearse en lo malo es lo que destruye la alegría.

Él sintió moverse un músculo debajo de su ojo.

—No me van a matar.

Ella se quedó inmóvil; parte del resplandor desapareció de su expresión.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No podrás derrotar al ángel que envíen a sacrificarte.

—Pues dime otra cosa. Tú renunciaste a tu inmortalidad a cambio de diversión e inmediatamente viniste corriendo a mí. Eso significa que esperas que yo te dé esa diversión. ¿Por qué esperas eso, por qué renuncias a tanto y confías tanto en mí si me van a destruir?

Ella sonrió con tristeza.

—Prefiero estar con alguien un tiempo corto a no estar en absoluto.

Su afirmación recordó a Aeron lo que había dicho Paris la noche del tejado. No le gustó. Él no era el que estaba equivocado en aquello. Los equivocados eran ellos.

—Hablas como un amigo mío. Un hombre muy tonto.

—Entonces he sido una tonta por no haberlo elegido a él. Es mejor un tonto que juega el partido que uno que permanece en el banquillo.

Aeron hizo una mueca. «No se te ocurra pensar en estar con nadie más».

Ira también estalló. No contra Olivia, sino contra Paris. El demonio pasó imágenes de la cabeza del guerrero en una bandeja... la cabeza sin el cuerpo.

Aeron se puso serio. «Oh, no, de eso nada. Dejarás en paz a Paris».

«Ella es mía».

«No, mía», saltó él. Y enseguida se dio cuenta de lo que había hecho. «Es decir, no nos pertenece a ninguno. Ya te lo he dicho. ¿Y ahora quieres hacer el favor de callarte?».

—¿Hemos terminado de hablar ya? —uno de los dedos de Olivia recorría su estómago plano y se detuvo en el ombligo—. ¿O podemos hablar de algo más interesante? —se mordió el labio inferior, pensativa—. Oh, ya sé de lo que podemos hablar. ¿La gente puede morir de placer?

¡Oh, no! Ella no había preguntado aquello.

«No la mancilles».

—Nunca lo sabremos.

Se sentó en la cama con intención de apartarla a un lado y dejarla allí. Sola. Excitada pero sola. El deseo de asesinar a su amigo no había conseguido disminuir su necesidad, y el recuerdo de la amenaza de Lysander tampoco. Su única opción era retirarse.

—Bueno, puede que tú no, pero te prometo que yo pienso descubrirlo.

Aeron se quedó paralizado. ¿Hasta dónde iría aquel ángel para descubrir la verdad? Le palpitó el pene. La imagen de ella tumbada con la mano entre las piernas y los dedos hundiéndose dentro lo consumía.

—Tengo que irme.

«¡Quédate!», ordenó Ira.

Y se quedó. Se quedó como si estuviera encadenado a la cama; no necesitó nada para dejar de luchar.

—Puedes irte cuando terminemos. Sólo entonces —Olivia le echó los brazos al cuello y le clavó las uñas en la piel—. Ya sé qué hacer ahora —acercó la boca de él a la suya y le metió la lengua.

¡Oh, sí! Aprendía deprisa.

Sus labios cubrieron los de él y sus dientes se rozaron. El calor... la humedad. Consumían, destruían su resolución. Todo lo que necesitaba, todo lo que ansiaba. Expulsaban de su cabeza todos los pensamientos menos uno: «Termina».

«Sí. Sí. Más».

Ella gimió y él tragó saliva. Y cuando volvió a frotarse contra él, Aeron notó lo mojada que estaba, incluso a través de los pantalones. Su gentileza desapareció. Se arqueó para recibirla. Como eso no fue suficiente, le agarró el trasero y la obligó a moverse más deprisa, con más fuerza. Más hondo.

—Quiero que me toques por todas partes —musitó ella—. Quiero saborearte por todas partes.

—Yo primero. Yo... —no, no, no, no. «No la mancilles, no la mancilles».

Ella le mordisqueó la barbilla y fue bajando por su cuello.

«Sí, por favor. Mancíllala todo el día, toda la noche», volvió a exigir Ira.

«Más. Sí. Más. ¡No! Maldición. Amenázala, Ira. Eso hará que salga corriendo».

«Más».

«¿Es que no sabes otra palabra?».

«Más, maldito seas».

Aeron gimió. Nadie quería cooperar con él.

—¿Por qué yo?

Se giró y colocó a Olivia boca arriba, con la intención de acabar con aquella locura. Pero en vez de ello, lamió el hueco entre su cuello y su hombro. Su pulso vibraba en aquel punto y parecía demasiado delicioso para ignorarlo. Hombre tonto. Demonio estúpido. Mujer hermosa.

Sus manos parecieron moverse por voluntad propia y le acariciaron los pechos. Un gran error. Eran perfectos, con los pezones más duros de lo que esperaba. «Continúa con la conversación. Aparta las malditas manos».

—Yo debo de ser todo lo que despreciáis los de tu clase —le dijo a Olivia después de todo, sus actos malvados estaban grabados en su cuerpo a la vista de todo el mundo.

—Tú eres la bondad que conozco y el placer que anhelo —ella lo abrazó con sus piernas—. ¿Cómo no me vas a gustar?

«Mierda. Mierda. Mierda».

—No soy bueno —comparado con ella, no. Ni probablemente comparado con nadie. Si supiera la mitad de las cosas que había hecho o la mitad de las cosas que haría, saldría corriendo—. ¿Cómo puedo ser bueno para alguien como tú? Tú eres un ángel —un ángel que lo tentaba como nadie.

«Paraíso».

—Soy un ángel caído, ¿vale? Y estoy un poco harta de oír hablar de los de mi clase. Es irritante. ¿Y sabes lo difícil que es irritar a un ángel? ¿Incluso a uno caído? —pasó las manos por la espalda de él, por las ranuras que ocultaban sus alas. Introdujo un dedo y encontró las delicadas membranas—. Lo siento si mi castigo hiere tus sentimientos, pero... No, no lo siento.

Lo acarició y un rugido de bendición salió de los labios de él. Tuvo que agarrarse al cabecero para no golpear algo, tanto lo embriagaba el repentino flujo de placer. Perdido. Estaba perdido. Ya no podría resistirse.

El sudor bañaba su piel y su sangre se calentó un grado más. Nadie nunca... Era la primera que alguien... ¿Cómo había sabido ella hacer eso?

—Otra vez —ordenó.

«Más», asintió Ira.

Los dedos de Olivia rozaron de nuevo las alas ocultas. Y de nuevo rugió él de placer, incapaz de resistirse. El primer contacto había quebrado sus pensamientos. El segundo había logrado que sólo tuviera una cosa en mente: «Termina».

¿Más que un beso? Claro que sí. Él se lo daría.

«Más, más, más».

Olivia levantó la cabeza y pasó la lengua por uno de los pezones de él.

—Mmm. Siempre he querido hacer eso —volvió a lamerlo una y otra vez. Pero pronto ya no se conformó con ello y lo mordisqueó.

Aeron se dejó morder. Algo que nunca había permitido a otra mujer. No podía detenerla. Y en realidad, tampoco quería detenerla. A la porra con el control.

Ella volvió su atención al otro pezón. Esa vez no lamió, sólo mordió. Él se sorprendió anticipando la caricia, impaciente por sentirla. Y no le recordaba en absoluto las venganzas de Ira, como siempre había asumido que sucedería. Ni siquiera le recordaba su primera vez con una mujer, como también había asumido. Una vez que prefería olvidar. No le recordaba a nada, sólo era una muestra de la excitación intensa e incontrolable de su compañera.

Y él quería más.

«Más».

Soltó el cabecero y se giró una vez más para colocar a Olivia encima. Ella fue bajando por su estómago, arañando la piel con las uñas. Él agarró el dobladillo de su top y se lo sacó por la cabeza, dejando libres sus magníficos pechos. Antes sólo los había tocado a través de la barrera de la tela, pero ahora vio los pezones y sintió hambre. Apartó la vista para no devorarla. El estómago de ella era hermoso y suave.

Oh, sí, suave. Colocó las manos en su piel cálida y sus tatuajes casi resultaban obscenos en una mujer tan delicada, pero no pudo obligarse a apartarlas.

«¿Dónde está ahora tu preciosa fuerza, eh?».

Había desaparecido, igual que su sensación de control.

Ella entrelazó los dedos con los suyos y miró el contraste que hacían. Inocencia y perversidad.

—Hermoso —susurró.

¿Lo creía así?

—Creo que me voy hacer un piercing —dijo ella, rozando la mano de él con la yema del dedo.

—¿Dónde? —preguntó él.

—En el ombligo.

—No —«sin mancillar». Una joya hermosa brillaría en su piel y atraería constantemente la vista. Le haría la boca agua. Haría que quisiera lamerla allí y luego ir bajando. Mancillando.

—No vas a hacer eso. Eres un ángel.

—Caído —la sonrisa de ella era maliciosa—. Pensaba que habíamos dejado de hablar. Sobre todo porque estábamos haciendo algo que me gusta mucho y que quiero volver a hacer. Saborear —retrocedió encima de las piernas de él y le lamió el ombligo.

Aeron se relajó. Aquella lengua traviesa era caliente y los dientes afilados, pero ya era adicto a las sensaciones que creaban. «Más». Esa vez la súplica era suya. Quizá todas lo habían sido.

Hasta que... los dedos de ella tocaron el botón de los vaqueros y se impuso la realidad. «Acabarás». No podía permitirlo. Había demasiado en juego.

Odiaba la realidad.

«Racional. Sé racional». Le agarró la muñeca para detenerla.

—¿Qué haces? —¿aquella voz pastosa era suya?

—Quiero ver tu... —ella se lamió los labios y volvió a sonrojarse—. Tu pene.

Él casi se atragantó con la lengua. «Sin mancillar. Racional».

—Y luego quiero chuparlo —añadió ella con un leve temblor en la voz.

¡Por todos los dioses! Alguien tenía que decirle a Lysander que ya estaba mancillada a medias, y que él no tendría la culpa si terminaba el trabajo.

—Tú no me harás eso.

«Idiota».

¡Vaya! Su demonio conocía otra palabra.

Ella le pasó los dedos por el estómago y alrededor del pezón; la mano le temblaba igual que la voz.

—Pero quiero hacerlo. Lo deseo mucho.

—Eres un ángel —repitió Aeron por enésima vez. Y él podía ser un asesino, pero no era un libertino.

«Podrías serlo». ¿El demonio?

Sí, quería serlo.

—No —repitió para todo el mundo. Para sí mismo, para Olivia y para Ira. «Ahora vuelve a tu rincón», gritó al demonio. «Ya no eres bienvenido aquí», aunque Ira se había portado bien.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que he caído?

—Sí, pero yo no seré responsable de tu ruina.

Ella achicó los ojos y le golpeó el pecho con el puño.

—Muy bien. Como mujer segura y agresiva, sé que puedo encontrar a otro. Quería que fueras tú, pero en los últimos días he aprendido que no siempre conseguimos lo que queremos. William coquetea conmigo y está claro que le gusta el sexo.

Cuando se levantó como si de verdad quisiera cumplir su amenaza (y tal vez quería), Aeron soltó un rugido de rabia y la agarró del brazo. Volvió a lanzarla sobre la cama.

William no la tocaría. Jamás.

La cubrió con todo su peso.

—Que no te deje hacerme cosas no significa que yo no te vaya a hacer cosas. Yo ya estoy perdido —mientras hablaba, subió la mano por el muslo de ella. Suave... cálido...

«Mía».

Otra reclamación de Ira, pero esa vez no podía protestar. Ella separó las rodillas automáticamente. ¿Cálido? No. Caliente. Aeron pasó más allá del tanga hasta el núcleo de ella. Estaba perfecta y mojada, goteando. El pulgar de él, ahora tembloroso, rozó su punto dulce.

—Sí —Olivia dio un respingo—. Sí. Es maravilloso... justo como había imaginado —cerró los ojos y le clavó las uñas en la espalda.

Él quería introducirle un dedo despacio, pero el respingo... su apreciación... sus caricias... Su deseo alcanzó de nuevo nuevas alturas y se lo hundió con fuerza. «Cuidado». A ella no pareció importarle. No. Parecía gustarle.

—Sí —Olivia gimió y frotó la cadera de él con la rodilla—. Más.

Aeron hundió un segundo dedo. Ella se retorció con furia. Por suerte, el pene de él no estaba libre o la habría penetrado sin dudar.

¿Por suerte? La realidad era que quería estar dentro de ella.

Después de eso, después de que Olivia se corriera en sus brazos, gritando, suplicando y alabando su nombre, tendría que librarse de ella. Causaba demasiados problemas, nublaba su sentido común y lo distraía.

«Sin mancillar», se recordó. «Llévala a la ciudad sin mancillar».

«Quédatela», gimió Ira.

«Te he dicho que te calles». No necesitaba guerrear con su demonio al mismo tiempo que con sus necesidades.

¿Y por qué hablaba tanto Ira? Y nada menos que por una mujer, no por alguien a quien castigar. Sí, ya había notado que al demonio le gustaba lo que ella representaba. El Paraíso. Por raro que resultara. Pero, tanta insistencia...

¿Se parecía el demonio más a él de lo que pensaba? Siempre había asumido que Ira disfrutaba de los baños de sangre. Pero ¿y si siempre había estado tan indefenso como Aeron? ¿Tan desesperado por la absolución?

—¿Aeron?

—Sí —la voz de Olivia lo sacó de sus pensamientos.

—Te has parado —dijo ella entre jadeos—. Necesito más. Continúa, por favor.

Aeron la besó en los labios. Su intención era ser gentil, pero ella no quería saber nada de eso.

Poco después se retorcía de nuevo contra él gimiendo. Incluso deslizó la mano entre sus cuerpos, la metió en los pantalones y le agarró el pene. Él siseó de placer... y de dolor. Ella tampoco era gentil en aquello, y aunque sus movimientos eran algo torpes y bruscos, su contacto fue tan bien recibido que Aeron empezó a moverse en su mano. Con un movimiento fuerte, rápido, incontrolable.

Llamaron a la puerta.

Él no se detuvo. No podía. Ella había rozado el glande con el pulgar, esparciendo humedad y, en cuestión de segundos, lo había catapultado más allá del punto de no retorno. La realidad no podía entrometerse esa vez.

—No pares —le dijo.

—Es tan... sólo un poco... más —ella apretó con más fuerza—. Aeron.

Él se retorció de placer. Reprimió un rugido. Llamaron de nuevo.

—¡No se te ocurra parar! —gritó Olivia. Un instante después, su lengua estaba de nuevo en la boca de él; lo arañaba con las uñas y le abrazaba los costados con las rodillas.

Él movía los dedos dentro y fuera. Ella apretaba el pene y tiró de su piel, pero la sensación era buena. Muy buena. Y cuando el pulgar de Aeron encontró de nuevo el clítoris, ella soltó un grito prolongado y a él lo invadió una oleada de orgullo. Y con el orgullo llegó también su orgasmo.

Un orgasmo tan completo que no le importó llenar de semen el estómago de Olivia. No le importó gritar ni golpear el cabecero con la mano libre y romper la madera. No le importó que lo que había hecho pudiera condenarlo a ojos de Lysander.

Cuando sonó la tercera llamada, se derrumbó encima de Olivia, totalmente privado de fuerzas. Jadeando, sudoroso, se colocó de costado para no aplastarla.

—Vale —dijo ella después de un momento—. Ya puedo tachar una cosa de mi lista de «cosas por hacer». Buen trabajo y gracias. Sé que a otros hombres les gusta abrazar ahora, pero creo que tú has dicho antes que no quieres, así que...

Aeron abrió mucho los ojos. ¿Lo iba a descartar así sin más?

De eso nada. Se disponía a agarrarla y a obligarla a abrazarlo cuando sonó otra llamada. La tapó con la sábana con un gesto de frustración, se puso en pie y se acercó a la puerta dispuesto a matar a alguien.