Capítulo 4

AERON caminaba por el pasillo. Llevaba horas así, pero no veía que fuera a parar en un futuro inmediato. Alguien tenía que proteger al ángel. No de intrusos, sino de su propia intrusión, por si había ido allí a espiar y escuchar lo que no debía.

Una racionalización que no tenía mucho sentido, pero que quería seguir teniendo en mente. Sí, cierto que había escuchado lo que no debía cuando era un ángel invisible y protegido, pero ahora era vulnerable y podía ser capturada un día por los Cazadores y utilizada para perjudicar a sus amigos.

Apretó los puños y se obligó a dejar de pensar en la tortura de ella y en las muertes de sus amigos, o acabaría dando puñetazos a la pared. O a un amigo.

Además, cuando Olivia estuviera lo bastante bien, lo cual ocurriría pronto, una parte de él esperaba que intentara salir de su habitación para cazar a Legión. Y él no lo permitiría. Aunque Olivia, probablemente, ahora que había caído no podría hacer mucho daño.

Aun así, podía revelar sus hallazgos a otro ángel, al que había dicho que llegaría, y ese ángel podía intentar cumplir la misión.

«No si de mí depende», pensó.

Sus amigos habían tenido ya la reunión. Había oído sus murmullos, después sus risas y luego sus pasos alejándose, pero no sabía lo que habían decidido. Nadie había ido a verlo. ¿Iban a perseguir a la mujer extraña que había visto en el callejón? ¿Había encontrado Lucien algún rastro de los Cazadores en la colina?

Aeron no había cambiado de idea; no creía que Olivia estuviera mezclada con ellos. Pero podían haberla seguido allí. Después de todo, los ataques por sorpresa eran su especialidad.

Y, en realidad, una invasión sería el final perfecto para aquella terrible noche.

Media hora antes había llamado a Legión para advertirle de lo que ocurría. Normalmente, por mucha que fuera la distancia entre ellos, ella oía su llamada y acudía. Como Lucien, podía transportarse de un lugar a otro con sólo un pensamiento.

Pero no había aparecido.

¿Estaría herida? ¿Atada? Sentía tentaciones de invocarla formalmente, como ella le había enseñado, aunque hasta las explicaciones de Olivia no había entendido a qué se refería. Pero cuanto más pensaba en ello, más le parecía que el ángel (caído o no) tenía que estar fuera de la fortaleza para que Legión se sintiera lo bastante cómoda para volver. Recordaba su miedo y el modo en que temblaba cuando pronunciaba la palabra «ángel».

Podría haberle dicho a Olivia que dejara de hacer lo que fuera que causaba dolor a su pequeña diablesa y no a él. Pero no lo había hecho. Estaba en proceso de sanación y no quería molestarla.

Sobre todo cuando ella había hecho ya tanto por él. «Nada de ablandarse».

Así que había dejado también en paz a Legión. Por el momento.

Aunque no podía imaginar a la frágil Olivia haciendo daño a nadie. Ni siquiera pudiendo usar todas sus fuerzas, fueran las que fueran. Si había pelea, Legión clavaría sus colmillos venenosos en una de las venas de Olivia en cuestión de segundos.

«Ésa es mi chica», pensó sonriente. Pero la sonrisa no duró mucho. La idea de la muerte de Olivia no le gustó. Ella no lo había matado como le habían ordenado. Seguramente no habría podido, pero tampoco lo había intentado. Y no había atacado a Legión, aunque probablemente lo deseaba. Sólo quería experimentar las alegrías de la vida, que claramente le habían sido negadas.

No merecía morir.

Por un momento, sólo un momento, pensó en conservarla allí. Con lo tranquilo que Ira estaba con ella, sin exigirle que la castigara por algún crimen cometido veinte años atrás, un día atrás o un minuto atrás, podría ser la compañera perfecta para él. Podía cubrir sus necesidades, como había dicho Paris.

Necesidades que él había afirmado no tener. Pero no podía negar que, cuando se había acuclillado a su lado, algo se había movido en su interior. Algo caliente y peligroso. Ella olía a sol y a tierra y sus ojos, tan azules y claros como el cielo de la mañana, lo habían mirado con confianza y esperanza. Como si fuera un salvador y no un destructor. Y a él le gustaba.

«¡Idiota! ¿Un demonio conservando a un ángel? Imposible. Además, ella ha venido aquí a divertirse y tú, amigo mío, eres lo más alejado a la diversión que existe».

—Aeron.

Por fin. Noticias. Aliviado de apartar a Olivia de sus pensamientos, Aeron se volvió y vio a Torin con un hombro apoyado en la pared, los brazos enguantados y cruzados sobre el pecho y una sonrisa irreverente en el rostro.

Como guardián de Enfermedad, Torin no podía tocar la piel de otro ser sin iniciar una plaga. Sus guantes los protegían a todos.

—Una vez más, un Señor del Submundo tiene a una mujer encerrada en su habitación mientras intenta averiguar qué hacer con ella —rió Torin.

Antes de que Aeron pudiera contestar, empezaron a pasar imágenes por su cabeza. Imágenes de Torin levantando una daga con expresión decidida. La daga descendiendo... para clavarse en el corazón de su objetivo... y emerger mojada y roja.

El hombre al que había apuñalado, un humano, cayó al suelo muerto. Llevaba un ocho horizontal tatuado en la muñeca, el símbolo del infinito y la marca de los Cazadores. No le había hecho nada a Torin. Simplemente se habían cruzado en la calle cuatrocientos años atrás, cuando el guerrero había salido de la fortaleza para estar por fin con la mujer de la que se había enamorado, pero antes había visto al humano y lo había atacado.

Para Ira, había sido un acto malvado y sin provocación. Para Ira, merecía un castigo.

Aeron había visto muchas veces aquel acontecimiento, y siempre había tenido que reprimir el impulso de actuar. Esa vez no fue diferente. Sintió los dedos curvándose en el mango de la daga y la fuerte necesidad de apuñalar a Torin como él había apuñalado al Cazador.

«Yo habría hecho lo mismo», gritó mentalmente al demonio. «Habría matado al Cazador sin provocación. Torin no merece castigo».

Ira gruñó.

«Tranquilo». Aeron dejó caer el brazo al costado con la mano vacía.

—¿El demonio quiere atacarme? —preguntó Torin con tranquilidad.

Aeron creyó oír una mueca burlona procedente de Ira.

Cuanto más le negara lo que pedía, más crecería su deseo de castigar, hasta que esa necesidad se apoderara de tal modo de Aeron que perdería el control. Era en esos casos cuando volaba a la ciudad, donde nadie estaba seguro, pues castigaba los pecados más nimios con una crueldad absoluta.

Aquellos ataques de venganza eran la razón de que se hubiera tatuado de aquel modo. Como era inmortal y propenso a curar con rapidez, había tenido que mezclar ambrosía seca con la tinta para que la marca fuera permanente, y había sido como inyectarse fuego directamente en las venas. ¿Pero le había importado? Para nada. Siempre que se miraba al espejo, recordaba las cosas que había hecho... y las que volvería a hacer si no tenía cuidado.

Pero más que eso, los tatuajes le aseguraban que la gente a la que había matado, la que no merecía morir, no sería olvidada. A veces eso ayudaba a mermar sus remordimientos. Y a veces ayudaba a apagar el orgullo irracional que sentía por su demonio.

—¿Seguro que tú lo controlas?

—¿Qué? —preguntó Aeron, saliendo de sus pensamientos.

Torin volvió a sonreír.

—Te he preguntado si estás seguro de que controlas a tu demonio. Te veo parpadear y tienes un brillo rojo en los ojos.

—Estoy bien —en su voz, a diferencia de la de Olivia, no había verdad.

—Te creo. En serio. ¿Volvemos a nuestra conversación? —preguntó Torin.

¿Dónde se había desviado? Ah, sí.

—Estoy seguro de que no has venido aquí a compararme con nuestros amigos emparejados. Yo no soy precisamente el tonto enamorado que eran todos ellos cuando trajeron aquí a sus mujeres.

—Y ahora acabas de arruinar mis tres próximas bromas. No eres divertido.

Eso mismo había pensado Aeron cuando Olivia había mencionado sus tres deseos. Pero aquella confirmación le molestaba por razones que no podía explicar.

—Torin. Tu objetivo, por favor.

—Muy bien. Tu ángel ya está causando problemas. Algunos quieren librarse de ella y otros quieren conservarla. Yo soy de los últimos. Creo que tenemos que conquistarla para nuestra causa antes de que tú hagas que nos odie a todos y decida ayudar al enemigo.

—No te acerques a ella —Aeron no lo quería cerca de Olivia. Y no tenía nada que ver con su pelo blanco, sus cejas negras y sus ojos verdes, que nunca parecían tomarse nada en serio y que conseguían que Torin no tuviera necesidad de tocar a una mujer para conquistarla.

Torin puso los ojos en blanco.

—Imbécil. Deberías darme las gracias y no amenazarme. He venido a decirte que la escondas. William está en mi equipo y quiere ser él el que la conquiste.

William, un inmortal adicto al sexo. Un inmortal de pelo negro y ojos azules más pícaros aún que los de Torin. Un guerrero cuyos únicos tatuajes estaban ocultos bajo la ropa. Si Aeron no recordaba mal, llevaba una «X» encima del corazón y un mapa del tesoro en la espalda. Un mapa del tesoro que empezaba en los omóplatos, seguía alrededor de su cintura y terminaba en su «zona divertida».

Era un buen amante, según las mujeres humanas, y la personificación de la diversión.

A Olivia probablemente le gustaría.

¿Por qué Aeron quería de pronto golpearle la cara contra la pared y acabar con su belleza? Algo que no había deseado hacer nunca a pesar del intenso deseo de Ira de castigar a aquel hombre y romper su corazón en cientos de pedazos como había hecho él con centenares de mujeres. Sólo que Ira quería que Aeron usara la daga.

Éste se había resistido siempre porque le caía bien William, que no era un verdadero Señor, pero con el que se podía contar en la batalla. Aquel hombre no conocía límites en lo referente a matar.

«Sin Legión, estás buscando pelea. Eso es lo que te pasa». Sí. Estaba claramente nervioso.

—Gracias por la advertencia, Torin —dijo—. Aunque Olivia no estará aquí el tiempo suficiente para que nadie la conquiste.

—Estoy seguro de que William te diría que él sólo necesita unos segundos.

«No reacciones». Aunque, si William asomaba por allí, Aeron podía perder «accidentalmente» el control de Ira y permitir al demonio que atacara por fin al inmortal.

Ira ronroneó su aprobación.

—¡Oh, eh! —Torin reclamó su atención—. Y hablando de adictos al sexo... Paris quiere que te diga que Lucien se lo ha llevado a la ciudad a buscar una mujer y que no volverá hasta mañana.

—Mejor —su alivio no se debía en absoluto a que Paris estuviera lejos de Olivia—. ¿Lucien ha visto alguna señal de los Cazadores mientras estaba en la ciudad?

—No. Ni en la colina ni en Buda.

—Mejor —repitió Aeron. Reanudó sus paseos por el pasillo—. ¿Ha habido alguna señal de la mujer sombra?

—No, pero Paris ha prometido seguir buscándola. Cuando recupere las fuerzas, claro. Y hablando de fuerzas, Paris ha dicho que el ángel está herido. ¿Quieres que pida a alguien que busque a un médico?

Por «buscar» se refería a «secuestrar».

—No, se curará sola.

Habían pensado buscar un médico para emplearlo de modo permanente, pero no habían tenido tiempo. Ahora se había convertido en algo apremiante, pues Ashlyn estaba embarazada. Pero nadie sabía si el bebé sería mortal o demonio, así que tenían que elegir con cuidado.

Hacía poco que habían descubierto que los Cazadores llevaban años apareándose con inmortales y produciendo mestizos con la esperanza de crear un ejército imparable. El hijo de Ashlyn y Maddox, guardián de Violencia, sería un premio especial que todos los Cazadores querrían usar. Y los secretos de los Señores no estarían a salvo en manos del doctor equivocado.

Torin movió la cabeza como si pensara que Aeron era demasiado lento para pensar con claridad.

—¿Estás seguro de que sanará? La han echado de los Cielos.

—A nosotros también nos echaron de los Cielos y sanamos tan deprisa como antes. Incluso regeneramos extremidades —cosa que Gideon, guardián del demonio Mentira, hacía en ese mismo momento. Al guerrero lo habían capturado durante la última batalla con los Cazadores y torturado en busca de información; información que no había dado. Los Cazadores, en venganza, le habían cortado las manos.

Gideon seguía en cama y no dejaba de darles la lata a todos.

—Tienes razón —dijo Torin.

Un grito de mujer salió del dormitorio de Aeron. Este dejó de pasear y Torin se enderezó. Cuando sonó el segundo grito, ambos corrían hacia la habitación, aunque Torin dejaba una buena distancia entre ellos. Aeron abrió la puerta y entró el primero.

Olivia seguía en la cama tumbada boca abajo, pero se movía como loca. Tenía los ojos cerrados, pero Aeron podía ver moratones debajo de ellos. Su pelo moreno caía enredado sobre sus hombros temblorosos.

El desgarro de su túnica había desaparecido solo y la mayor parte de la sangre también. Pero había dos manchas nuevas donde las alas deberían haber empezado a crecer ya de nuevo, ambas húmedas y rojas.

Los demonios tiraban de ella.

Olivia sentía sus garras clavándose en la piel, cortando, pinchando. Sentía el lodo pegajoso de sus escamas y la quemadura de su pútrido aliento. Captaba alegría en su risa y quería vomitar.

—Mirad lo que he encontrado —rió uno de ellos.

—Un ángel hermoso caído en nuestros brazos —se burló otro.

Nubes de sulfuro y podredumbre espesaban el aire y el hedor penetraba en su nariz cada vez que intentaba respirar. Acababa de caer, las nubes se habían abierto bajo sus pies y la habían lanzado desde el Cielo, cada vez más abajo, sin que se viera el final, buscando algo, lo que fuera, que pudiera detenerla... y cuando al fin apareció algo, el suelo se abrió también y las llamas del Infierno se la tragaron.

—Una Guerrera, nada menos. Tiene alas doradas.

—Ya no.

Los tirones se hicieron más fuertes, más violentos. Ella daba patadas, golpeaba y mordía, intentando soltarse para correr a esconderse, pero había demasiados demonios a su alrededor y el paisaje rocoso detrás de ellos no le resultaba familiar, así que sus esfuerzos no daban resultado. Los tendones que sujetaban las alas en su sitio empezaron a romperse; el dolor ardiente se extendió consumiéndola hasta que todos los pensamientos de su cabeza oscilaban alrededor del modo más sencillo de parar aquello: morir.

«Por favor. Déjame morir».

Las estrellas parpadeaban encima de sus ojos y de pronto ya no pudo ver nada más. Todo lo demás se había vuelto negro. Pero el negro era bueno, el negro era bienvenido. Aun así, la risa y los tirones continuaron. No tardó en envolverla un mareo y las náuseas empezaron a revolverle el estómago.

¿Por qué no estaba muerta? Una de las alas se desgarró del todo y ella gritó, pues el dolor intenso le produjo lo que ahora sabía que era verdadera agonía. Ni siquiera la muerte podía acabar con ese tipo de sufrimiento. No, aquello la seguiría a la vida posterior.

La segunda ala siguió rápidamente y ella gritó una y otra vez. Las garras seguían arañando su túnica, dañando su piel y hundiéndose en heridas frescas en su espalda. Finalmente, vomitó, vaciando su estómago de los frutos celestiales que había consumido aquella misma mañana.

—Ya no eres tan guapa, ¿verdad, Guerrera?

Las manos la apretaban, tocándola en lugares donde nadie la había tocado antes. Las lágrimas caían por sus mejillas y ella yacía impotente. Aquél era el fin. Menos mal. Excepto que en aquel mar de negrura se fue imponiendo un pensamiento: había renunciado a su hermosa vida sólo para morir en el Infierno sin conocer nunca la alegría, sin pasar tiempo con Aeron. No. «¡No!».

«Tú eres más fuerte que eso. ¡Lucha!». Sí, sí. Ella era más fuerte que eso. Lucharía. Se...

—Olivia.

La voz dura y familiar de Aeron se abrió paso en su mente y bloqueó momentáneamente las odiadas imágenes, el dolor y la pena. La determinación.

—Olivia, despierta.

Pensó con alivio que era una pesadilla. Sólo una pesadilla. Los humanos las tenían a menudo. Pero ella sabía que la agresión había sido mucho más que eso. Un recuerdo, una rememoración de su tiempo en el Infierno.

Se dio cuenta de que seguía moviéndose en la cama y tenía la espalda en llamas y el resto de su cuerpo lleno de golpes. Se obligó a estarse quieta y abrió los ojos. Jadeaba y su pecho subía y bajaba sobre el colchón. El aire quemaba su nariz y su garganta como si inhalara ácido. El sudor le empapaba la túnica y la piel. El bendito adormecimiento que había conocido antes había desaparecido; ahora lo sentía todo.

Quizá habría sido preferible la muerte.

Aeron estaba acuclillado una vez más al lado de la cama y la miraba. Un hombre, el llamado Torin, estaba en pie a su lado y la miraba con sus atormentados ojos verdes.

«Otro demonio», pensó Olivia. Torin era un demonio. Igual que los demás. Los que le habían arrancado las alas. Los que la habían tocado y se habían burlado de ella.

Un grito agudo salió de su dolorida garganta. Quería a Aeron, sólo a él; no se fiaba de nadie más. No quería que nadie más la viera en ese momento. Y menos un demonio. Que Aeron también estuviera poseído por Ira no tenía nada que ver. Para ella, Aeron era simplemente Aeron. Pero cuando miraba a Torin, sólo podía pensar que las manos con escamas le habían pellizcado los pezones y se habían hundido entre sus piernas. Que aquellas manos habrían hecho mucho más si ella no hubiera empezado a luchar.

Luchar. Sí. Movió la pierna, pero la estúpida estaba paralizada, con los músculos demasiado tensos para funcionar bien. Indefensa. Otra vez. Un sollozo se unió a su grito y ella intentó salir de la cama y echarse en brazos de Aeron. Pero su cuerpo debilitado se negó a cooperar una vez más.

—Dile que se vaya, dile que se vaya, dile que se vaya —gritó, enterrando la cara en la almohada. Hasta el hecho de mirar al recién llegado le resultaba doloroso. Conocía a Torin de vista pero no lo conocía como a Aeron. No lo anhelaba como anhelaba a Aeron.

Aeron podía mejorar aquello, como hacía todas las noches con su amigo Paris. Podía protegerla como hacía con su pequeña Legión. Aeron era tan fiero que podría espantar a sus pesadillas.

Unas manos fuertes se posaron en sus hombros y la sujetaron para que no se moviera más.

—Shh. Shh, vamos. Tienes que calmarte o te vas a hacer más daño.

—¿Qué ocurre? —preguntó Torin—. ¿Cómo puedo ayudar?

No. No, no, no. El demonio seguía allí.

—Dile que se vaya. Dile que se vaya. Ahora. Ahora mismo.

—No te voy a hacer daño, ángel —dijo Torin con gentileza—. He venido para...

La histeria se acumulaba en el interior de Olivia y estaba a punto de consumirla e inundarla.

—Dile que se vaya. Por favor, Aeron, dile que se vaya. Por favor.

Aeron gruñó en voz baja.

—Torin, maldita sea, lárgate de aquí. No se calmará hasta que te vayas.

Hubo un suspiro pesado y a continuación oyó pasos.

—Espera —dijo Aeron. Y Olivia quiso gritar—. ¿Lucien fue el otro día a Estados Unidos como dijo y compró Tylenol para las mujeres?

—Que yo sepa, sí —repuso Torin.

¿Ahora se ponían a charlar?

—¡Dile que se vaya! —gritó Olivia.

—Tráeme un poco —dijo Aeron, por encima de ella.

La puerta se abrió. Por fin se iba el demonio. Pero volvería con medicina humana. Olivia gimió. No podía pasar por eso otra vez. Probablemente moriría sólo de miedo.

—Tira la medicina dentro de la habitación —añadió Aeron, como si le leyera el pensamiento.

«Gracias, Deidad misericordiosa del Cielo». Olivia se apretó contra el colchón y oyó cerrarse la puerta.

—Se ha ido —dijo Aeron con suavidad—. Ahora estamos solos.

Ella temblaba con tal violencia que se movía toda la cama.

—No me dejes. Por favor, no me dejes.

Su súplica demostraba lo débil que se sentía en ese momento, pero no importaba. Lo necesitaba.

Aeron le apartó con suavidad el pelo empapado en sudor de las sienes. Aquél no podía ser su Aeron, hablándole con tanta dulzura y acariciándola con esa ternura. El cambio en él era casi demasiado grande para creerlo. ¿Por qué? ¿Por qué la trataba a ella, una desconocida, como solía tratar sólo a sus amigos?

—Antes querías que te abrazara —dijo—. ¿Todavía lo quieres?

—Sí.

Oh, sí. Fuera cual fuera el motivo del cambio, no importaba. Estaba allí y le daba lo que ella había deseado tanto tiempo.

Él se tumbó a su lado muy despacio, con cuidado de no rozarla. Cuando estuvo estirado, Olivia movió la cabeza hasta que descansó en el hueco de su hombro fuerte y caliente. Ese movimiento le produjo más dolor, pero valía la pena con tal de estar tan cerca de él, de tocarlo por fin. Ésa era la razón por la que había ido allí.

Aeron le pasó un brazo por la parte baja de la espalda, atento a sus heridas, y su aliento cálido le acarició la frente.

—¿Por qué no sanas, Olivia?

A ella le encantó cómo dijo su nombre. Como una plegaria y una oración juntas.

—Ya te he dicho que he caído. Ahora soy humana.

—Completamente humana —él se puso rígido—. No, eso no me lo has dicho. Te habría traído medicina antes.

Había culpabilidad en su voz. Culpabilidad y miedo. Olivia no entendía ese miedo, pero estaba demasiado alterada para preguntar. Y luego lo olvidó. En el centro de la habitación, brilló una luz ámbar. La luz creció... y creció... se hizo tan brillante que tuvo que guiñar los ojos.

Un cuerpo tomó forma. Un cuerpo grande y musculoso envuelto en una túnica blanca similar a la suya. A continuación apareció el pelo claro, largo hasta los hombros. Ella vio unos ojos como ónice líquido y una piel pálida con un leve toque dorado. Al fin su mirada cayó sobre las alas de oro puro brillante.

Olivia quería saludarlo con la mano, pero sólo consiguió una débil sonrisa. El querido Lysander había ido al fin a consolarla, aunque fuera sólo como un producto de su imaginación.

—Estoy soñando otra vez, sólo que este sueño me gusta.

—Shh —le susurró Aeron—. Estoy aquí.

—Yo también —Lysander miró a su alrededor y frunció los labios con disgusto—. Desgraciadamente, esto no es un sueño —como siempre, decía la verdad; su voz se teñía con la misma certeza que la de ella.

¿Aquello sucedía de verdad?

—Pero ahora soy humana. No debería poder verte —en realidad, verlo iba ahora contra las reglas. ¿A menos que la Deidad quisiera recompensarla? Teniendo en cuenta que acababa de dar la espalda a su herencia, aquello resultaba poco probable.

Él la miró a los ojos, directamente, o eso parecía, hasta el alma.

—He hablado al Consejo en tu nombre. Han accedido a darte otra oportunidad. Y por eso, en este momento, una parte de ti es todavía angelical y seguirá siéndolo los próximos catorce días. Catorce días en los que puedes cambiar de idea y reclamar el lugar que te corresponde.

—No comprendo —murmuró Olivia. Ningún ángel caído había tenido nunca una segunda oportunidad.

—No hay nada que comprender —dijo Aeron, que seguía intentando calmarla—. Ahora estás conmigo.

—Soy uno de los Elegidos, Olivia. Pedí catorce días para ti y te los han dado. Para vivir aquí, para... disfrutar. Y luego regresar —el tono herido de Lysander lo explicaba todo.

La esperanza de la voz de su mentor entristecía a Olivia. Lo único que lamentaba de su elección era hacer daño a aquel admirable guerrero. Él la quería y deseaba sólo lo mejor para ella.

—Lo siento, pero no cambiaré de idea.

Él pareció atónito.

—¿Ni siquiera cuando aparten al inmortal de tu lado?

Olivia apenas consiguió reprimir un grito horrorizado. «No estoy preparada para perderlo». Pero débil como estaba, no podía hacer nada por salvarlo, y lo sabía.

—¿Por eso has...?

—No, no. Cálmate. No he venido a matarlo —no dijo la palabra «todavía», pero estaba presente igualmente—. Si decides quedarte, no elegirán a su nuevo ejecutor hasta que pasen tus catorce días.

O sea, que le garantizaban dos semanas con Aeron. Ni más ni menos. Eso tendría que bastarle. Acumularía recuerdos suficientes para durarle toda la vida. Si podía convencer a Aeron de que la dejara quedarse allí, claro. Con lo terco que era...

Suspiró.

—Gracias —dijo a Lysander—. Por todo. No tenías por qué hacer esto por mí —y probablemente había tenido que luchar con el Consejo para arrancarles una concesión así. Pero lo había hecho sin vacilar para que ella experimentara la alegría y la pasión que ansiaba antes de reclamar su lugar en el Cielo.

No, no le diría que, pasara lo que pasara, no iba a volver.

Catorce días después, si volvía, el Consejo esperaría que matara a Aeron, y Olivia sabía que seguiría siendo incapaz de hacerlo.

—Te quiero. Espero que lo sepas. Pase lo que pase.

—Olivia —dijo Aeron, claramente confuso.

—No puede verme, oírme ni sentirme... —explicó Lysander—. Ahora se da cuenta de que no hablas con él y cree que estás alucinando por el dolor —su mentor se acercó a la cama—. Debo recordarte que es un demonio. Es todo contra lo que luchamos nosotros.

—Y tu mujer también.

Él enderezó los hombros y alzó la barbilla.

—Bianka no ha violado ninguna de nuestras reglas.

—Pero si lo hubiera hecho, tú habrías querido estar con ella. Habrías encontrado el modo.

—¿Olivia? —repitió Aeron.

Lysander no le hizo caso.

—¿Por qué eliges vivir con él como humana, Olivia? ¿Sólo por unos minutos en sus brazos? Eso únicamente puede causarte tristeza y decepciones.

Una vez más, había pura verdad en su voz. Las mentiras no se permitían en su mundo. Aun así, ella se negaba a creerlo. Allí haría cosas que deseaba desesperadamente hacer. No sólo viviría como una humana, sino también sentiría como una.

Se abrió la puerta del dormitorio, evitándole contestar. Arrojaron un frasco de plástico al interior. Aterrizó en el suelo, a pocos centímetros de las sandalias de Lysander.

—Ahí está la medicina —gritó Torin. La puerta se cerró antes de que Olivia pudiera emitir otro grito.

Aeron hizo ademán de incorporarse, pero ella se recostó en él con firmeza.

—No. Quédate.

Él podría haberla apartado, pero no lo hizo.

—Voy a por las pastillas. Te ayudarán con el dolor.

—Más tarde —dijo ella. Ahora que se tocaban, ahora que sentía el calor de su cuerpo, no quería perderlo ni siquiera un momento.

Al principio pensó que él no haría caso, pero se relajó y la abrazó. Suspiró satisfecha y se encontró con la mirada dura de Lysander. Éste hizo una mueca.

—Ésta es la razón —dijo ella.

Los ángeles no se abrazaban así. Podrían hacerlo si quisieran, pero nadie quería. ¿Por qué iban a hacerlo? Eran como hermanos entre sí; el deseo físico no entraba en la ecuación.

—¿La razón de qué? —preguntó Aeron, confuso de nuevo.

—La razón de que me guste Aeron —repuso ella con sinceridad.

Él se puso tenso, pero no contestó.

Lysander achicó los ojos y extendió las alas con su tono dorado brillando a la luz de la luna. Una pluma cayó al suelo.

—Te dejo con tu recuperación, pero volveré. Tu sitio no está aquí. Y tengo el presentimiento de que te irás dando cuenta a medida que pasen los días.