Capítulo 20
UNA gota de agua cayó sobre los labios de Aeron, fresca y cosquilleante, antes de deslizarse en su lengua, su garganta y bajar hasta el estómago, donde fue absorbida para entrar luego en la sangre y viajar hasta todos sus órganos. En el momento del contacto, su corazón empezó a latir perfectamente, los pulmones se llenaron con más oxígeno del que habían tenido nunca y su piel alcanzó la temperatura ideal, ni demasiado caliente ni demasiado fría.
De pronto podía oír a los pájaros trinando fuera de su ventana y el viento bailando más allá de la línea de árboles que rodeaban la fortaleza. Hasta podía oír a sus amigos en habitaciones encima y debajo de la suya, comentando lo que había que hacer con Scarlet, con los Cazadores y lamentando su enfermedad.
Y la nariz... Respiró profundamente y captó un aroma a cortezas, a hojas bañadas en rocío, a sudor, al jabón de limón que usaba Sabin, a la loción de afeitado de Paris y su olor favorito... piel salvaje. Olivia.
Ella estaba con él.
Quizá por eso Ira ronroneaba de contento.
Aeron abrió los ojos y se arrepintió inmediatamente. Demasiada luz. Luz de las bombillas del techo, luz del cuarto de baño. Las paredes, que antes le parecían de plata pálida y piedra, brillaban como si esas piedras hubieran conseguido atrapar un arco iris.
—Estás vivo —dijo Olivia con alivio palpable.
Había algo diferente en su voz. Seguía siendo hermosa, más todavía ahora que podía oír sus matices sutiles, pero diferente. Ella estaba sentada en el borde de la cama y lo miraba. El pelo oscuro le caía alrededor, enmarcando sus rasgos delicados. La túnica blanca que él la había obligado a ponerse la cubría todavía, inmaculada, sin arrugas y sin manchas.
Su piel era... él contuvo el aliento. Majestuosa. Era la única palabra que se le ocurría para describirla. Majestuosa. No, no era la única palabra. «Inmaculada» también servía. Podría pasarse horas y días mirándola. Mirarla siempre. Ella era de porcelana, de nata.
Quería tocarla. Tenía que sentir lo suave que era. Lo cálida que era. Tenía que saber que estaba sana y salva y había escapado ilesa.
«Escapado». Esa palabra le atormentaba. Recordaba que habían estado dentro de la cripta y le habían disparado. Había transportado a Pesadilla al cementerio y había caído de rodillas a esperar a sus amigos, pero no recordaba nada más. Apretó las sábanas con las manos. Primero quería respuestas y después podría permitirse un único contacto.
¿Único?
«Concéntrate».
—¿Qué ha pasado? —extraño. La voz de Olivia no era la única que sonaba cambiada. La suya nunca había sonado tan suave ni tan intensa.
Ella le dedicó una sonrisa temblorosa.
—Creíamos que te habíamos perdido. Te dispararon y la bala estaba mojada con un veneno para inmortales, que te estaba matando lentamente.
Sí, eso tenía sentido. Una bala nunca le había causado aquel efecto, pero aquélla lo había debilitado de un modo insoportable.
—¿Cómo he llegado aquí?
—Paris y William vinieron a buscarnos.
—¿No hubo problemas?
—¿Con Cazadores? —ella negó con la cabeza—. Ninguno. Incluso pasamos a recoger a Gilly por el camino, pero no nos encontramos con ellos.
Sin embargo, era sólo cuestión de tiempo. Con lo cerca que estaban y con el éxito de su posesión demoníaca, atacarían pronto.
—¿Cómo está Paris?
—Está bien. Está fuerte y ahora se cuida.
O engañaba a todo el mundo para que pensaran así. A Paris se le daba bien ocultar sus acciones detrás de su humor y sus sonrisas. Muy probablemente estaría bebiendo ambrosía y descuidando las necesidades de su cuerpo.
—¡No pienso decir eso! —dijo Olivia de pronto.
Aeron frunció el ceño.
—¿Decir qué?
—Perdona —ella hundió los hombros—. Ha vuelto la voz y me dice que le haga todo tipo de cosas a tu cuerpo. La he llamado Tentación y estoy bastante segura de que es un demonio.
¿Un demonio? No era ninguno que conociera él, lo que podía implicar que alguno más de los que aparecían en los pergaminos estaba escondido en la ciudad. ¿Pero por qué atormentaba a Olivia? ¿Y por qué precisamente con pensamientos sexuales?
Fuera cual fuera la razón, él no pensaba soportarlo.
«Castigar», dijo Ira.
Aeron se alegró de que el demonio se hubiera recuperado también. Y... sí. Quería castigar a los que los habían herido. Sólo tenía que...
—¡Oh, no! —dijo Olivia, moviendo la cabeza—. Intuyo lo que piensas. Nos preocuparemos del demonio más tarde. Es irritante, nada más. En este momento me preocupas más tú.
Su dulce y querida Olivia. Su protectora, algo que él nunca había pensado que necesitaría. Algo que nunca había creído que quería. Pero lo quería desesperadamente. Y lo necesitaba. Sin embargo, tenía que convencerla de que regresara al Paraíso en... ¿cuánto tiempo?
Miró la ventana, las cortinas abiertas que enmarcaban una luna decreciente.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—La mayor parte del día y de la noche. Todavía estás desnudo, por si no te has dado cuenta —ella se ruborizó—. Aunque eso no es importante ahora.
La mayor parte del día y de la noche. Lo que implicaba que el día llegaría pronto. Lo que significaba que tenía ocho días para convencer a Olivia de que regresara a casa. Ocho días para salvarlos a Legión y a sí mismo.
Ocho días para resistirse a ella.
No duraría. Un simple contacto no sería suficiente. Querría más. Y tendría más.
«Más», repitió Ira.
Sí, más. No se detendría. Esa vez no. Era egoísta por su parte, sí, pero sería egoísta. Podría haber muerto sin previo aviso. Sin conocer la sensación de entrar en ella, sentirla apretarse alrededor de su pene clavándole las uñas en la espalda y gimiendo su nombre.
Cuando conociera eso, dejaría de preguntarse cómo sería, dejaría de anhelar. Podría continuar como antes.
Y ella tendría la diversión que buscaba y podría irse a casa satisfecha.
¿Egoísta? ¡Ja! Era un altruista.
—¿Cómo me he curado? —preguntó. Mejor aún.
¿Perdería su energía en mitad de la empresa? No quería que Olivia dejara su cama hasta que llegara a la cima dos veces. Por lo menos. Se lo debía. Todavía le dolía el sarcasmo de ella sobre su falta de potencia.
Olivia apartó la vista de él.
—Un antídoto.
¿Por qué no lo miraba a los ojos?
—¿Un antídoto de ángel?
—Sí —ella señaló el frasquito azul brillante que había en la mesilla—. Agua del Río de la Vida. Una gota y espanta a la muerte.
Ahora entendía que sus sentidos estuvieran más despiertos que nunca.
—Cuando se termine —continuó ella—, no nos darán más. Lo cual es una lástima, pues Lysander me ha dicho que los Cazadores tienen muchas balas envenenadas.
—¿Cuánto tiempo durarán los efectos? —él habría creído que a Ira no le gustaría que le hubieran dado una sustancia celestial, pero el demonio simplemente ronroneó más fuerte, como si le hubieran hecho un gran regalo.
Aeron creyó entenderlo por fin. Legión representaba el Infierno y Olivia el Cielo. Se dio cuenta de que Ira añoraba su casa. Sus dos casas. Olivia había dicho que los Demonios Supremos habían sido ángeles en otro tiempo antes de caer del Cielo, su primera casa, y aterrizar en el Infierno, su segunda casa, aunque Ira no la había considerado así hasta que la comparó con la Caja de Pandora.
Cielo e Infierno. Olivia y Legión. Dos mitades de un todo, igual que Ira y él.
Hablando de lo cual...
—¿Dónde está Legión? —preguntó, mirando a su alrededor.
—William la está distrayendo, pero no sé cuánto tiempo durará eso —Olivia le pasó un dedo por el pecho—. Tu corazón está mejorando. Es fuerte.
La piel de Aeron se calentaba donde ella ponía el dedo. «Más».
Agudizó el oído para escuchar una conversación que tenía lugar unas habitaciones más allá. Sabin y su grupo habían vuelto del Templo de los No Mencionados. Muchos de ellos estaban heridos, pero recuperándose. En cuanto estuvieran mejor, atacarían El Asilo y destruirían a los Cazadores que había allí.
Nadie iba a pasar a verlo a él y Aeron no tenía nada que hacer por el momento. Excepto Olivia.
—Como tú has dicho, todavía estoy desnudo —dijo—. ¿Estás preparada para pasarlo bien?
Ella abrió mucho la boca. La cerró y volvió a abrirla. Como Aeron no quería esperar más, extendió la mano, la tomó por la base del cuello y tiró de Olivia hasta que estuvo prácticamente encima de él. Ella contuvo el aliento y la suavidad de sus pechos contactó con su duro torso.
Sí, iba a poseer a aquella mujer. Aquellos pechos también. Y el punto dulce que, con suerte, estaría mojándose ya para él en aquel momento.
—¿Qué estás haciendo? —la pregunta le calentó a Aeron el cuerpo y el alma, pues había anhelo en cada una de las palabras.
—Quiero hacerte mía.
Levantó la cabeza y la besó en los labios. Olivia no se resistió, se abrió a él y recibió su lengua con la de ella. Aeron podía saborear la frescura del agua que le había dado y el sabor a canela de su aliento.
Olivia le posó las manos temblorosas en su pecho, y a Aeron se le aceleró el corazón.
Colocó la mano libre debajo de su trasero y la puso encima de él. Sus cuerpos se acoplaron y ella abrió las piernas automáticamente. Aeron gimió. Sí... sí...
«Sí», asintió Ira.
—No —susurró Olivia. Y se apartó. Hasta saltó de la cama.
Tanto su demonio como él querían rugir. En lugar de ello, Aeron se apoyó en los codos y la observó. «Calma».
—Tú me deseas, lo sé —podía oler claramente su excitación, su olor femenino.
—Sí, pero no dejaré que levantes mi pasión y luego me dejes antes de que pueda terminar.
—Olivia, yo...
—No —ella se volvió. Tropezó dos veces con sus propios pies de camino a la cómoda, donde apoyó los codos para agarrarse la cabeza con las manos—. No puedo soportarlo.
—¿Estaba... llorando?
Aeron tragó el nudo que tenía en la garganta y se puso en pie. Aquello no. Lo que fuera menos aquello. Estaba desnudo y agitaba su erección con orgullo.
—Te deseo. No voy a negarnos eso a ninguno de los dos. Te lo juro.
—¡Oh, cállate!
Él parpadeó. ¿No estaba haciendo progresos? ¿Sus acciones lo habían estropeado todo?
«Oblígame», fue todo lo que se le ocurrió decir. «Con un beso. Por favor».
—Tú no —murmuró ella—. La voz. Tentación. Quiere que me suba la túnica y te enseñe que no llevo nada debajo.
¿No llevaba nada? Aeron se lamió los labios y se acercó. Nada, ni siquiera una de las bombas de los Cazadores habría podido mantenerlo alejado después de saber eso.
—Lo veré por mí mismo.
Olivia dio un respingo cuando él le puso las manos en las caderas. Levantó la cabeza y se volvió a mirarlo. Sus ojos eran enormes, acuosos, y el corazón le brincaba en el pecho.
—¿Qué... estás haciendo?
—Averiguarlo, como te he dicho —primero jugó con sus pechos, rozando los pezones hasta que ella empezó a temblar. Luego se dejó caer de rodillas, sin apartar en ningún momento las manos de su cuerpo, pero bajándolas con él—. Tú querías diversión y yo te la voy a dar.
—No lo hagas si te vas a parar a la mitad. He soportado mucho los últimos días y...
—No lo haré —el aroma de la excitación de Olivia era más fuerte, como una noche lasciva en la que él quería perderse—. Nada podría detenerme ya, ángel. Nada.
Fue subiendo la túnica muy lentamente. Ella no protestó ni una sola vez, ni siquiera cuando sus piernas se cubrieron de piel de gallina. Sus piernas, lisas y suaves, una mezcla de miel y vainilla. Cuando Aeron llegó al trasero y vio que no llevaba bragas, su pene se agitó. «Hermosa». Hasta las alas le dolían en el interior de las ranuras.
«Mía».
«En realidad, es mía».
Sujetó la prenda alrededor de la cintura, manteniéndola prisionera contra la cómoda y dejando la parte inferior del cuerpo desnudo. La agarró de las nalgas y ella dio un respingo.
—¿Más? —preguntó.
—Sí —contestaron Ira y ella al unísono.
Él la besó en la entrepierna y encontró la piel más suave que probablemente su Deidad (y ahora también la Deidad de él, pues no podía menos que venerar al responsable de que ella existiera) había creado jamás.
—Aeron —susurró Olivia.
—Date la vuelta.
Ella lo hizo y Aeron le hizo separar las piernas. Le hervía la sangre y su necesidad resultaba afilada como una cuchilla.
—Ahora inclínate todo lo que puedas.
Sólo hubo una leve pausa antes de que ella obedeciera. Por un momento, sólo un momento, él sólo pudo mirar. ¡Tan hermoso! ¡Tan dulce! ¡Tan rosa! ¡Tan húmedo! Por él y sólo para él. Hasta la idea de compartirlo con su demonio le resultaba aberrante. Pero lo haría. Haría suya a aquella mujer de cualquier modo que pudiera conseguirla.
—Ahora te voy a saborear —bajó la cabeza y la lamió a fondo.
—¡Aeron!
Él alzó la vista. Ella había colocado las manos en el espejo que tenía ante sí y apoyaba la frente en la cómoda. Tenía los ojos cerrados y la respiración jadeante; se mordía el labio inferior.
—No... pares —le suplicó.
Él no lo hizo. Volvió a pasar la lengua por su feminidad y se detuvo en el clítoris, que succionó con gusto. Aquello era ambrosía. Ella. Suave y... suya. Aceptando lo que le daba. Disfrutándolo.
—Me voy a... Aeron...
—Buena chica —él movió la lengua más deprisa y con más fuerza. Ella arqueó las caderas adelante y atrás y él la penetró aún más con la lengua. Finalmente, Olivia gritó y se estremeció con el orgasmo.
Aeron no supo cuánto tiempo, minutos u horas, pasó hasta que ella se calmó lo suficiente para que él se inclinara a besarle y lamerle las pantorrillas antes de subir a la parte baja de la espalda. Allí había dos hoyuelos y él pasó la lengua a su alrededor y fue subiendo las manos hasta acariciarle los pechos como sabía que a ella le gustaba. Los dos pezones estaban gloriosamente erectos, como perlas pequeñas, y él jugó con ellos entre los dedos.
«Más».
—Estoy preparada —dijo Olivia entre jadeos—. Penétrame.
—Todavía no —estaba húmeda, sí, pero él la quería empapada. La quería más que preparada. Era virgen y él quería facilitarle aquello todo lo posible.
La primera vez de Aeron había sido con una diosa griega menor. Una de las tres Furias. Megaera, la Celosa, como la llamaban a menudo. Su forma de amar había sido violenta y dolorosa, una razón más por la que él siempre había evitado a las mujeres con un temperamento más salvaje. Con Olivia, sin embargo, no era cuestión de que prefiriera mujeres más suaves o más salvajes. Era que prefería a Olivia.
Al levantarse, pasó la lengua por la espina dorsal de ella. Había cicatrices donde deberían haber estado las alas y las besó también, todo ello mientras le sacaba la túnica por la cabeza. El pelo sedoso le cayó por los hombros y la espalda. Él vio en el espejo que tapaba parte de sus pechos y se lo apartó para poder contemplarlos en toda su plenitud.
Los pezones aparecieron a su vista, los frotó y Olivia dejó caer la cabeza en el hombro de él y cerró los ojos a medias. Aeron apretó su pene erecto entre las nalgas de ella, desesperado por buscar contacto, y siseó entre dientes.
Si aquello seguía así, no podría ir despacio.
Fue bajando la mano hasta que llegó al vértice de los muslos. Sus dedos penetraron entre los rizos oscuros y en el montículo húmedo y caliente de ella. La penetró con uno y después con otro.
Los dos gimieron. Aeron le besó la curva del cuello, mirándose todo el rato en el espejo. Su cuerpo oscuro tatuado y el blanco suave de la piel de Olivia formaban con mucho la imagen más erótica que había contemplado jamás.
No. Un momento. Ella echó atrás los brazos, le tomó la cabeza con una mano para besarlo y con la otra le agarró el trasero. Ahora sí era la imagen más erótica que había contemplado jamás.
—Estoy lista, lo juro.
Casi... casi... Él deslizó un tercer dedo en su interior, comprobando su humedad. Cuando encontró la prueba de su virginidad, se detuvo y, regodeándose en la sensación de posesión que lo embargaba, la rompió con gentileza.
«Mía». Un grito de Ira.
«Mía». Una insistencia.
Ella se puso tensa.
—Aeron.
Él prefería hacerle daño con los dedos a con el pene.
—Lo siento. Dolor. Sensación buena. Lo juro —Aeron sabía que hablaba como un neandertal pero no podía formar frases completas. Olivia era suya. Totalmente suya. Su mente estaba anclada en ese hecho y sólo en ése.
Cuando ella se relajó, la besó en la boca, le separó los labios con la lengua y le dio un beso tras otro, hasta que empezó a retorcerse de nuevo contra él, inmersa en el placer. Pronto estaba empapada, como él quería.
Ahora sí estaba lista.
Aunque odiaba soltarla ni siquiera un momento, lo hizo para agarrarse el pene. Éste prácticamente le saltó en la mano, deseando más, mucho más. Aeron temía derramarse al primer contacto. «Distracción». Se mordió la lengua hasta que saboreó sangre y su necesidad ardiente remitió un tanto. «Conseguido». Empujó con ternura a Olivia sobre la cómoda con la mano libre y colocó la punta de su erección en la apertura.
—¿Sigues preparada?
—Ahora, Aeron. Hazlo ya.
Él la penetró centímetro a centímetro, para que se fuera acostumbrando a su tamaño antes de darle más. Olivia gemía todo el rato y le pedía más. Ira también. Finalmente, la penetró hasta el fondo, con los ojos nublados por la fuerza de su deseo de embestir, embestir y no parar nunca.
—Aeron —gimió ella; y él supo que era otra súplica.
Salió casi por completo antes de volver a entrar. Soltó una maldición. Ella había arqueado las caderas para salirle al encuentro y lo abandonó todo pensamiento racional. Algo se rompió en su interior.
Perdió el control, olvidó quién era, lo olvidó todo excepto la necesidad de llenar a aquella mujer con todo lo que tenía. La embistió una y otra vez, tal y como deseaba. Con decisión, con empuje, poseído por mucho más que un demonio.
Le agarraba las caderas con tanta fuerza que probablemente le saldrían moratones, pero no podía detenerse. Era salvaje, fiero, existía sólo para aquel momento. Para aquella mujer. En ese punto, ella lo era todo. Era mucha más parte de él que Ira. No podía vivir sin ella. No quería vivir sin ella.
—Aeron —Olivia ya no jadeaba, gritaba—. No pares, no pares, no se te ocurra parar. Más. Más.
En la mente de Aeron sólo resonaba una palabra. «Mía. Mía. Mía. Mía». La había oído mil veces antes, pero ahora la gritaba él:
—Mía, mía, mía —y el sonido le llenaba los oídos, lo calentaba un grado más, destruía lo que había sido y volvía a reconstruirlo para convertirlo en algo nuevo e idóneo, en el hombre que siempre había querido ser. Su hombre. Y fue entonces cuando la palabra «mía» se borró y otra ocupó su lugar, otra palabra más fuerte y mucho más necesaria. «Tuyo». Quería pertenecerle, ser suyo. Ser todo lo que Olivia había soñado, cumplir todos los deseos que había tenido.
—Aeron —gimió ella.
«Tuyo».
Debería haberlo previsto; debería haber sabido lo que ella empezaba a significar para él, pero su resistencia lo había cegado. Ahora, reducido a su ser más bajo, estaba vulnerable, funcionaba a un nivel visceral.
Ella era suya y él era de ella.
Le separó más las piernas y sus embestidas se hicieron más profundas. El hueco hasta la cómoda le permitía deslizar la mano y acariciarla donde ella lo necesitaba.
Finalmente, Olivia explotó con un grito y cuando sus maravillosas paredes interiores lo agarraron, Aeron alcanzó también el clímax y derramó su semilla dentro de ella.
—Aeron...
«Tuyo».
Se dejó caer sobre ella, jadeante, y comprendió que su plan de «sólo una vez» tenía un fallo. Una vez nunca sería suficiente. Ni para él ni para su demonio.
Necesitaban más; no podían estar satisfechos hasta que la poseyeran de todos los modos imaginables. Y podían. Podían. Sin miedo. Él había perdido el control, pero Ira no la había atacado. Había perdido el control, pero no le había hecho daño.
Si ella había sido irresistible antes, ahora... La necesitaba para que su vida estuviera completa. Necesitaba hacerle el amor todas las noches y despertar a su lado todas las mañanas... para volver a hacerle el amor. Necesitaba mimarla y darle las cosas que ansiaba. Diversión. Alegría. Pasión.
A él.
—Olivia —musitó, y para él era una promesa, una promesa de todo aquello que ella deseaba. ¿Para siempre?
«¿Qué haces? ¿En qué estás pensando? No puedes hacer eso». Su pecho, resbaladizo por el sudor, descansaba sobre la espalda de ella y se obligó a incorporarse.
Ira gimió.
—Aeron —dijo ella.
—¡Aeron!
Aquel último grito no procedía de Olivia. Se giraron y los dos se quedaron inmóviles. William y una rubia muy guapa, Legión, estaban en el umbral.
Aeron desplegó sus alas y envolvió con ellas a Olivia, ocultándola a la vista. Entretanto, William tiraba de Legión hacia atrás, pero, aunque era fuerte, ella lo arrastraba hacia delante, con su mirada asesina clavada en el ángel.