Capítulo 24

ERAN las tres de la mañana. La luz de la luna ya no era tan brillante y las calles estaban desiertas. Las tiendas estaban cerradas y los humanos habían abandonado finalmente El Asilo. No había luces ni movimiento dentro.

A unos cien metros de distancia, Aeron estaba acuclillado al lado de Strider en un rincón en sombras. El guerrero sostenía un control remoto y un todoterreno minúsculo con una cámara aún más minúscula pegada al techo. Aparentemente, la cámara podía atravesar la oscuridad y grabar caras y cuerpos con tanta claridad como si estuvieran bañados por la luz del sol.

Torin siempre encontraba los juguetes más maravillosos. La prueba estaba en la amplia sonrisa de Strider cuando lanzó el vehículo teledirigido hacia delante.

El resto de los hombres estaban esparcidos alrededor del edificio. Un edificio que habían ayudado a restaurar y que se disponían a destruir. Unos estaban colocados en tejados, con las armas apuntando hacia abajo. Otros estaban en la calle como Aeron, escondidos en diferentes lugares.

Aeron levantó el monitor portátil que les permitiría a Strider y a él ver a través de las lentes de la cámara. Y, sí, los edificios y las calles que el vehículo atravesaba en ese momento resultaban visibles. Increíble.

—Todo bien —dijo a Derrota.

—Estamos preparados, William —musitó Strider en su micrófono.

Aeron también llevaba unos auriculares con micrófono y oyó la respuesta de William:

—No puedo creer que haya dejado que Anya me convenciera de esto. Voy a entrar.

Unos segundos después, William abandonaba su puesto y daba la vuelta a la esquina. Llevaba la ropa arrugada y sostenía una botella de whisky. No parecía el mismo; su pelo moreno ahora estaba teñido de rubio y unas lentillas oscuras ocultaban sus penetrantes ojos azules. Y su cara... había conseguido de algún modo volver su piel áspera y cambiar la forma de sus rasgos.

Parecía a punto de tropezar en cada paso, pero conseguía cantar una canción de amor mientras avanzaba.

Bastardo burlón. Aunque él no sabía aún que Aeron pensaba traicionar a Olivia.

Dulce Olivia.

«Mía», declaró su demonio.

«Nuestra». No. Estuvo a punto de romper el aparato que sostenía en la mano. «De nadie». No era de Ira ni, desde luego, suya. Pero...

¿Cómo iba a poder vivir sin ella? Ella era luz y era felicidad. Era amor y era bendición. Ella era... todo.

—¿Estás aquí, Ira? —murmuró Strider.

La pregunta llegó justo a tiempo, devolviéndolo al presente. Vio a William tropezar, como estaba planeado, y chocar con la puerta principal del club. «Distracción». Cuando cayó, se oyeron cristales rotos. Yació un momento en el suelo, murmurando como un borracho. El vehículo de control remoto pasó limpiamente por encima de los cristales y entró en el edificio sin llamar la atención.

Poco después, un grupo de hombres armados corría hacia el inmortal.

—¿Qué hace?

—¡Cómo apesta!

—¡Sacadlo de aquí y limpiad esto! Vamos.

Dos de los guardias agarraron a William con rudeza y lo hicieron incorporarse.

—¡Eh, señores! —musitó él con un fuerte acento británico—. ¿La fiesta es aquí? ¡Oh, mira! Una pistola. ¡Qué viril! Pero creo que debo avisar a los ángeles de la colina. No se puede alentar el crimen, ¿vale?

—¿Jefe? —dijo uno de los hombres que sujetaban a William—. No podemos dejar que se largue. Ha visto demasiado.

—Para empezar, yo no soy tu jefe —dijo William, burlándose. Se agarró el estómago—. Y creo que voy a vomitar.

El hombre al mando, Dean Stefano, la mano derecha de Galen, miró un instante a William antes de devolver su atención a los cristales rotos.

—Haced que parezca que lo han atracado. Y lleváoslo lejos. No queremos a nadie olfateando por aquí.

Una condena de muerte para un hombre que asumían que era humano. Y se suponía que ellos luchaban por «proteger» a los humanos. Pero, por otra parte, Stefano era un hombre frío y despiadado. Culpaba a los Señores, en especial a Sabin, del suicidio de su esposa, y no descansaría hasta que estuvieran todos muertos.

«Castigar».

En el pasado, Aeron habría disfrutado en secreto de la orden del demonio y se habría odiado por ello. Por mucho que la víctima mereciera lo que le hicieran. Pero ya no se castigaba por esas cosas. Perder a Olivia era una razón para enfurecerse. Destruir a alguien malvado era un motivo para alegrarse. Y lo haría.

Se divertiría.

Pronto.

Los dos guardias tiraron de William alejándolo del edificio.

—¿Qué pasa? Soltadme y vamos a...

—Cállate, gilipollas, o te corto la lengua.

William empezó a sollozar como un niño. Si Aeron no lo conociera, habría pensado que el guerrero estaba asustado de verdad. Pero lo conocía. Todo aquello formaba parte del papel que se había ofrecido a interpretar. Y con lo de «ofrecido», quería decir «cedido a las amenazas de Anya de quemar su libro si no cooperaba». Habían tenido la esperanza de que no sucediera lo que estaba a punto de ocurrir, pero en el fondo todos habían sabido que sería así.

William no podía soltarse y salir huyendo; eso podía suscitar las sospechas de los Cazadores y ponerlos en guardia. Tenía que encajar lo que le hicieran y dejar que los hombres se marcharan luego.

Los guardias doblaron una esquina y desaparecieron de la vista en un callejón oscuro. Aunque Aeron ya no podía verlos, podía oír lo que sucedía por los auriculares.

Cuando llegaron a su destino, cesaron los ruidos de pasos.

—No quería hacer ningún daño —lloriqueó William.

—Lo siento, amigo, pero ahora eres un peligro —se oyó un sonido de metal deslizándose en cuero, seguido de la rotura de carne y músculo. Un gruñido. Otra puñalada, otra rotura, otro gruñido.

Habían apuñalado a William. Dos veces.

Aeron suspiró. Encajar algo así y lograr que el enemigo no sospechara requería agallas, y William probablemente se estaría dejando las tripas en ese callejón. Pero sobreviviría y le devolverían el favor. Todos lo harían.

Oyó rumor de ropa y un golpe seco. William debía de haberse tirado al suelo y se hacía el muerto. Se reanudaron los pasos y los dos guardias, sonrientes ahora por un trabajo bien hecho, doblaron de nuevo la esquina y entraron en el edificio.

Strider mantuvo la cámara enfocando a Stefano y los obreros que seguían arreglando el agujero. Al fin terminaron.

—¡Cabrones! —gruñó William en su oído—. Esos dos son míos. Han ido a por mis dulces e inocentes riñones.

William no tenía nada de dulce e inocente. Ni siquiera los riñones.

—Sólo unos minutos más —prometió Aeron.

—Quiero dos guardias en esta puerta hasta mañana por la mañana —ordenó Stefano—. Los demás volved a lo que estabais haciendo. Y, por lo que más queráis, que alguien llame a Galen. Más vale que se entere de lo que ha pasado por nosotros y no por algún otro.

Los dos guardias que habían apuñalado a William volvieron a sus puestos.

O sea que Galen no estaba allí. Decepcionante.

Mientras Aeron observaba, los demás Cazadores salieron del vestíbulo, cruzaron el club y se metieron en un pasillo. Strider miraba el monitor y maniobraba el coche detrás de ellos. En aquel pasillo había varias puertas. La cámara les mostró que una llevaba a una habitación donde unos cuantos Cazadores se relajaban delante de la tele. En la segunda habitación, unos pocos jugaban con videoconsolas, más o menos como hacía Torin. En la tercera, había varias camas. En ellas dormían varios Cazadores.

Stefano entró en la cuarta, una habitación vacía. No había gente ni muebles, sólo una alfombra. Una alfombra que había sido apartada para mostrar un agujero oscuro, por el que descendió Stefano.

Un túnel subterráneo.

¿Intentaban abrirse paso hasta la fortaleza?

¿Planeaban sorprenderlos así sin tener que lidiar con las trampas en la colina?

—Tenemos la posición del escondite —dijo Strider.

Era hora de actuar. Al menos para Aeron.

—¿Sabes qué camino tienes que seguir? —preguntó Strider.

—Sí —había memorizado el camino mientras observaba el monitor.

Strider le dio una palmada en el hombro.

—¡Que los dioses te acompañen, amigo mío!

—Y a ti.

Aeron se puso en pie. No se había puesto camiseta porque sabía que tendría que volar. Desplegó las alas en toda su longitud.

—Buena suerte —dijo Paris.

—Ten cuidado —musitaron otras voces.

—Si me ocurre algo... —dijo a nadie en concreto—... aseguraos de que Olivia vuelva a casa sana y salva.

Se elevó en el aire sin esperar respuesta.

«Castigar».

Subió más y más alto. Avanzaba con tal rapidez que no sería más que una mancha en cualquier cámara que hubiera en la zona. Finalmente, se colocó en posición horizontal y planeó.

«Castigar».

Debajo de él estaba el club. Registró la zona, pero no había Cazadores en el tejado y no pudo ver a los Señores que sabía que estaban esparcidos cerca.

Esa noche la victoria sería suya.

«Castigar»...

«Será un placer».

—Voy a bajar.

Bajó deprisa. Cuando llegó al edificio, volvió a colocarse en horizontal y atravesó las tablillas de madera que acababan de poner los obreros. Cortaron y rompieron sus alas, pero también derribaron a los guardias.

Aeron no se detuvo, sino que atravesó volando el vestíbulo, la pista de baile y el pasillo. Los Cazadores habían oído el nuevo choque y se había puesto en movimiento, pero iban detrás de él, demasiado lentos para alcanzarlo. Sólo se detuvo cuando llegó a la habitación con la alfombra.

Ira rió e hizo circular imágenes por la mente de Aeron. Los pecados de sus objetivos. Palizas, apuñalamientos, secuestros... ¡Tanta violencia, tanto odio! Aquellos hombres merecían lo que les pasaba.

—¡Demonio!

—¡Detenedlo!

Escondió las alas... o lo intentó, pues una vez más estaban tan destrozadas que no cabían en sus ranuras. No importaba. Se acercó a la alfombra justo cuando los Cazadores llegaban a la puerta. Una bala atravesó su espalda, pero Aeron no se detuvo. Simplemente se volvió mientras andaba, sacó una pistola de la funda de la axila y disparó, lo que hizo que varios hombres corrieran a cubrirse.

Un respiro. Apartó la alfombra gruesa y colorida.

—¡Bastardo! —otra bala silbó detrás de él y se clavó en su costado.

Él devolvió el fuego.

Entre disparos, oyó a sus amigos entrando en el edificio. Pronto llegaron gruñidos y gritos. Cristales rotos. No había tiempo de alegrarse. Lo alcanzó otra bala, esa vez en el muslo, que lo hizo caer de rodillas.

—Necesito ayuda... —dijo en el micrófono. Siguió disparando, haciendo esconderse a los Cazadores. No podría contenerlos mucho tiempo más. El cargador de la pistola estaba... vacío. ¡Maldita sea...! Tiró el arma al suelo.

«Castigar. Más. Más».

—Ya casi estamos allí —jadeó Strider cuando el tiroteo empezaba de nuevo.

Aeron sacó una segunda pistola justo cuando llegaba su amigo. Momentos después, caían cuerpos hacia delante, inmóviles, y luego se asomó Strider. La sangre salpicaba su cara, pero le brillaban los ojos y una sonrisa entreabría sus labios.

—Saca a todo el mundo fuera —le dijo Aeron—. Voy a hacer explotar todo esto.

Strider asintió y se largó, gritando advertencias a sus compañeros guerreros.

Aeron tiró de la trampilla del túnel. La trampilla no cedía. Aunque le palpitaba el brazo, apretó el gatillo una y otra vez hasta que saltó el metal.

—¡Ahora! —el grito de Strider resonó en sus auriculares.

Aeron no se permitió recrearse en el dolor que sentía... dolor que se intensificaría pronto. No se permitió reconocer la letargia que empezaba a abrirse paso en su sangre. Cortesía del veneno de los Cazadores, seguro. Simplemente, sacó una granada de la bolsa que llevaba a la cintura y arrancó el seguro con los dientes.

Abrió la trampilla... mientras múltiples balas llenaban su cuerpo de agujeros, y se elevó en el aire con las pocas fuerzas que le quedaban en las piernas. Lanzó la granada al túnel.

Ira soltó una risotada alegre.

«¡Castigar!».

La subsiguiente explosión le hizo atravesar el techo.

Cuando se quedó inmóvil, sacó otra granada, tiró del seguro y la arrojó de nuevo al túnel.

Trozos de madera y de cristal volaron en todas direcciones. Le hicieron más cortes y lo desviaron de su curso. Aun así perseveró. Sus alas estaban ya tan rotas que apenas podía volar, pero consiguió elevarse más. Se detuvo a una distancia segura, pero no consiguió planear.

Cuando caía, pasó la vista por la zona circundante. Nubes de humo negro rodeaban el edificio. Pero a través de ellas pudo ver llamas doradas elevándose hacia el cielo.

Ningún humano habría podido sobrevivir a una explosión así. Pero él no quería dejar nada al azar. Sacó la tercera granada y, cuando se acercaba al edificio, la dejó caer.

Una vez más, se vio lanzado hacia arriba. Las nuevas llamas le chamuscaron la piel. Se giró en el aire y dejó que su espalda sufriera los mayores daños antes de volver a girar, cambiar de dirección y caer finalmente al suelo, donde había esperado con Strider al principio.

Su amigo ya estaba allí.

—Podría besarte —le dijo—. Aunque estás hecho una mierda.

Aeron habría querido echarse a reír, pero había tragado humo y tenía la garganta en carne viva e hinchada. Apenas respiraba. Sus ojos lagrimeaban por las quemaduras, pero no tenía fuerzas para secarse esas lágrimas.

—Seguro que quieres un informe completo... —añadió Strider, ayudándolo a incorporarse—. William ha conseguido cortarles la garganta a los dos que lo apuñalaron. Paris ha recibido una bala en el estómago y Reyes tiene una rótula destrozada. No están muy bien, así que Maddox y Amun los están ayudando a llegar a casa. Y eso es exactamente lo que vamos a hacer contigo. Lucien se quedará atrás para guiar a las almas de los muertos al Infierno y Sabin se quedará con él por si tuviera que dejar su cuerpo atrás. O por si hay supervivientes. Si el túnel es lo bastante profundo, los que huyeron a través de él pudieron quedar protegidos de la explosión. Y ya sabes cómo le gusta correr a Stefano.

El mareo se apoderó de Aeron, primero de un modo suave y después más violento; de hecho, si no hubiera sido porque el brazo de Strider le sujetaba la cintura, se habría caído. Peor aún, en esos momentos la oscuridad se cernía sobre él.

—Parece que han usado balas envenenadas —dijo Strider—. Como la que estuvo a punto de matarte. ¿Cómo sobreviviste? ¿Qué hiciste? Queríamos habértelo preguntado antes, pero con todo lo que ha pasado no pudimos y...

Los pensamientos de Aeron estaban fragmentados, pero sabía que había algo que necesitaba decirle a su amigo. Algo vital. Algo de vida o muerte. Sí. Eso era. ¡Vida!

—Hombres... disparados... muerte... necesitan... agua —consiguió decir.

—No comprendo.

¡Mierda, mierda, mierda! Si se desmayaba antes de explicarles lo que necesitaban, sus amigos sufrirían. Podrían morir antes de que recuperara el conocimiento o se lo explicara Olivia.

—Río. Beber.

—¿Tienes sed?

—Agua... Hombres. Deben. Beber. Agua. Río... Vida.

—Aeron, no entiendo nada —insistió Strider, claramente frustrado—. ¿Los hombres a los que han disparado sólo necesitan... agua? Pero ¿cómo va a salvarlos el agua?

—Agua de Vida. Sólo necesitan... poca. Olivia. Olivia... sabe.

Y la oscuridad lo embargó por completo.