13
STRIDER estuvo a punto de cometer asesinatos a sangre fría, empezando por Sabin y Lysander, que tuvieron que sujetarlo para que permaneciera en su asiento. Tal vez no se dieran cuenta, pero con sus acciones azuzaban a su demonio, y Strider golpeó sus caras una contra la otra. Entonces, ellos lo soltaron, pero en vez de saltar hacia la pista de baloncesto, consiguió quedarse allí. Con un esfuerzo ímprobo.
Había intentado marcharse una vez antes de que ocurriera aquello, para llegar a las Eagleshield por el otro lado. Entonces, le habían cedido el turno a Kaia para que entrara en la pista, y él había vuelto corriendo a su asiento.
Si se permitía actuar, mataría a todas aquellas mujeres, y los juegos terminarían. No habría primer premio, y si él no encontraba la Vara Cortadora por sí mismo, iba a necesitar que la ganara Kaia. Pero en aquel momento no le importaba en absoluto aquel primer premio, ni la humillación.
Solo le preocupaba que Kaia estuviera bien.
Se había quedado inconsciente, y las otras Arpías siguieron golpeándola durante una eternidad. Afortunadamente, perdieron pronto el interés en ella y se volvieron las unas contra las otras. Al verla, Strider estuvo a punto de saltar otra vez desde su asiento a la pista. Kaia estaba cubierta de sangre, tenía la ropa destrozada, las manos hinchadas, el pecho inmóvil.
Sabin se irguió y se sacudió las palomitas de los hombros.
—No te preocupes, ella se recuperará —le dijo a Strider—. Mira a Bianka. Está solo furiosa, pero no asustada por su hermana.
Era irónico que el propio guardián de la Duda estuviera intentando reconfortarlo y darle seguridad, pero Strider obedeció. Miró a Bianka y la vio paseándose por las gradas. Todas las demás espectadoras se habían alejado de ella. Daba unos pasos tan fuertes que seguramente, la madera de los asientos se estaba agrietando bajo ella.
Strider se pasó una mano temblorosa por la cara y volvió a fijarse a Kaia. Ella permaneció allí, sin conocimiento, durante otra eternidad. Necesitaba beber sangre de él. Él quería que ella bebiera su sangre. Tenía que moverse, tenía que terminar aquello.
«Vamos, nena. Puedes hacerlo».
Su equipo todavía podía reaccionar y ganar. Y, aunque no lo hicieran… No. No podía pensar en eso. Lo que más le importaba, sorprendentemente, era Kaia. Ella lo había hecho muy bien, había luchado con una habilidad que le había excitado. Sí. La había estado mirando con una erección. Pero entonces, todas las demás habían formado un grupo contra ella y la habían aplastado.
¿Qué demonios habría hecho para suscitar tal odio?
La próxima vez que estuvieran a solas, conseguiría que se lo contara. No aceptaría más mentiras, por muy sexy que ella se pusiera cuando mentía.
Por fin, Kaia se movió, y Strider se puso muy tenso. Nadie se dio cuenta de que ella abría los ojos. Él percibió el momento exacto en que ella recuperaba la claridad mental, porque la vio fruncir el labio superior con un gesto de desprecio. Sin embargo, estaba muy malherida y no podía hacer nada por castigar a las que le habían hecho aquello. Así que hizo lo más inteligente: arrastrarse hacia Taliyah.
—Vamos, nena —susurró él—. Puedes conseguirlo.
«Ganar».
Derrota había estado gritando por la victoria mucho antes de que Kaia entrara en liza.
«Sí, va a ganar», pensó Strider.
Por todos los dioses, él nunca se había sentido orgulloso de ningún otro ser vivo. Ni siquiera de sus amigos, que habían luchado contra los Cazadores a su lado, y que le habían guardado las espaldas. Porque, cuando ellos habían caído, habían dejado de luchar. Sin embargo, Kaia no. Kaia había continuado.
Kaia consiguió alzar la mano. Tenía la cara contorsionada de dolor. Alguien gritó y salió corriendo hacia ella para impedir que pudiera ceder el turno, pero por fin, su mano contactó con la de su hermana, y la Arpía saltó a la pista hecha una furia.
Segundos después comenzaron a resonar gritos de dolor por todo el recinto. Los cuerpos salieron volando, y después no se levantaron del suelo. Eso sucedió hasta que la única que quedó en pie, jadeante y ensangrentada, fue Taliyah. Ella le cedió el turno a Gwen, que solo tuvo que pasearse por la pista dando patadas a todas las que estaban en el suelo. Gwen le cedió el turno a Neeka, que hizo lo mismo. Neeka volvió a cederle el turno a Gwen, que entró por tercera vez.
Cuando terminó, le cedió el turno a Kaia, que consiguió arrastrarse hacia la participante más cercana y darle una patada en el estómago. Sin embargo, aquel movimiento debió de agravar alguna de sus lesiones internas, porque perdió el conocimiento durante unos segundos.
—¡Vamos, Kaia! —gritó Strider.
—¡Puedes hacerlo! —bramó Sabin por el megáfono, y Strider lamentó no tener otro.
Las otras Arpías comenzaron a despertar. La que había pateado Kaia recuperó el conocimiento de un tirón, y Kaia se despertó al notar el movimiento.
—¡Maldita sea, Kaia! ¡Eres la mejor, demuéstraselo!
Strider sintió ganas de vomitar al ver que la atacaban de nuevo. Sin embargo, de algún modo, ella consiguió arrastrarse hacia Taliyah y volvió a cederle el turno.
Él pensaba que iban a conseguirlo, que iban a ganar. Sin embargo, al final, cuando Kaia entró en la pista por tercera vez, la sujetaron y la golpearon con tanta violencia que perdió el conocimiento definitivamente, y su equipo quedó fuera de competición. Y, peor todavía, en primer lugar quedó el Equipo Skyhawk y en segundo lugar el equipo Eagleshield.
Kaia notó algo cálido y delicioso bajándole por la garganta. Ella tragó débilmente. Necesitaba más, pero no tenía fuerzas para tragar por segunda vez. Hasta que aquella calidez llegó a su estómago. Entonces, comenzó a extendérsele rápidamente por el resto del cuerpo, terminó con la fría pesadez de sus miembros y le proporcionó energía.
Abrió los ojos. Vio a Strider con la muñeca sobre su boca. La sangre caía sobre sus labios cerrados y se le deslizaba por las mejillas. Él le abrió los labios con la mano libre, y al darse cuenta de que ella se había despertado, se quedó inmóvil.
Su boca se abrió por voluntad propia, y Kaia tomó otro trago de sangre que la fortaleció.
—Así —dijo él y le puso la muñeca en los labios—. Buena chica.
Sus colmillos se alargaron, y ella mordió. Succionó sin parar y asimiló las propiedades curativas de la sangre de Strider. Él tenía el sabor de un vino añejo mezclado con chocolate negro y con miel. Kaia nunca había probado nada tan delicioso.
Mientras saboreaba, lo observó. Él estaba sentado a su lado, con la cadera junto a la suya. Tenía arrugas de tensión alrededor de los ojos y de la boca, y estaba pálido. Ella no sabía cuánta sangre podía perder, así que se obligó a dejar de beberla.
Él arqueó una ceja.
—¿Ya es suficiente?
No, pero tendría que serlo. Kaia asintió. Con el movimiento, sintió una oleada de mareo, e hizo un gesto de dolor. Tomó aire lentamente y lo exhaló. Por fin, su mente se calmó y pudo pensar.
Recordó que había entrado en la pista dando golpes, pero que después, todos los golpes se los habían dado a ella. Y después de eso… maldición.
Se dio cuenta de que estaba en una cama que no le resultaba familiar, en una habitación que no le resultaba familiar. Eso significaba que… maldición.
—¿Dónde están mis hermanas?
Vaya. Hablar le causó un dolor tremendo. Alguien debía de haberle machacado la tráquea.
—Bianka ha vuelto al Cielo con Lysander, porque yo estaba a punto de ahogarla. Estaba aquí contigo, sin dejar de moverse alrededor de tu cama. Y Gwen está en algún sitio con Sabin, bebiendo su sangre, seguro, y curándose —dijo Strider con una voz fría y distante—. Respecto a Taliyah y a las demás, no sé dónde están.
—¿Pero todas las chicas estaban vivas después de la competición?
—Sí. Todas.
—¿Y ninguna estaba moribunda?
—No.
Kaia sintió un enorme alivio. Bien. Todas estaban vivas, recuperándose. Ella podría superar todo lo demás. Tal vez.
—¿Quién… quién ganó?
—Tu madre. Vosotras no conseguisteis terminar la prueba.
«Por mi culpa», pensó ella, y sintió un vacío en el pecho. Porque ella se había desmayado, lo cual era casi tan malo como una descalificación.
Le ardían los ojos, así que los cerró. Necesitaba estar un momento a solas para recuperar la compostura. O para sollozar. Strider acababa de verla en su peor momento. No podía desmoronarse, o la opinión que él pudiera tener de ella empeoraría aún más.
—Sé un buen consorte y ve a buscar una botella de agua para que yo pueda robártela. Tengo mucha sed.
—Bébete las lágrimas llorona.
Kaia abrió los ojos y lo miró con la boca abierta. Las ganas de llorar desaparecieron por completo.
—¿Cómo puedes tratarme así? ¿Es que no tienes compasión? ¡Es evidente que me estoy muriendo!
—Por favor. Solo tienes unas míseras heridas.
¿Míseras? ¡Había dicho «míseras»! Kaia se miró. Le habían cortado la ropa, y estaba desnuda. Sin embargo, parecía que todavía estaba vestida. Tenía la piel rasgada, y hematomas negros y azules en toda la extensión de su cuerpo.
—Estas son las peores heridas que has visto, desgraciado, y lo sabes.
Él sonrió ligeramente.
—No. Una vez me corté con un papel entre el dedo índice y el pulgar. No sabes lo que es el dolor hasta que has experimentado algo así.
Así que aquello le divertía.
—Estás a cinco segundos de recibir una puñalada en el corazón —gruñó ella y, resoplando, se tapó con la manta hasta el cuello. Cada pequeño movimiento le provocaba un dolor de agonía. Sin embargo, merecía la pena. No tenía problemas por estar desnuda delante de Strider, pero desnuda y herida, ¡no, demonios!
—Ten cuidado con tu tono de voz, ¿quieres? Mi demonio se está inquietando —dijo él y, mientras hablaba, la envolvió con cuidado en la manta.
Ella se calmó un poco.
—¿Qué quieres decir con eso de que «se está inquietando»?
—Está ansioso por luchar.
—¿Por qué?
—Él te estaba animando. Te vio perder. Eso le molestó mucho. No me hizo daño, pero ahora necesita ganar algo, ¿entiendes?
—Sí —dijo Kaia. ¿Su demonio la había estado animando durante la lucha? ¿Y era aquella la voz que había oído, tal y como sospechaba?—. Gracias.
—Eso no es nada que deba hacerte sonreír.
¿Estaba sonriendo? Oh, sí. Estaba sonriendo. Intentó ponerse seria.
—De acuerdo, me portaré bien. ¿Te sientes mejor?
Pasó un momento hasta que él se relajó. Había ganado. Era una pequeña discusión, sí, pero de todos modos había ganado, y su demonio había obtenido una victoria.
—Lo has hecho a propósito —dijo él pensativamente.
—¿Y qué?
—Eres muy dulce —le dijo Strider, y con ternura, le apartó el pelo de la frente—. Vamos a hablar. Si te sientes con fuerzas para hacerlo, claro.
El calor de su cuerpo la envolvió con más fuerza que las mantas.
—¿Y por qué no iba a tener fuerzas? No son más que unas míseras heridas, ¿no te acuerdas?
Al oír la ironía de su propia voz, ella entendió algo sobre Strider. Él no le había demostrado compasión porque sabía que estaba a punto de desmoronarse. Si le hubiera ofrecido su ternura, ella se habría echado a llorar.
Después, le habría echado la culpa por aquel momento embarazoso, y se habría preocupado por las consecuencias. Sin embargo, ahora no tenía que hacerlo. Podía disfrutar de él, simplemente.
—¿Estás bien? —le preguntó Strider con suavidad—. Di la verdad.
—Estoy bien.
—¿Necesitas algo más?
—Un buen masaje, desnuda.
A él se le dilataron las pupilas. Tanto, que el iris estuvo a punto de desaparecer de sus ojos.
—Aparte de eso.
—Aparte de eso, aparte de eso —repitió ella burlonamente—. Mira, me doy cuenta de que estás preocupado por mi bienestar físico, pero si no me traes un poco de agua, tal y como te he pedido, iré personalmente…
—Está claro que te sientes lo suficientemente bien como para hablar —dijo él, y sonrió ampliamente en aquella ocasión—. Por lo tanto… —le mostró una botella de agua y la agitó delante de su cara. Kaia notó unas cuantas gotas frías en el pecho, de la condensación del plástico, y jadeó—. Puedo admitir que tengo lo que quieres, y explotarte.
De repente, ella tuvo tanta sed que notó dolor en las encías. Antes había mentido al decir que estaba sedienta, pero en aquel momento, al ver el agua, la quería. Se moriría si no bebía un poco.
—Dame.
—Um, um. Si la quieres —dijo él, canturreando—, tendrás que ganártela. Yo voy a hacerte algunas preguntas, y tú tendrás que responderme. Y, para que lo sepas, tengo una hamburguesa y un batido de chocolate para pagarte.
Ella se relamió mientras sentía, a la vez, odio y amor por él. Aquella era la causa de que nunca contara sus secretos de Arpía: cualquiera podría usarlos en su contra. Sin embargo, Strider sabía por Gwen que las Arpías tenían que ganarse la comida. Si él le hacía una pregunta, y ella aceptaba el pago por su respuesta, no podía mentirle. Si mentía, se pondría enferma, igual que si comía algo que hubiera preparado para sí misma.
Él volvió a agitar la botella.
—¿Trato hecho?
—Trato hecho —dijo ella con rabia. Seguro que Strider quería saber algo acerca de la siguiente competición.
—Dime por qué te odian tanto las Arpías.
Se había equivocado. Kaia miró al techo de la habitación. Había varias humedades en la escayola. Entonces, estaban en otro motel barato. Seguramente, continuaban en Wisconsin.
—Estoy esperando, nena.
—La respuesta no tiene importancia.
—Yo seré quien juzgue eso.
Kaia suspiró.
—El hombre… El hombre de Juliette, el que viste el día de la presentación de los juegos… Cuando yo tenía catorce años, quise que él fuera mi esclavo, que me lavara la ropa, ese tipo de cosas, e intenté robárselo a Juliette y demostrar lo que valía y lo fuerte que era —le explicó, y comenzó a temblar. Pensaba que, si le contaba el resto de la historia, él la dejaría, igual que el resto de su clan le había dado la espalda.
¿Cómo no iba a dejarla? Acababa de verla perder. Cuando se enterara de que siempre había sido una fracasada, y de que seguramente nunca sería nada más…
—¿Y? —insistió él.
Lo mejor sería perderlo ya, pensó. De todos modos, Strider solo permanecía allí por la Vara Cortadora, y si se marchaba, ella ya no tendría que preocuparse de si perdía frente a él en la siguiente competición.
—En vez de eso —prosiguió—, lo liberé sin saberlo, y estuvo a punto de matarme. Me habría matado, de no ser por Bianka. Ella me defendió, y él se ensañó con ella. Después, se ensañó con todas las demás. Aquel día murieron más Arpías que en el resto de toda nuestra Historia.
Strider frunció el ceño.
—Si mató a tantas Arpías, ¿por qué no le echan la culpa a él por lo que ocurrió? No he visto que nadie lo mire con odio. Nadie se lanzó a su cuello.
¿Aquella era su reacción? ¿No iba a salir corriendo?
—Juliette lo tenía dominado. Yo lo desaté. Si yo no me hubiera entrometido, él no habría podido hacer nada.
—De acuerdo. Entonces, contéstame a esto: si es tan peligroso, ¿por qué lo sigue teniendo Juliette?
—Una Arpía le perdonará casi todo a su consorte —dijo ella de mala gana.
Hubo un momento de silencio.
—¿Y qué es el consorte de Juliette, a propósito? No es humano, eso está claro.
—No sé lo que es. Nunca he conocido a nadie como él.
Él frunció los labios.
—Entonces, ¿no te acostaste con él? —le preguntó.
—¡Tenía catorce años! ¿Qué te piensas? —inquirió ella y, al ver su mirada, puso un gesto ceñudo—. No, no hace falta que me contestes a eso.
—Vaya, sí que estás refunfuñona. Ya sé que no te acostaste con él. Solo quería oírtelo decir —respondió Strider, y con ternura le pasó un dedo por la mandíbula, suavemente—. Y gracias por decirme la verdad esta vez.
«No te derritas», pensó ella. Strider no se le había declarado, precisamente.
—¿Gracias? ¿Eso es todo lo que tienes que decirme?
—Sí. ¿Qué pasa? ¿Es que te esperabas un poema?
No. Se esperaba un buen sermón y una despedida.
—A causa de lo que hice, me pusieron el apodo de Kaia la Decepción.
Ya lo había dicho, y él ya lo sabía todo. Ahora sabía cómo era la persona en la que había confiado, más o menos.
—¿Qué les pasa a las Arpías con lo de los apodos? —preguntó él y, de nuevo, sorprendió a Kaia.
Cada vez que alguien la llamaba así, ella se moría de pena, pero Strider se comportaba como si no tuviera la menor importancia. Ella no supo si echarse a llorar o a reír.
—Yo no me preocuparía mucho por nuestra afición a los sobrenombres. A ti todavía no te hemos puesto ninguno.
En sus ojos brilló algo peligroso que desapareció rápidamente.
—Como si a mí me importara lo que tú me llames —replicó él, con una voz neutra y vacía, que no reflejaba lo que ella había visto en su mirada.
Algunas veces era un idiota.
«Bueno, pues vamos a ver si te importa esto», pensó ella, y le dijo:
—Para que lo sepas, a Paris le llamamos Paris el Sexorcista.
A Strider se le contrajeron las ventanas de la nariz al tomar aire bruscamente. Hubo un silencio tan largo, que ella empezó a sentirse culpable. Entonces, él dijo, con tirantez:
—Te has ganado tu primer pago.
Abrió la botella, le pasó la mano cálida por la nuca y la ayudó a levantar un poco la cabeza. Entonces, le puso la botella en los labios, y ella bebió una cascada fresca de agua que le hizo olvidar la culpabilidad.
Tragó como una loca, y cada gota le supo mejor que la anterior. Cuando terminó, Strider estrujó el plástico y lo lanzó por encima de su hombro. Después la depositó con cuidado sobre la almohada. Ella tuvo que contenerse para pedirle que no la soltara.
Él se inclinó hacia la mesilla de noche y tomó una parte de la hamburguesa, que ya había partido en cuatro pedazos. A ella le rugió el estómago.
—Supongo que no tengo que preguntarte si tienes hambre —le dijo él con una sonrisa.
Era un poco embarazoso, pero por lo menos, él seguía queriendo hablar con ella. Milagro de los milagros. Ella no iba a volver a quejarse.
—Si quieres esto, tendrás que decirme si crees sinceramente que puedes ganar la siguiente competición. Y la siguiente, y la siguiente. Porque, después de la primera, cada vez me gusta más la idea de robar la Vara Cortadora.
No había ni rastro de remordimiento en su voz, y ella se dio cuenta de que él pensaba robar la Vara pese a lo que le respondiera. Si podía hacerlo. Lo que ella no sabía, sin embargo, era por qué le interesaba a Strider su opinión sobre las siguientes pruebas de los juegos.
Él debió de leer aquella pregunta en sus ojos, porque dijo con la voz ronca:
—No quiero volver a verte sufrir así.
Ella sintió un dolor en el pecho. Le respondería, y no por la hamburguesa, sino por su preocupación.
—Yo…
¿Sinceramente? Ella había creído que podría ganar la primera prueba, que el hecho de saber que el resto de los equipos irían por ella le daba ventaja. Sin embargo, cuando todas se habían lanzado contra ella, se había visto impotente.
La próxima vez harían lo mismo. Todas las integrantes de los equipos se aliarían e irían por ella. Sin embargo, no podía quejarse de la injusticia porque, de haber sido al contrario, ella habría hecho lo mismo con quien le hubiera causado un daño así a su familia.
Familia. Aquella palabra le llenó la mente, y recordó las dudas de Taliyah. Durante toda su vida, ella solo había querido ser admirada, amada y respetada, pero no había conseguido otra cosa que decepcionar a todo el mundo. Ella era Kaia la Decepción.
—Siento haber perdido —susurró.
Él le acarició la frente.
—No me has decepcionado. Nadie podría haber conseguido la victoria con ese tipo de oposición.
Era reconfortante, pero en el fondo, Kaia sabía que él habría encontrado el modo de ganar. Siempre lo hacía.
—Sin embargo, me preocupaste mucho —continuó Strider—. No voy a mentir sobre eso.
Había hablado como un verdadero consorte, y Kaia sintió un gran anhelo por él. Quería eso. Lo quería a él. En aquel momento, y para siempre. Así pues, por él, encontraría la forma de ganar.
—Sí —respondió por fin—. Creo que puedo ganar la siguiente competición.
Tendría que ser fría, dura y despiadada. Y lo sería. Iba a demostrar lo que valía, como siempre había querido hacer. Nadie iba a impedírselo.
Todos aquellos pensamientos asesinos se vieron devaluados por un gran bostezo.
Strider le dio la hamburguesa, después le hizo preguntas sin importancia para que ella pudiera responder y ganarse el batido de chocolate. Cuando Kaia terminó de comer, él le dijo:
—Ahora tienes que descansar. Tengo grandes planes para ti, cuando despiertes.
Ella le miró las ingles, porque él estaba excitado.
A Strider se le escapó una risotada.
—Eres una Arpía muy viciosa.
—Has dicho «grandes planes». He pensado que…
—Duérmete —dijo él, sonriendo.
—Bueno, ¿te referías a eso, o no? —preguntó ella, mientras se le cerraban los ojos.
—Tendrás que esperar para averiguarlo.