5

A Kaia le encantaba ir al cine, pero en aquel momento se sentía como si tuviera el papel protagonista en una película de terror llamada La masacre de la fiesta del pijama. Solo que, en vez de llevar un saco de dormir y un osito, llevaba un hacha y un cuchillo de sierra.

Junto a sus hermanas, recorrió un pasillo oscuro, largo y vacío. Todas llevaban un arma en la mano. También las llevaban colgadas de la cintura y a la espalda, en bandolera. Si el malo de la película hubiera estado observándolas desde las sombras, esperando para atacarlas, seguramente las habría visto moviéndose a cámara lenta, con el pelo agitado por una brisa suave. Además, habría sonado una música inquietante de fondo.

Era una pena que no estuvieran en Hollywood.

Taliyah estaba en el medio. Era la mayor de las hermanas, además de ser la más fuerte y la más mortal. Era alta, esbelta, pálida de la cabeza a los pies, y parecía una elegante reina de hielo, con una personalidad parecida. Taliyah no se permitía experimentar emociones. Mientras que Kaia siempre había intentado ser como su madre, Taliyah había optado por lo contrario. Era lógica y sensata, y siempre planificaba sus movimientos.

Bianka y Kaia iban flanqueando a su hermana, y Gwen, a la izquierda de Kaia. A un lado de aquella brigada iba Sabin, y al otro, Lysander. Normalmente, en eventos como aquel, se suponía que los consortes caminaban detrás de las Arpías, pero aquellos hombres no eran arquetípicos. Eran iguales a ellas. Eran amados por ellas, y estaban completamente decididos a protegerlas.

Todas las mujeres irradiaban tensión, sobre todo Kaia. Y eso, gracias al muy estúpido de Strider. Él no iba a apoyarla. Aquel mismo día, algo que había dicho Gwen había hecho que ella creyera… que tuviera esperanzas… Bah. Strider no había aparecido, aunque lo habían esperado durante media hora. Por ese motivo, llegaban tarde a la reunión.

Finalmente, ella había tenido que resignarse y admitir que estaba mejor sin él. Él solo significaba rechazos, humillaciones y dolor, aunque todo aquello estuviera dentro de un envoltorio muy bonito. Ella encontraría otro bonito envoltorio sin todos los extras.

Por lo menos, Bianka y Gwen estarían bien protegidas, y eso calmaba su nerviosismo. Sin embargo, si alguien se atrevía a amenazarlas por lo que había hecho ella en el pasado, La masacre de la fiesta del pijama se convertiría en Derramamiento de sangre total, un documental obra de Kaia Skyhawk.

Y, si alguien le tomaba el pelo a Bianka por salir con un ángel, ese alguien también tendría un papel destacado en el documental. Por desgracia, Kaia tenía la sensación de que iba a haber muchos protagonistas.

A primera vista, Lysander parecía un buen chico. Le brillaba el pelo como si los mechones fueran de oro. Tenía la piel blanca y levemente sonrosada. Llevaba una túnica blanca que le cubría las alas doradas, y no llevaba armas invisibles. No las necesitaba. Podía crear una espada de fuego tan solo con el aire. Al segundo vistazo, las Arpías se darían cuenta de que era un guerrero de pies a cabeza, musculoso y fuerte, con la implacable determinación de proteger lo suyo.

Pero ya sería demasiado tarde.

En cuanto a Sabin, bueno, todo el mundo sabría lo que era al primer vistazo: un malo de película sin compasión. Tenía el pelo castaño y los ojos de color ocre, y los rasgos afilados. Llevaba muchas armas ocultas en el cuerpo, más de las que podría acarrear un ejército humano, y tenía un megáfono en la mano.

Kaia no iba a tomarle el pelo a Gwen diciéndoselo, pero seguramente, su hermana pequeña tendría que apartar a manotazos a las demás mujeres de su marido. Sabin era todo lo que admiraban las Arpías, porque no respetaba las reglas sociales y era muy peligroso.

Por fin, el grupo llegó a las puertas del auditorio de la escuela primaria. Sí, una escuela de primaria de Wisconsin. Las organizadoras habían informado aquella misma mañana del lugar del evento, y la elección había asombrado a Kaia. Un millón de años antes, la reunión previa a los Juegos se celebraba en un campo al aire libre que estuviera muy alejado de la civilización. Estaba claro que los tiempos habían cambiado, pero, ¿una escuela primaria? ¿De veras?

Lucien, el guardián de la Muerte, también había expresado su sorpresa, pero después había llevado a Gwen y a Kaia hasta las puertas de la escuela. Lysander había llevado a Bianka, y Taliyah se había materializado allí en medio de una niebla espesa y oscura. Parecía que había adquirido una nueva habilidad, pero no había querido dar ninguna explicación al respecto. Taliyah tenía una capacidad asombrosa, aparte de aquella otra: podía adquirir diferentes formas. No lo hacía nunca, cierto; sin embargo, ahora también podía teletransportarse, y ella seguía sin poder hacer nada sorprendente.

Kaia se obligó a dejar la compasión por sí misma a un lado cuando llegaron a las puertas del auditorio. Estaban cerradas, pero se oían voces en el interior. Ella se echó a temblar.

Taliyah también se detuvo. Enfundó las armas y le puso una mano en el hombro.

—Sabes que estoy a tu lado, pase lo que pase. ¿De acuerdo?

Ella sintió un profundo amor por su hermana. Enfundó el hacha y respondió:

—Sí, lo sé.

—Bien. Entonces, vamos allá.

Taliyah empujó las puertas y las bisagras chirriaron. Sin aquella barrera, los murmullos se convirtieron en conversaciones. Conversaciones que cesaron al instante al entrar las recién llegadas.

Kaia miró el mar de caras que no veía desde hacía siglos, pero no encontró la de su madre. Ni tampoco la de ningún otro miembro del clan Skyhawk. Sin embargo, había más de cien mujeres con los ojos clavados en ella. Kaia alzó la barbilla. Algunas de las Arpías echaron mano a la empuñadura de su espada o de sus dagas, pero nadie se atrevió a dar un paso hacia ella.

Kaia supuso que tanta atención llena de odio debería haberla intimidado, pero sin embargo, se alegró. Era fuerte, más fuerte que nunca, y podría demostrar su valía. Por fin.

Por fin, ellas iban a saber que era valiosa.

—Vaya, vaya, mirad quiénes han decidido unirse por fin a nosotras. Kaia la Decepción y compañía —dijo Juliette la Erradicadora—. Qué sorpresa. Pensábamos que habíais decidido no entrar, lo cual habría sido algo muy inteligente por vuestra parte. Aunque, claro, solo tenéis medio cerebro cada una, ¿no?

La primera bromita de las mellizas que compartían cerebro.

Juliette continuó:

—Me siento obligada a advertiros que vais a perder, y que no será divertido. Aunque yo no sé nada de eso, claro, porque he ganado la medalla de oro en los últimos ocho juegos. Pero claro, vosotras no lo habéis visto, porque no habéis sido invitadas.

Bianka gruñó, Taliyah se puso tensa y Kaia apretó los dientes como si estuviera mirando a su bestia negra.

Juliette estaba en el centro del escenario. Era alta y muy bella. Tenía el pelo negro y largo, y los ojos de color azul lavanda. Llevaba una camiseta de tirantes y una falda corta, y tenía las piernas llenas de tatuajes. Eran signos antiguos que simbolizaban la venganza. Todos ellos significaban lo mismo: «La pelirroja debe sufrir». Qué bonito.

—Pronto tendrás que despedirte del oro —replicó Kaia—. Esta vez será mío.

Juliette sonrió lentamente, con petulancia.

—En realidad, no. No voy a hacerlo. Por si no lo sabías, yo no voy a participar este año. Voy a dirigir las cosas. Fue algo que decidieron las ancianas en su reunión.

Eso no era un buen augurio para la victoria de Kaia. Si Juliette era la directora, sería ella la que decidiera quién transgredía las normas y quién no, y al final, escribiría y presentaría la tabla de resultados. No era prometedor para Kaia.

¿Cuántas veces le había pedido perdón a Juliette durante aquellos siglos? Innumerables veces. ¿Cuántas cestas de fruta le había enviado? Cientos de cestas. ¿Qué más podía hacer? Nada. Y estaba harta de intentarlo, cuando el resultado era aquel.

—Vuestros hombres deben sentarse con los demás —dijo Juliette con tirantez, y señaló hacia el fondo del auditorio, donde había un grupo de hombres en una grada. No eran más que meros espectadores.

—En realidad, nuestros hombres se quedan con nosotras. Y eso no es discutible —dijo Taliyah, dando un paso al frente—. Ahora podéis continuar con la reunión —añadió con un tono de autoridad.

—Lo haré —replicó Juliette—. No te preocupes por eso.

Después comenzó a darles un discurso sobre el buen comportamiento antes, durante y después de los juegos.

Kaia «y compañía» la ignoraron y siguieron a su hermana mayor. Se detuvieron a un lado del escenario, junto a otro clan. Los Eagleshield. La familia de Juliette. Kaia alzó la barbilla. Todos los miembros del otro clan se alejaron de ella, como si tuviera una enfermedad contagiosa, y ella se ruborizó.

No, no todas las Arpías se habían alejado. Neeka la No Deseada dio un paso hacia delante y se acercó a las Skyhawk. Estaba sonriendo.

—Taliyah —dijo, e inclinó la cabeza respetuosamente.

Era sorda, porque le habían apuñalado los oídos durante un ataque. Como aquello había sucedido cuando era niña, no había sanado de sus heridas, y más tarde, su propia madre había intentado asesinarla por atreverse a sobrevivir con esa enfermedad.

Aquella mujer debía de haber aprendido a ser madre en la Escuela de Maternidad de Tabitha Skyhawk.

Las dos Arpías se abrazaron y se dieron unos golpecitos en la espalda. Al separarse de Taliyah, Neeka miró a Kaia, y sorprendentemente, no dejó de sonreír. Tenía el pelo negro y los ojos marrones, y unas cuantas pecas en la nariz. Su rostro era perfecto.

—Ya nos hemos hecho adultas —dijo Neeka, en un tono de voz perfectamente modulado, muy suave.

—Sí —dijo Kaia, y esperó a que comenzaran los insultos.

Eso no ocurrió.

—Espero que seas tan mortal como se dice por ahí.

Un momento, ¿cómo?

—Seguramente, más —dijo modestamente.

La sonrisa se hizo más amplia. Claramente, Neeka sabía leer los labios.

—Bien. Así, las próximas semanas me resultarán más soportables. Bueno, dime una cosa. Hace cosa de un año, alguien me dijo que colgaste a un humano del piso número sesenta de un edificio. Por el pelo. ¿Es eso cierto?

—Bueno, sí. Gwennie había desaparecido, y él era el último que la había visto —explicó ella—. Quería respuestas.

—¡Vaya! ¿Y…?

—Ya es suficiente —les espetó Juliette—. Estáis perdiendo el tiempo con vuestras exageraciones, cuando deberíais estar escuchándome a mí.

Exageraciones. Por favor. En vez de defenderse, Kaia repitió lo que le habían dicho. Juliette estaba detrás de Neeka, así que la pobre chica no tenía ni idea de que todo el mundo las estaba mirando, esperando su colaboración. Sin embargo, Neeka no volvió con su clan. Volvió junto a Taliyah. Qué raro. ¿Porqué…?

De repente, se abrieron unas puertas al otro lado de la espaciosa habitación, y Kaia vio entrar a su madre, Tabitha la Cruel. Todo el mundo se quedó en silencio.

Acababa de llegar una leyenda.

A Kaia se le hizo un nudo en el estómago. Tragó saliva. Sabía que aquel momento tenía que llegar, y creía que estaba preparada, pero… Oh, por todos los dioses. Comenzaron a temblarle las rodillas, y se puso muy nerviosa.

Había pasado un año desde la última vez que había hablado con su madre, y aquella última conversación no había sido agradable.

«No sé por qué he permanecido a tu lado tanto tiempo», le había dicho Tabitha. «Lo he intentado, lo he intentado una y otra vez, pero tú no has hecho nada por redimirte. Te quedas en Alaska, luchando contra los humanos, robándoles a los humanos, jugando con los humanos».

Kaia se quedó boquiabierta.

«No sabía que tuviera que demostrarte lo que valgo. Soy tu hija. ¿No deberías quererme pese a todo?».

«Me has confundido con tus hermanas. Y mira dónde te ha llevado su indulgencia. A ningún sitio. Los demás clanes siguen odiándote. Te he protegido durante todo este tiempo, nunca les he permitido que levantaran la mano contra ti, pero eso termina hoy mismo. Mi indulgencia tampoco te ha llevado a ninguna parte».

Su definición de «indulgencia» era muy distinta. Y, para ser sincera, aquella diferencia le hizo tanto daño que pensó que nunca iba a superarlo.

«Mamá…».

«No. No digas nada más. Hemos terminado».

Su madre se alejó de ella para siempre. No hubo más llamadas de teléfono, ni cartas, ni correos electrónicos, ni mensajes de teléfono. Había dejado de existir para Tabitha. Juliette todavía no la había atacado, así que ella pensaba que su madre había seguido protegiéndola pese a todo.

Tal vez se hubiera equivocado.

Tal vez aquel era el motivo por el que ahora se encontraba en aquel lugar.

Y, sin embargo, incluso pensando que quizá su madre quería que resultara herida, Kaia se empapó la vista con su imagen. Era la primera vez que la veía desde hacía meses, y por todos los dioses, Tabitha era bellísima. Aunque había nacido miles de años antes, y había tenido cuatro hijas, no aparentaba más de veinticinco años. Tenía la piel bronceada y el pelo negro, y los ojos de un color castaño y ámbar, y los rasgos tan delicados como una muñeca de porcelana.

—Tabitha Skyhawk —dijo Juliette, en tono de reverencia, e inclinó la cabeza a modo de salutación—. Bienvenida.

—¿Esa es tu madre? —le preguntó Sabin a Gwen de repente—. Quiero decir que… tú me dijiste que te odiaba, y que por eso no se acercaba a ti, pero parece que esa mujer solo odia las uñas rotas y las carreras en las medias.

—Solo es mi madre por nacimiento, así que no me lo eches en cara —replicó Gwen—. Y te aseguro que te rompería la cara sin preocuparse por sus uñas.

Gwen siempre había sido la más sensible de las hermanas, la que más necesitaba protección. Y, sin embargo, el día en que Tabitha había declarado que era una inútil, no había derramado una sola lágrima. Se había encogido de hombros y había continuado con su vida. No había mirado atrás ni una sola vez.

—No puede ser tan mala —dijo Sabin—. Con esas piernas no.

Hombres.

—Tiene un corazón de niña, ¿sabes? Sí, lo tiene guardado en una caja, junto a la cama.

Después del Trágico Incidente, Kaia había perseguido a Tabitha durante siglos, intentando hacer cualquier cosa con la que pudiera ganarse el respeto y el amor de su madre. Había fracasado una y otra vez. Por fin, se había dado cuenta de que sus esfuerzos no servían de nada, y había concentrado su atención en los humanos. Algo con lo que, una vez más, se había ganado el castigo de Tabitha.

«Te quedas en Alaska, luchando contra los humanos, robándoles a los humanos, jugando con los humanos». Kaia pensó de nuevo en aquellas palabras. Entre los humanos, ella era como un trofeo. Todos pensaban que era guapísima, valiente y divertida. Claro que había jugado con ellos.

«Ya has superado el rechazo, ¿no te acuerdas? Ya no te importa».

Su madre entró en el auditorio acompañada por otras nueve Arpías. Cuando las puertas se cerraron, todas ellas observaron a la multitud. Las diez miradas pasaron por encima de ella sin la más mínima pausa, como si fuera invisible.

«Mírame», pensó Kaia frenéticamente. «Mírame, mamá, por favor».

Durante aquellos pocos segundos, se sintió como una niña otra vez. Claro que los ojos dorados de Tabitha no volvieron hacia ella. Peor todavía, se fijaron en Juliette con un brillo de orgullo. Orgullo. ¿Por qué?

¿Tenía importancia? A Kaia se le formó una carcajada de amargura en la garganta. Entonces, se dio cuenta de que Juliette y su madre llevaban el mismo medallón, y la carcajada se convirtió en un jadeo. Eran unos círculos de madera que tenían tallados unas intrincadas alas en el centro: el preciado símbolo de la fuerza de los Skyhawk. A Kaia nunca le había importado el hecho de que su madre entrenara a Juliette, ni a los miembros de otros clanes aliados. Sin embargo, ¿darle aquella medalla a alguien que no fuera del clan de los Skyhawk? ¡Oh, eso sí le dolía!

Entonces recordó algo más. Su madre le había arrancado un medallón como aquel del cuello. De repente, sintió la raspadura del cuello contra la nuca.

—Nuestro vuelo se ha retrasado —dijo Tabitha. Su voz áspera resonó en la cúpula del auditorio—. Pedimos disculpas.

Aunque lo hubiera hecho con tanta tirantez… ¿Su madre, disculpándose? Era la primera vez que ocurría algo así. ¿Era un sueño? ¿Acaso había entrado en un universo paralelo sin darse cuenta? No, no era posible. De ser así, Tabitha le habría sonreído, y no lo había hecho.

Así pues, esa disculpa sí había tenido lugar.

A Kaia comenzaron a temblarle las rodillas otra vez.

—Siento llegar tarde —dijo una voz masculina, grave, a sus espaldas.

Y vuelta a la teoría del sueño. No era posible que Strider estuviera allí, y además, disculpándose también. Kaia se dio la vuelta con la certeza de que nada había cambiado en su entorno. Y, para su completo asombro, sus ojos confirmaron a sus oídos.

Strider estaba allí, con toda su gloria de guerrero.

Verdaderamente, había entrado en un universo paralelo. No había otra explicación posible.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó suavemente.

Olía a canela, y al percibir aquel olor, a Kaia se le aceleró el corazón incontrolablemente.

—Gracias a Dios —intervino Sabin—. Gwen estuvo a punto de matarme cuando se enteró de que te había dejado marchar de la fortaleza esta mañana.

Mientras él hablaba, Lysander se colocó entre los dos inmortales y ella. Tal vez hubiera aceptado una tregua con los Señores del Inframundo, pero eso no significaba que le cayeran bien. No se fiaba de ellos, y no quería que Bianka corriera el más mínimo peligro. Sin embargo, no tenía ningún motivo de preocupación: los Señores trataban a las Skyhawk como si fueran de su familia, como si fueran primas exasperantes que se habían quedado demasiado tiempo en la casa de uno, pero que seguían siendo de su familia.

De repente, hubo otra ronda de exclamaciones y jadeos de admiración entre todas las Arpías. Por fin, se habían dado cuenta de que aquellos hombres eran algo más que donantes de sangre y ponis de carnaval, y comenzaron a sonar murmullos de «ángel» e «inmortales». Los primeros llenos de diversión, tal y como había temido Kaia, y los segundos de celos.

Celos. Hacia ella. Intentó no hincharse como un pavo.

Pero no lo consiguió.

—¿Qué estás haciendo aquí? —volvió a preguntarle a Strider en voz baja.

—Pregúntamelo mañana. Tal vez tenga alguna respuesta —dijo él con ironía.

De nuevo, a Kaia se le infló el corazón. En aquella ocasión no fue de amor, sino de deseo, alegría y alivio. Estaba más sexy que nunca, con una camiseta blanca manchada de sangre, y unos pantalones vaqueros rasgados. Tenía la cara manchada de tierra, y el pelo rubio aplastado contra la cabeza, empapado de sudor.

—Debería haber llegado antes —añadió—, pero al hacer una última ronda de vigilancia por el perímetro de la fortaleza encontré cosas interesantes.

—¿Cazadores?

—Sí. Los muy desgraciados, como siempre, estaban intentando un truco sucio.

—¿Los has matado?

A él le brillaron los ojos de un modo que revelaba la euforia del demonio victorioso al que albergaba.

—A todos.

—Buena chica —dijo ella.

Sí, acababa de llamarlo «chica». Y él estaba allí de verdad. Kaia no podía creer algo tan asombroso. ¿Significaba eso que Strider se había dado cuenta de que eran el uno para el otro? ¿Había olvidado que ella se había acostado con Paris? Tuvo que contener el impulso de lanzarse a sus brazos, de abrazarlo con fuerza y no soltarlo nunca.

Él debió de leer todas aquellas preguntas en sus ojos.

—No te hagas una idea equivocada —dijo, estropeándolo todo—. Necesitabas un botiquín, así que aquí estoy. En cuanto terminen los juegos, me voy. No te lo digo para ser grosero, sino para que sepas la verdad —añadió. Qué tierno era—. ¿De acuerdo?

—Sí, claro. Gra-gracias.

Como no quería que él estropeara su alegría, se dio la vuelta.

«No voy a llorar», pensó Kaia. Su madre no había conseguido destruirla, y él tampoco iba a conseguirlo.

Una vez más, se había convertido en el centro de atención. Todas las miradas estaban clavadas en ella. Alzó la barbilla, exactamente como la primera vez, para disimular su disgusto.

—Bueno, ¿me he perdido algo? —preguntó Strider.

—¿Ves a esa morena tan impresionante de allí? —le dijo Sabin, señalando a Tabitha—. Es su madre.

—¿Esa es su madre?

Kaia apretó los puños, y sus uñas, que se habían alargado repentinamente, le cortaron la piel. Algunas gotas de sangre cayeron por entre sus nudillos.

—Si no tienes cuidado, voy a… —no encontró una amenaza lo suficientemente mala—. Procura no hacerle ningún cumplido.

—No me desafíes, Pelirroja. No te gustaría el resultado.

Pelirroja. En boca de cualquier otra persona habría sido una expresión cariñosa, pero por parte de Strider era como una maldición.

—¿Por qué? ¿Es que piensas darme una paliza?

—No. Me marcharé.

Ella apretó los labios. Su ausencia era lo único a lo que no estaba dispuesta a arriesgarse. Tal vez Strider fuera muy molesto, terco y a veces, odioso, pero era la mejor ayuda con la que contaba para ganar aquellos juegos. Si Juliette estaba a cargo del evento, necesitaba a alguien que le guardara la espalda las veinticuatro horas del día.

—Mi madre no es la persona que mejor me cae del mundo, ¿sabes? —dijo, sin girarse a mirarlo. Después, susurró—: Y ahora, por favor, ¿podrías actuar como si yo te gustara de verdad, aunque solo sea durante un rato?

Por lo menos, Tabitha se dignó a mirarlos. Observó a los hombres, y solo a los hombres, y frunció los labios con desagrado mientras acariciaba la empuñadura de la espada que llevaba al cinto.

—En primer lugar, no le he hecho ningún cumplido. En segundo lugar, parece como si se desayunara los sueños y las esperanzas de otra gente, y eso no es atractivo. Y tercero, parece que tú has brotado de los sueños y las esperanzas de otra gente. Yo no podía… no puedo creer que tengáis parentesco.

Qué… dulce. Kaia se quedó anonadada. ¡Maldito fuera! Primero asestaba un golpe y después le hacía un cumplido. ¿Cómo iba a mantener la distancia emocional con él, si le decía aquellas cosas?

—Espera. ¿Cómo? ¿Quién ha dicho eso? —gruñó Strider, antes de que ella pudiera responder.

—Tú —dijo Kaia—. Y ya sé lo que vas a decir ahora: que parecías un idiota.

No le gustaba nada disparar contra él, pero su cordura estaba en juego.

Strider mordió el aire mientras la miraba.

—Está bien. ¿Quién ha dicho qué? —preguntó ella entonces, con un suspiro.

Él pasó la mirada por su pequeño grupo y después volvió a mirar a su madre, mientras le vibraba un músculo de la mandíbula.

—No importa.

De acuerdo. Consortes. No se podía vivir sin ellos, pero tampoco podía cortárseles la lengua sin ganarse una vida entera llena de miradas de odio.

—Ahora que todo el mundo está aquí, vamos a seguir con los juegos —anunció Juliette—. Estos juegos siempre han sido una parte importante de nuestra vida, y nos han permitido castigar justamente a aquellas que nos han hecho algún mal —por supuesto, al decir aquello miró a Kaia—, además de demostrarles a aquellas a quienes queremos lo fuertes que hemos llegado a ser. Así pues, estamos aquí para hacer lo que mejor hacemos. ¡Luchar!

Se oyeron vítores.

—Si miráis los mensajes de vuestros teléfonos, encontraréis la lista de turnos de los grupos —prosiguió Juliette con satisfacción. Entonces, se fijó momentáneamente en Strider.

Y fue cuando Kaia se dio cuenta de la cruda verdad, y sintió tal rabia que estuvo a punto de lanzarse hacia el escenario. «Cálmate. Eso es lo que quiere Juliette», se dijo. ¿Qué otra cosa podía querer? A Strider.

Claramente, había estado esperando hasta que ella encontrara a su consorte, seguramente con la intención de quitárselo, tal y como ella le había quitado el suyo en el pasado.

Fantástico. ¿Cuándo se había corrido la voz de que Strider y ella eran pareja? Y, demonios, un Strider sin compromiso sería una presa fácil. De repente, la rabia se convirtió en miedo, y sintió el sabor de la bilis en la garganta.

Strider y Juliette… Juliette, que no se había acostado con Paris… Entrelazados, desnudos, gimiendo…

Oh, por todos los dioses. «Concéntrate en este momento». Todo lo demás podría resolverlo después. Tal vez. Si continuaba por aquel camino iba a atacar a alguien, seguramente a Juliette y a Strider, o a desmoronarse. Y ninguna de las dos cosas era aceptable.

Temblando, Kaia se sacó el teléfono del bolsillo y encontró el mensaje de texto. Entonces supo que ni sus hermanas ni ella estaban alineadas en el Equipo Skyhawk.

—No lo entiendo.

—Nuestra madre dice que ya no tiene hijas —le explicó Taliyah—. Eso significa que no podemos competir como Skyhawk. Tuve que hacerle una petición al consejo para que nos permitiera establecer un nuevo clan. Cuando me ocupé de eso, nos dieron permiso para acudir a los juegos.

No iba a reaccionar. Kaia no quiso reaccionar. No se estaba muriendo. No.

—Entonces, ¿cuál es el nombre de nuestro nuevo equipo?

La respuesta apareció en la pantalla de su móvil al instante. Equipo Kaia. Sus hermanas, además de Neeka y otras cuantas, iban a competir en el Equipo Kaia.

Durante un momento, su dolor cesó, y sintió una gran felicidad por el apoyo incondicional de sus hermanas. La querían. Pese a todo, ellas la querían. La aceptaban. Pensaban que era lo suficientemente buena tal y como era. Entonces, volvió a concentrarse en lo que las rodeaba, y tuvo que pestañear para que no se le derramaran las lágrimas.

Demonios, ¿cuántas veces iba a tener que aguantarse las ganas de sollozar aquel día?

—La primera competición comienza mañana temprano —dijo Juliette—. Después, todo el mundo recibirá una notificación de dónde va a celebrarse la siguiente prueba. Como sabéis, ya no celebramos los juegos en una sola localidad, puesto que antiguos participantes hicieron trampas y los sabotearon con antelación.

Aunque Kaia no había sido la responsable de eso, porque ni siquiera participaba en aquellos juegos, Juliette le lanzó las palabras con desprecio.

Ella irguió la espalda. De repente, notó que Strider le posaba la mano en la cintura, una mano cálida y reconfortante. Chispeante. Dios Santo, perdió de nuevo la noción del entorno, como si solo existieran ellos dos. Se imaginó su boca reemplazando la palma de la mano, lamiéndola, y soltó un jadeo.

«Contrólate», se dijo. Si se hacía una idea equivocada sobre algo tan inocente como una caricia en la espalda, él se marcharía, tal y como le había prometido. Y no podía echarle la culpa. Si ella hubiera estado en su lugar, habría hecho lo mismo.

En el fondo eran muy parecidos. Eran guerreros que se habían curtido en el campo de batalla, letales como un cuchillo, cínicos, y dispuestos a hacer cualquier cosa por sus amigos. Y, en cierta forma, ellos eran amigos. Había sido así desde el principio. Tal vez él no quisiera estar allí, pero tampoco quería que ella sufriera ningún daño. Así pues, había ido para ayudarla. Sin embargo, no iba a dejar que intentara ir más allá; solo se quedaría si ella mantenía la distancia. Solo sería su «botiquín».

Por muy enfadada y dolida que estuviera, también se sentía agradecida.

—Este año hay otra novedad —continuó Juliette, y Kaia salió de su enfrascamiento—. El premio. En esta ocasión, las ganadoras no recibirán oro y plata después de las competiciones.

—¿Qué premio hay? —gritó alguien.

—¡Por eso es por lo que hemos venido! —gritó otra.

Juliette alzó las manos para pedir silencio, y su orden fue obedecida al instante.

—Este año tenemos algo mejor.

Entre murmullos de la multitud, se abrió una cortina que había en un lateral del escenario. Y entonces, Kaia se quedó boquiabierta. No era posible. El esclavo que ella había intentado robar hacía tantos siglos, el que había hecho estragos entre los clanes de Arpías, se acercó a Juliette. Tenía las muñecas encadenadas, como antes. Ahora era más musculoso, y tenía el pelo más oscuro, pero sus rasgos seguían siendo afilados y su expresión obstinada.

—Dios Santo, ¿es él? —preguntó Bianka.

—Sí —susurró Kaia. Nadie le había dicho que Juliette había vuelto a encontrarlo. ¿Cuándo? ¿Dónde?—. Es él.

—¿Quién? —preguntó Strider, y a ella le pareció que detectaba un matiz de celos en su tono de voz. Sin embargo, se dijo nuevamente que no debía hacerse ilusiones.

—No es necesario que te preocupes —le dijo ella.

—Kaia —le espetó él.

—Shh, cállate. Estás dejándome mal delante de mi equipo.

—Kaia.

—Está bien. Te lo explicaré luego —mintió ella.

Hubo una pausa llena de tensión. Después, Strider dijo:

—Mejor será.

—¿O?

—Sí, eso.

Su bestia negra, el hombre a quien ella había buscado durante años con la determinación de castigarlo, tenía una lanza fina y larga en las manos. Sus extremos eran más gruesos y estaban hechos de cristal. Dentro de ellos había algo que giraba y brillaba.

El objeto emitía ondas de poder.

Juliette tomó el arma sin una palabra de agradecimiento. Kaia había averiguado que su consorte se llamaba Lazarus. En aquel momento, él buscó con la mirada por entre la multitud, hasta que vio a Kaia. Entonces se quedó inmóvil.

A ella se le escapó el oxígeno de los pulmones. Se prohibió a sí misma mostrar algún tipo de reacción en aquel momento. Después. Más tarde lo buscaría y le haría tanto daño como siempre había soñado.

Él sonrió lentamente. Era muy guapo, de una manera fría y malvada. A ella se le escapó un silbido. Notó que se le prolongaban los colmillos. «Eres hombre muerto, vaquero». Le pertenecía a Juliette, sí, y estaba claro que todo el mundo culpaba a Kaia en vez de a él, por lo que les había hecho a sus seres queridos. Sin embargo, era él quien había perpetrado la matanza con sus dientes y sus garras. Él era quien había asestado todos aquellos golpes mortales.

E iba a pagarlo caro. Nadie hacía daño a sus hermanas. Nadie.

—Quiero que me lo expliques ahora —insistió Strider—. ¿Quién es?

Antes de que ella pudiera pensar en una respuesta, Lazarus salió del escenario. Inteligente por su parte. Ella no estaba segura de cuánto tiempo habría podido resistirse a la tentación de salir volando hacia él.

Cuando lo atacara, sería en privado. No habría nadie presente para salvarlo.

—Más tarde —repitió ella.

—Esto —prosiguió Juliette—, es algo muy, muy valioso. Es algo más precioso que el oro o que la plata. Seguro que habéis sentido su poder. Sin embargo, lo que no sabéis es que ese poder puede transferirse a vosotras. Podéis poseerlo y controlarlo. Seréis más fuertes de lo que nunca imaginasteis. Invencibles.

Hubo murmullos, y Juliette sonrió con indulgencia.

—A lo largo de los siglos, los dioses han llamado a esta poderosa arma la Vara Cortadora. Yo, sin embargo, tengo un nombre mejor: el primer premio.

Strider se puso muy rígido.

Sabin soltó una maldición.

Ambos hubieran subido de un salto al escenario si Taliyah y Neeka no los hubieran sujetado. Sin embargo, no habría sido necesario: el arma desapareció en un abrir y cerrar de ojos de manos de Juliette.

—¿Qué es eso? —preguntaron Kaia, Gwen y Bianka al unísono.

Kaia apartó a su hermana de Strider y le preguntó:

—¿Qué ocurre?

—El primer premio —dijo él— es el cuarto artefacto. Uno de los que necesitamos para encontrar y destruir la caja de Pandora.

—Lo cual significa que el primer premio —añadió Sabin— tiene el poder de borrarnos de la faz de la Tierra. Para siempre.