31
STRIDER estaba rodeado por el caos más absoluto.
Sin aliento, abatido por un dolor que lo había debilitado, se agarró con fuerza a la Vara Cortadora. Había Arpías, consortes y esclavos corriendo en todas direcciones, intentando escapar antes de que llegara la policía. Y llegarían, igual que también llegarían los periodistas. Allí se habían quebrantado innumerables leyes, y se había profanado un tesoro nacional. El suelo estaba empapado en sangre.
¿Qué debía hacer? ¿Y por qué su demonio estaba tan enfermo, gimiendo y retorciéndose dentro de su mente? Habían ganado, ¿no?
En cuando Lazarus perdió la cabeza, apareció el artefacto. Algo brillante surgió de su cuerpo y fue succionado por la punta de la Vara Cortadora, como si lo hubiera absorbido una aspiradora. Seguramente era el alma del guerrero, que se había unido con la porción que estaba en el interior del artefacto.
La ilusión se había desvanecido y el mundo había recuperado la normalidad. Strider no había pensado en aquella pequeña complicación, y por lo tanto, no estaba preparado para ella. Solo había pensado en conseguir la Vara Cortadora. Ahora que la tenía, debía esconderla.
Juliette sabía que su hombre estaba muerto, pues de lo contrario no la habría desobedecido. Aquel grito… La Arpía estaría buscando su cadáver, e iba a averiguar quién era el responsable de su muerte. No había manera de ocultar la verdad, porque mucha gente había visto a Strider arrodillado junto al cuerpo sin vida con una espada llena de sangre en la mano. Aunque él tampoco habría intentado ocultar la verdad. Había cometido aquel crimen, y tenía que enfrentarse a las consecuencias.
Sin embargo, con sus actos también había acercado el mal a Kaia. Juliette ya no se conformaría con humillarla, sino que querría castigarla, destruirla.
Al darse cuenta de todo aquello, tuvo ganas de vomitar. ¿Qué había hecho?
Se puso en pie temblorosamente. La cabeza le daba vueltas. Su dolor se intensificaba por segundos. Agarró con fuerza la Vara Cortadora; tenía que salvaguardarla, y tenía que encontrar a Kaia. Seguramente, Sabin y Lysander estaban buscando a sus mujeres, así que ellos no podrían ayudarlo.
Strider se sacó el teléfono móvil del bolsillo para llamar al guardián de la Muerte, a Lucien. Sin embargo, alguien se chocó contra él, y el teléfono se le cayó de la mano. Cuando se agachó para intentar recuperarlo, múltiples pares de botas le pisotearon la mano, y le aplastaron los huesos. Aquellos mismos pies se hundieron en su espalda y en sus pulmones. Después, le restregaron la cara contra el suelo.
Aquello era una estampida, pensó débilmente, y metió la Vara Cortadora bajo su cuerpo con la esperanza de poder protegerla. No creía que pudiera romperse, pese a su aspecto frágil. Tenía un reloj de arena en cada extremo, y la vara en sí misma era de madera fina. Sin embargo, había sido fabricada por los dioses, y él mismo era la prueba de que los dioses no fabricaban nada de mala calidad. Sin embargo, sí podían robarle la Vara Cortadora, y eso no iba a permitirlo.
Apenas podía creer que tuviera entre las manos el cuarto artefacto. Después de todo aquel tiempo, había conseguido la última pieza del rompecabezas. Había tenido que pagar un precio terrible, sí, pero la tenía.
Por fin, la gente dejó de pisotearlo y se alejó, y Strider se puso en pie con dificultad. Se tambaleó. Algunas Arpías se chocaron con él al pasar corriendo a su lado, pero no consiguieron derribarlo. Tal vez porque ni siquiera querían hacerlo. Solo querían huir.
Oyó un grito femenino, un grito cercano y lleno de furia y rabia.
—¡Te voy a matar! —gritó Juliette, y cada palabra que salió de su boca supuraba odio.
Aunque él no podía ver nada, se giró y dejó que el impulso de la gente que avanzaba lo llevara. Unas cuantas veces, estuvo a punto de caer porque le fallaron las rodillas, pero usó la Vara Cortadora como bastón y consiguió evitarlo.
¿Estaba muy cerca Juliette?
«¡Kaia!», gritó mentalmente. Nunca habían hablado por telepatía, pero él nunca había estado tan desesperado por llegar a su lado. Esperaba que su matrimonio hubiera fortalecido aquel tipo de conexión. «¿Dónde estás?».
—Estoy aquí —dijo ella. Entonces, Strider percibió una fragancia familiar, y notó un brazo caliente que le rodeó la cintura y tiró de él hacia la izquierda—. ¿Es eso lo que creo que es?
Gracias a todos los dioses. Ella estaba viva, y estaba allí, y podían hablar por telepatía. Una ventaja que iba a explorar más tarde, cuando estuvieran a salvo. En aquel momento, Strider sentía los latidos del corazón de su mujer contra el costado, y eso era suficiente para él.
—Sí. Lo siento, nena. Tuve que tomarla. No podía dejar pasar la oportunidad. Y no la toques, ¿de acuerdo? —le dijo. No sabía cómo funcionaba la Vara, y no quería arriesgarse a que le robara la vida o las habilidades a su mujer—. ¿Estás bien?
—¿No lo ves por ti mismo?
—No. Tengo destrozadas las córneas.
—Ah. Eso explicaría por qué estabas a punto de chocar contra una pared —dijo ella irónicamente—. ¿Y por qué me dices que no la toque? ¿Acaso piensas que te la voy a robar? Escucha, siento haber perdido, y siento que estés sufriendo. Podía haber ganado, podría haber matado a todo el mundo, pero mis hermanas habrían muerto también, y yo no podía…
—No tienes por qué darme explicaciones. Me alegro de que estés aquí. Y no, no creo que me vayas a robar la Vara Cortadora, pero es peligrosa y no sé cómo funciona.
Ella tiró de él hacia la derecha.
—Muy bien. Entonces, te perdono por haberme hablado así. Pero tenemos que hablar de otra cosa. Tú odias perder. Sinceramente, creo que podrías matar a tu propia madre por ganar una pelea. Si tuvieras madre, claro. Y tú confiaste en mis habilidades, pero yo…
—Kaia —dijo él, interrumpiéndola—. Eres demasiado terca para tu propio bien. Te juro que a mí solo me importa que estés viva. Y para ser sincero, ni siquiera eres tú la que tiene que disculparse. Me dijiste que no robara el artefacto, pero yo lo he hecho de todos modos.
—Había cambiado de opinión con respecto a eso.
Un tirón hacia la izquierda.
—Ya lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que yo…
—¿Lo sabías? ¿Cómo? Bueno, no importa. Ya hablaremos de eso más tarde. ¿Y quién es el terco?
Pese al dolor que sentía, Strider sonrió.
—Maldita sea —dijo ella de repente—. Juliette nos está siguiendo, y no consigo perderla.
Strider perdió el buen humor.
Kaia le hizo bajar por un tramo de escaleras y dar la vuelta a una esquina.
—Está cada vez más cerca, y si no hago algo, nos va a alcanzar —le dijo. Después lo empujó sin miramientos hacia una pared fría y dura—. Quédate aquí.
Él no tuvo tiempo para cuestionarla. Ella lo soltó y, un segundo después, Strider sintió una ola de calor. Se dio cuenta de que Kaia acababa de liberar su fuego.
Se oyeron gritos femeninos.
—¡Vas a pagar muy caro…! —comenzó a decir Juliette. Sin embargo, su frase quedó interrumpida por un gruñido de agonía.
Ojalá él pudiera ver lo que estaba ocurriendo.
El sudor le empapó el cuerpo. Su dolor no se había mitigado, y sin Kaia allí para distraerlo, para conseguir que se moviera, lo experimentó al máximo. Se inclinó hacia delante y vomitó. Debería estar luchando junto a Kaia, pero ella tenía que hacerlo todo sola. Él no era más que un lastre. De no ser por su culpa, ella ya podría haber escapado sin problemas.
—Así, esa zorra se quedará quietecita durante un rato —dijo ella con satisfacción, y de nuevo, le pasó el brazo por la cintura y se lo llevó hacia delante. Aunque no estaba ardiendo en aquel instante, su temperatura corporal había aumentado mucho.
—Estás mejorando mucho en esto —dijo Strider, apretando los dientes para poder soportar su ardor.
—Tal vez porque esa idiota me mantiene constantemente en un estado de furia.
Strider percibió el olor a algodón quemado. Se dio cuenta de que era su camisa. Y entonces se dio cuenta de otra cosa más. Ella se había convertido en una bola de fuego, así que su ropa también se habría quemado.
—Estás desnuda, ¿verdad?
A Strider le molestaba que cualquiera pudiera verla así, pero también le divertía imaginarse la imagen que debían de dar entre los dos.
—Sí —dijo ella sin el menor atisbo de vergüenza—. Llevo un buen rato desnuda. ¿Y cómo has conseguido tú la Vara?
Él sintió una punzada de culpabilidad al explicarle lo que había ocurrido con Lazarus. También le habló de lo que pretendía Juliette, y del poder que tenía la Vara. Durante todo el tiempo, Kaia lo guió hacia la salida del Coliseo.
—Entonces, ¿Lazarus ha muerto?
Él sintió una brisa fresca que le alivió un poco.
—Sí. No era tan mal tipo. Ojalá las cosas hubieran sido distintas.
Y tal vez lo fueran. Lazarus no estaba seguro de lo que podía ocurrir con él cuando muriera, y Strider pensaba que podría sobrevivir a lo que él le había hecho. Al menos, su alma. En aquel momento, podía estar atrapada en la Vara Cortadora.
—Sí, yo también le estaba tomando afecto. Tal vez. Demonios, ya hablaremos de esto más tarde —dijo ella, y lo soltó—. Tengo que recoger mis cosas y vestirme. Espera aquí.
Así que estaban en la tienda que habían ocupado antes, pensó él. Prestó atención para escuchar a sus hermanas, pero sólo oyó los sonidos que producía Kaia. Después, ella volvió a agarrarlo y se lo llevó por el laberinto. Podía imaginarse dónde estaban, y sabía que había una valla frente a ellos.
—Trepa —dijo Kaia, y le confirmó el esquema que él se había hecho en la mente.
Su cuerpo dolorido protestó durante todo el proceso, pero Strider lo consiguió, y continuó hacia delante.
—Ahora, salta.
Otra valla, aunque aquella era mucho más baja. Él aterrizó con un gruñido de dolor.
—Una piedra —le dijo ella, y lo llevó hacia un lado.
En cuanto la rodearon, echaron a correr. Tan solo correr. Con sus respiraciones jadeantes, él percibió la fragancia de los pinos y de la tierra, y olió el humo de los coches. Sus botas pasaron por encima de piedras y hierba, y después pisaron asfalto. Unas cuantas veces, oyó murmullos de sorpresa, y tal vez de horror, de los humanos.
Kaia ralentizó el paso y finalmente se detuvo. Después se alejó de él.
—Espérame aquí —le dijo.
Pasaron varios minutos. Él no quería estar allí indefenso, con la Vara Cortadora.
—He ido a buscar dinero —murmuró Kaia al volver a su lado.
—Chica lista.
Vio una neblina dorada entre la oscuridad de su visión, y pestañeó. Volvió a pestañear. No hubo ningún cambio. Solo había sido aquella lucecita débil, pero era suficiente. Ya se estaba curando.
Una eternidad después, Kaia reservó una habitación en un motel, y se encerraron dentro. Lo ayudó a llegar hasta la cama, y él se desplomó sobre el colchón sin soltar la Vara Cortadora.
—Para tu información, tienes un aspecto horrible, cariño —le dijo ella. Se tendió a su lado y le apartó el pelo de la frente con ternura.
—Gracias, Pelirroja. Tengo que decir que me he sentido mejor en otras ocasiones.
—¿Puedo hacer algo por ti?
—No. Lo único que necesito es tiempo.
—Bueno, ¿y qué hace esa cosa? Me has contado lo de las almas, pero estoy confundida.
—¿Tienes un teléfono móvil? —le preguntó él, en vez de responder. Lo primero era lo primero. Tenía que sacar el artefacto de Roma, y alejarlo de Juliette.
—Sí. Lo tomé cuando me vestía.
—Llama a Lucien y pídele que venga.
Mientras ella obedecía, la luz que él podía ver se expandió, y su visión se aclaró un poco más. Comenzó a notar algunos detalles. El techo era una mezcla de amarillo y blanco. Las paredes eran blancas. Había una ventana con un cortinaje rojo. Junto a él había una mesilla de noche con arañazos, y sobre ella, una lámpara azul. Miró a Kaia, que caminaba mientras hablaba por teléfono. La llamada terminó, y ella quedó en silencio. Después comenzó a teclear con agitación.
Pasaron otro par de minutos hasta que él pudo verla con claridad. Tenía morado el ojo izquierdo, y un gran hematoma en la mandíbula. Tenía los labios cortados e hinchados y el pelo enmarañado por los hombros. Aunque llevaba una camiseta blanca y limpia, y unos pantalones vaqueros, estaba descalza. Tenía los dedos de los pies sucios de tierra, y cada paso que daba dejaba una huella en el suelo de azulejo.
No se había quejado ni una sola vez. Era una guerrera de pies a cabeza, y Strider se sintió orgulloso de ella. Ni siquiera se había enfadado porque él hubiera robado la Vara Cortadora. No, le había felicitado por ello. Aunque él no le hubiera causado más que problemas.
Su Kaia era única.
Ella se merecía lo mejor. Por lo tanto, él iba a ser mejor hombre, por ella.
Kaia se guardó el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón. Tenía el ceño fruncido.
—Lucien ha dicho que estaría aquí dentro de poco. También les he enviado un mensaje a mis hermanas y les he dicho que estamos aquí. Taliyah y Neeka están cerca, y llegarán en pocos minutos. No he tenido respuesta de nadie más.
Antes de que ella terminara de hablar, alguien llamó a la puerta. Taliyah no esperó a que Kaia respondiera. Entró seguida de Neeka. Las hermanas se abrazaron.
—Siento haber perdido —dijo Taliyah, dándole unos golpecitos en la cabeza.
Kaia se encogió de hombros.
—Como si yo no hubiera provocado unas cuantas derrotas últimamente.
—Entonces, eres un Fénix —dijo Neeka.
—Sí, es cierto. Yo también me quedé sorprendida.
Taliyah agitó la cabeza.
—Neeka y yo no nos hemos sorprendido.
Kaia arqueó las cejas.
—¿Por qué no?
—Llevas varias semanas dando señales. Además, te prendiste en llamas el día en que naciste. Mamá quería protegerte de tu padre, así que te dio algo para asegurarse de que no volviera a ocurrirte durante siglos, y para que ni siquiera reaccionaras a la toxina de los Fénix si te arañaban o te mordían.
Yo sabía que solo era cuestión de tiempo que tu habilidad volviera a surgir.
Strider podía oír los pensamientos de Kaia. Eran tan fuertes que recorrieron los canales de comunicación que había entre ellos.
«Qué increíble. Mi madre, haciendo de madre de verdad y ayudándome. Quiero abrazarla, y también quiero zarandearla. Sin embargo, no puedo ablandarme. Esto es la guerra».
—¡Podías habérmelo dicho! —exclamó con enfado.
—Pues sí —dijo Strider.
Se hubiera incorporado y hubiera fulminado a Taliyah con la mirada, pero su dolor seguía intensificándose. Derrota no hacía más que gemir y gruñir.
Taliyah no le prestó atención.
—¿Y causarte una preocupación inútil? No. Ahora que ya ha ocurrido, tampoco tienes nada de lo que preocuparte, en realidad. Tu padre no va a venir a secuestrarte, te lo prometo.
—¿De verdad lo crees? —preguntó ella con vulnerabilidad.
—Lo sé con certeza —respondió Taliyah—. Está muerto. Yo misma lo maté. Su gente te habría reclamado en cuanto hubieran sabido que puedes soportar su fuego. No hay muchas féminas que puedan.
—¿Me habrían reclamado? —preguntó ella sin entenderlo.
Taliyah asintió con tirantez, como si su sorpresa la ofendiera.
—Seguro que Strider te ha contado que Neeka y yo nos hemos reunido con un grupo de hombres. Neeka me debe un favor muy grande y ha accedido a casarse con un guerrero Fénix en tu lugar.
Debía de ser un favor enorme, verdaderamente, para que la compensación adecuada fuera casarse con un extraño. ¿Y qué demonios quería decir todo aquello?
—¿En su lugar? —preguntó Strider, gritando sin querer—. ¿Es que creen que va a casarse con alguien aparte de conmigo? ¡Ya pueden ir despidiéndose de eso! ¡Es mía!
—No lo entiendo —dijo Kaia suavemente—. Y él tiene razón. Soy suya.
Al oír su confesión, Strider se calmó.
—Habrían venido a buscarte y habrían matado a Strider —dijo Taliyah—. Sabía que eso sería horrible para ti, así que hice otro arreglo.
¿Así, tan fácil?
—Ahora intentarán llevárselas a las dos —dijo Strider.
—No —le aseguró Taliyah—. No voy a explicarte los detalles del acuerdo, porque es Neeka quien debe hacerlo si quiere. Pero no vendrán en busca de Kaia.
—Neeka —dijo él, mirando a la magnífica muchacha.
Ella estaba observando a las hermanas con una expresión un poco triste, y no se dio cuenta de que él le había hablado. Kaia la miró también, y la Arpía asintió.
—¿Por qué? —le preguntó Kaia.
—Yo le salvé la vida —dijo Taliyah—. Me debía un favor.
—¿Y ella puede soportar su fuego? —preguntó Strider.
—Todavía no —respondió Neeka.
Él volvió a mirarla, y se dio cuenta de que la chica lo estaba mirando en aquel momento.
—Entonces, lo que vas a hacer es…
—Lo haré. Algún día, lo haré. Pero por el momento, tengo algo que ellos valoran tanto como eso.
—Ahora tenemos que irnos —dijo Taliyah, y tiró de su amiga hacia la puerta antes de que Neeka pudiera dar más explicaciones. Aunque seguramente no iba a hacerlo. Había apretado los labios—. Vamos a seguir a Tabitha para asegurarnos de que su gente la lleva a un lugar seguro. Le has hecho mucho daño, Kaia. Me dejaste impresionada.
—Gracias —dijo ella, con una tremenda culpabilidad.
Taliyah sonrió.
—En cuanto sepa que está bien atendida, volveré.
La puerta se cerró detrás de las chicas.
Strider observó los rasgos pálidos de Kaia.
—¿Sientes remordimientos por lo de tu madre?
—Sí —dijo ella—. Ojalá nuestra relación no hubiera llegado a un punto tan horrible, pero…
Lucien eligió aquel preciso instante para materializarse, y Kaia se quedó callada. El gran guerrero les echó un vistazo y soltó una maldición.
—¿Qué demonios os ha pasado?
Strider se concentró en su amigo. Tenía el pelo negro y los ojos de distinto color, uno marrón y el otro azul, y una cara con tantas cicatrices como la mesilla de noche.
—Lo que nos ha ocurrido no importa. Solo importa el resultado —le dijo, y le tendió la Vara Cortadora con un gesto de dolor—. Esto es el cuarto artefacto.
Lucien abrió unos ojos como platos mientras lo tomaba entre las manos.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó.
—No. Por ahí hay una Arpía muy enfadada que quiere recuperarlo, y está dispuesta a hacer cualquier cosa.
—¿Y cómo la conseguiste tú?
—Esa es una historia para otro día —dijo Strider. Estaba perdiendo totalmente las fuerzas, y tuvo que obligarse a continuar—: Por lo menos, ahora sabemos para qué sirve el artefacto. Puede atrapar almas y habilidades sobrenaturales. Y por su extremo, puede concedérselas a otros.
Lucien asimiló la noticia en silencio.
Entonces, sonó un pitido.
—Un mensaje —dijo Kaia, y leyó la pantalla de su móvil. Después, suspiró de alivio—. Gwen y Sabin están bien. Vienen hacia aquí.
Strider también sintió alivio, y continuó rápidamente para terminar de explicárselo todo a Lucien antes de perder el conocimiento.
—No sé cómo se usa la Vara Cortadora. Solo sé que quien la tiene no puede obtener lo que hay dentro. Solo puede darles esos poderes a los demás.
Otro pitido.
—Lysander no encuentra a Bianka —dijo Kaia en un tono de pánico—. Está preocupado, y me pregunta si alguien la ha visto.
—Seguro que está… —empezó a decir Lucien.
Otro pitido.
Una pausa.
—Oh, no… —dijo Kaia—. ¡No, no!
Strider encontró la fuerza necesaria para incorporarse.
—¿Qué pasa, nena?
Ella le mostró la pantalla del teléfono con la mano temblorosa.
¿Quieres volver a ver con vida a tu hermana? Hagamos un intercambio.
A él se le formó un nudo en la garganta al ver el símbolo de un mensaje adjunto.
—¿Qué es el adjunto?
—¿El adjunto? No me había dado cuenta —dijo Kaia, y su temblor aumentó al mirar el teléfono. Apretó unos cuantos botones y dejó escapar un grito ahogado—. Es un vídeo de Bianka. Está atada y sangra mucho.
Después de unos segundos, Bianka reaccionaba.
—¡Dile que se vaya a la mierda, Kye!
Entonces, Juliette apareció en la pantalla.
—Tráeme la Vara Cortadora en menos de una hora, o le cortaré la cabeza a tu hermana igual que el bastardo de tu consorte se la cortó a Lazarus. Y no te atrevas a utilizar tu fuego…
Hubo un grito de rabia.
—¿Sabes una cosa? Trae a tu consorte. Él morirá, o morirá tu hermana. Tú eliges. Tu hermana sufrirá por cada minuto que llegues tarde. Ah, Kaia, y espero que llegues tarde. Buena suerte para encontrarnos.