24
KANE se despertó lentamente, aunque no dio ninguna indicación de que sus neuronas pudieran funcionar. Se había quedado dormido entre el dolor y las drogas, y por desgracia, eso le había sucedido muchas veces durante los últimos días, o las últimas semanas. Se había adiestrado a sí mismo para salir del sopor y analizar su entorno sin mover un solo músculo ni decir una sola palabra.
A cada lado de su cuerpo había un guardia fornido que lo tenía agarrado por un brazo. Lo estaban arrastrando a lo largo de una cueva serpenteante que olía a azufre y a podredumbre, a heces humanas y a miedo. Intentó contener las náuseas. Conocía bien aquellos olores, porque su demonio había cohabitado con ellos durante siglos.
También había un guardia delante de él y otros cinco detrás. Ninguno se dio cuenta de que había despertado.
Mientras planeaba su fuga, sintió furia. No tendría que hacer nada, en realidad. Al final, su demonio destruiría a aquellos humanos. Desastre vivía para momentos como aquel. Y si Kane moría en el proceso, ¿qué importaba?
Evocó la explosión, y recordó que estaba con William cuando había ocurrido. ¿Estaría vivo el inmortal? ¿Lo estarían torturando? Seguramente sí. La furia se intensificó. Aquellos hombres iban a pagarlo muy caro.
«¿Me oyes, Desastre? Tienen que pagarlo caro».
Su demonio comenzó a reír, y corrió por toda su mente, de un sitio a otro.
«Espera mi señal».
Ninguno de los guardias podía imaginar la devastación que tendría que soportar. No lo sabrían hasta que fuera demasiado tarde.
—Pesa demasiado —dijo uno de los hombres, entre jadeos—. Dejémoslo aquí mismo.
—No podemos. Son órdenes del médico. Debemos llevarlo hasta la puerta, o no volver.
—Estoy sudando como un cerdo.
—Eres un cerdo. Comes demasiado y estás gordo. Este paseo le vendrá muy bien a tu cuerpo.
—Vete a la mierda. Aquí hace un calor de espanto.
Era cierto. La temperatura era un poco incómoda y había tanta humedad que hacía falta un cuchillo para cortarla. Claramente, estaban adentrándose en las entrañas de la tierra con él, aproximándose a las puertas… ¿del infierno? Pero ¿cómo iban a saber llegar hasta allí los Cazadores? ¿Y por qué iban a hacer algo así? Aquella no era su forma de actuar, y no tenía sentido. Sin embargo, Kane no iba a tomarse la molestia de preguntar nada.
A distancia, Kane oyó que alguien amartillaba un arma, pero nadie más lo notó. Los guardias, ajenos a todo, seguían charlando. ¿Acaso alguien iba a dispararle a él? ¿O a los guardias? El demonio se paseó por su mente. Estaba listo para actuar, para destruir algo, o a alguien.
«Todavía no. Todavía no».
La risa aumentó. Desastre iba a atacar muy pronto, pese a lo que dijera o hiciera Kane.
Si alguien pensaba dispararle, iba a sobrevivir. Sin embargo, no quería dar la alarma por si eran sus amigos, que habían ido a rescatarlo.
Cuando el disparo reverberó por la cueva, el guardia de su izquierda gruñó y lo soltó. La charla cesó.
—¿Qué demonios…?
—¿Quién era…?
Otro disparo.
El guardia de su derecha lo soltó también, y él cayó sobre el suelo polvoriento. Se quedó inmóvil, y de repente, se le desplomó encima un peso que le hizo exhalar todo el aire de los pulmones. Uno de los guardias se había quedado sin conocimiento o, seguramente, había muerto.
Sí. Kane sintió un líquido caliente en la espalda.
Bang, bang, bang. Los hombres no tuvieron tiempo de prepararse, ni de esconderse. Fueron cayendo con agujeros en el pecho, sangrando. El tiroteo no duró más de un minuto.
Era un rescate, sí, pero él siguió sin moverse y sin hablar. Solo esperó. Con cautela…
—¿Lo veis? —gritó alguien. Era una voz masculina que le resultaba familiar.
¡Mierda! Perdió la esperanza. No eran sus amigos.
—¡Lo tengo! ¡Está aquí!
Le quitaron al guardia de encima.
—¿Está vivo?
Alguien le tomó el pulso del cuello.
—Sí, claro que sí. Pero tal vez no le quede mucho. Tiene el pulso débil, así que tendremos que actuar rápidamente.
—Esa doctora tiene suerte. Si hubiera muerto antes de que llegáramos… De todos modos, puede que le dé su merecido por desobedecer sus órdenes.
—No, no lo vas a hacer. Ella no es una de nosotros, y además, su marido te cortaría la cabeza. Llevémosle a este a Stefano, y que él decida lo que hay que hacer.
Stefano. La mano derecha de Galen, uno de los principales Cazadores. Era una pena que no estuviera allí. Sin embargo, Kane comenzó a comprender la situación. Los Cazadores habían atacado la casa, y se lo habían llevado a una doctora, que no era una de ellos, sino la esposa de uno de ellos, para asegurarse de que sobrevivía. Los cazadores no lo habían llevado allí; lo había hecho aquella mujer, en contra de las órdenes de su marido.
El marido debía de haberlo averiguado, y debía de haber mandado matar a sus cómplices.
—Animal —dijo el hombre que le había tomado el pulso, y al erguirse, le dio a Kane una patada en el estómago, que debió de aplastarle los órganos contra la columna vertebral.
Kane no abrió los ojos. Mientras, Desastre estaba hirviendo de furia en su cabeza. «Todavía no», le repitió él. Si ellos tenían órdenes de llevarlo ante Stefano, él tendría la oportunidad de destruirlo, y se llevaría a todos los enemigos que pudiera.
—¿Diego? —dijo alguien.
—Sí —respondió un hombre que tenía acento español.
—¿Estás listo?
—Sí, señor.
—Markov, Sanders, sujetadlo por los brazos por si se despierta antes de morir. Billy, corta profundamente, y corta rápido. No puede haber ningún error.
—No soy tonto. Hemos hecho esto mil veces.
—Sí, es cierto, pero en esta ocasión solamente tenemos una oportunidad. Si no somos cuidadosos, su demonio escapará de la cueva antes de que Diego haya podido absorberlo.
Bien, pensó Kane, entonces no podía esperar que lo llevaran ante Stefano. Iban a matarlo, y querían atrapar a Desastre en el cuerpo de uno de ellos, seguramente con afán de controlarlo y usarlo en provecho de su causa. Para destruir a sus amigos y dirigir el mundo.
«Prepárate», le dijo a su demonio.
Entonces, toda la caverna comenzó a temblar. Solo un poco. Justo para causar polvo y hacer que cayeran algunas piedras al suelo.
—¿Qué es eso?
—No importa. Vamos, date prisa. ¿Dónde está el cuchillo?
—Aquí.
De repente, unas manos fuertes agarraron a Kane y le dieron la vuelta. Quedó tumbado boca arriba. Y aquellas mismas manos lo sujetaron con fuerza. Kane no esperó un segundo más.
«¡Ahora!».
El temblor aumentó rápidamente y las piedras se convirtieron en pedruscos. Alguien gritó de dolor. Soltaron a Kane. Hubo otro grito y una sarta de maldiciones.
Por fin, Kane abrió los ojos, y lo hizo oportunamente, porque iba a caerle una gran piedra encima. Él se apartó de allí, tosiendo, con la boca llena de polvo. Aquel movimiento brusco le rasgó los puntos del costado.
Miró a su alrededor. Estaba en una cueva, tal y como había supuesto, aunque era mucho más grande de lo que hubiera pensado, y tenía muchos túneles. Los Cazadores se arrastraban por el suelo en busca de refugio. Otro grito, un gruñido. El crujido de la rotura de un hueso.
Kane se puso en pie.
«Así, amigo. Sigue así».
—¡No le dejéis escapar! —gritó alguien.
—¡Lo tengo a tiro!
Un disparo.
Kane sintió un dolor agudo en un muslo y soltó una maldición. Corrió hacia uno de los rincones más oscuros, esquivando piedras que caían del techo. Hubo más temblores. Pronto quedaría atrapado, si no lo estaba ya. Sin embargo, no había forma de detener un desastre de aquella magnitud una vez que había comenzado.
A él no le importaba mucho la idea de morir. Había estado a punto de morir mil veces, y estaba preparado para tal eventualidad. Por lo menos, se llevaría a aquellos Cazadores consigo. Aunque, por instinto de guerrero, iba a intentar salvarse.
Buscó una salida entre las sombras… y vio una pequeña rendija de luz. Sin pararse a pensar se lanzó hacia ella y movió las rocas, ignorando el dolor que le atenazaba el cuerpo.
—¡Kane!
¿William? Se quedó inmóvil, tenso. No podía matar a su amigo…
Se oyó un disparo.
—¡Humano! —gritó William con furia. Alguien debía de haberle pegado un tiro—. Eso lo vas a pagar caro.
—¡Sal de ahí! ¡Corre! —le gritó Kane.
—¡Kane, maldita sea! ¿Dónde estás? ¡No he venido hasta aquí para jugar al escondite contigo!
Kane se puso en pie y salió de la seguridad de su refugio. Entonces vio a William, que en aquel momento estaba agarrando al Cazador por el cuello. No se estaba dando cuenta de que había una enorme roca cayendo sobre él.
Y, como Kane estaba mirando a William, no se dio cuenta de que había otra enorme roca cayendo sobre él.
—Por el dulce amanecer, ha sido asombroso.
Paris se apartó de la mujer sonriente, que jadeaba, y de su cuerpo brillante de sudor, y miró al techo. Tal y como había pensado, Arca odiaba a Cronos, y no le había importado traicionar al rey de los dioses. Y tal y como había temido, le había puesto un precio: su cuerpo. Su demonio la había excitado en el mismo momento en que había entrado en su aposento.
Se había pasado la última hora dándole placer de un modo que ella no había experimentado nunca, y ella había disfrutado de todas sus atenciones, mientras él se odiaba a sí mismo y odiaba sus acciones.
«Haz lo que tienes que hacer».
No había tenido que preocuparse por las interrupciones. La espaciosa habitación estaba escondida en la parte posterior del harén. Arca no podía salir de allí; Cronos la había maldecido de modo que, si abandonaba los límites del aposento, sufriría insoportablemente. Y, después de aprender de los mortales y de sus errores, el rey se había asegurado de que no hubiera ventanas que la diosa pudiera utilizar.
Claramente, Cronos pensaba que era mejor privar a Arca de la luz del sol y del aire fresco que cortarle el pelo largo y sedoso.
Ella se apoyó sobre un codo y lo miró.
—¿Y bien?
—Sí, ha sido asombroso —dijo él automáticamente, tal y como les había dicho a otras miles de personas.
La sonrisa de Arca desapareció lentamente.
—Por lo menos, podías intentar parecer convincente.
Él suspiró y la observó con atención. Era muy bella. Cuando él había entrado en la habitación, no había gritado, ni había luchado contra él. Lo había mirado con sus enormes ojos azules, le había tomado las manos y había sonreído. Estaba tan sola, y tan desesperada por que alguien le prestara algo de atención, que él había sentido una opresión en el pecho.
Y cuando había intentado preguntarle por Sienna, ella había agitado la cabeza y le había dicho:
—Después.
Ya estaba perdida en la lujuria que creaba su demonio, y Paris había cedido sin protestar.
—Lo siento —dijo él, y volvió a mentir—: Es que me has cansado, cariño. No me quedan energías.
Ella se rió y se acurrucó contra él.
—Cronos no lo va a saber, te lo prometo. Así que, si quieres volver a mi lado…
Él permaneció en silencio. No podía volver a acostarse con ella. Su demonio no se lo permitiría. Aunque pasara horas besándola y acariciándola, su miembro permanecería flácido e inútil. Siempre le ocurría con alguien con quien ya se hubiera acostado, y en realidad, él no quería repetir. Ya se sentía lo suficientemente culpable por acostarse con alguien que no fuera Sienna.
Él había estado con Sienna, y podría estar con Sienna otra vez. Podía excitarse solo con pensar en ella. Además, todos aquellos amantes suyos… Ninguno lo deseaba de verdad. De no haber sido por su demonio, quizá no se hubieran acostado con él, lo habrían rechazado. Así pues, en cierto modo, los estaba obligando a que se acostaran con él.
Como siempre, intentó no pensar en aquello.
—¿Qué te pasa? Te has puesto muy tenso.
Él se relajó y le acarició el brazo con delicadeza.
—Antes te he mencionado a una mujer. Es una esclava que ahora está poseída por el demonio de la Ira. Su alma es invisible a los ojos. ¿Sabes de quién te estoy hablando?
—Sí. Lo recuerdo. Quieres saber dónde la tiene Cronos.
—¿Conoces la respuesta?
—No he oído nada, no.
Él cerró los ojos, intentando contener la decepción y el arrepentimiento. Había pensado… Estaba tan seguro de que…
—Pero —continuó Arca—, sé dónde tenía a los prisioneros que no podía controlar, a la gente que no quería que encontrara nadie, antes de su encarcelamiento en el Tártaro.
—Dímelo.
—Haré algo mejor que eso. Te enseñaré el lugar.
A él se le encogió el estómago. No podía rechazarla bruscamente.
—Sabes que no es posible, nena. Tienes que quedarte aquí.
—Pero… Por favor. Tengo que salir. No puedo quedarme más tiempo aquí. Me estoy volviendo loca lentamente.
Él posó las manos en sus mejillas, intentando ser gentil.
—Dime dónde puedo encontrar esa prisión secreta y, cuando termine mi misión, volveré por ti. Encontraré la forma de salvarte.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Podrías tardar mucho. Y podrías morir.
—Lo sé, y lo siento, pero es todo lo que puedo ofrecerte.
No podía salvarla todavía. Eso alertaría a Cronos, y el rey iría en su busca, y él perdería a Sienna para siempre.
—Yo podría ayudarte, no solo a encontrar el lugar secreto, sino también a recorrerlo.
—Lo sé, nena, pero eso no me hace cambiar de opinión.
—Por favor…
—Lo siento, pero es lo mejor que puedo ofrecerte.
Durante un largo tiempo, ella sollozó en silencio. Entonces, se calmó, irguió los hombros y alzó la barbilla.
—¿Me prometes que vas a venir a buscarme cuando la encuentres? —le preguntó a Paris.
—Sí, te lo prometo. Cuando ella esté a salvo, volveré.
En cuanto pronunció aquellas palabras, quedó obligado por ellas. Lo sabía. Sintió la fuerza del vínculo. Si no cumplía la promesa dada a un dios o a una diosa, sufriría eternamente. Si sobrevivía, claro.
Ella se enjugó las lágrimas.
—Está bien. Te diré lo que deseas saber. Si Cronos sigue con sus viejas costumbres, encontrarás a la mujer en uno de estos dos lugares. Si está en el primero, la habrás perdido para siempre. Si está en el segundo, y entras allí, no saldrás ileso.
—¿Cuál es el nombre del segundo lugar?
Ella se lo dijo, y cuando el nombre salió de sus labios, Paris se quedó helado. Perdió la respiración. Sabía que Cronos la castigaría por haber ido en busca de Paris, pero no sabía que el dios quisiera torturarla para toda la eternidad.
Se levantó de la cama y se vistió rápidamente.
—¿Vas a ir a buscarla de todos modos? —le preguntó Arca.
—Sí —respondió sin titubear.
Ahora estaba más decidido que nunca.