26
«GANAR, ganar, ganar».
Mientras luchaba contra el inmortal más fuerte que hubiera conocido, su demonio cantaba con excitación, con nerviosismo. Eso no hubiera sido tan malo, ni le hubiera distraído tanto, si además no estuviera oyendo la voz de Tabitha en su mente.
«Quieren matarla. Van a matarla».
Ya sabía que las Arpías querían matar a Kaia, pero, ¿iban a conseguirlo? No, maldición. Sin embargo, si Tabitha estaba hablando con él, no podía estar reunida con Juliette. Y si no estaba reunida con Juliette, ¿por qué había aceptado él un desafío que tal vez no pudiera ganar, solo para distraer a todo el mundo y darle a Kaia la oportunidad de espiar en aquella reunión?
«¡Ganar!».
«No me estás ayudando».
Recibió un puñetazo de los nudillos de aquel bastardo, y notó que su cerebro se golpeaba contra su cráneo. Durante un instante, vio las estrellas. Odiaba las estrellas. Notó el sabor de la sangre en la lengua y en la garganta. Lazarus se colocó sobre él y le sujetó los hombros con las rodillas. Y lo golpeó.
Se le rompieron algunos huesos.
«¡Ganar!».
«Ya lo sé, maldita sea».
Tenía que ganar aquella pelea, e iba a ganarla. En cuanto pudiera encontrar sus cuchillos entre la nieve ensangrentada. Aquel bastardo iba a perder la cabeza. Tal vez.
Ojalá.
Como mínimo, Lazarus iba a escupir las entrañas, porque era una amenaza para Kaia. Y las amenazas para Kaia no podían vivir.
«Ella morirá. Esta noche. No hay nada que puedas hacer para salvarla». Tabitha, de nuevo.
Más golpes.
Más estrellas, más dolor. Sintió una rabia tan intensa que no pudo contenerla más. Empujó a Lazarus con todas sus fuerzas y lo lanzó hacia detrás.
Strider estaba de pie un instante más tarde. Con los ojos hinchados, vio sonreír a Lazarus mientras se levantaba también. En el fondo, Strider sabía que el inmortal podía haberle hecho algo mucho peor. Podía haberlo acuchillado. Sin embargo, el hijo de un dios y una pesadilla monstruosa prefería pelear a puñetazos. ¿Qué ocurría?
Mientras las Arpías vitoreaban, los hombres se movieron en círculos, uno frente al otro.
—Qué predecible eres —dijo Lazarus con un chasquido de la lengua. Extraño. Hablaba en el lenguaje de los dioses, un idioma que se había usado mucho tiempo antes, y que seguramente, las Arpías no entendían.
Strider respondió con el mismo idioma, que casi había olvidado.
—Y qué patético eres tú. Lazarus, el perro faldero de Juliette.
Adiós sonrisa. Un punto a favor de Strider. Derrota se echó a reír.
—¿Y crees que tú vas a ser distinto? Juliette te esclavizará de la misma manera que me ha esclavizado a mí. ¿Por qué te crees que se está celebrando esta estúpida competición? No por los juegos a los que les gusta jugar a las mujeres. Es para castigar a la pelirroja.
—Por lo que hiciste tú.
Lazarus se encogió de hombros.
—Ella me liberó. La culpa es suya.
—Era una niña.
—Y yo estaba furioso por mis circunstancias. No puedo controlarme cuando la furia me domina.
Eso significaba que, en aquel momento, no estaba furioso. O, si lo estaba, las cadenas que tenía tatuadas en la piel le impedían hacer algo al respecto.
—¡Seguid luchando! —les dijo una Arpía.
—¡Sí! ¡Esto se ha vuelto aburrido!
Aquella última le lanzó una botella contra el estómago.
«¡Ganar!».
Estúpido Derrota.
«Tú hablas. Ella muere». Tabitha, de nuevo.
Strider apretó los dientes. Sabía que aquella zorra solo quería provocarlo y distraerlo para que perdiera la pelea.
—Si Juliette es tan poderosa, ¿por qué no ha intentado esclavizarme todavía? —preguntó Strider.
—¿Es que no has aprendido nada? A las Arpías les encanta el drama y el teatro. Les gustan más que a ninguna otra raza.
Eso no podía negarlo.
—¿Y cómo lo va a hacer? ¿Cómo te esclavizó a ti?
Lazarus sonrió.
—Lo único que puedo decirte es que tengas cuidado con el primer premio.
¿Con la Vara Cortadora? ¿Juliette había esclavizado a Lazarus con la Vara Cortadora?
—Entonces, ¿es real?
—No puedo decírtelo.
—No quieres decírmelo.
—No. No puedo. Ya estoy al borde de transgredir mi obediencia diciéndote esto.
—¿Y qué pasa cuando desobedeces?
—Dolor. Muerte. Lo habitual. Y ahora, siento decirte que tengo que seguir distrayéndote.
Strider arqueó una ceja.
—¿Lo sientes?
Lazarus asintió.
—Tú no eres mal tipo, y la pelirroja me gusta de verdad. Es muy guerrera.
—Es mía.
—Primero tienes que sobrevivir.
Aquella fue la única advertencia que recibió Strider.
Lazarus se arrojó contra él, y el impacto le causó una avalancha de dolor. Se giró al recibir el golpe, y dejó de respirar mientras intentaba protegerse la cara.
Strider miró a su alrededor, buscando armas en la nieve o en los cuerpos de las Arpías. Por fin, vio que una de ellas llevaba dos espadas a la espalda, y las sacó de las fundas con un rápido movimiento.
—¡Eh! —gritó ella, al darse cuenta.
Él se alejó antes de que ella pudiera reaccionar y clavarle las garras. Sin detenerse, se agachó e hizo un movimiento envolvente con las hojas de las espadas. Lazarus saltó, pero no lo suficientemente rápido. El metal le cortó los tobillos, y el inmortal cayó en la nieve.
Derrota comenzó a gritar de euforia dentro de la cabeza de Strider, mientras él inmovilizaba a su enemigo exactamente como su enemigo lo había inmovilizado a él, poniéndole las rodillas en los hombros. Lazarus no se resistió.
—Eso ha dolido.
—Lo siento —dijo Strider, clavando las puntas de las espadas junto a las sienes de Lazarus—. Y gracias —le dijo.
Lazarus lo miró con sorpresa.
—¿Es que piensas que no me he dado cuenta de que te has dejado ganar?
Entonces, la oleada de placer de la victoria se apoderó de él. No pudo contenerla, y se estremeció y gimió con Derrota.
El éxtasis le recorrió las venas y le dio calor. No tanto como cuando hacía el amor con Kaia, pero si tanto como para excitarse al instante.
Lazarus se quedó sorprendido, y después, su expresión se volvió de diversión. Arqueó una ceja.
—No es por ti —dijo Strider azoradamente.
—Gracias a todos los dioses.
—Bueno, ¿te curas con rapidez?
—Sí.
—Siento esto, pero necesito cinco minutos a solas, y no puedo permitir que me sigas.
Tomó las espadas y atravesó los hombros de Lazarus para mantenerlo clavado al suelo.
—Hazme el favor de estar ahí quieto.
Lazarus se quedó muy rígido, y se oyeron abucheos a su alrededor.
Strider se puso en pie y se apartó de Lazarus mientras miraba a su alrededor. Las Arpías lo estaban mirando con la boca abierta, y retrocedían. Algunas de las más valientes sonreían seductoramente, invitándolo a que se acostara con ellas.
Vio a Sabin. Lysander estaba a su lado. Pese al frío, ambos estaban sudando. Debían de haber oído el ruido, y habían acudido rápidamente.
Él les hizo una seña hacia la montaña que tenían a su izquierda, y ellos asintieron. Mientras Lazarus le estaba golpeando la cara, él había estado mirando a Kaia. Ella había trepado por la montaña y se había metido en una cueva.
Los tres subieron por el mismo camino, y empezaron a percibir el olor del fuego y de la carne quemada. De repente, Strider sintió pánico y vio que salía humo de la cueva. No tenían tiempo para subir caminando.
—¡Súbeme! —le dijo a Lysander.
El ángel entendió su urgencia. Agarró a Strider y extendió las alas. Ascendieron por el aire, y Lysander lo depositó en el saliente de la entrada de la cueva antes de descender en busca de Sabin.
—¡Kaia! —gritó Strider mientras entraba por la boca de la cueva.
En el interior, el humo era tan espeso que no podía ver nada. Poco a poco, se dio cuenta de que estaba en medio de una destrucción total; allí había unos veinticinco cuerpos quemándose, y las llamas todavía iluminaban el espacio. No podía saberse si eran hombres o mujeres, porque estaban calcinados. El pánico le atenazó el pecho. Kaia no podía ser una de ellas. No podía.
—¡Kaia! —gritó de nuevo—. ¡Kaia! Nena, ¿dónde estás, mi amor?
—¿Qué demonios…? —preguntó Sabin, que había entrado tras él.
—Por la Gran Deidad —susurró Lysander.
Strider los ignoró y comenzó a observar los cuerpos que había a su alrededor. No reconocía los restos de ropa, ni sus armas. Eso era bueno, porque significaba que ninguno de aquellos cuerpos era el de Kaia.
A pocos metros oyó el gemido lleno de dolor de una mujer. Corrió hacia él, y al verla, se detuvo en seco.
La habían clavado a la pared.
Strider sintió un inmenso alivio al verla con vida, pero al mismo tiempo, tuvo ganas de morirse. Le habían atravesado los hombros con espadas que estaban hundidas en la pared rocosa. Tenía el cuerpo desnudo y ensangrentado. Si la habían violado…
Se acercó rápidamente a ella, pero Kaia desprendía un calor que le quemó la ropa y le abrasó la piel. Se detuvo y se dio unas palmadas en el cuerpo. Eso no sirvió de nada, así que se sacó la camisa por la cabeza. Solo así consiguió sofocar el fuego.
—¿Qué ha ocurrido…?
—¡Salid de aquí! —gruñó Strider, y Sabin cerró la boca—. Salid ahora mismo.
No quería que nadie la viera así.
Silencio. Pasos reticentes. Strider no dejó de mirar a Kaia. Ella tenía los ojos negros, pero en aquel lienzo oscuro había llamas, las mismas llamas que lo habían abrasado a él. Crepitaban furiosamente.
—Kaia —le dijo con suavidad.
Ella luchó contra las espadas, y gimió de nuevo.
—Estate quieta, nena, ¿de acuerdo?
Se atrevió a dar otro paso hacia ella, pero fue un error. Fueron sus vaqueros los que comenzaron a arder, y de nuevo, tuvo que detenerse. En aquella ocasión, cortó rápidamente la tela de los pantalones y la arrojó al suelo. Quedó únicamente con las botas y la ropa interior.
—Nena, escúchame. Quiero ayudarte. Voy a ayudarte, quieras o no. Por favor, no me mates hasta que no te haya sacado de aquí. Allá voy, nena.
Entonces, tomó aire profundamente y… siguió caminando hacia delante. Su piel siguió calentándose, pero no se abrasó. Por fin pudo llegar a ella. Con sumo cuidado le tomó las mejillas y le acarició la piel sedosa con los pulgares. Se sorprendió al notar que sus propias garras habían surgido de sus dedos. Eran las garras del demonio. Sin embargo, no la cortó.
—Oh, nena —gritó, con un dolor insoportable en el pecho—. Lo siento muchísimo…
De aquellos ojos negros comenzaron a brotar lágrimas, y él supo que estaba llegando a la mujer que había dentro. No la había protegido de aquello, y no estaba seguro de por qué no sufría por haber fracasado. ¿Porque ella iba a curarse? ¿Porque aquel daño no se lo habían causado las Arpías? Entonces, ¿quiénes habían sido? ¿Los Cazadores de nuevo?
—Voy a quitar las espadas, ¿de acuerdo?
Agarró las armas por las empuñaduras. Estaban muy calientes, y sintió un dolor intenso en las palmas de las manos, que ya tenía llenas de ampollas. Sin embargo, su dolor no le importaba. Solo le importaba el dolor de Kaia. Se dio cuenta de que aquellos pequeños movimientos eran un tormento para ella, porque las lágrimas comenzaron a caer con más rapidez.
Para no prolongar la agonía, Strider tiró con fuerza, y ella se desplomó hacia delante sin emitir un solo sonido. Él soltó las espadas y depositó a Kaia, con sumo cuidado, en el suelo. También tenía heridas en los tobillos, pero estaban libres, así que no les prestó atención.
Rápidamente, se rasgó el cuello y puso la herida en su boca.
—Bebe, nena. Te sentirás mejor. Y entonces, podrás contarme lo que ha pasado y yo castigaré a todos los que hayan participado en esto. Te lo juro.
Al principio, ella no respondió. Entonces, lamió un poco, y él sintió su lengua como una llama. Pese al dolor, no se apartó. Kaia comenzó a succionar, y a succionar, y él descubrió que era placentero.
—Así —le dijo—. Buena chica. Toma lo que necesites. Tómalo todo.
Ella bebió hasta que quedó saciada. Cuando terminó, él estaba mareado, pero no le importaba. Se irguió y la miró.
Kaia tenía los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Se había enfriado un poco, y ya no estaba tan pálida. Eso significaba que se estaba curando, ¿no?
Tenía que sacarla de aquella cueva llena de humo. Tomó lo que quedaba de su camisa y envolvió el cuerpo de Kaia. Después la tomó en brazos con toda la ternura de la que fue capaz, y se puso en pie. Aunque se tambaleó, consiguió salir.
En la boca de la cueva, llamó a Lysander. El ángel apareció un segundo más tarde, deslizándose graciosamente por el aire con las alas abiertas.
—Llévanos a nuestra tienda —dijo Strider.
No podía permitirse perder a su mujer.