27

—VAMOS, nena. Ya has dormido lo suficiente. Eres una perezosa.

Era la voz de Strider. Kaia sintió que todo su cuerpo despertaba a la vida. Él estaba allí, a su lado. Su voz era dulce, y sus dedos le apartaron el pelo de la frente. Ella conocía aquella caricia. Adoraba aquella caricia, y se inclinó hacia ella.

—Vamos. Así.

Abrió los ojos, y se dio cuenta de que estaba jadeando y sudando. Intentó incorporarse, pero unas manos fuertes se lo impidieron.

—No. Todavía te estás curando, y no quiero que te muevas.

De repente, la maravillosa cara de Strider apareció sobre ella. Tenía los ojos febriles, y estaba pálido. Además, tenía verdugos enrojecidos y ampollas en la piel.

Estaba desnudo. Al verlo, algo chisporroteó dentro de ella. Conocimiento, poder, conexión. Sí, una conexión más fuerte, incluso, que la que sentía con Bianka. Era como si los entrelazara hasta que Kaia ya no podía saber quién era quién. Eran uno, sencillamente.

—¿Estás bien? —preguntó.

Incluso hablar le dolía. Tenía la garganta en carne viva.

—Estoy bien, así que no te preocupes por mí. Preocúpate por ti misma. Has estado inconsciente durante tres días.

—¿Tres días? ¿Y la tercera prueba…?

—Empieza dentro de dos días. Bianka me ha mantenido informado.

Gracias a todos los dioses. Sin embargo, tres días…

—Debo de estar horrible —murmuró.

—Estás viva, y para mí eso es pura belleza —replicó él.

Era encantador. A Kaia se le aceleró el corazón.

—Además —prosiguió él—, los dos estamos limpios. Lysander me dio túnicas de ángel, y cada vez que nos ponemos una nueva, es como si nos diéramos un baño. Todo, desde tu pelo hasta las plantas de los pies, está lavado. Y deja que te diga que me ha parecido muy extraño…

Kaia asintió. Se miró el cuerpo para catalogar los daños. Estaba desnuda, y tenía los hombros descoloridos y llenos de cicatrices. El estómago, bien. Las piernas, bien. Los tobillos, magullados. No estaban demasiado mal.

Estaba tendida sobre una alfombra de piel que debía de haberles llevado su hermana, dentro de una tienda blanca, y hacía calor, aunque el aire que entraba por la solapa de la puerta casi estaba cristalizado por el frío.

Strider se apoyó en un codo, y se acercó a ella con cuidado de no rozarla con su erección. Sí, estaba excitado. Al instante, ella notó calor entre las piernas. Anhelaba sus caricias y su boca. Quería explorar aquella nueva conexión. Se humedeció los labios.

—Vas muy deprisa —le dijo con una sonrisa.

—Demonios, Kaia. Deja de pensar en el sexo y habla conmigo. Llevo días esperando pacientemente.

Al oír su tono de voz, Kaia sintió de nuevo el peso de la preocupación, y recordó el motivo por el que estaba allí, la situación en la que se encontraba, y lo peligrosa que se había vuelto para aquel hombre. No tuvo que contener su deseo sexual. Se desvaneció solo.

—Está bien. ¿De qué quieres que hablemos?

—Primero, si tenías alguna duda de que soy tu consorte, puedes olvidarte de ella. Has dormido junto a mí.

No era un tema tan horrible como ella hubiera esperado, y se relajó contra la piel.

—Lo siento, cariño, pero lo de dormir junto al consorte no funciona así.

—Entonces, ¿cómo funciona?

—Los sueños no cuentan si la Arpía se queda dormida a causa de unas heridas. Tengo que dormir a tu lado cuando esté sana, y eso todavía no ha ocurrido.

—Ocurrirá —dijo él con determinación, y ella se dio cuenta de que lo consideraba un desafío. Un desafío que, claramente, aceptaba.

Sin embargo, eso no molestó a Kaia. Quería dormir a su lado, acurrucada contra él, algo que nunca le había sucedido con otro hombre.

—Y ahora, cuéntame lo que ha ocurrido —continuó él—. ¿Esos hombres te… violaron? —le preguntó con la voz ronca.

—No —respondió ella, y se estremeció—. Los habría matado en el acto si lo hubieran hecho.

El alivio reemplazó a la furia que había sentido Strider.

—Entonces, no tengo que ir a orinar sobre los restos calcinados de esos idiotas. ¿Cómo los mataste? Sé que están quemados, pero, ¿cómo lo conseguiste? Tuviste que hacerlo después de que te clavaran en la pared. De lo contrario, tendrías cortes y heridas.

Muy listo.

—Yo… —murmuró Kaia. Al recordar lo que había ocurrido, apartó la mirada—. No quiero decírtelo.

—Hazlo de todos modos. Ahora. Y empieza por el principio. Quiero saberlo todo.

Un guerrero autoritario y sexy. Ella no quería decírselo, pero iba a hacerlo. Haría cualquier cosa, incluso aquello, para evitar que él sufriera un solo momento de dolor.

—Cuando entré en la cueva, los Cazadores me estaban esperando. Se abalanzaron sobre mí, y luchamos. Yo los hubiera vencido, pero ellos sabían que tenían que ir por mis alas —dijo. Seguramente, aquello era por cortesía de Juliette, aunque hablar de las debilidades de las Arpías estaba prohibido, y era susceptible de ser castigado con la muerte—. Cuando me las rompieron, les resultó fácil clavarme a la pared con las espadas.

A cada palabra, Strider se puso más tenso.

—No te oí gritar.

Ella ya lo sabía. Había contenido los gritos de dolor para no distraerlo durante su pelea con Lazarus. La cual debía de haber ganado, puesto que estaba allí y, obviamente, no estaba sufriendo.

No había oído sus gritos, pero, ¿por qué no había oído los de los Cazadores? Aquello era interesante.

—Sigue.

—Estaba tan furiosa, tan desesperada, que… el calor de mi interior se desbordó.

—Conozco ese calor —respondió él con la voz ronca.

Ella frunció las cejas.

—¿De veras?

—Sí. Cuando hacemos el amor, me quemas mucho.

—¿Cómo? Por los dioses, Strider. Lo siento muchísimo.

—Yo no. Me gusta.

Eso no tranquilizó a Kaia. Podría haberlo matado. No quiso pensarlo, y se apresuró a continuar con la historia.

—Mi cuerpo comenzó a arder, pero a mí no me dolía. No entendía lo que estaba ocurriendo; solo podía observar mientras ardían los hombres que estaban a mi alrededor. Y cuando los demás intentaron salir corriendo de la cueva, los miré también, y antes de que me diera cuenta, estaban retorciéndose entre llamas. Mi Arpía se reía —dijo. Y, sinceramente, ella también se había reído—. Entonces, creo que me desmayé.

—No lo entiendo. ¿Cómo pudiste arder y estar bien tan solo unos minutos más tarde?

La respuesta era el motivo por el que Kaia no había tenido ganas de hablar de ello.

—Debería haberlo entendido antes, pero pensé que eran imaginaciones mías. Tal vez porque estaba demasiado distraída cortejando a mi consorte.

A él se le escapó una carcajada.

—¿Qué es lo que no entendiste? ¿Y dices que me cortejaste? Nena, si las pasadas semanas son tu idea de un cortejo, tenemos que trabajar mucho para mejorar tu idea de una cita.

—Cállate. Te pesqué, ¿no?

—Sí —respondió él con ternura—. Me pescaste.

Aquello la calmó, y la derritió.

—Como iba diciendo, mi padre es un Fénix. Debo de haber heredado algunas de sus habilidades.

¡Y no le gustaba! Por supuesto, valoraba la capacidad de poder freír a sus enemigos, cosa que acababa de descubrir, pero los Fénix eran una raza exclusiva y desagradable, y cualquiera que demostrara la más mínima habilidad para crear el fuego era capturado y mantenido, a la fuerza, dentro de su territorio.

Aquel era el motivo por el que su padre las había secuestrado a Bianka y a ella hacía siglos. Quería asegurarse de que no mostraban ninguna afinidad con el fuego. Cuando lo había comprobado, las había dejado en libertad. Les había dicho que no volvieran por allí.

Ella no debería mostrar aquella afinidad ahora. Los Fénix podían soportar el calor intenso y controlar el fuego desde su nacimiento. Ella no había sido capaz de hacer tal cosa hasta aquel momento, así que, ¿cómo había ocurrido? ¿Y por qué? ¿Tal vez era una habilidad latente? ¿Y por qué no la había desarrollado con la pubertad?

Solo podía pensar en una cosa que había cambiado últimamente en su vida: había empezado a sentir un deseo ardiente, una necesidad abrasadora, por Strider.

Si su padre averiguaba todo aquello, ¿iría en su busca y le exigiría que viviera con su gente? Sí. Lo haría. Y ella se negaría. ¿La obligaría él, entonces? ¿Amenazaría a Strider para conseguir que obedeciera?

—Me alegro de que heredaras eso de tu padre. Estás viva, y eso es lo más importante —dijo Strider—. Hiciste un gran trabajo.

—¿De verdad?

—Si tu objetivo era matarme de angustia, entonces sí. Nunca más vas a volver a salir sola. Vivirás encadenada a mi lado, y te gustará. ¿Entendido?

Ella no se dignó a responder a algo tan absurdo.

—Para que lo sepas, tú también hiciste un buen trabajo.

—Bueno, pues tú no hiciste un buen trabajo, y esa es la verdad. ¡Estuviste a punto de morir! No gritaste, y sé por qué. No querías distraerme. ¿Pero sabes una cosa? ¡Hubiera preferido que me distrajeras! Podría haber ido a rescatarte, y te hubiera ayudado a matar a esos idiotas.

También habría podido abrasarse vivo, con el resto de los Cazadores.

—Bueno, pues… ¡Tú tampoco hiciste un buen trabajo!

—No. Ya has dicho que sí lo hice.

—Y después he dicho que no.

—Lo siento, pero no se puede retirar lo que se dice. No vuelvas a hacer nada parecido. No vuelvas a dejar que te atrapen. ¿Te das cuenta de lo que podían haberte hecho?

Sí. Lo sabía. Kaia se dio cuenta de que no podía culparlo por aquella discusión. Si ella estuviera en su lugar, habría hecho lo mismo.

—Está bien. No volverá a suceder.

Strider exhaló un largo suspiro y se relajó un poco.

—¿Y por qué no querías contarme lo que les sucedió a los Cazadores?

—Porque si te contaba lo de mi nuevo poder, tendría que contarte algo peor. No podemos volver a tener relaciones sexuales.

—¡Y un cuerno! —rugió él.

—Strider, no podemos. Te quemaré.

Lo quemaría gravemente. Tal vez llegara a matarlo.

Entonces él respondió, con un tono suave:

—La última vez no me quemaste.

Entonces, por fin, se colocó sobre ella y la presionó con su miembro entre las piernas, justo en el lugar donde más lo necesitaba.

Su deseo explotó y ella tuvo que agarrarse a la piel sobre la que estaban tendidos para no abrazarlo. El calor… notaba que estaba aumentando de nuevo, y que ardía bajo su piel.

—Mentiroso. Has dicho que te hice ampollas.

—También he dicho que me gustó.

—No importa. La última vez todavía no había incendiado nada. Ahora que ya lo he hecho, el peligro es más grande, y cuando estoy contigo, parece que pierdo por completo el sentido común. No podré controlarme.

—Si eso es cierto, tampoco podrás participar en las últimas dos pruebas. Tu ira se encenderá y quemarás a todos los que estén cerca de ti.

—Sí, pero a mis contrincantes quiero matarlas —replicó ella. No era cierto, pero no quería admitir que él tenía razón.

—Eso pondrá en peligro a tu familia.

¡Maldito Strider!

—Enfurrúñate lo que quieras, nenita, pero esto va a ocurrir. Si estás a la altura, claro. Tus heridas…

Aquel comentario hirió su orgullo, y Kaia alzó la barbilla.

—Yo siempre estoy a la altura.

—Bueno. Llevo demasiados días preocupado por ti y te necesito. Además, me merezco una recompensa por haber cuidado de ti, ¿no te parece?

Ella siguió preocupada por su seguridad. Strider era lo más importante de su vida.

—Es tu demonio el que está hablando. Lo sé. Si lo pensaras bien, tú…

—Nenita, no he podido pensar bien desde que te conocí. Vamos a hacer el amor. A ti te va a gustar, a mí me va a gustar, y los dos vamos a salir vivos de esto. ¿Entendido?

Ella miró al techo de la tienda con resignación, pero la despreocupación de Strider consiguió aliviar mucho su angustia.

Sin embargo, él todavía no había terminado.

—A mi demonio le gusta dominarte, y estar contigo sexualmente es más satisfactorio que ninguna otra cosa para él, porque también te tiene miedo, así que conseguir que te rindas le resulta lo más placentero del mundo. Pero todavía no ha aceptado un desafío. Esto es solo entre tú y yo. Te necesito, nena.

Ella se mordió el labio.

—No quiero que Derrota me tenga miedo. Quiero gustarle siempre.

Él sonrió lentamente.

—Me alegro, porque el muy desgraciado acaba de ronronear para demostrar su aprobación.

—¿De veras?

Por fin, ella le rodeó el cuello con los brazos. Él comenzó a mover el miembro contra su cuerpo y le arrancó un gruñido de placer. Pero el calor se intensificó, y él comenzó a sudar. Eso asustó a Kaia.

—Strider.

—Soy tu consorte. No puedes hacerme daño.

—Pero… hablas así porque estás muy excitado.

—No. Hablo así por mi confianza en ti, y por tu fuerza.

—Dijiste que había hecho un mal trabajo.

—No es cierto.

—Sí lo es.

—Deja ya de vacilar, Kaia. Si quieres, míralo de esta manera: Tu Arpía es una chica mala y me adora. No va a hacerme daño. Acéptalo, y sigamos adelante.

—Ella solo te tolera —replicó Kaia. Pero era mentira.

—Es evidente que necesita una lección de vocabulario. Ella me adora. Y es más fuerte que tu faceta de Fénix. Tiene que serlo. De lo contrario, no habrías pasado tanto tiempo sin prenderle fuego a la gente. Pero… si eso hace que te sientas mejor…

Entonces, Strider se levantó, la tomó en brazos y se la llevó a la salida de la tienda. Ella sintió la bajada de temperatura en cuanto salieron. Estaba nevando con fuerza.

—Aquí estamos solos —le explicó Strider—. Todos los demás se fueron ayer, y Lysander dejó guardias al otro lado de las montañas. Nadie se va a acercar a nosotros.

—Tú te vas a congelar —le advirtió ella.

Cuando Strider la depositó en la nieve, a Kaia se le puso la piel de gallina.

—Decídete. O me quemo o me congelo. ¿Qué va a ser? —preguntó él, mientras le separaba las piernas todo lo posible y se agachaba frente a ella—. Eres tan preciosa… —murmuró, y pasó un dedo por su hendidura húmeda.

Ella arqueó la espalda.

—Es delicioso…

—Tú eres mía —dijo Strider. Acercó los dedos a su clítoris y multiplicó su deseo, acariciándola por todas partes, salvo allí—. Dilo.

—Soy tuya —susurró ella. Siempre lo sería.

Entonces, él depositó un beso en el centro de su deseo, y lo lamió, y ella gimió. Él volvió a erguirse sobre ella. La nieve caía a su alrededor y lo hacía todo sobrenaturalmente bello. Strider no entró en su cuerpo todavía, sino que siguió acariciándola y jugueteando. Ella gimió de nuevo.

—Strider. Por favor.

—Por todos los dioses, tu sabor es delicioso. Necesito más.

Él volvió a agacharse, a lamerla, a succionar su cuerpo.

El placer la invadió, y sin darse cuenta, Kaia enterró los dedos en la rubia cabeza de Strider. El calor volvió a brotar, pese al viento helado, y se extendió por sus venas. Aunque el placer era como una neblina para su mirada, ella lo vigiló, porque estaba decidida a detenerlo a la menor señal de peligro. Él había comenzado a sudar, pero no había quemaduras.

Él no dejó de acariciarla con la lengua, hundiéndola en su cuerpo, hasta que finalmente, la deslizó por su clítoris.

Con aquella última caricia, Kaia llegó al orgasmo, y la satisfacción se extendió por todo su cuerpo. Las llamas estallaron detrás de sus párpados, pero no salieron de ella.

Y comenzó a creer que nunca podría hacerle daño a aquel hombre. Ni intencionadamente, ni sin querer. Él era su corazón. Calmaba a su Arpía y parecía que había domesticado a su Fénix.

—Abre los ojos, nena.

Ella obedeció. Él estaba situado sobre ella, sudoroso. El extremo de su pene estaba rozando su abertura, y ella tuvo que morderse el labio al notar otra explosión de deseo.

—Es la hora de la confesión —dijo él, y la rozó de nuevo—. Quemaste las túnicas de ángel. De nosotros dos. Por eso estábamos desnudos. Y me quemaste a mí. Una vez. Pero me recuperé.

No esperó a que ella respondiera, sino que penetró en su cuerpo de una acometida, y se hundió en ella todo lo profundamente que pudo.

Automáticamente, Kaia se arqueó para recibirlo, para tomarlo, para acogerlo.

—Tú… desgraciado —consiguió decir entre jadeos. Él era tan grande que expandía su cuerpo, pero ella estaba tan húmeda, que el deslizamiento era fácil—. Podría matarte haciendo esto.

Se había sentido feliz y segura, después de aquel clímax, de que no podía hacerle daño. Y, ahora, al averiguar que era mentira…

—Fue un accidente —gimió él, mientras la embestía sin cesar.

—No pienso ponerte en peligro —dijo ella—. Strider…

—No me vas a poner en peligro. Y te lo demostraré.